La Cosecha del Centauro (16 page)

Read La Cosecha del Centauro Online

Authors: Eduardo Gallego y Guillem Sánchez

BOOK: La Cosecha del Centauro
13.91Mb size Format: txt, pdf, ePub

—Parece que los alienígenas de VR—218 pertenecían a la variedad agresiva —dijo alguien.

—O quizá los sembradores los persiguieron y los hallaron. Confiemos en que no se quedaran por aquí. —Nerea sonó lapidaria, y más de uno se estremeció.

Capítulo VII
MÁRTIRES

Si los cálculos de arqueólogos y geólogos no erraban, la presunta batalla tuvo lugar milenios atrás, pero Asdrúbal no se fiaba. Los sembradores parecían concienzudos. Quizás hubieran dejado sobre el terreno trampas cazabobos o dispositivos de alerta. Lo que menos le apetecía era llamar la atención de unos seres que poseían atributos casi divinos. Unos dioses despiadados, por añadidura. No obstante, tenían que arriesgarse. Cabía la posibilidad de que los alienígenas se hubieran refugiado en el subsuelo. Para averiguarlo se requería, además de diversos rastreadores y escáneres en órbita, detonar cargas explosivas para analizar las ondas sísmicas. Con mucha suerte, darían con alguna caverna o construcción subterránea. Y cruzarían los dedos para no despertar a la Bestia.

Tuvieron mucha suerte.

Se asemejaba a un laberinto, al estilo de la colmena granítica de VR—218. Habían horadado a través de aquella mezcla de hielos de agua, nitrógeno, metano y dióxido de carbono una auténtica filigrana de galerías y cavidades. Buena parte de ella había sido demolida por el impacto de un monstruoso misil antibúnker, y el acceso resultaba impracticable. Una capa de varios kilómetros de escombros bloqueaba la entrada. Por fortuna, los alienígenas cavaron aún más hondo.

Seguía sin detectarse señal de vida ni actividad alguna. Manfredo propuso que el planeta fuera denominado Leteo, en honor al río del Averno donde los difuntos iban a beber para olvidar el pasado. En verdad, todo en aquel lugar gélido evocaba la quietud de la muerte, cuando la última estrella del universo se consumiera. Pero en la
Kalevala
, el personal no podía dedicarse a la contemplación ociosa. Había que entrar en un lugar que se hallaba a tres kilómetros de profundidad, y donde la temperatura no pasaba de 10 °K. A saber qué iban a encontrar allí.

Robots y humanos tuvieron que trabajar en equipo. El hielo era vaporizado por los cañones térmicos y expulsado fuera del amplio túnel que se estaba abriendo. Aunque la actividad sísmica de Leteo era nula, las paredes se revistieron de una capa microcristalina de alta resistencia que evitaba posibles derrumbes. Al suelo se le dio una textura rugosa, para prevenir los patinazos y deslizamientos.

El túnel avanzaba con lentitud; apenas unos cientos de metros por día estándar. La tensión crecía conforme se acercaban al punto elegido: un nodo donde confluían varios corredores sinuosos. Cuando sólo quedaban unos metros, el trabajo se detuvo. Se aplicaron diversos sensores a la pared, para detectar cambios de presión, ruidos o cualquier actividad al otro lado. Nada. Una tumba habría estado más animada.

Unas sondas poco mayores que abejas perforaron el hielo con ayuda de diminutas brocas. Los microtúneles eran sellados a sus espaldas conforme avanzaban. Nada debía salir al exterior, de momento. Asimismo, las sondas habían sido esterilizadas a conciencia, para evitar contaminaciones. Por fin entraron en el pasillo, y datos e imágenes llegaron a la
Kalevala.
Más que imágenes, oscuridad total. Ni un mísero sonido. La temperatura era idéntica a la del hielo circundante. Vacío, sin atmósfera. Ausencia de restos de materia orgánica. Así podían resumirse los informes de los primeros metros explorados.

Otras sondas mayores siguieron a sus primas enanas. Llevaban focos de distintas longitudes de onda, y más dispositivos de medición. Unas marchaban sobre ruedas mientras que otras levitaban gracias a sus repulsores agrav. Por fin, desde el puente de mando de la
Kalevala
pudo verse el interior del complejo alienígena. De momento, sólo se trataba de un pasillo de sección cuadrada, con paredes irregulares. Las sondas fueron en busca de zonas de mayor interés. Según los mapas 3D elaborados previamente, cerca había un domo hemisférico de unos sesenta metros de diámetro. Al final del corredor, de momento, sólo se intuía un hueco oscuro como boca de lobo. Las sondas se detuvieron en el umbral y un técnico amante del teatro exclamó: «¡Hágase la luz!» Los focos alumbraron a toda potencia, desvelando por fin lo desconocido a los ansiosos espectadores.

—Joder... ¿Qué pasó aquí? —fue lo que más se oyó en esos primeros momentos.

—No les bastó con el bombardeo masivo —dijo Asdrúbal, entornando los ojos—. Tomaron el complejo al asalto y, a juzgar por las huellas, hubo resistencia. Aquí se peleó por cada palmo de terreno, creedme.

Nadie lo puso en duda. Aquello tenía toda la pinta de haber sido el escenario de una batalla campal. Las paredes estaban cuajadas de cicatrices oscuras. El hielo había recibido impactos de proyectiles de diverso calibre, pero también de lo que parecían armas energéticas, al estilo de los fusiles de plasma: líneas rectas y agujeros cuyos bordes se habían licuado y fluido antes de volver a congelarse.

Y había cadáveres. Multitud. Se trataba de seres que seguían el patrón corporal artrópodo. Vestían escafandras que les otorgaban un aspecto inquietante, como una mezcla contra natura de escarabajo y simio. Eso, los que estaban enteros. Los demás parecían haber pasado por una trituradora. Las sondas pasearon lentamente entre aquella escabechina, transmitiendo imágenes detalladas a las pantallas del puente de mando.

—Los restos se ajustan al esquema anatómico de la fauna nativa de los mundos de la Vía Rápida —comentó Eiji—. Probablemente se trata de los fugitivos de VR—218. Habría sido demasiado bonito dar con algún sembrador...

—¿Cómo sabes que no están ahí? —objetó Marga—. Los dioses suelen crear a sus siervos a su imagen y semejanza.

—Igual que los humanos creasteis a los androides de combate —apostilló Nerea, en tono cansino.

—Rencorosa, la niña, ¿eh? —le replicó Eiji, sarcástico.

—Yo ya pedí disculpas, que conste —protestó Bob.

Ajenos a aquel conato de trifulca, las sondas y los robots seguían deambulando a través de la devastación. Los ordenadores de a bordo analizaban las imágenes y calculaban las trayectorias y ángulos de los disparos. Así, pieza a pieza, se fue reconstruyendo el rompecabezas de aquel drama.

Según infirieron, el complejo fue primero tomado al asalto. Seguramente, el bombardeo vino después, para sellar la entrada bajo megatoneladas de hielo. Puesto que parte de los corredores y recintos se habían venido abajo, mucha información se perdió para siempre. No obstante, quedó meridianamente clara la progresión de las fuerzas asaltantes. Asdrúbal se lo explicó a los demás:

—Si los sembradores fueron los atacantes, emplearon armas diferentes a nuestros alienígenas. Estos últimos portaban fusiles que emitían haces caloríficos. Podéis verlos desperdigados por el suelo. A juzgar por su heterogeneidad, quizá tuvieron que echar mano a cualquier herramienta susceptible de convertirse en armamento defensivo. En cambio, los primeros usaron proyectiles explosivos de diverso calibre, a juzgar por el estropicio causado en los cuerpos. Si el ordenador es tan amable de resaltar en distintos colores las trayectorias de los disparos...

—A la orden, señor —respondió el aparato. En las pantallas se generaron innumerables flechitas rojas y verdes.

—Observad —prosiguió Asdrúbal—: no se distribuyen a tontas y a locas. Los atacantes, en rojo, apuntaban en una misma dirección. Sugiere un avance constante, metódico, en plan apisonadora. Y ahora fijaos en las líneas verdes. Los defensores se iban replegando hacia los pasillos, estrechando el frente. Ordenaré a las sondas que sigan en la dirección del asalto.

Los pequeños vehículos avanzaron con prudencia, sorteando cadáveres desmembrados y eviscerados. Todos parecían de la misma especie. La naturaleza de los agresores seguía siendo un misterio.

—La resistencia tuvo que ser encarnizada —dijo Bob, admirado ante la magnitud de la carnicería—. Si tenían naves MRL, ¿por qué no escaparon otra vez, como nuestros antepasados? Siempre cabe la remota posibilidad de efectuar un salto afortunado, que te lleve a un rincón galáctico lejos de tus verdugos...

Nadie supo responder a eso. Mientras, las imágenes seguían llegando. Nada nuevo aportaban; sólo más destrucción, más muerte. Al final, los robots arribaron a una gran cámara. Había sido el último bastión de la defensa, según indicaban los rastros. Las sondas ingrávidas ascendieron para dar una visión de conjunto. Los robots sobre ruedas se encargaban de los primeros planos a ras de suelo.

—Miles y miles de ellos... —murmuró Marga, sobrecogida—. Los cadáveres parecen disponerse de forma concéntrica en torno a esa especie de tarima del fondo. ¿Qué es lo que hay sobre ella?

Las sondas se acercaron, y entonces Asdrúbal supo por qué los alienígenas no habían huido, sino que prefirieron quedarse a morir. Todo cobraba sentido. Imágenes de otros lugares acudieron a su mente. Cerró por un momento los ojos y tomó una decisión. Se dirigió al segundo de a bordo:

—Voy a bajar a Leteo con una escolta de infantes de Marina. —Miró a continuación a los científicos y a los colonos—. Si alguno desea acompañarnos, puede hacerlo.

Eiji, como los demás, se había quedado anonadado.

—Pero, comandante, ¿no era usted quien se empeñaba en respetar escrupulosamente los protocolos de seguridad? ¿A qué viene lo de meterse ahora ahí? —le preguntó, suspicaz—. Los robots pueden ocuparse de la recogida de muestras...

—Lo que yo deseo hacer no puede ser delegado en un robot —respondió Asdrúbal, y se retiró del puente de mando.

Bob caminaba en silencio junto a sus compañeros por aquel laberíntico cementerio. La verdad, imponía lo suyo, y aquellos trajes espaciales tan finos tampoco ayudaban a tranquilizarlo. Los cadáveres yacían en posturas a cuál más grotesca. Era curioso el efecto combinado del vacío y una temperatura cercana al cero absoluto sobre los despojos. Los fragmentos que no estaban protegidos por sus escafandras blindadas se deshacían sólo con mirarlos.

Grotescos, sí, pero nadie bromeó al respecto. Como mucho, se formuló algún comentario ocasional conforme avanzaban hacia la gran cámara donde aquel drama había concluido. Y allí estaban, por fin. Mientras se acercaban al fondo del recinto, Asdrúbal habló:

—Los científicos no soléis fijaros en las mismas cosas que nosotros, simples militares. Todos los alienígenas que están más o menos enteros presentan los orificios de entrada de los proyectiles en la parte frontal. A ninguno le pegaron un tiro por la espalda. Eso significa que nadie huyó. Plantaron cara a sus asesinos. Bob se preguntaba antes por la razón de que no escaparan. Tenían un poderoso motivo. Examinad con atención lo que hay en la tarima. Si nuestro biólogo jefe es tan amable de ilustrarnos al respecto... ¿Piensas lo mismo que yo?

Eiji subió a la tarima. Era una superficie amplia, de unos cien metros cuadrados, llena de cuerpos. Anduvo entre ellos, estudiándolos con atención.

—Comandante, ¿cómo quiere que sepa lo que pasa por su cabeza? —rezongó—. En cuanto a estos seres, están bastante deteriorados.

—Les dispararon a bocajarro, me temo —dijo Asdrúbal. ¿Había cierta emoción en su voz?—. De arriba abajo, a juzgar por las marcas del suelo. Fue una ejecución masiva. Por desgracia, he visto algunas similares a lo largo de mi carrera, y aún sufro pesadillas. A diferencia de los otros alienígenas, éstos no podían defenderse. Adivina el porqué.

—Su forma es distinta. Las extremidades son más cortas, y el tamaño del cuerpo es menor. Eso podría indicar...

La luz se hizo en la mente de Bob. Las piezas encajaron. El también lo entendió todo.

—Mierda. Se quedaron y murieron
para defender a sus crías.
Por algún motivo no pudieron llevárselas consigo y se negaron a abandonarlas.

No pudo continuar. Se le quebró la voz. Tenía un nudo en la garganta. Asdrúbal se acercó y le dio unos golpecitos cariñosos en el hombro.

—Por eso no pude quedarme en la
Kalevala.
Hay cosas que deben hacerse en persona, las que realmente importan —le dijo al muchacho, y éste asintió. A continuación, alzó la voz—. ¡Infantes de Marina! Mirad a vuestro alrededor.

Eiji soltó una réplica en tono jocoso:

—Yo sólo veo bichos muert...

—¡Cállate! —Nerea y Wanda lo cortaron en seco. Ellas también entendían de qué iba aquello, y se requería solemnidad. Mientras, Asdrúbal seguía con su arenga:

—Os elegí para esta misión porque habéis servido conmigo durante años. Nos enviaron a pacificar mundos con guerras tan sucias como las de Shuntra Rhau. Allí vimos lo que por miedo, venganza o avaricia podemos hacer con nuestros semejantes. Sobre todo, con los más débiles. Cómo olvidar lo de aquel hospital, ¿verdad?

Los infantes se removieron, inquietos. Alguno apretó con más fuerza el fusil de asalto.

—En cambio —Asdrúbal abarcó con un gesto del brazo todo el recinto—, estas criaturas dieron sus vidas por defender a quienes dependían de ellos. No abandonaron a los de su misma sangre. Ninguna vaciló o, si lo hizo, se tragó el miedo y afrontó la muerte con dignidad, de pie, encarando al enemigo. Sin recompensa; tan sólo una tumba fría en el culo del universo. Hasta hoy, nadie sabía de su acto heroico. Merecen un homenaje. Nos ocuparemos de que se les recuerde. ¡Infantes de Marina! ¡Presenten armas!

Hombres y mujeres cumplieron la orden al unísono, conmovidos, pese a tratarse de curtidas tropas de élite. Los civiles asimismo mantenían una actitud respetuosa. Eiji no se atrevía a moverse. Finalmente, Asdrúbal dijo:

—Hemos terminado. Podemos regresar.

El trayecto de vuelta a la
Kalevala
transcurrió en un silencio sepulcral, nunca mejor dicho.

Científicos y colonos se citaron en la sala de reuniones. Nerea también se unió al grupo. El comandante no apareció por allí. Eiji sacó una lata de cerveza fría del dispensador, la abrió y bebió un largo trago. Luego echó un vistazo a sus compañeros y se le escapó un gruñido de disgusto.

—¿Se puede saber qué diantre os pasa? ¿A qué vienen esas caras de funeral? —Nadie le respondió, y continuó con sus quejas—. Menuda pantomima. Resulta que nuestro aguerrido comandante está hecho un sensiblero...

—Oye, no te pases —le advirtió Nerea en tono amenazante.

—Es algo que debía hacerse —intervino Wanda—. Los alienígenas se sacrificaron por los suyos ante un enemigo que destruye planetas enteros. Ejecutaron a sus crías. En justicia, debíamos homenajearlos.

Other books

War World X: Takeover by John F. Carr
The Bisbee Massacre by J. Roberts
Trouble in High Heels by Leanne Banks
Prisoner 3-57: Nuke Town by Smith-Wilson, Simon
Of Love and Deception by Hamling, Melisa
PartyNaked by Mari Carr
Secrets of a Side Bitch 2 by Watkins, Jessica
Apple and Rain by Sarah Crossan