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Authors: J. R. R. Tolkien

Tags: #Fantasía épica

La comunidad del anillo (41 page)

BOOK: La comunidad del anillo
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—Ya oirás todo lo que quieres saber —dijo Gandalf —. Tendremos un Concilio, tan pronto como estés bien. Por el momento sólo te diré que estuve prisionero.

—¿Tú? —exclamó Frodo.

—Sí, yo, Gandalf el Gris —dijo el mago solemnemente—. Hay muchos poderes en el mundo, para el bien y para el mal. Algunos son más grandes que yo. Contra otros, todavía no me he medido. Pero mi tiempo se acerca. El Señor de Morgul y los Jinetes Negros han dejado la guarida. ¡La guerra está próxima!

—Entonces tú sabías de los Jinetes... antes que yo los encontrara.

—Sí, sabía de ellos. En verdad te hablé de ellos una vez; los Jinetes Negros son los Espectros que guardan el Anillo, los Nueve Siervos del Señor de los Anillos. Pero yo ignoraba que hubiesen reaparecido, o te hubieran acompañado desde un comienzo. No tuve noticias de ellos hasta después de dejarte, en junio; pero esta historia tiene que esperar. Por el momento, Aragorn nos ha salvado del desastre.

—Sí —dijo Frodo—, fue Trancos quien nos salvó. Sin embargo, tuve miedo de él al principio. Creo que Sam nunca le tuvo confianza, por lo menos no hasta que encontramos a Glorfindel.

Gandalf sonrió. —Sé todo acerca de Sam —dijo—. Ya no tiene más dudas.

—Me alegra —dijo Frodo—, pues he llegado a apreciar de veras a Trancos. Bueno, apreciar no es la palabra justa. Quiero decir que me es muy querido. Aunque a veces es raro y torvo. En verdad me recuerda a ti a menudo. Yo no sabía que hubiese alguien así entre la Gente Grande. Pensaba, bueno, que sólo eran grandes y bastante estúpidos; amables y estúpidos como Mantecona; o estúpidos y malvados como Bill Helechal. Pero es cierto que no sabemos mucho de los hombres en la Comarca, excepto quizá las gentes de Bree.

—Sabes de veras muy poco si crees que el viejo Cebadilla es estúpido —dijo Gandalf —. Es bastante sagaz en su propio terreno. Piensa menos de lo que habla y más lentamente; sin embargo puede ver a través de una pared de ladrillos (como dicen en Bree). Pero pocos quedan en la Tierra Media como Aragorn hijo de Arathorn. La raza de los Reyes de Más Allá del Mar está casi extinguida. Es posible que esta Guerra del Anillo sea su última aventura.

—¿Quieres decir realmente que Trancos pertenece al pueblo de los viejos Reyes? —dijo Frodo, asombrado—. Pensé que habían desaparecido todos, hace ya mucho tiempo. Pensé que era sólo un montaraz.

—¡Sólo un montaraz! —exclamó Gandalf —. Mi querido Frodo, eso son justamente los montaraces: los últimos vestigios en el Norte de un gran pueblo, los Hombres del Oeste. Me ayudaron ya en el pasado y necesitaré que me ayuden en el futuro; pues aunque hemos llegado a Rivendel, el Anillo no ha encontrado todavía reposo.

—Imagino que no —dijo Frodo—, pero hasta ahora mi único pensamiento era llegar aquí, y espero no tener que ir más lejos. El simple descanso es algo muy agradable. He tenido un mes de exilio y aventuras y pienso que es suficiente para mí.

Calló y cerró los ojos. Al cabo de un rato habló de nuevo: —He estado sacando cuentas —dijo—, y el total no llega al veinticuatro de octubre. Hoy sería el veintiuno de octubre. Tuvimos que haber llegado al vado el día veinte.

—En tu estado actual, has hablado demasiado y has sacado demasiadas cuentas —dijo Gandalf—. ¿Cómo sientes ahora el hombro y el costado?

—No sé —dijo Frodo—. No los siento nada, lo que quizás es un adelanto, pero —hizo un esfuerzo— el brazo puedo moverlo un poco. Sí, está volviendo a la vida. No está frío —añadió, tocándose la mano izquierda con la derecha.

—¡Bien! —dijo Gandalf—. Se está restableciendo. Pronto estarás curado del todo. Elrond ha estado cuidándote, durante días, desde que te trajeron aquí.

—¿Días? —dijo Frodo.

—Bueno, cuatro noches y tres días, para ser exactos. Los elfos te trajeron del vado en la noche del veinte y es ahí donde perdiste la cuenta. Hemos estado muy preocupados, y Sam no dejó tu cabecera ni de día ni de noche, excepto para llevar algún mensaje. Elrond es un maestro del arte de curar, pero las armas del enemigo son mortíferas. Para decirte la verdad, yo tuve muy pocas esperanzas, pues se me ocurrió que en la herida cerrada había quedado algún fragmento de la hoja. Pero no pudimos encontrarlo hasta anoche. Elrond extrajo una esquirla. Estaba muy incrustada en la carne y abriéndose paso hacia dentro.

Frodo se estremeció recordando el cruel puñal de hoja mellada que se había desvanecido en manos de Trancos.

—¡No te alarmes! — dijo Gandalf —. Ya no existe. Ha sido fundida. Y parece que los hobbits se desvanecen de muy mala gana. He conocido guerreros robustos de la Gente Grande que hubiesen sucumbido en seguida a esa esquirla que tú llevaste diecisiete días.

—¿Qué me hubiesen hecho? —preguntó Frodo—. ¿Qué trataban de hacer esos Jinetes?

—Trataban de atravesarte el corazón con un puñal de Morgul, que queda en la herida. Si lo hubieran logrado, serías ahora como ellos, sólo que más débil, y te tendrían sometido. Serías un espectro, bajo el dominio del Señor Oscuro, y te habría atormentado por haber querido retener el Anillo, si hay tormento mayor que el de perder el Anillo y verlo en el dedo del Señor Oscuro.

—¡Gracias sean dadas por no haberme enterado de ese horrible peligro! —dijo Frodo con voz débil—. Yo estaba mortalmente asustado, por supuesto, pero si hubiera sabido más no me hubiese atrevido ni a moverme. ¡Es una maravilla que haya escapado con vida!

—Sí, la fortuna o el destino te ayudaron sin duda —dijo Gandalf—, para no mencionar el coraje. Pues no te tocaron el corazón y sólo te hirieron en el hombro y esto fue así porque resististe hasta el fin. Pero te salvaste no se sabe cómo. El peligro mayor fue cuando tuviste puesto el Anillo, pues entonces tú mismo estabas a medias en el mundo de los espectros y ellos podían haberte alcanzado. Tú podías verlos y ellos te podían ver.

—Sí, es cierto — dijo Frodo— ¡Mirarlos fue algo terrible! ¿Pero cómo vemos siempre a los caballos?

—Porque son verdaderos caballos, así como las ropas negras son verdaderas ropas, que dan forma a la nada que ellos son, cuando tienen tratos con los vivos.

—¿Por qué esos caballos negros soportan entonces a semejantes Jinetes? Todos los otros animales se espantan cuando los Jinetes andan cerca, aun el caballo élfico de Glorfindel. Los perros les ladran y los gansos les graznan.

—Porque esos caballos nacieron y fueron criados al servicio del Señor Oscuro. ¡Los sirvientes y animales de Mordor no son todos espectros! Hay orcos y trolls, huargos y licántropos; y ha habido y todavía hay muchos hombres, guerreros y reyes, que andan a la luz del sol y sin embargo están sometidos a Mordor. Y el número de estos servidores crece todos los días. —¿Y Rivendel y los elfos? ¿Está Rivendel a salvo?

—Sí, por ahora, hasta que todo lo demás sea conquistado. Los elfos pueden temer al Señor Oscuro y quizás huyan de él, pero nunca jamás lo escucharán o le servirán. Y aquí, en Rivendel, viven algunos de los principales enemigos de Mordor: los Sabios Elfos, Señores del Eldar, de más allá de los mares lejanos. Ellos no temen a los Espectros del Anillo, pues quienes han vivido en el Reino Bienaventurado viven a la vez en ambos mundos y tienen grandes poderes contra lo Visible y lo Invisible.

—Creí ver una figura blanca que brillaba y no empalidecía como las otras. ¿Era entonces Glorfindel?

—Sí, lo viste un momento tal como es en el otro lado, uno de los poderosos Primeros Nacidos. Es el Señor Elfo de una casa de príncipes. En verdad hay poder en Rivendel capaz de resistir la fuerza de Mordor, por un tiempo al menos, y hay también otros poderes afuera. Hay poder también, de otra especie, en la Comarca. Pero todos estos lugares pronto serán como islas sitiadas, si las cosas continúan como hasta ahora. El Señor Oscuro está desplegando toda su fuerza.

"Sin embargo —continuó Gandalf, incorporándose de pronto y adelantando el mentón mientras se le erizaban los pelos de la barba como alambre de púas—, no nos desanimemos. Pronto te curarás, si no te mato con mi charla. Estás en Rivendel, y no te preocupes por ahora.

—No tengo ningún ánimo y no sé cómo podría desanimarme —dijo Frodo —, pero ahora no hay nada que me preocupe. Dame simplemente noticias de mis amigos y dime cómo terminó el asunto del vado, como he venido preguntando, y me declararé satisfecho por el momento. Luego dormiré otro poco, me parece, pero no podré cerrar los ojos hasta que hayas terminado esa historia para mí.

Gandalf acercó la silla a la cabecera del lecho y miró con atención a Frodo. El color le había vuelto a la cara; los ojos se le habían aclarado y tenía una mirada despejada y lúcida. Sonreía y parecía que todo andaba bien. Pero el ojo del mago alcanzó a notar un cambio imperceptible, como una cierta transparencia alrededor de Frodo y sobre todo alrededor de la mano izquierda, que descansaba sobre el cubre-cama.

"Sin embargo, era algo que podía esperarse", reflexionó Gandalf. "No está ni siquiera curado a medias y lo que le pasará al fin ni siquiera Elrond podría decirlo. Creo que no será para mal. Podría convertirse en algo parecido a un vaso de agua clara, para los ojos que sepan ver."

—Tienes un aspecto espléndido —dijo en voz alta—. Me arriesgaré a contarte una breve historia, sin consultar a Elrond. Pero muy breve, recuérdalo, y luego dormirás otra vez. Esto es lo que ocurrió, según lo que he averiguado. Los Jinetes fueron directamente detrás de ti, tan pronto como escapaste. Ya no necesitaban que los caballos los guiaran: te habías vuelto visible para ellos: estabas en el umbral del mundo de los fantasmas. Y además el Anillo los llamaba de algún modo. Tus amigos saltaron a un lado, fuera del camino, o los hubieran aplastado sin remedio. Sabían que estabas perdido, si no te salvaba el caballo blanco. Los Jinetes eran demasiado rápidos y hubiese sido inútil perseguirlos, y demasiado numerosos y hubiese sido inútil oponerse. A pie, ni siquiera Glorfindel y Aragorn luchando juntos hubieran podido resistir a los Nueve a la vez.

"Cuando los Espectros del Anillo pasaron rápidos como el viento, tus amigos corrieron detrás. Muy cerca del vado hay una pequeña hondonada, oculta tras unos pocos árboles achaparrados junto al camino. Allí encendieron rápidamente un fuego, pues Glorfindel sabía que habría una crecida, si los Jinetes trataban de cruzar; él entonces tendría que vérselas con quienes estuvieran de este lado del río. En el momento en que llegó la creciente, Glorfindel corrió hacia el agua, seguido por Aragorn y los otros, todos llevando antorchas encendidas. Atrapados entre el fuego y el agua y viendo a un Señor de los Elfos, que mostraba todo el poder de su furia, los Jinetes se acobardaron y los caballos enloquecieron. Tres fueron arrastrados río abajo por el primer asalto de la crecida; luego los caballos echaron a los otros al agua.

—¿Y ese fue el fin de los Jinetes? —preguntó Frodo.

—No —dijo Gandalf —. Los caballos tienen que haber muerto, y sin ellos son como impedidos. Pero los Espectros del Anillo no pueden ser destruidos con tanta facilidad. Sin embargo, y por el momento, no son ya criaturas de temer. Tus amigos cruzaron, cuando pasó la inundación, y te encontraron tendido de bruces en lo alto de la barranca, con una espada rota bajo el cuerpo. El caballo hacía guardia a tu lado. Tú estabas pálido y frío y temieron que hubieses muerto o algo peor. La gente de Elrond los encontró allí y te trajeron lentamente a Rivendel.

—¿Quién provocó la crecida? —dijo Frodo.

—Elrond la ordenó —respondió Gandalf —. El río de este valle está bajo el dominio de Elrond. Las aguas se levantan furiosas cuando él cree necesario cerrar el vado. Tan pronto como el capitán de los Espectros del Anillo entró a caballo en el agua, soltaron la avenida. Si me lo permites añadiré un toque personal a la historia: quizá no lo notaste, pero algunas de las olas se encabritaron como grandes caballos blancos montados por brillantes Jinetes blancos; y había muchas piedras que rodaban y crujían. Por un momento temí que hubiésemos liberado una furia demasiado poderosa y que la crecida se nos fuera de las manos y os arrastrara a todos vosotros. Hay gran vigor en las aguas que bajan de las nieves de las Montañas Nubladas.

—Sí, todo me viene a la memoria ahora —dijo Frodo—: el tremendo rugido. Pensé que me ahogaba, con mis amigos y todos. ¡Pero ahora estamos a salvo!

Gandalf echó una rápida mirada a Frodo, pero el hobbit había cerrado los ojos.

—Sí, estamos todos a salvo por el momento. Pronto habrá fiesta y regocijo para celebrar la victoria en el Vado del Bruinen y allí estaréis todos vosotros ocupando sitios de honor.

—¡Espléndido! — dijo Frodo —. Es maravilloso que Elrond y Glorfindel y tan grandes señores, sin hablar de Trancos, se molesten tanto y sean tan bondadosos conmigo.

—Bueno, hay muchas razones para que así sea —dijo Gandalf, sonriendo—. Yo soy una buena razón. El Anillo es otra; tú eres el Portador del Anillo. Y eres el heredero de Bilbo, que encontró el Anillo.

—¡Querido Bilbo! —dijo Frodo, soñoliento—. Me pregunto dónde andará. Me gustaría que estuviese aquí y pudiese oír toda esta historia. Se hubiera reído con ganas. ¡La vaca que saltó por encima de la luna! ¡Y el pobre viejo troll!

Luego de esto, se durmió rápidamente.

Frodo estaba ahora a salvo en la Ultima Casa Hogareña al este del Mar. Esta casa era, como Bilbo había informado hacía tiempo, "una casa perfecta, tanto te guste comer como dormir o contar cuentos o cantar, o sólo quedarte sentado pensando, o una agradable combinación de todo". Bastaba estar allí para curarse del cansancio, el miedo y la melancolía.

A la caída de la noche, Frodo despertó de nuevo y descubrió que ya no sentía necesidad de dormir o descansar y que en cambio tenía ganas de comer y beber y quizá cantar y contar luego alguna historia. Salió de la cama y descubrió que podía utilizar el brazo casi como antes. Encontró ya preparadas unas ropas limpias de color verde que le caían muy bien. Mirándose en el espejo se sobresaltó al descubrir que nunca había estado antes tan delgado; la imagen se parecía notablemente al joven sobrino de Bilbo, que había acompañado al tío en muchos paseos a pie por la Comarca; pero los ojos del espejo le devolvieron una mirada pensativa.

—Sí, desde la última vez que te miraste en un espejo te ocurrieron algunas cosas —le dijo a la imagen—. Pero ahora, ¡por un feliz encuentro!

Se estiró de brazos y silbó una melodía.

En ese momento, golpearon a la puerta y entró Sam. Corrió hacia Frodo y le tomó la mano izquierda, torpe y tímidamente. La acarició un momento con dulzura y luego enrojeció y se volvió en seguida para irse.

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