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Authors: J. R. R. Tolkien

Tags: #Fantasía épica

La comunidad del anillo (36 page)

BOOK: La comunidad del anillo
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—¿No hay entonces modo de escapar? —dijo Frodo mirando atentamente alrededor—. Si me muevo, ¡me verán y perseguirán! Si me quedo, ¡los atraeré inexorablemente!

Trancos le puso una mano en el hombro.

—Hay todavía esperanzas —dijo—. No estás solo. Hagamos que esta leña arda como una señal. No hay aquí ni reparo ni defensa, pero el fuego nos servirá como protección. Sauron puede utilizar el fuego para malos designios, como cualquier otra cosa, pero a los Jinetes no les agrada y temen a quienes lo manejan. En las tierras salvajes el fuego es nuestro amigo.

—Quizá —murmuró Sam—. Valdrá tanto como decir "aquí estamos", llamando a gritos.

 

En lo más profundo de la cañada y en el rincón más abrigado, encendieron un fuego y prepararon una comida. Las sombras de la noche empezaban a caer y el frío aumentaba. Advirtieron de pronto que tenían mucha hambre, pues no habían comido nada desde el desayuno, pero no se atrevieron a preparar otra cosa que una cena frugal. En la región que se extendía ante ellos no había más que pájaros y bestias salvajes; lugares inhóspitos abandonados por todas las razas del mundo. Los montaraces se aventuraban a veces más allá de las colinas, pero eran poco numerosos y no se demoraban allí mucho tiempo. Había otras pocas gentes errantes, de índole maligna: trolls que descendían a veces de los valles septentrionales de las Montañas Nubladas. Los viajeros iban todos por el camino, enanos casi siempre, que pasaban de prisa ocupados en sus propios asuntos y que no se detenían a hablar o ayudar a gente extraña.

—No sé cómo haremos para no agotar las provisiones —dijo Frodo—. Nos hemos cuidado bastante en los últimos días y esta comida no es por cierto un festín, pero si todavía nos quedan dos semanas y quizá más, hemos consumido demasiado.

—Hay comida en el desierto —dijo Trancos—: bayas, raíces, hierbas y tengo algunas habilidades como cazador en apuros. No hay por qué temer que nos muramos de hambre antes que llegue el invierno. Pero buscar y recoger comida es un trabajo largo y cansado, y tenemos prisa. De modo que apretaos los cinturones, ¡y pensad con esperanza en las mesas de la casa de Elrond!

El frío aumentaba junto con la oscuridad. Espiando desde los bordes de la cañada no veían otra cosa que una tierra gris, que ahora se borraba rápidamente hundiéndose en las sombras. El cielo había aclarado de nuevo, puntuado por estrellas centelleantes, más numerosas cada vez. Frodo y los demás se apretaban alrededor del fuego, envueltos en todas las ropas y mantas disponibles, pero Trancos se contentaba con una capa y estaba sentado un poco aparte, aspirando pensativo el humo de la pipa.

Cuando caía la noche y el fuego comenzó a arder con llamas brillantes, Trancos se puso a contarles historias a los hobbits, para distraerles y que olvidaran el miedo. Conocía muchas historias y leyendas de otras épocas, de elfos y hombres, y de los acontecimientos fastos y nefastos de los Días Antiguos. Los hobbits se preguntaban cuántos años tendría y dónde habría aprendido todo esto.

—Cuéntanos de Gil-galad —dijo Merry de pronto, cuando Trancos concluyó una historia acerca del Reino de los Elfos e hizo una pausa—. ¿Sabes algo más de esa vieja balada de que hablaste?

—Sí, por cierto —respondió Trancos—. Y también Frodo, pues el asunto nos concierne de veras.

Merry y Pippin miraron a Frodo que clavaba los ojos en el fuego. —Sólo sé lo poco que me contó Gandalf —dijo Frodo lentamente—. Gil-galad fue el último de los grandes Reyes Elfos de la Tierra Media. Gil-galad significa Luz de las Estrellas en la lengua de los elfos. junto con Elendil, el amigo de los elfos, se encaminó al país de...

—¡No! —dijo Trancos interrumpiendo—. No creo que la historia haya de ser contada ahora, con los sirvientes del enemigo a mano. Si alcanzamos a llegar a la casa de Elrond, podréis oírla allí, del principio al fin.

—Entonces cuéntanos alguna otra historia de los viejos días —suplicó Sam—, una historia de los elfos antes de la declinación. Me gustaría tanto oír más de los elfos; parece que la oscuridad se cerrara sobre nosotros desde todos lados.

—Os contaré la historia de Tinúviel —dijo Trancos —. Resumida, pues es un cuento largo del que no se conoce el fin; y no hay nadie en estos días excepto Elrond que lo recuerde tal como lo contaban antaño. Es una historia hermosa, aunque triste, como todas las historias de la Tierra Media, y sin embargo quizás alivie vuestros corazones.

 

Trancos calló un tiempo y al fin no habló, pero entonó dulcemente:

Las hojas eran largas, la hierba era verde,

las umbelas de los abetos altas y hermosas

y en el claro se vio una luz

de estrellas en la sombra centelleante.

Tinúviel bailaba allí,

a la música de una flauta invisible,

con una luz de estrellas en los cabellos

y en las vestiduras brillantes.

 

Allí llegó Beren desde los montes fríos

y anduvo extraviado entre las hojas

y donde rodaba el Río de los Elfos,

iba afligido a solas.

Espió entre las hojas del abeto

y vio maravillado unas flores de oro

sobre el manto y las mangas de la joven,

y el cabello la seguía como una sombra.

 

El encantamiento le reanimó los pies

condenados a errar por las colinas

y se precipitó, vigoroso y rápido,

a alcanzar los rayos de la luna.

Entre los bosques del país de los ellos

ella huyó levemente con pies que bailaban

y lo dejó a solas errando todavía

escuchando en la floresta callada.

 

Allí escuchó a menudo el sonido volante

de los pies tan ligeros como hojas de tilo

o la música que fluye bajo tierra

y gorjea en huecos ocultos.

Ahora yacen marchitas las hojas del abeto

y una por una suspirando

caen las hojas de las hayas

oscilando en el bosque de invierno.

 

La siguió siempre, caminando muy lejos;

las hojas de los años eran una alfombra espesa,

a la luz de la luna y a los rayos de las estrellas

que temblaban en los cielos helados.

El manto de la joven brillaba a la luz de la luna

mientras allá muy lejos en la cima

ella bailaba, llevando alrededor de los pies

una bruma de plata estremecida.

 

Cuando el invierno hubo pasado, ella volvió,

y como una alondra que sube y una lluvia que cae

y un agua que se funde en burbujas

su canto liberó la repentina primavera.

El vio brotar las flores de los elfos

a los pies de la joven, y curado otra vez

esperó que ella bailara y cantara

sobre los prados de hierbas.

 

De nuevo ella huyó, pero él vino rápidamente,

¡Tinúviel! ¡Tinúviel!

La llamó por su nombre élfico

y ella se detuvo entonces, escuchando.

Se quedó allí un instante

y la voz de él fue como un encantamiento,

y el destino cayó sobre Tinúviel

y centelleando se abandonó a sus brazos.

 

Mientras Beren la miraba a los ojos

entre las sombras de los cabellos

vio brillar allí en un espejo

la luz temblorosa de las estrellas.

Tinúviel la belleza élfica,

doncella inmortal de sabiduría élfica

lo envolvió con una sombría cabellera

y brazos de plata resplandeciente.

 

Larga fue la ruta que les trazó el destino

sobre montañas pedregosas, grises y frías,

por habitaciones de hierro y puertas de sombra

y florestas nocturnas sin mañana.

Los mares que separan se extendieron entre ellos

y sin embargo al fin de nuevo se encontraron

y en el bosque cantando sin tristeza

desaparecieron hace ya muchos años.

Trancos suspiró e hizo una pausa antes de hablar otra vez.

—Esta es una canción —dijo— en el estilo que los elfos llaman
ann-thennath
, mas es difícil de traducir a la lengua común y lo que he cantado es apenas un eco muy tosco. La canción habla del encuentro de Beren, hijo de Barahi y Lúthien Tinúviel. Beren era un hombre mortal, pero Lúthien era hija de Thingol, un rey de los elfos en la Tierra Media, cuando el mundo era joven; y ella era la doncella más hermosa que hubiese existido alguna vez entre todas las niñas de este mundo. Como las estrellas sobre las nieblas de las tierras del norte, así era la belleza de Lúthien, de rostro de luz. En aquellos días, el Gran Enemigo, de quien Sauron de Mordor no era más que un siervo, residía en Angband en el Norte y los elfos del Oeste que venían de la Tierra Media le hicieron la guerra para recobrar los Silmarils que él había robado y los padres de los hombres ayudaron a los elfos. Pero el enemigo obtuvo la victoria y Barahir perdió la vida y Beren, escapando de grave peligro, franqueó las Montañas del Terror y pasó al reino oculto de Thingol en la floresta de Neldoreth. Allí descubrió a Lúthien, que cantaba y bailaba en un claro junto al Esgalduin, el río encantado; y la llamó Tinúviel, es decir Ruiseñor en lengua antigua. Muchas penas cayeron sobre ellos desde entonces y estuvieron mucho tiempo separados. Tinúviel libró a Beren de los calabozos de Sauron y juntos pasaron por grandes riesgos y hasta arrebataron el trono al Gran Enemigo y le sacaron de la corona de hierro uno de los tres Silmarils, la más brillante de todas las joyas, y que fue regalo de bodas para Lúthien, de su padre Thingol. Al fin el Lobo, que vino de las puertas de Angband, mató a Beren que murió en brazos de Tinúviel. Pero ella eligió la mortalidad y morir para el mundo, para así poder seguirlo, y aún se canta que se encontraron más allá de los Mares que Separan y que luego de haber marchado un tiempo vivos otra vez por los bosques verdes, se alejaron juntos, hace muchos años, más allá de los confines de este mundo. Así es que Lúthien murió realmente y dejó el mundo, sólo ella de toda la raza élfica, y así perdieron lo que más amaban. Pero por ella la línea de los antiguos señores elfos descendió entre los hombres. Viven todavía, aquellos de quienes Lúthien fue la antecesora y se dice que esta raza no se extinguirá nunca. Elrond de Rivendel pertenece a esa especie. Pues de Beren y Lúthien nació el heredero de Dior Thingol; y de él, Elwing la Blanca, que se casó con Eärendil, quien navegó más allá de las nieblas del mundo internándose en los mares del cielo, llevando el Silmaril en la frente. Y de Eärendil descendieron los Reyes de Númenor, es decir Oesternesse.

Mientras Trancos hablaba, los hobbits le observaban la cara extraña y vehemente, apenas iluminada por el rojo resplandor de la hoguera. Le brillaban los ojos y la voz era cálida y profunda. Por encima de él se extendía un cielo negro y estrellado. De pronto una luz pálida apareció sobre la Cima de los Vientos, detrás de Trancos. La luna creciente subía poco a poco y la colina echaba sombra y las estrellas se desvanecieron en lo alto.

El cuento había concluido. Los hobbits se movieron y estiraron. —Mirad —dijo Merry—. La luna sube. Está haciéndose tarde.

Los otros alzaron los ojos. En ese momento vieron una silueta pequeña y sombría, que se recortaba a la luz de la luna, sobre la cima del monte. Quizá no era más que una piedra grande o una saliente de roca visible a la luz pálida.

Sam y Merry se pusieron de pie y se alejaron de la hoguera. Frodo y Pippin se quedaron sentados y en silencio. Trancos observaba atentamente la luz de la luna sobre la colina. Todo parecía tranquilo y silencioso, pero Frodo sintió que un miedo frío le invadía el corazón, ahora que Trancos ya no hablaba. Se acurrucó acercándose al fuego. En ese momento Sam volvió corriendo desde el borde de la cañada.

—No sé qué es —dijo—, pero de pronto sentí miedo. No saldría de este agujero por todo el oro del mundo. Sentí que algo trepaba arrastrándose por la pendiente.

—¿No viste nada? —preguntó Frodo incorporándose de un salto.

—No, señor. No vi nada, pero no me detuve a mirar.

—Yo vi algo —dijo Merry—, o así me pareció. Lejos hacia el oeste donde la luz de la luna caía en los llanos, más allá de las sombras de los picos, creí ver dos o tres sombras negras. Parecían moverse hacia aquí.

—¡Acercaos todos al fuego, con las caras hacia afuera! —gritó Trancos—. ¡Tened listos los palos más largos!

Durante un tiempo en que apenas se atrevían a respirar estuvieron allí, alertas y en silencio, de espaldas a la hoguera, mirando las sombras que los rodeaban. Nada ocurrió. No había ningún ruido ni ningún movimiento en la noche. Frodo cambió de posición; tenía que romper el silencio y gritar.

—¡Calla! —murmuró Trancos.

—¿Qué es eso? —jadeó Pippin al mismo tiempo.

Sobre el borde de la pequeña cañada, del lado opuesto a la colina, sintieron, más que vieron, que se alzaba una sombra, una sombra o más. Miraron con atención y les pareció que las sombras crecían. Pronto no hubo ninguna duda: tres o cuatro figuras altas estaban allí, de pie en la pendiente, mirándolos. Tan negras eran que parecían agujeros negros en la sombra oscura que los circundaba. Frodo creyó oír un débil siseo, como un aliento venenoso, y sintió que se le helaban los huesos. En seguida las sombras avanzaron lentamente.

El terror dominó a Pippin y a Merry que se arrojaron de cara al suelo. Sam se encogió junto a Frodo. Frodo estaba apenas menos aterrorizado que los demás; temblaba de pies a cabeza, como atacado por un frío intenso, pero la repentina tentación de ponerse en seguida el Anillo se sobrepuso a todo y ya no pudo pensar en otra cosa. No había olvidado las Quebradas, ni el aviso de Gandalf, pero algo parecía impulsarlo a desoír todas las advertencias y dejarse llevar. No con la esperanza de huir, o de obtener algo, malo o bueno. Sentía simplemente que tenía que sacar el anillo y ponérselo en el dedo. No podía hablar. Sabía que Sam lo miraba, como dándose cuenta de que su amo pasaba en ese momento por una prueba muy dura, pero no era capaz de volverse hacia él. Cerró los ojos y luchó un rato y al fin la resistencia se hizo insoportable y tiró lentamente de la cadena y se deslizó el Anillo en el índice de la mano izquierda.

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