La ciudad sagrada (5 page)

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Authors: Douglas Preston & Lincoln Child

Tags: #Misterio, Intriga

BOOK: La ciudad sagrada
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—No —repuso Nora—. No hay nada más. —Recogió sus papeles, los metió en el portafolios y se marchó.

4

N
ora examinó el desordenado apartamento con consternación. Lo cierto es que estaba mucho peor de lo que pensaba. Los platos sucios del fregadero parecían seguir allí desde la última vez que los había visto, también sucios, en el mismo sitio hacía un mes, tambaleándose del tal forma que era imposible colocar un solo plato más encima, y la capa inferior estaba cubierta de moho verdoso. Al parecer, ante el fregadero repleto de platos, el inquilino del piso había decidido encargar por teléfono pizzas y comida china en cartones desechables, por lo que una minúscula pirámide salía desde la papelera hasta el suelo, arrastrándose como si de un velo nupcial se tratara. Montones de revistas y periódicos viejos yacían desperdigados por los desastrados muebles. En la habitación sonaba el
Comfortably Numb
de Pink Floyd procedente de unos altavoces medio ocultos tras las pilas de camisetas y calcetines sucios. En uno de los estantes había una pecera abandonada, con el agua de su interior de color marrón sucio. Nora apartó la vista, poco dispuesta a ver más de cerca a los ocupantes de la pecera.

El inquilino tosió y aspiró fuerte para despejarse la nariz. E1 hermano de Nora, Skip, se repantigó en el maltrecho sofá de color naranja, puso sus sucios pies desnudos encima de la mesa que había junto al sofá y miró a su hermana. Todavía tenía pequeños tirabuzones dorados que le caían por la frente, y un rostro dulce de adolescente. Sería muy guapo, se dijo Nora, si no fuese por la expresión petulante e inmadura de su cara y por la ropa sucia. Era duro —doloroso, en realidad— pensar en él como en un adulto; Se había graduado en física por la Universidad de Stanford hacía apenas un año y no hacía absolutamente nada. Le parecía que había sido ayer cuando tenía que hacer de niñera de aquel chiquillo despreocupado y salvaje con un don especial para volverla loca. Ahora ya no la volvía loca… sólo la tenía preocupada. Poco después de la muerte de su madre, seis meses atrás, había pasado de la cerveza al tequila; había media docena de botellas vacías tiradas por el suelo. En aquel momento estaba rellenando una jarra de conservas con una botella recién comprada, con una expresión sombría en su rostro inflamado. Un pequeño gusano amarillo pasó nadando de la botella vertical al frasco de vidrio. Skip lo atrapó y lo metió en un cenicero, donde ya había varios gusanos similares, resecos y reducidos a una simple cáscara ahora que el alcohol se había evaporado.

—Es asqueroso —dijo Nora.

—Lamento que no te guste mi colección de
Nadomonas so-noraii
—repuso Skip—. Si hubiese descubierto los beneficios de la biología invertebrada un poco antes, nunca me habría graduado en física. —Tendió el brazo hacia la mesa, abrió el cajón, extrajo un tablón plano y delgado de madera contrachapada y se lo ofreció a Nora, aspirando fuerte de nuevo. Un lado del tablón estaba adornado como si perteneciera a un coleccionista de lepidópteros, pero en lugar de mariposas, Nora vio treinta o cuarenta gusanos de mezcal, clavados en la superficie de madera como si fueran gigantescas comas de color marrón. Le devolvió el tablón a su hermano sin decir una sola palabra.

—Veo que has estado redecorando un poco este cuchitril desde la última vez que estuve aquí —señaló Nora—. Por ejemplo, esa grieta es nueva. —Ladeó la cabeza en dirección a un corte enorme que atravesaba una de las paredes desde el suelo al techo, dejando al descubierto diversas vetas de listones y yeso.

—Ha sido el pie de mi vecino —se excusó Skip—. No tiene los mismos gustos musicales que yo, el muy ignorante. Deberías traerte tu oboe algún día para hacer que se cabree de verdad. Bueno, y dime, ¿qué te ha hecho cambiar de opinión tan rápido? Creía que no pensabas desprenderte de ese viejo caserón hasta que se helase el infierno. —Bebió un largo sorbo de la jarra de conservas.

—Anoche me sucedió algo muy extraño allí. —Extendió el brazo para bajar el volumen de la música.

—¿Ah, sí? —preguntó Skip, con gesto de vago interés—. ¿Unos críos haciendo el gamberro por ahí o algo así?

Nora lo miró de hito en hito.

—Me agredieron.

La expresión de adustez se desvaneció y Skip se incorporó de golpe.

—¿Qué? ¿Quién?

—Unos tipos disfrazados de animales, creo. No estoy segura.

—¿Te agredieron? ¿Estás bien? —Su rostro enrojeció de ira y preocupación. A pesar de ser el hermano menor, resentido por las intromisiones de su hermana en su vida y siempre a punto para ofenderse, Skip era instintivamente protector.

—Teresa y su escopeta acudieron en mi ayuda. Tengo un rasguño en el brazo, pero por lo demás estoy bien.

Skip volvió a repantigarse en el sofá. Toda su energía se había evaporado con la misma rapidez con que se había apoderado de él.

—Por lo menos cosió a balazos a esos cabrones, ¿no?

—No. Escaparon.

—Vaya. ¿Llamaste a la policía?

—No. ¿Qué iba a decirles? Si Teresa no me creyó, imagínate ellos. Habrían pensado que estoy loca.

—Supongo que tienes razón. —Skip siempre había desconfiado de las fuerzas del orden—. ¿Qué crees que quería esa gentuza?

Nora no respondió de inmediato. Ya en el momento de llamar a su puerta, había dudado entre hablarle a su hermano de la carta o no. El miedo de aquella noche y el estupor por haber encontrado la carta la acompañaban a todas partes. ¿Cómo reaccionaría Skip?

—Querían una carta —respondió al fin.

—¿Qué clase de carta?

—Creo que ésta. —Con cuidado, extrajo el sobre amarillento del bolsillo de su camisa y lo puso encima de la mesa. Skip se acercó y, dando un respingo, lo tomó entre sus manos. Leyó la carta en silencio. Mientras, Nora oyó el tictac del reloj de la cocina, el débil sonido del claxon de un coche y el crujido de algo que se movía en el fregadero. También percibió los latidos de su propio corazón.

Skip dejó la carta en su regazo.

—¿Dónde la has encontrado? —le preguntó, con la mirada fija y sin soltar el sobre.

—Estaba cerca de nuestro antiguo buzón de correo. La enviaron hace cinco semanas. Han puesto buzones nuevos, pero no han incluido nuestra dirección, así que supongo que el cartero se limitó a meter el sobre en el viejo.

Skip se volvió para mirarla y masculló con un hilo de voz y los ojos anegados en lágrimas. —Oh, Dios mío…

Nora sintió una punzada de emoción; había estado temiendo que su hermano reaccionara de esa forma. Lo último que él necesitaba en aquellos momentos era una noticia como aquélla.

—No tiene ninguna explicación. Tal vez alguien encontró la carta en alguna parte y la echó en un buzón de correos.

—Pero quienquiera que la haya encontrado, también debió de hallar el cuerpo de papá… —Skip tragó saliva y se enjugó las lágrimas—. ¿Crees que está vivo?

—No. Eso es completamente imposible. Nunca nos habría abandonado si siguiera con vida. Él nos quería, Skip.

—Pero esta carta…

—La escribió hace dieciséis años. Skip, está muerto. Debemos afrontarlo, pero al menos ahora tenemos un pista acerca del lugar donde pudo haber muerto. Tal vez podamos averiguar qué le sucedió.

Skip seguía con los dedos clavados en el sobre, como si no estuviese dispuesto a soltar aquella nueva ligazón con su padre. Sin embargo, al oír las últimas palabras de su hermana, dejó el sobre y se recostó de nuevo en el sofá.

—Los tipos que querían la carta… —dijo—, ¿por qué no miraron en el buzón?

—La verdad es que la encontré en el suelo. Creo que pudo haber salido volando del buzón, porque a éste le faltaba la portezuela. Además, esos buzones parecían llevar años fuera de servicio, aunque lo cierto es que no estoy segura. Verás, los derribé al suelo con mi camioneta.

Skip volvió a mirar el sobre.

—Si sabían lo del rancho, ¿crees que también saben dónde vivimos?

—Trato de no pensar en eso —repuso Nora, aunque lo hacía constantemente.

Skip, mucho más sereno: apuró la jarra.

—Cómo cojones sabían lo de la carta?

—¿Quién sabe? Mucha gente ha oído hablar de las leyendas sobre Quivira, y papá tenía algunos contactos muy poco recomendables…

—Eso decía mamá —la interrumpió—. Y ahora, ¿qué vas a hacer?

—He pensado… —Nora hizo una pausa. Aquello iba a ser lo más difícil—. Verás, he pensado que la forma de averiguar qué le pasó a papá es ir en busca de Quivira, y para eso hará falta dinero. Por eso quiero vender Las Cabrillas.

Skip empezó a menear la cabeza y soltó una risa seca.

—Joder, Nora. Llevo meses viviendo en esta pocilga, sin dinero, suplicándote que vendieras esa casa para poder remontar mi situación personal. Y ahora quieres patearte el poco dinero que conseguiremos de esa venta buscando a papá. A pesar de que está muerto.

—Skip, si quisieras, podrías recuperarte buscando un trabajo, ;sabes? —empezó a decir Nora, pero se interrumpió. No había ido allí para eso. Su hermano se sentó en el sofá, con los hombros caídos, y Nora sintió cómo se le entristecía el corazón—. Skip, significaría mucho para mí saber qué le ocurrió a papá.

—Vale, escucha, vende la hacienda, llevo años diciéndote que lo hagas, pero no utilices mi parte. Tengo otros planes.

—Puede que para organizar una partida de expedición arqueológica no baste sólo con mi parte.

Skip se recostó de nuevo.

—Ya veo. O sea, que el instituto no va a financiar nada, ¿verdad? No puedo decir que me sorprenda. Al fin y al cabo, aquí dice que ni siquiera llegó a ver la ciudad. Lo único que hizo fue seguir una ruta a pie. Hay toneladas de fe en esta carta, Nora. ¿Sabes qué diría mamá si la leyera?

—Sí. Diría que sólo estaba soñando otra vez. ¿Es eso lo que estás diciendo tú también?

Skip se estremeció.

—No. No estoy poniéndome de parte de mamá —respondió con tono desdeñoso—. Es sólo que no quiero perder a mi hermana del mismo modo que perdí a mi padre.

—Vamos, Skip. Eso no va a suceder. En la carta papá dice que estaba siguiendo una antigua ruta. Si logro encontrar ese camino, será la prueba que necesito.

Skip colocó los pies en el suelo y apoyó los codos en las rodillas, frunciendo el entrecejo. De repente, se incorporó.

—Tengo una idea, una manera de que encuentres esa ruta sin ni siquiera tener que desplazarte hasta allí. Tenía un profesor de física en Stanford, Leland Watkins, que ahora trabaja para el LRPC.

—¿El LRPC?

—El Laboratorio de Reacción de Propulsión de Cal Tech. Es una división de la NASA.

—¿Y de qué puede servir eso?

—Ese tío ha estado trabajando en el programa de la lanzadera espacial. He leído un artículo sobre un sistema de radar especializado que es capaz de ver a través de nueve metros de arena. Estaban utilizándolo para trazar el mapa de antiguas rutas en el desierto del Sahara. Si pueden localizar rutas en ese desierto, ¿por qué no iban a hacerlo en Utah?

Nora miró a su hermano con gesto perplejo.

—¿Y ese radar es capaz de detectar rutas antiguas?

—Atravesando la arena o la tierra.

—¿Y ese tipo fue tu profesor? ¿Crees que se acordará de ti?

De pronto, la cara de Skip esbozó una expresión de cautela.

—Sí, seguro que se acuerda de mí.

—¡Bien! Pues entonces llámale y…

El gesto de su hermano impidió que Nora siguiera hablando.

—No puedo hacerlo —dijo él.

—¿Por qué no?

—No soy santo de su devoción, que digamos.

—¿Por qué? —Nora estaba descubriendo que su hermano no le caía bien a mucha gente.

—Bueno… el caso es que el tipo tenia una novia muy guapa, una estudiante, y yo… —Skip se ruborizó.

Nora meneó la cabeza con resignación.

—No, no quiero oír los detalles.

Skip tomó entre sus dedos el gusano amarillo de mezcal y lo enrolló entre el índice y el pulgar.

—Lo siento. Si quieres hablar con Watkins, supongo que tendrás que llamarlo tú misma.

5

N
ora se sentó a la mesa de trabajo del laboratorio de análisis de piezas del instituto. Delante de ella, alineadas bajo la fuerte luz fluorescente, había seis bolsas de plástico resistente llenas de fragmentos de barro y cerámica. Cada una de ellas llevaba la etiqueta RIO PUERCO, NIVEL I marcada con rotulador negro. En una de las taquillas que la rodeaban, cuidadosamente acolchadas para eliminar los posibles efectos de la rozadura del plástico, había otras cuatro bolsas con la etiqueta de NIVEL II y una más señalada con NIVEL III: un total de cuarenta y nueve kilos de fragmentos de cerámica.

Nora lanzó un suspiro. Sabía que para publicar el informe sobre el yacimiento de Río Puerco iba a tener que examinar y clasificar cada uno de aquellos fragmentos, y que después de éstos les tocaría el turno a los taburetes y los cachivaches de piedra, los fragmentos de huesos, los trozos de carbón, las muestras de polen y quizá incluso las de cabello, todo aguardando pacientemente en los armarios metálicos que poblaban el laboratorio. Abrió la primera bolsa y, con ayuda de unos fórceps de metal, empezó a colocar las piezas sobre la mesa blanca. Al mirar hacia arriba, hacia el zumbido de la luz del techo, vio la punta de una nube blanca deslizarse entre los barrotes del ventanuco que había encima de su cabeza. Como en una maldita cárcel, pensó con amargura. Dirigió la mirada hacia el terminal de ordenador que había a su lado, centrándose en la pantalla de entrada de datos, que no dejaba de parpadear.

INSTITUTO ARQUEOLÓGICO DE SANTA FE
Registro de contexto / Base de datos de piezas
TW-1041
Pantalla 25
Yacimiento Nº________________
Ref.doc. yacimiento___________
Area/Sección_________________
Cuadro coord.________________
Plan Nº______________________
Código contexto______________
Adquisición Nº_______________
Nivel/Estrato_________________
Coord._______________________
Dis. trinomial_______________
Procedencia___________________
Fecha excav._________________
Registrado por_______________
Bolsa nivel__________________
Descripción de la pieza______
(4.096 caracteres máx.)

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