—¿Qué es la escoriación sobre yunque? —preguntó Nora.
—Un tipo muy específico de rasguños paralelos provocados cuando la cabeza se coloca sobre una piedra plana y se la golpea con fuerza con otra piedra, a fin de partirla en dos. Suelen aparecer en los cráneos de animales cuyos cerebros han sido extraídos como alimento.
De reojo Nora advirtió que Smithback estaba tomando notas afanosamente.
—Aún hay más —añadió Aragón—. Muchos de los huesos muestran lo siguiente. —Apresó un hueso más pequeño con los fórceps y lo acercó a la luz—. Echad un vistazo con esta lupa a los extremos rotos.
Nora los examinó bajo la lente de aumento.
—No veo nada raro, salvo quizá ese débil brillo en las puntas rotas, como si hubieran utilizado el hueso para curtir pieles o algo así.
—Pues no lo emplearon para curtir pieles. Ese brillo ha sido denominado «pulimento de cazuela».
—¿Pulimento de cazuela? —susurró Nora mientras notaba cómo el miedo crecía en su interior.
—Sólo aparece en los huesos que se cuecen en una rudimentaria cazuela de cerámica durante largo rato, sin dejar de remover. —Les miró y aclaró, de forma innecesaria—: Como cuando preparas una sopa.
Aragón recurrió de nuevo a la cafetera, pero se la encontró vacía.
—¿Estás diciendo que cocinaban a la gente y luego… se la comían? —exclamó Holroyd.
—¡Pues claro que es eso lo que está diciendo! —le espetó Black—. Pero no he encontrado ni un solo resto de huesos humanos en el vertedero, sino un montón de huesos de animales que sin duda habían sido consumidos como alimento.
Aragón no respondió.
Nora apartó la mirada de él y la dirigió hacia el cañón. El sol se elevaba por encima de la cordillera, tiñendo de dorado el borde de los precipicios mientras sumía el valle en un claroscuro propio de una obra de Magritte. Sin embargo, ahora el hermoso desfiladero sólo le provocaba aprensión.
—Todavía no he terminado —susurró Aragón.
Nora se volvió hacia él e inquirió:
—¿Aún hay más?
Aragón hizo un gesto de asentimiento y dijo:
—No creo que la cripta que encontrasteis fuese un enterramiento.
—Parecía una ofrenda —señaló Nora.
—Sí —convino Aragón—, pero en realidad se trata de un sacrificio, ni más ni menos. Por las marcas de los esqueletos, parece que los dos individuos fueron desmembrados, es decir, descuartizados; la carne fue cocida o asada y seguramente la colocaron en esos dos cuencos que encontrasteis. Había pequeños fragmentos de una sustancia marrón y polvorienta mezclada con los huesos; no hay duda de que se trata de los trozos de carne momificados que se había desprendido del hueso.
—¡Qué asco…! —exclamó Smithback sin dejar de escribir.
—También les arrancaron la cabellera, les trepanaron el cráneo, les extrajeron los sesos y prepararon con ellos una especie de… ¿cómo se dice…? Una compota, una
mousse,
condimentada con chiles. Encontré la…sustancia colocada en el interior de cada una de las calaveras.
Como si de una broma macabra se tratara, el cocinero eligió ese momento para salir de su tienda de campaña, cerró la cremallera con meticulosidad y luego se acercó al fuego.
Black parecía muy nervioso.
—Enrique, eres la última persona que habría imaginado capaz de sacar unas conclusiones tan precipitadas y alarmantes. Existen montones de razones para explicar la escoriación y el pulimento de los huesos y que nada tienen que ver con el canibalismo.
—Eres tú quien está utilizando el término «canibalismo» —repuso Aragón—. He decidido reservar mis conclusiones por el momento. Sólo estoy contando lo que he descubierto.
—Pero todo cuanto has dicho apunta a esa conclusión —intervino Black—. Esto es del todo irresponsable. Los anasazi eran un pueblo pacífico y agrícola. Nunca ha habido pruebas de que realizasen prácticas caníbales.
—Eso no es cierto —corrigió Sloane en un susurro, inclinando el cuerpo hacia adelante—. Varios arqueólogos han publicado diversas teorías sobre la existencia de prácticas antropófagas entre los antiguos amerindios. Y no sólo entre los anasazi. Por ejemplo, ¿cómo explicas lo de Awatovi?
—¿Awatovi? —repitió Black—.¿Te refieres al poblado hopi destruido en 1700?
Sloane asintió con la cabeza.
—Después de que los habitantes de Awatovi fuesen convertidos al cristianismo por los españoles, los pueblos indios vecinos los aniquilaron. Sus huesos se encontraron hace treinta años y mostraban la misma clase de marcas que Aragón ha encontrado aquí.
—Puede que sufrieran una hambruna —apuntó Nora—. Hay multitud de ejemplos de canibalismo por períodos de hambruna en nuestra propia cultura. Además, en cualquier caso, nos hallamos muy lejos de Awatovi, y este pueblo no está relacionado con los hopi. Si lo de aquí fue canibalismo, fue un canibalismo ritualizado a gran escala, casi institucionalizado. Muy parecido a… —Se interrumpió y miró a Aragón.
—Muy parecido al de los aztecas —añadió el científico—. El doctor Black ha dicho que el canibalismo anasazi es imposible, pero no el azteca. El canibalismo entendido no como fuente de alimento, sino como instrumento de control social para infundir terror.
—¿Adonde quieres llegar? —preguntó Black—. Esto es Estados Unidos, no México. Estamos excavando un yacimiento anasazi.
—¿Un yacimiento anasazi con una clase dominante? ¿Un yacimiento anasazi protegido por un dios con un nombre como Xóchitl? ¿Un yacimiento anasazi que posee auténticos mausoleos llenos de flores? ¿Un yacimiento anasazi que puede o no mostrar signos de canibalismo ritual? —Aragón meneó la cabeza con escepticismo—. También he realizado pruebas forenses en los cráneos tanto de la pila superior como del montón inferior del osario. Las diferencias en las estructuras craneales y las variaciones en las incisiones indican que los dos grupos de esqueletos pertenecen a dos pueblos completamente distintos. Los esclavos anasazi debajo y los amos aztecas encima. Absolutamente todas las pruebas que he encontrado en Quivira demuestran una cosa: un grupo de aztecas, o mejor dicho, de sus predecesores los toltecas, invadieron la civilización anasazi alrededor del año 950 después de Cristo, y se establecieron aquí como una nobleza sacerdotal. Tal vez fueron incluso los responsables de los grandes proyectos arquitectónicos del Chaco y los demás asentamientos.
—Nunca había oído nada tan absurdo —repusoBlack—. Nunca ha habido ningún signo de influencia azteca sobre los anasazi, conque no digamos hablar de esclavitud. Esa teoría va en contra de cien años de estudios académicos…
—Espera —lo interrumpió Nora—. No nos precipitemos descartándola. Nadie ha encontrado nunca una ciudad como ésta, y esa teoría explicaría un montón de cosas. La extraña ubicación de la ciudad, por ejemplo. Los peregrinajes anuales que descubriste.
—Y el cúmulo de riquezas… —añadió Sloane con tono casi inaudible, como si estuviera hablando para sí—. Puede que la palabra «comercio» con los aztecas no haya sido la palabra correcta. Fueron unos invasores extranjeros que establecieron una oligarquía y conservaron el poder a través de rituales religiosos y sacrificios caníbales propiciatorios.
Cuando Smithback se disponía a realizar una pregunta, se oyó un disparo lejano. El grupo se volvió al unísono hacia el lugar de donde procedía el estallido. Roscoe Swire estaba corriendo por el cañón, apartandof renéticamente los arbustos a medida que se acercaba al campamento.
Se detuvo en seco al llegar junto a ellos, empapado de pies a cabeza por el agua del arroyo y con la respiración entrecortada. Nora lo miraba horrorizada; su pelo mojado chorreaba un agua sanguinolenta y llevaba la camisa manchada de rojo.
—¿Qué pasa? —le preguntó Nora.
—Nuestros caballos… —respondió Swire, jadeando—. Alguien los ha destripado.
N
ora levantó la mano para acallar el clamoroso aluvión de murmullos que se sucedieron.
—Roscoe —dijo—, explícanos qué ha pasado exactamente.
Swire se sentó junto al fuego, jadeando todavía por el esfuerzo de su carrera por el cañón y haciendo caso omiso de un corte en el brazo que sangraba profusamente.
—Me levanté hacia las tres de la madrugada, como de costumbre, y llegué al lugar donde solían pacer los caballos a las cuatro. Supuse que la recua se había desplazado hacia el extremo norte del valle en busca de hierba, pero cuando los encontré descubrí que estaban empapados en sudor. —Hizo una pausa y añadió—. Pensé que quizá los había perseguido un puma, y me di cuenta de que faltaban dos caballos. Entonces los vi…bueno, lo que quedaba de ellos.
Hoosegow
y
Cuervo
, destripados como si fueran… —Su rostro se nubló—. Cuando agarre a los hijos de puta que han hecho esto…
—¿Qué te hace pensar que no ha sido obra de animales depredadores o algo así? —preguntó Aragón.
Swire meneó la cabeza.
—Lo han hecho con una precisión científica. Les rajaron el vientre, les sacaron las entrañas y… —Volvió a interrumpirse.
—¿Y?
—Las dejaron al aire libre como si fuera una exposición.
—¿Qué? —exclamó Nora bruscamente.
—Les sacaron las entrañas y las colocaron en el suelo formando una espiral. También les habían metido palos con plumas en los ojos, —agregó quedamente—. Y había más cosas.
—¿Algún rastro?
—No vi huellas de ninguna clase. Deben de haberlo hecho desde la grupa de un caballo.
Tras la mención de las espirales y las plumas en los ojos, Nora era incapaz de hablar.
—Oh, vamos —intervino Smithback—. Nadie puede haber hecho eso a lomos de un caballo.
—¡Pues no hay otra explicación! —le espetó Swire—. Ya te lo he dicho, no he visto ninguna huella, pero… —Hizo una nueva pausa—. Ayer por la tarde, cuando estaba a punto de dejar a los caballos para ir a dormir, me pareció ver a un jinete en lo alto de la cordillera. Un hombre sobre un caballo, inmóvil allí arriba, mirándome.
—¿Por qué no nos lo dijiste? —inquirió por finNora.
—Creía que era un producto de mi imaginación, un espejismo provocado por la puesta de sol. Desde luego, no esperaba ver otro caballo ahí, en esa jodida cordillera. ¿Quién diablos podía haber ahí arriba?
Eso mismo me pregunto yo, pensó Nora, mientras una intensa sensación de desesperación se apoderaba de ella. A lo largo de los días anteriores, poco a poco había ido convenciéndose de que había dejado atrás las extrañas apariciones del rancho. Sin embargo, aquella seguridad estaba disipándose súbitamente. Puede que, pese a todas sus precauciones, los hubiesen seguido, pero ¿quién podía tener la capacidad, o la determinación desesperada, de seguir su rastro a través de un paisaje tan árido y hostil?
—Es una región arenosa y seca —prosiguió Swire, cuya expresión sombría había dado paso a una nueva determinación en su rostro—. No pueden esconder un camino ahí para siempre. Sólo he venido para deciros que voy por ellos. —Se puso en pie de un salto y se metió en su tienda.
En el silencio inmediato, Nora oyó el ruido del metal y de las balas mientras Swire las colocaba en la recámara. Al cabo de un momento, el vaquero volvió a salir, con un rifle colgado a la espalda y un revólver enfundado a la cintura.
—Espera un momento, Roscoe —dijo Nora.
—No intentes detenerme —replicó Swire.
—No puedes marcharte así, sin más —repuso ella con severidad—. Vamos a hablar de esto.
—Hablar contigo sólo trae problemas.
Bonarotti se dirigió a su armario y empezó a llenar una pequeña bolsa con comida.
—Roscoe —intervino Sloane—, Nora tiene razón. No puedes largarte de esta forma…
—Tú cierra el pico. No voy a permitir que dos mujeres me digan qué tengo que hacer con mis propios caballos.
—Bueno, ¿y si te lo dice un solo hombre? —dijo Black—. Esto es una temeridad. Podrías resultar herido o algo peor.
—Ya estoy harto de esta discusión —contestó Swire. Aceptó la pequeña bolsa que le ofrecía Bonarotti, la ató a su impermeable y se la echó a la espalda.
Mientras Nora lo observaba, todo su miedo y su decepción ante los nuevos acontecimientos se transformó en rabia; rabia hacia cualquier cosa que se empeñase en acabarar con la expedición, que en su dia había empezado tan bien, rabia hacia Swire por comportarse de aquella manera.
—¡Swire, escúchame de una puta vez! —exclamó.
Se produjo un silencio sepulcral. Swire, momentáneamente confuso, se volvió para mirarla a la cara.
—Escucha —insistió Nora, consciente de que el corazón le latía con fuerza y de que hablaba con la voz alterada—, tienes que recapacitar. No puedes largarte así sin más, sin un plan, a matar a alguien.
—Tengo un plan —aseguró el vaquero—. Y no me hace ninguna falta recapacitar. Voy a encontrar al cabrón hijo de puta que…
—Muy bien —convino Nora, interrumpiéndole—, pero no eres tú la persona que va a ir por él.
—¿ Ah, no? —La expresión de Swire se transformó en un gesto de desdeñosa incredulidad—. ¿Y quién sino va a hacerlo?
—Yo misma. —Swire abrió la boca para hablar—.Piénsalo un momento —añadió Nora presurosamente—. Él, o ellos, o quienquiera que fuese, mataron dos caballos. No lo hicieron porque estuvieran hambrientos ni por diversión, sino para enviar un mensaje. ¿No te dice eso algo? ¿Qué pasa con los demás caballos?¿Qué crees que va a sucederles mientras tú estás fuera en tu partida de linchamiento particular? Ésos son tus animales y tú eres la única persona que los conoce lo suficiente para garantizar su seguridad hasta que todo esto se resuelva.
Swire apretó los labios y se pasó un dedo por el bigote.
—Otra persona puede vigilar los caballos mientras yo estoy fuera.
—¿Como quién?
Swire no respondió enseguida.
—Tú no tienes idea de cómo se hace un rastreo —adujo.
—Pues da la casualidad de que te equivocas, porque sí la tengo. Cualquiera que se haya criado en un rancho sabe algo sobre cómo rastrear. He buscado un montón de vacas perdidas en mis tiempos. Puede que no lo haga tan bien como tú, pero tú mismo lo dijiste hace un momento: en esta región arenosa no puede ser muy difícil seguir un rastro. —Se inclinó hacia él—. El hecho es que si alguien tiene que ir, ésa soy yo. Tanto la labor de Aaron como la de Sloane y Enrique son esenciales aquí ,y tú eres vital para los caballos. Luigi es nuestro único cocinero y Peter no tiene suficiente experiencia como jinete. Además, lo necesitamos para las comunicaciones.