La cicatriz (76 page)

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Authors: China Miéville

Tags: #Ciencia Ficción, #Fantasía

BOOK: La cicatriz
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—Dioses. Dioses. Dioses. Dioses.

Era la voz de Carrianne. Bellis volvió la cabeza y vio con los ojos borrosos el rostro de su amiga sobre ella, mirándola, encogida, mordiéndose el labio mientras le ponía la crema.

¿Qué ocurre?
, trató de decir, mientras por un segundo se le ocurría que quizá su amiga hubiera sido herida, pero entonces se dio cuenta, por supuesto, de lo que ocurría y no pudo sofocar un pequeño sollozo que se le despertó dentro.

La siguiente vez que abrió los ojos, Carrianne y Johannes se encontraban allí, bebiendo té y hablando con aire incómodo junto a su cama.

Era de noche. A Bellis se le había aclarado la cabeza.

Johannes se sobresaltó al ver que se movía.

—Bellis, Bellis —le dijo Carrianne con dulzura—. Por el amor de los dioses, chica… ¿qué te han hecho?

Estaba horrorizada. Bellis le estaba muy agradecida por sus cuidados pero no iba a explicarle lo de sus heridas.

—No quiere hablar de ello —dijo Johannes con nerviosismo. Parecía genuinamente preocupado pero también incómodo—. Quiero decir, ya ves que… estaba en el lado equivocado de… Lo más probable es que tenga suerte de seguir con vida.

—Por los dioses, Bellis —dijo Carrianne, furiosa—. ¿A quién coño le importan
ellos
? —el ademán de su brazo estaba lleno de autoridad—. Dinos, ¿por qué te han hecho esto?

Bellis no pudo evitar esbozar una sonrisa.
Él tiene razón
, pensó, mientras levantaba la mirada ojerosa hacia Johannes.
Por muy pusilánime y cobarde que sea y por muy magnífica y valiente y leal hacia mí (los dioses saben por qué) que seas tú, Carrianne, él tiene razón en esto. Deberíais salir de aquí. Os guste o no, os ayudaré a hacerlo. Os lo debo
.

—¿Conseguiste encontrarlo, entonces? —logró decir.

—Carrianne ha demostrado una insistencia asombrosa —dijo Johannes—. Me hizo llegar un mensaje.

Bellis se incorporó levemente en su cama y mantuvo el semblante sereno a pesar de los movimientos de su piel hecha jirones.

—Tengo que hablar con vosotros —dijo, con voz cada vez más fuerte. Sacudió la cabeza con lentitud—. He estado… la pasada semana… he estado sola. Y… y todo ha cambiado a nuestro alrededor. Debéis de haberlo notado. Pero yo sé lo que es, yo sé lo que está pasando.

Cerró los ojos y guardó silencio durante varios segundos.

—¿Sabéis dónde estamos? —dijo por fin—. ¿Sabéis en qué aguas hemos entrado?

Carrianne y Johannes se miraron y luego se volvieron hacia ella.

—En el Océano Oculto —dijo Carrianne con voz cauta. Bellis logró esbozar una leve sonrisa.

—Exacto —dijo.
Malditos seáis todos
, pensó.
No necesito a ese cabrón traidor de Fennec. Lo conseguiré yo sola
—. ¿Y sabéis adónde nos dirigimos? —volvió a hacer una pausa y en el silencio que siguió, habló Johannes.

—A la Cicatriz —dijo, y a Bellis se le secaron las palabras en la garganta. Se le quedó mirando, vio que él la observaba con preocupación y confusión, miró a Carrianne, quien asintió.

—La… Cicatriz —se oyó decir Bellis, toda titubeos y estupidez. No era una revelación sino un absurdo eco.

Habían acabado con ella. Habían ganado. No le quedaba nada, nada en absoluto.

Después de que Johannes se marchara, Bellis y Carrianne permanecieron despiertas hasta tarde, hablando. Carrianne se lo contó todo.

Qué semana
, no dejaba de pensar Bellis, con una absurda simpleza,
qué semana he ido a perderme
.

Los Amantes lo habían anunciado.

No podía ocultarse a los pilotos y capitanes y nauscopistas de Armada que el agua y el aire estaban cambiando. No había manera de disfrazar las corrientes entrelazadas, las fuerzas ocultas que discurrían bajo la superficie, contrarias a las olas. Las brújulas se habían vuelto locas y perdían el norte durante minutos enteros. Los vientos eran completamente impredecibles.

Al avanc, por supuesto, estas fuerzas le traían sin cuidado. Seguía su curso mucho más abajo, arrastrando la ciudad tras de sí.

Se habían sucedido rumores de toda laya, pero había demasiados marinos experimentados en la ciudad como para que la verdad pudiera ocultarse. El avanc, dirigido por los pilotos de Anguilagua, estaba llevando Armada en dirección al Océano Oculto. Sobre el cual, según parecía, todo cuanto se contaba era cierto.

Y entonces, el Dikhan 6 del Cuarto de Carne, los Amantes habían celebrado una serie de asambleas por toda Anguilagua y los paseos aliados.

—El Amante es un orador cojonudo —dijo Carrianne—. Yo lo escuché en Libreros. «Cuando llegué aquí no era nada», dijo. «Y empecé a hacerme a mí mismo y esa obra fue coronada por mi Amante, quien me hizo a mí e
hizo esta ciudad
», todo esto con la voz temblorosa. «¿Y acaso no le hemos dado
poder
a Armada?». A la gente le encantó. Porque era cierto, ¿sabes? Han sido grandes años, de buena cosechas y mucho botín. Y la
Sorghum
… No estabas aquí cuando eso ocurrió, ¿verdad? No estabas aquí cuando se la llevaron —Carrianne sonrió y sacudió la cabeza en un gesto de aprecio—. Él nos ha convertido en una potencia, para qué negarlo. Y luego el jodido avanc…

—Pensé que eras leal a Otoño Seco —dijo Bellis y Carrianne asintió con fuerza

—Y lo soy, pero lo que digo es que… creo que el Brucolaco podría estar… equivocado con respecto a sus planes. Quiero decir… todo encaja.

Hay una fuente de energía, le había dicho el Amante a las multitudes, en el extremo del mundo. Un lugar asombroso: una grieta por la que grandes oleadas de poder penetran en nuestra realidad. Un hombre de Armada tiene la prueba, dijo el Amante, y sabe cómo absorber ese poder. Pero durante muchos años fue imposible alcanzarlo.

Hay una bestia, les había dicho el Amante: un ser de una naturaleza asombrosa, un animal que de tanto en cuanto penetra en Bas-Lag. Y Armada había acogido a cierto hombre famoso que podía saber cómo atrapara a tal animal.

La mujer que me hizo a mí, había bramado el Amante mientras señalaba a la Amante, se dio cuenta de que el segundo hecho significaba que el primero era factible.

Al otro extremo del Océano Oculto (había dicho el Amante) se encuentra la fuente de ese poder. Pero ningún barco ha cruzado el Océano Oculto, dicen. Amigos… (había extendido los brazos en gesto triunfante, tal como Carrianne hacía ahora frente a Bellis), el avanc no es ningún barco.

Y así, se dio cuenta Bellis, el Amante había admitido la verdad que le habían ocultado a la ciudad durante años, los planes que ya estaban trazados cuando habían contratado a Tintinnabulum, robado la
Sorghum
, viajado hasta la isla de los anophelii, llamado al avanc. Había admitido la verdad sobre esos planes y lo había hecho de tal manera que, no sólo no lo habían lapidado por sus manipulaciones y sus mentiras, sino que lo habían cubierto de aplausos.

Podemos atravesar el Océano Oculto
, había gritado en medio del fervor de las multitudes.
Podemos saquear la Cicatriz
.

—Fue en ese momento cuando supimos el nombre.

—Pero hay tantas incertidumbres… —dijo Bellis y Carrianne asintió.

—Por supuesto.

—Los barcos, la flota… —y Carrianne volvió a asentir.

—Algunos de ellos ya están amarrados a la ciudad. Y si los demás no son capaces de seguirnos, no pasa nada. Nuestros barcos siempre han navegado solos durante meses enteros y siempre encuentran el camino de regreso. Los que nos siguen ahora mismo ya saben lo que ocurre y los que no, vaya, no es nada nuevo. La ciudad siempre se ha movido por sí sola. No vamos a desaparecer en el Océano Oculto, Bellis, no venimos para quedarnos… Venimos a buscar la Cicatriz y luego marcharnos.

—¿Pero qué clase de lugar es ése? —dijo Bellis con un hilo de voz—. No tenemos ni idea de lo que hay allí, qué clase de poderes, qué criaturas, qué enemigos…

Carrianne frunció el ceño y sacudió la cabeza.

—Todo eso es cierto —dijo—. Ya entiendo —se encogió de hombros—. Estás en contra del plan. Muy bien, no eres la única. Hay un barco que sale dentro de dos días, creo y que regresa al Océano Hinchado, tripulado por todos los disidentes, para esperar allí al regreso de la ciudad. Pero… —se le apagó la voz. Las dos se dieron cuenta de que Bellis era una de esas personas a las que nunca se permitiría salir de la ciudad— la mayoría de nosotros piensa que merece la pena intentarlo.

—En absoluto —dijo Carrianne en voz baja, un poco más tarde—. Confío en el Brucolaco y estoy segura de que tiene buenas razones para oponerse al plan. Pero pienso que se equivoca. Estoy excitada, Bellis —dijo—. ¿Por qué deberíamos no hacerlo? Podría ser… podría ser el momento más asombroso, la hora más importante de nuestra historia. Tenemos que intentarlo.

Bellis sentía algo que no reconoció al principio. No depresión, ni miseria, ni cinismo sino desesperación. La sensación de que todas las ideas, todas las posibilidades estaban muriendo.

He perdido
, pensó sin la menor sombra de melodrama o incluso rabia.

Carrianne no era ninguna idiota con el cerebro lavado, ni una persona irreflexiva y que se dejase manejar por la retórica. Había oído los argumentos —por muy parciales y partisanos que sin duda hubieran sido—. Debía de haberse dado cuenta de que aquellos planes llevaban mucho tiempo en marcha y de que por consiguiente ella y todos cuantos la rodeaban habían estado engañados.

Y sin embargo, a pesar de todo ello, había decidido que el plan de los Amantes era bueno. Merecía la pena.

Eso ha sido un truco rastrero
, se dijo Bellis pensando en los Amantes.
Un golpe bajo. No lo había previsto
.

Mentiras, ardides, manipulaciones, sobornos, violencia, corrupción, todo esto lo había esperado. Pero nunca esperé que lo sometierais a discusión y que ganaseis
.

Pensó por un momento fugaz en el proyecto de panfleto de Fennec y movió los hombros en una especie de pantomima de risa.
¡La Verdad!
, imaginó.
¡Anguilagua arrastra a Armada hacia LA CICATRIZ!

La Verdad
.

Vosotros ganáis
, se dijo y abandonó toda esperanza.
Estaré aquí hasta el día de mi muerte. Me haré vieja aquí, una anciana gruñona presa en un barco y me rascaré las cicatrices de la espalda (dioses, deben de ser horribles) y farfullaré y me quejaré. O quizá muera, con el resto de vosotros y vuestros gobernantes en algún estúpido y terrible accidente en el Océano Oculto
.

Sea como sea, soy vuestra, os guste o no. Habéis ganado
.

Me estáis llevando con vosotros. Me estáis llevando a la Cicatriz
.

42

Donde había habido una sombra durante muchísimo tiempo, se veía ahora el cielo.

El
Arrogancia
había desaparecido.

El muñón de un cabo yacía en la cubierta, allí donde la aeronave había estado amarrada al
Grande Oriente
. Lo habían cortado y el aeróstato había volado libre.

—Hedrigall —escuchó decir Bellis a su alrededor. Se encontraba entre la multitud que se había reunido allí y miraba boquiabierta el agujero abierto en el paisaje. Los alguaciles habían hecho vanos intentos por mantener a raya a los mirones pero habían desistido al comprobar su número.

Bellis podía moverse ahora con más libertad. Todavía se encogía cuando la tocaban en la espalda pero había dejado de sangrar. Algunas de las costras más pequeñas estaban empezando a pelarse por los bordes. Se situó en un extremo de la multitud.

—Hedrigall… y estaba solo —todo el mundo lo estaba diciendo.

Conforme Armada se iba adentrando en el Océano Oculto, sus navíos tenían cada vez mayores dificultades para seguirla. Iban en pos de su estela como patitos ansiosos y algunos de los que estaban amarrados a sus extremos apagaron los motores y se dejaron llevar por el avanc.

El segundo día después de la dolorosa y reveladora conversación con Carrianne, los barcos y sumergibles que seguían en la órbita de Armada habían dado la vuelta. Ya no podían seguir combatiendo al Océano Oculto. Formaron lo mejor que pudieron bajo aquellos vientos desconcertantes un convoy nervioso y pusieron rumbo al sur. Permanecerían juntos por protección y para llevarse unos a otros de regreso al Océano Hinchado, con sus aguas más seguras y comprensibles, donde esperarían.

La ciudad volvería a buscarlos dentro de un mes, o dos a lo sumo.

¿Y después de eso? ¿Y si Armada no había regresado? Bien, en ese caso tendrían que considerarse libres. Aquella dispensa se concedió después de un momento de reflexión y sus implicaciones no fueron discutidas.

Desde su ventana, Bellis había asistido a la retirada de los barcos de Armada. Quedaban otros, encadenados ahora como lapas a los flancos de la ciudad o resguardados en los muelles de Basilio y de la Espina del Erizo. Se agolpaban con aire aprensivo, rodeados por las embarcaciones que formaban los muelles y dársenas, pero estaban atrapados. Habían demorado demasiado su marcha y ahora no podían más que mecerse de un lado a otro, amarrados como si estuvieran cargando o descargando, y esperar.

Los armadanos nunca habían visto su ciudad sin su nimbo de barcos. Se habían reunido en los márgenes de la urbe para contemplar el mar vacío. Aquella vaciedad los había doblegado. Pero ni siquiera los muchos acres de agua vacante resultaban tan perturbadores como la aeronave desaparecida.

Nadie había visto nada, nadie había oído nada. El
Arrogancia
se había escabullido en secreto. Para Anguilagua era una perdida apabullante.

¿Cómo es posible?, se preguntaba la gente. El dirigible era inservible y se sabía que Hedrigall era absolutamente leal.

—Tenía dudas —le dijo Tanner a Shekel y Angevine—. Me lo dijo.
Era
leal, de eso no hay duda, pero nunca creyó que el asunto del avanc fuera bueno para la ciudad. Supongo que lo de la Cicatriz fue aún peor pero nadie lo escuchaba.

La huida de Hedrigall le había horrorizado. Lo hería. Pero ponía sus pensamientos en palabras, tratando de ver las cosas tal como las veía su enigmático amigo.
Debe de haberse sentido atrapado
, pensaba.
Después de haber vivido tantos años aquí, de pronto ve que las cosas empezaban a hacerse de otra manera. Ya no pertenece a Dreer Samher y si pensó que tampoco pertenecía aquí… ¿Qué iba a hacer?

Imaginó a Hedrigall arreglando los motores estropeados del
Arrogancia
en las horas libres que pasaba allí. Todo el mundo sabía que Hedrigall era un solitario que pasaba a bordo del dirigible más tiempo del que le debía a sus obligaciones. ¿Habría desatornillado las vigas de las aletas del
Arrogancia
? ¿Probado los pistones que llevaban décadas sin moverse?

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