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Authors: Kevin J. Anderson Brian Herbert

Tags: #Ciencia Ficción

La Casa Corrino (45 page)

BOOK: La Casa Corrino
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La hermana Cristane, sentada sobre una almohadilla orgánica dentro de su refugio de nieve, meditaba sobre su situación. Un globo de luz azul fría flotaba bajo el techo. Vestía una chaqueta sintética naranja con capucha, pantalones ceñidos y botas gruesas.

Era tan solo su primer día en la montaña, lejos del lugar donde se había estrellado el crucero…, lejos de todo. Para mantenerse en plena forma física y mental, debía someterse con regularidad a excursiones en las condiciones más extremas, para poner a prueba su capacidad de sobrevivir a los elementos.

Antes del amanecer, había empezado a ascender el monte Laojin, de seis mil metros de altitud. Llevaba consigo una mochila pequeña, provisiones mínimas y su ingenio. Una típica prueba Bene Gesserit.

Un inesperado cambio de tiempo la había sorprendido en una morena sembrada de rocas, sobre la cual se elevaban riscos cubiertos de nieve, en los que podía producirse una avalancha de un momento a otro. Cristane había excavado una cueva de nieve, para luego refugiarse en su interior con el equipo que llevaba. Podía manipular su metabolismo para conservar el calor, incluso aquí.

Llevó a cabo una serie de ejercicios de relajación, y dejó que una capa de sudor cubriera su piel. Chasqueó los dedos dos veces y la luz se apagó, de manera que se sumió en una oscuridad espectral, blanca como la luna. La ventisca rugía en el exterior y arañaba su refugio.

Había tenido la intención de sumirse en un trance de meditación, pero de repente el estruendo de la ventisca se apaciguó, y oyó la inesperada vibración de un ornitóptero. Al cabo de escasos momentos, sonaron voces agitadas de mujeres, y alguien empezó a demoler la cueva.

El refugio quedó expuesto al gélido viento. Caras conocidas se asomaron.

—Deja tus cosas aquí —dijo una hermana—. La madre superiora quiere verte de inmediato.

La joven Bene Gesserit salió del refugio. El pico rocoso del monte Laojin estaba cubierto por una gruesa capa de nieve fresca. Un ornitóptero de grandes dimensiones aguardaba sobre una zona lisa, y caminó hacia él.

La madre superiora Harishka se asomó por la escotilla del tóptero y agitó los brazos a modo de saludo.

—Corre, pequeña. Te llevaremos al espaciopuerto a tiempo de que abordes el siguiente crucero.

Cristane subió, y el ornitóptero se elevó inmediatamente.

—¿Qué sucede, madre superiora?

—Una misión importante. —La mujer la miró con sus ojos almendrados—. Te enviamos a Ix. Ya hemos perdido a una agente allí, y ahora hemos recibido noticias preocupantes de Kaitain. Has de averiguar todo lo que puedas sobre las operaciones secretas de los tleilaxu y el emperador.

Harishka apoyó una mano reseca y arrugada sobre la rodilla de la joven.

—Descubre la naturaleza del Proyecto Amal, sea lo que sea.

La hermana Cristane, arropada por un trance protector que reducía su metabolismo al mínimo, iba acurrucada en el interior de un contenedor de vertidos que atravesó la atmósfera de Ix en dirección a la superficie, acompañado por un desfile de explosiones sónicas. Todo había sucedido muy rápido.

Una especialista en maquillaje Bene Gesserit la había seguido hasta el crucero, donde la disfrazaron de hombre, pues nadie había visto una hembra tleilaxu. Además, antes de sumirse en un ominoso silencio, la espía Miral Alechem había informado de la desaparición de mujeres ixianas en el planeta industrial controlado por los tleilaxu.

La joven, gracias a un aparato electrónico, desvió el contenedor de su ruta varios kilómetros. Después de resbalar sobre un prado alpino y detenerse por fin, salió, cerró el vehículo y se colgó a la espalda la mochila, que contenía armas, comida y equipo de supervivencia para climas cálidos.

Gracias a lentillas infrarrojas, consiguió entrar por un pozo de ventilación. Ciñó el mecanismo ingrávido a su cinturón, se introdujo y cayó, sin saber a dónde conducía el pozo. En la oscuridad, se fue internando en las entrañas de la corteza planetaria.

Por fin, con los nervios y los reflejos al límite de su resistencia, aterrizó en el mundo subterráneo. Estaba abandonada a su suerte.

Distinguió con facilidad a los ixianos, antes tan orgullosos, de los suboides entre la población sometida, los amos tleilaxu y los soldados Sardaukar. Los verdaderos ixianos hablaban poco entre sí, mantenían la vista gacha y arrastraban los pies.

Durante dos días, exploró los angostos túneles de comunicación y reunió información. Al cabo de poco, la eficiente Cristane había trazado un plano mental del sistema de circulación de aire de la ciudad, al tiempo que descubría antiguos sistemas de seguridad, la mayoría de los cuales ya no eran operativos. Se preguntó dónde estaría la hermana Miral Alechem. ¿Habrían matado a la anterior espía Bene Gesserit?

Una noche, Cristane vio que un hombre de pelo negro robaba paquetes en un muelle de carga que no estaba iluminado, y los ocultaba en un respiradero obturado. Si bien utilizaba lentes infrarrojas, a Cristane se le antojó extraordinario que pudiera moverse sin luz. El hombre conocía muy bien la zona, lo cual daba a entender que había pasado mucho tiempo allí.

Mientras la furtiva figura apilaba paquetes, Cristane la estudió con detenimiento y detectó sutilezas. El ixiano caminaba con aire decidido, aunque cauteloso. Cuando se acercó a donde ella estaba escondida, Cristane utilizó el poder de la Voz y susurró desde la oscuridad.

—No te muevas. Dime quién eres.

Paralizado por el tono, C’tair Pilru no pudo escapar. Aunque se esforzó por mantener la boca cerrada, sus labios se movieron como si poseyeran voluntad propia. Dijo su nombre en voz baja y nerviosa.

Su mente daba vueltas mientras analizaba las posibilidades. ¿Era un guardia Sardaukar, o un investigador de seguridad tleilaxu? Lo ignoraba.

Oyó una voz suave, y notó el aliento cálido de alguien en su oído.

—No me tengas miedo. Aún no. Una mujer.

La hermana le obligó a revelar la verdad. C’tair habló de los años dedicados a la resistencia, de su amor por Miral Alechem, de su captura por los malvados tleilaxu…, y de la inminente llegada del príncipe Rhombur. Cristane intuyó que C’tair tenía más cosas que decir, pero sus palabras concluyeron en un largo silencio.

Por su parte, el ixiano notó que una mujer desconocida deambulaba a su alrededor, pero no podía verla, y él era incapaz de moverse. ¿Hablaría de nuevo, o sentiría que un cuchillo atravesaba sus costillas y su corazón?

—Soy la hermana Cristane, de la Bene Gesserit —dijo por fin la mujer.

C’tair percibió que se liberaba de las esposas mentales. A la luz de un vehículo de superficie que pasaba, se quedó sorprendido al ver a un hombre esbelto de pelo oscuro corto. Un disfraz.

—¿Desde cuándo se preocupa la Hermandad por Ix? —preguntó.

—Has hablado con elocuencia de Miral Alechem. Ella también era una hermana.

C’tair apenas pudo creerlo. En la oscuridad, tocó su brazo.

—Ven conmigo. Te llevaré a un sitio seguro.

La guió por la ciudad, tan hermosa en otro tiempo. A la tenue luz de la noche artificial, el cuerpo nervudo de Cristane exhibía pocas curvas femeninas. Podría pasar por un hombre si era cauta.

—Me alegro de que hayas venido —dijo C’tair—, pero temo por tu vida.

69

Un amigo ignorante es peor que un enemigo ilustrado.

A
BU
H
AMID
AL
G
HAZALI
,
Incoherencia de los filósofos

Lady Anirul, que caminaba sola por el pasillo, en un intento de escapar a las persistentes atenciones de la hermana Galena Yohsa, se topó con el conde Hasimir Fenring cuando este dobló la esquina a paso vivo.

—Mmmm, perdonad, mi señora. —Cuando miró a la esposa del emperador, advirtió su estado de debilidad—. Me alegro de veros recuperada. Estupendo, estupendo. Me enteré de vuestra enfermedad, ummm, y de que vuestro marido estaba muy preocupado.

A Anirul nunca le había caído bien aquel hombrecillo untuoso. De pronto, un coro de voces mentales la alentó, y ya no pudo reprimir más sus sentimientos.

—Tal vez podría tener un marido de verdad si no os entrometierais tanto, conde Fenring.

El hombre se encogió, sorprendido.

—¿Qué queréis decir, ummm? Paso casi todo el tiempo alejado de Kaitain, por asuntos de negocios. ¿Cómo podría entrometerme?

Sus grandes ojos se entornaron, y la analizó a fondo. Anirul, guiada por un impulso, decidió continuar la esgrima verbal, para ver su reacción y averiguar más sobre él.

—En tal caso, habladme del Proyecto Amal y los tleilaxu. Y de Ix.

La cara de Fenring enrojeció apenas.

—Temo que debéis de haber sufrido una recaída. ¿Queréis que llame a un médico Suk?

La mujer lo fulminó con la mirada.

—Shaddam carece de la previsión y la intuición para trazar ese plan por sí mismo, de modo que ha de ser idea vuestra. Decidme, ¿por qué lo hacéis?

Aunque el conde parecía a punto de abofetearla, hizo un esfuerzo visible por contenerse. Al instante, Anirul adoptó una postura de combate sutil, un cambio apenas perceptible de sus músculos. Una patada bien dirigida podría destriparle.

Fenring sonrió, al tiempo que la estudiaba con más detenimiento. Por su convivencia con Margot, había aprendido a observar detalles sin importancia.

—Temo que vuestra información es incorrecta, señora, ¿ummm? —Si bien portaba un neurocuchillo en el bolsillo, Fenring deseó contar con un arma más poderosa. Retrocedió medio paso—. Con el debido respeto —añadió con el más sereno de los tonos—, tal vez mi señora imagina cosas.

Hizo una tensa reverencia y se alejó a toda prisa.

Mientras Anirul lo seguía con la mirada, el clamor de las voces aumentó dentro de su cráneo. Por fin, a través de una neblina de drogas, después de buscar durante tanto tiempo, la voz conocida de Lobia se impuso a las demás para reprenderla.

—Ha sido una reacción muy humana —dijo la Decidora de Verdad muerta—. Muy humana, y muy imprudente.

Mientras desaparecía en el laberinto de pasillos, Fenring valoró los daños. En estos tiempos inestables, la Hermandad podía minar de manera significativa la base del poder de Shaddam si se volvía en su contra.

Si el emperador cae, yo caeré con él.

Por primera vez, Fenring consideró que tal vez sería necesario asesinar a la esposa del emperador. Un lamentable accidente, por supuesto.

En la Sala de Oratoria del Landsraad, nobles y embajadores habían empezado a hablar sin ambages de revuelta. Representantes de las Casas Grandes y Menores hacían cola ante el estrado, donde gritaban con la cara congestionada o hablaban con frío rencor. La sesión de urgencia se prolongaba desde hacía una noche y casi todo el día siguiente, sin respiro.

Sin embargo, el emperador Shaddam no estaba preocupado en absoluto. Continuaba sentado impertérrito en el trabajado asiento reservado para él en la Gran Sala. Los nobles echaban chispas y hablaban entre ellos, malhumorados y alborotados. Aquel comportamiento grosero molestaba a Shaddam.

Estaba repantigado a sus anchas en la inmensa silla, con las manos bien cuidadas enlazadas sobre el regazo. Si la asamblea continuaba como había planeado, el emperador no tendría que pronunciar ni una palabra. Ya había ordenado la llegada de más tropas Sardaukar de Salusa Secundus, aunque dudaba que fueran necesarias para controlar aquella débil agitación civil.

Lady Anirul, algo recuperada de sus recientes episodios, pero todavía con aspecto aturdido, estaba sentada en una silla de menor dignidad, vestida con un hábito aba negro, tal como su marido le había exigido. A su lado se erguía la Decidora de Verdad imperial Gaius Helen Mohiam, con un hábito idéntico. Su presencia implicaba con elocuencia que la poderosa Hermandad todavía prestaba su apoyo a Shaddam. Ya era hora de que las brujas cumplieran sus deberes y promesas.

Antes de que se escucharan las protestas del Landsraad, los abogados de Shaddam intervinieron y argumentaron su caso, citaron precedentes y tecnicismos apropiados.

A continuación, un enviado de la Cofradía Espacial subió al estrado. La Cofradía había transportado las naves de guerra de Shaddam a Richese para que atacaran Korona, y defendían su decisión con precedentes legales. Gracias a la benevolencia de Shaddam, la Cofradía había recibido la mitad de la reserva de especia recuperada en Korona, y apoyaba a la Casa Corrino.

Shaddam escuchó el discurso con majestuoso aplomo.

El presidente de la CHOAM, un hombre encorvado y de barba gris, habló en segundo lugar con voz potente.

—La CHOAM apoya el derecho del emperador a defender el orden en el Imperio. La ley contra la acumulación de melange forma parte desde tiempo inmemorial del código imperial. Aunque muchos de vosotros os quejáis a voz en grito, todas las Casas lo saben.

Paseó la mirada por la sala, a la espera de alguna voz disidente, y después prosiguió.

—El emperador anunció en repetidas ocasiones que su intención era hacer cumplir la ley. No obstante, incluso después de la acción emprendida contra Zanovar por el mismo delito, Richese fue tan imprudente como para hacer caso omiso de la norma.

El presidente de la CHOAM señaló con un dedo a los delegados.

—¿Qué pruebas hay contra la Casa Richese? —gritó un noble.

—Tenemos la palabra de un emperador Corrino. Eso es suficiente. —El presidente de la CHOAM hizo una pausa significativa—. Además, en sesión privada, hemos visto imágenes de las reservas de Richese antes de que fueran confiscadas.

El presidente se dispuso a abandonar el estrado, pero luego retrocedió y añadió:

—La base legal del emperador es sólida, y no podéis censurarle para encubrir vuestros propios delitos. Si alguno de vosotros viola el edicto, tentáis la suerte. Es prerrogativa imperial utilizar cualquier medio necesario para mantener la estabilidad política y económica, apoyada por la ley.

Shaddam reprimió una sonrisa. Anirul le miró, y después desvió la vista hacia los levantiscos representantes del Landsraad.

Por fin, el chambelán Beely Ridondo hizo retumbar su vara sónica para pedir orden.

—Se abre oficialmente la sesión —anunció, mirando a los nobles—. Bien, ¿quién osa hablar contra las acciones del emperador?

Funcionarios de Shaddam se levantaron con rollos de pergamino y plumas, dispuestos a apuntar nombres. La implicación era clara.

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