Shaddam había pedido a propósito a Zum Garon que tomara imágenes de la propiedad arrasada de Tyros Reffa. Al ver la devastación, ya no sintió ninguna preocupación por el hijo bastardo de Elrood.
—De acuerdo con la ley imperial vigente, hemos confiscado una enorme reserva ilegal de especia. La Casa Taligari es culpable de crímenes contra el Imperio, de manera que su feudo sobre Zanovar ha pagado su último tributo.
Shaddam dejó que el público asimilara la estremecedora información. Olió el miedo de los nobles y embajadores.
El oscuro edicto imperial contra la acumulación ilegal de especia databa de milenios atrás. Al principio, se había aplicado tan solo al señor del feudo de Arrakis, para impedir que la Casa se apropiara ilícitamente de especia y burlara los impuestos imperiales. Más tarde, la acción del edicto se amplió, cuando algunos nobles amasaron fabulosas fortunas gracias a la manipulación de la melange acumulada, iniciaron guerras o utilizaron la especia para llevar a cabo acciones económicas y políticas contra otras Casas. Después de siglos de conflictos por culpa del problema, se exigió por fin a las Casas Grandes y Menores que colaboraran con la CHOAM. El Código Imperial utilizó un lenguaje específico, y detalló la cantidad de especia que podía poseer cualquier persona u organización.
Mientras las imágenes seguían desfilando, un solo globo de luz brillaba al pie del Trono del León Dorado. En el charco de luz, un pregonero imperial leyó una declaración preparada, para que Shaddam no tuviera que hablar.
—Sabed todos que el emperador Padishah Shaddam Corrino IV no tolerará más reservas ilegales de especia y hará cumplir el Código de la Ley Imperial. La CHOAM realizará auditorías de todas las Casas, Grandes y Menores, en colaboración con la Cofradía Espacial. Todos las reservas de especia ilegales que no se entreguen voluntariamente serán confiscadas, y los culpables castigados con severidad. Ved lo sucedido en Zanovar. Que sea una advertencia para todos.
A la tenue luz, Shaddam mantenía su expresión impenetrable.
Tomó nota del pánico que delataban los rostros de los representantes. Al cabo de pocas horas, volverían a toda prisa a sus planetas nativos para acatar la orden, temerosos de las represalias.
Que tiemblen.
Mientras continuaba el desfile de imágenes aterradoras, Anirul estudiaba a su marido. Ahora contaba con la ventaja de no tener que espiar desde las sombras. El emperador estaba muy tenso en los últimos tiempos, preocupado por algo mucho más importante que los habituales juegos de intriga y política cortesanas. Algo trascendental había cambiado.
Durante años, Anirul había esperado y observado con la paciencia propia de las Bene Gesserit, recogiendo e interpretando datos y más datos. Había oído hablar del Proyecto Amal mucho tiempo antes, pero ignoraba qué significaba, apenas un fragmento captado cuando había interrumpido una conversación entre Shaddam y el conde Fenring. Cuando la vieron, los dos hombres enmudecieron, y la expresión contrariada de sus rostros fue muy reveladora. Anirul había guardado silencio y mantenido los oídos bien abiertos.
Por fin, los restantes globos se iluminaron, y se encendieron las antorchas iónicas que flanqueaban el estrado, oscureciendo las imágenes de la arrasada Zanovar. Al mismo tiempo, se proyectaron imágenes de la anterior belleza del planeta para que todo el mundo pudiera comparar. Shaddam nunca había destacado por su sutileza o contención.
Antes de que el público pudiera expresar a voz en grito su indignación, dos escuadrones de Sardaukar aparecieron. Se quedaron en posición de firmes alrededor del perímetro de la sala, un escalofriante colofón al ultimátum del emperador.
Shaddam paseó su mirada sobre los reunidos, y tomó buena nota de la culpabilidad o inocencia que traicionaban sus caras. Más tarde, examinaría las imágenes grabadas con sus asesores, para ver qué podían averiguar de las reacciones de los representantes.
Desde aquel momento, el Landsraad le temería. No cabía duda de que también había desbaratado el plan de Anirul, fuera cual fuese. Al menos, eso esperaba. Aunque en realidad daba igual.
Incluso sin el apoyo de la Bene Gesserit, Shaddam tendría pronto su amal. Entonces, no necesitaría a nadie más.
La sangre es más espesa que el agua, pero la política es todavía más espesa que la sangre.
E
LROOD
IX,
Memorias del Gobierno Imperial
La legendaria Artisia, capital de la Casa Taligari, se convirtió en un núcleo de angustia, indignación y exigencias de respuestas. El amado Docente Glax Othn, quien solía hablar en nombre de Taligari cuando se trataban asuntos de estado, había sido asesinado durante el pérfido ataque contra el planeta feudo de Zanovar. Tyros Reffa lo sabía, había visto las horripilantes imágenes.
La Casa Taligari no conseguía salir de su estupor. Los funcionarios del gobierno intentaban encontrar una respuesta consensuada al ultraje. Cinco ciudades principales de Zanovar habían sido destruidas, además de diversas propiedades circundantes. El Coliseo del Senado al aire libre era una barahúnda de gemidos, preguntas formuladas a voz en grito y peticiones de venganza.
Reffa pasaba desapercibido en una fila elevada, vestido con la misma ropa arrugada que llevaba desde hacía tres días, desde el momento en que se enterara de la terrible noticia. Los temores y sospechas de su antiguo maestro no habían sido infundados, aunque Reffa no los había tomado en serio. Ya nada le ataba a Zanovar. Si bien tenía algunas cuentas corrientes e inversiones en Taligari, su propiedad, su jardín y su personal habían sido desintegrados en una nube de vapor. Al igual que el Docente…
Alarmados emisarios de Taligari se habían congregado en el Coliseo del Senado, procedentes de los ocho restantes planetas de Taligari. Se respiraba pánico, una multitud encrespada y enfurecida de ciudadanos que se sentían indefensos y desesperados.
Todos los ojos se clavaron en el presidente del Senado cuando subió al estrado, flanqueado por un par de representantes de otros principales planetas Taligari.
Debido a su ascendencia secreta, Tyros Reffa había evitado inmiscuirse en política. Aun así, sabía que no se sacaría nada en limpio de la asamblea. Los políticos fanfarronearían y esquivarían preguntas. Al final, las protestas oficiales no servirían de nada. Shaddam Corrino haría caso omiso.
El presidente del Senado, un hombre alto de porte autoritario, tenía una cara en forma de luna y una boca expresiva.
—Zanovar ya no existe —empezó, con el más sombrío de los tonos. Hizo toda clase de ademanes para subrayar sus palabras—. Todos los aquí presentes han perdido amigos o familiares en este ruin ataque.
Entre el pueblo de Taligari, era tradicional que los delegados congregados, e incluso los ciudadanos corrientes, hicieran preguntas en público a los senadores y recibieran una respuesta inmediata. La gente se puso a gritar, entre un aluvión de preguntas y exigencias.
¿Respondería el ejército de Taligari? ¿Cómo podían enfrentarse a los Sardaukar, cuyo poderío les permitía reducir a cenizas a planetas enteros? ¿Estaban en peligro otros planetas de Taligari?
—¿Por qué ha sucedido esto? —gritó un hombre—. ¿Cómo ha podido nuestro emperador cometer semejante atrocidad?
Reffa seguía inmóvil y en silencio.
Por mi culpa. Vinieron a por mí. El emperador quería matarme, pero intentó disimularlo con este monstruoso exceso.
El senador alzó un cubo de mensaje en el aire.
—El emperador Shaddam IV nos acusa de crímenes contra el imperio y atribuye la responsabilidad hacia Zanovar. Ha actuado como juez, jurado y verdugo. Afirma haber aplicado el castigo justo porque ocultábamos una reserva privada de melange.
Gruñidos de ira, aullidos de incredulidad. Todas las Casas del Landsraad guardaban reservas de especia, de la misma manera que casi todas las familias conservaban un arsenal de armas atómicas, cuyo uso estaba prohibido, mas no así su tenencia.
Otro senador se adelantó.
—Creo que Shaddam nos está utilizando como ejemplo para el resto del Imperio.
—¿Por qué tuvieron que morir mis hijos? —gritó una mujer alta—. No tenían nada que ver con la reserva de especia.
Tus hijos murieron porque a Shaddam no le gusta que yo haya nacido
—pensó Reffa—,
me interpuse en su camino, y no le importó asesinar a millones con tal de matar a un solo hombre. Y aún así, erró el blanco.
La voz del presidente del Senado se quebró de emoción, pero después, la ira le dio fuerzas.
—Hace siglos, el antepasado del emperador, Hyek Corrino II, concedió a la Casa Taligari la propiedad de nueve planetas, incluido Zanovar. Algunos documentos demuestran que Elrood IX visitó el parque de atracciones y bromeó sobre el olor a especia que se notaba cerca del gusano de arena. ¡No era ningún secreto!
El público siguió formulando preguntas, y los senadores se esforzaron por contestarlas. ¿Por qué, después de tantos años, ocurría esto? ¿Por qué no les habían advertido? ¿Cómo podía remediarse la injusticia?
Reffa se limitaba a escuchar. Había ido a Artisia para asistir a la ópera, se había ausentado de Zanovar gracias a la previsión del viejo Docente. Tras haber oído las débiles excusas del emperador, no las creyó ni por un momento.
Su reverenciado maestro siempre le había dicho, «Si los motivos aducidos no tranquilizan tu conciencia, ni resisten la prueba de la lógica, busca razones más profundas».
Había visto imágenes tomadas por sondas automáticas del arrasado paisaje, sabía que su propiedad había sido uno de los primeros objetivos de los atacantes. ¿Habría llegado a ver el leal Charence la llamarada que se acercaba? El estómago de Reffa quemaba como si se hubiera tragado un carbón al rojo vivo.
Nadie se fijó en él, un hombre más entre la multitud. Recordó la cicatriz ennegrecida que había sido su hogar.
Shaddam estará convencido de que ha logrado su propósito. Cree que estoy muerto.
Una expresión de rabia ensombrecía el hermoso rostro de Reffa. Solo se movió una vez, para secar una lágrima de su mejilla. Antes de que la interminable asamblea concluyera, se marchó con sigilo por una puerta lateral, bajó la escalinata de mármol y se perdió en el anonimato de la ciudad.
Le quedaban restos de su fortuna, una buena cantidad de dinero. Gozaba de la completa libertad de movimientos permitida a una persona a la que el Imperio consideraba muerta. Y no tenía nada que perder.
Soy como un escorpión bajo una roca. Ahora que mi hermanastro me ha molestado, será mejor que se cuide de mi aguijón.
Sea por diseño o por algún repelente accidente de la evolución, los tleilaxu carecen de cualidades admirables. Su aspecto es horrendo. Por lo general, son falsos, tal vez una característica genética. Proyectan un olor peculiar, como el hedor de la comida podrida. Como he tenido tratos directos con ellos, es posible que mi análisis no sea lo bastante objetivo. Pero existe un hecho irrefutable: son extremadamente peligrosos.
T
HUFIR
H
AWAT
, jefe de seguridad Atreides
Hidar Fen Ajidica, que se desplazaba en un vehículo en forma de cápsula hacia el pabellón de investigaciones, se metió otra pildora en la boca y la masticó. Un sabor asqueroso, pero necesario para calmar la fobia a los subterráneos. Tragó saliva repetidas veces para disipar el sabor, y pensó con anhelo en la gloriosa luz del sol de Thalim, que bañaba la ciudad sagrada de Bandalong.
Pero en cuanto escapara de aquí, Ajidica sería el dueño de planetas poblados por subditos leales y devotos a las revelaciones que había recibido. Su raza se había desviado del sendero sagrado, pero él los devolvería al buen camino.
Yo soy el verdadero mensajero de Dios.
La cápsula se acercó a una pared con ventanas de plaz blindado. Vio a través de ellas las instalaciones Sardaukar que garantizaban la inaccesibilidad del complejo. Sus rigurosas medidas de seguridad alejaban a los ojos curiosos y permitían que Ajidica realizara su trabajo.
La cápsula se detuvo sin incidentes, bajó al nivel principal en un ascensor chirriante. Tras años de purgas necesarias, encontrar técnicos cualificados para trabajar con tecnología compleja era cada día más difícil. El investigador jefe siempre había preferido sistemas más simples, porque había menos cosas que podían salir mal.
Oyó que las puertas del ascensor se cerraban a su espalda con un ruido metálico. Un hombre de piel pálida se arrastró hasta el ascensor, tenía la cara aplastada y su cuerpo roto reconstruido como una grotesca marioneta mecánica. Estos bi-ixianos eran obra de Ajidica, una diversión creativa que le permitía utilizar los cuerpos de las víctimas ejecutadas. ¡Ay, la eficacia!
Las horribles marionetas servían como advertencia a la población contra la rebelión. Las monstruosidades también realizaban tareas rutinarias: limpiaban, eliminaban restos tóxicos y productos químicos. Por desgracia, los seres híbridos no funcionaban muy bien, pero continuaba introduciendo cambios para mejorarlos.
Ajidica atravesó un bioescáner de la puerta que le identificó por la estructura celular, y después entró en una sala del tamaño de un hangar de naves espaciales, donde guardaban los nuevos tanques de axlotl.
Ayudantes de laboratorio con batas blancas trabajaban ante mesas repletas de instrumental. Un olor metálico impregnaba el aire, aunque purificado mediante productos químicos y desinfectantes…, y sobre todo se notaba un potente olor a canela, que recordaba a la melange.
Amal.
En unos contenedores del tamaño de ataúdes había mujeres fértiles, con las funciones cerebrales superiores destruidas, sus reflejos y sentidos anulados.
Tanques de axlotl.
Poca cosa más que úteros hinchados. Fábricas biológicas mucho más sofisticadas que cualquier máquina fabricada por la mano humana.
Los Bene Tleilax cultivaban sus gholas y Danzarines Rostro en estos «tanques», en sus planetas principales. Nadie había visto jamás una mujer tleilaxu…, porque no existían. Toda hembra madura era convertida en un tanque de axlotl, que se utilizaba para reproducir a la raza elegida.
Durante años, los tleilaxu habían secuestrado en secreto a mujeres de la población ixiana cautiva. Muchos miles habían muerto con el fin de que Ajidica las modificara para producir nuevas sustancias cuya bioquímica fuera similar a la de la melange. Utilizando el sutil lenguaje de la genética y las mutaciones, estos tanques de axlotl rezumaban amal, y por fin,
ajidamal
, el secreto más oculto del investigador jefe.