«Me muero de ganas y de pereza a la vez», le explicaba su amigo. «Nunca he viajado a Estados Unidos, y siempre me ha dado mucho respeto, no sé si nos acaban de entender, a los europeos. Y menos a mí, que ya soy una mezcla imposible entre un nórdico y un mediterráneo… ¿Crees que me gustará? ¿Me tratarán bien? ¡Responde, oh, oráculo del cabello de fuego!».
«Mira que llega a ser payaso», pensó Nora, riendo.
Y le escribió largo y tendido, abriéndose como hacía tiempo que no hacía. Le contó sus miedos y sus dudas, intentó tranquilizarle respecto a las suyas, utilizó viejos chistes y el recuerdo de vivencias comunes para hacerle sentir más cerca y romper los más de mil kilómetros que los separaban. «A veces con las palabras adecuadas puedes hacer creer a alguien que estás en la habitación de al lado», pensó, esforzándose al máximo para generar esta sensación en su amigo.
Le dio al botón de enviar.
Y ya eran las cuatro y treinta y dos.
Aunque no pudiera dormir, era el momento de irse a la cama, o cuando sonara la alarma, poco más de tres horas después, se querría morir. En un último intento por cansarse, que solo a veces funcionaba, se masturbó viendo un vídeo lésbico al azar en internet. Aunque en la vida real sus incursiones «homo» habían sido complicadas, cada vez le ponían más las escenas de ese estilo en el porno: no había sumisión femenina, ni semen en la cara de las chicas, ni eran necesariamente idiotas dispuestas a abrirse de piernas ante el mecánico /pizzero/fontanero o lo que fuera de turno. Con suerte —si las protagonistas no eran actrices porno al uso, recauchutadas y con unas uñas que hacían temer por la seguridad vaginal de su compañera de reparto—, la escena tenía un aspecto realista, y Nora se corría de manera rápida y efectiva, en un tiempo récord.
«¿Por qué en el porno hetero no se ven escenas de complicidad entre hombre y mujer, solo de dominación del macho?», le decía Nora a Xavi cada vez (pocas) que decidían poner una peli X y veían al Nacho Vidal de turno escupir en la boca de su
partenaire
. «Yo lo vería, y estoy segura de que mucha otra gente —y no necesariamente mujeres— lo disfrutaría mucho también. ¡Deberíamos hacer algo al respecto!».
Xavi siempre intentaba explicarle que la función del porno no era la de una película normal, y la instaba a «dejarse de tonterías y estar por lo que estaban». Pero, claro, Nora no era de abandonar ciertas ideas, y le seguía dando vueltas a esta de manera recurrente.
Le dio al
play
, y llegó al orgasmo cuando el reloj marcaba las cuatro y treinta y seis. Dejó el ordenador, borrando antes el historial —Xavi nunca miraba su ordenador, pero unas horas antes se había hecho la remolona para no follar con él, alegando un dolor de cervicales que por otra parte era real— y se volvió a la cama.
Se metió bajo el edredón a tientas y con los ojos cerrados, para no ver la amenaza digital en la mesita de noche, la que le comunicaba que al día siguiente sería un despojo humano al que ni una piscina del café
ristretto
que preparaba su asistenta (mejor dicho, la de Dalmau) conseguiría espabilar.
Cuando se despertó, Xavi ya se había ido, su teléfono no tenía batería y su enemigo marcaba las nueve y veintitrés.
«Estupendo», se dijo Nora. «Hace una hora y media que debería estar en montaje. Una hora y media. Felicidades, Nora. Gracias, insomnio».
Mientras cargaba el móvil, se dio la más rápida de las duchas y, con el cabello aún chorreando y en ayunas, salió a buscar un taxi que le llevara al trabajo. Por el camino escuchó los siete mensajes que ya llenaban su contestador, dos de ellos de Matías, preocupado primero por su retraso y después por su desconexión telefónica.
No respondió a ninguno de ellos, más que nada porque en dos minutos iba a entrar por la puerta y tampoco hubiera servido de mucho. La recibieron con una pequeña bronca —muy pequeña, era la primera vez que llegaba tarde en todos estos meses de posproducción del film— y Matías, que la conocía más que los demás, pidió que le trajeran tres cafés «en taza de té y sin azúcar».
Nora le sonrió, dándole las gracias con un gesto.
La verdad es que su relación había cambiado muchísimo desde el día en el que le tiró una copa de vino por encima por haberse portado como un auténtico cretino. No habían vuelto a verse ni a llamarse desde ese momento, hasta que una serie de circunstancias laborales los volvieron a poner frente a frente. Y cuando ese día llegó —después de que Nora hiciera ejercicios de contención de todo tipo, preparándose para enfrentarse a sus propios sentimientos—, descubrieron que en el trabajo funcionaban todo lo bien que no funcionaban en el terreno sentimental.
Desde el primer momento fueron como una máquina bien engrasada, yendo los dos en la misma dirección, complementándose y pensando como un solo cerebro repartido entre dos cabezas.
Si a Matías le sorprendió esta situación, no lo dejó ver ni por un momento. A Nora sí le pilló totalmente por sorpresa, y el resto del equipo no se creía que esa era la primera vez que trabajaban juntos, así de compenetrados se les veía. Xavi se mostraba muy curioso —tal vez demasiado— respecto a la implicación del argentino en la película, pero su perfil de profesional y tiburón de las finanzas no le permitía mostrar más.
Sin embargo, la experiencia le decía a Nora que esta situación había que gestionarla con cuidado, o le acabaría explotando en la cara. Xavi tenía antecedentes en la categoría de «hombre que se lo calla todo y al final, cuando ya crees que no pasa nada, te monta un pollo del quince», y ella tenía clarísimo que no quería volver ahí.
El hecho de no haber sido responsable directa de la participación de Matías en la película aliviaba un poco la tensión entre la pareja respecto a ese tema. En ese infierno de negociaciones que fue la preproducción —y para el que Nora no estaba para nada preparada, ya que los subterfugios, las sonrisas falsas y la mano izquierda no eran exactamente lo suyo—, tuvo que hacer una serie de concesiones para poder librarse de otras todavía peores. Una de las cosas que impuso la productora fue a Matías como director de fotografía. Sí, el argentino aparecía de nuevo en su vida en una de esas situaciones de «el mundo es un pañuelo», que te dan ganas de sonarte los mocos en ese pañuelo que es el mundo.
—Esto siempre funciona así —le explicó Xavi cuando Nora, con la cara desencajada de horror, le contó algunas de las exigencias que los futuros productores habían sacado a la luz en la primera reunión—. Todo el que pone dinero quiere sacar algo de la película, además del dinero que ha puesto multiplicado por veinte, claro. Es una manera sencilla de hacer feliz a una amante, de ganarse la confianza de un político o de conseguir el patrocinio de una marca o institución para cualquier otro proyecto. Las productoras son como un juego en el que todo sirve para algo, y donde satisfacer a los que quieres que te satisfagan a ti es la principal preocupación. Cuanto antes lo entiendas, mejor te irán las cosas en esto del cine. Que, por si en algún momento se te olvida, es ante todo un negocio.
Nora estaba tan desanimada que ni siquiera abroncó a Dalmau por su tonito paternalista, simplemente se vino abajo, llegándose a plantear abandonar el proyecto en ese mismo momento.
—Mira, Nora, no te voy a hablar del suicidio laboral que implicaría dejar esto aquí y ahora —respondió Dalmau—. Voy a apelar a tu curiosidad, que sé que de eso tienes un rato. Si el primer día te han hecho alucinar tanto, ¿no quieres saber qué pasará en la segunda reunión, y en la tercera? Igual ahí tienes material para otra película…
«
Touché
», pensó Nora. Y se puso la cara de póker como único uniforme de trabajo, dándole a Xavi la razón a regañadientes.
Y la tenía.
Las siguientes reuniones con lo que Nora denominaba «el comité de sabios» fueron todavía más difíciles.
El productor ejecutivo de la película era un inglés llamado Jason Cullen, al que Nora respetaba mucho, porque había conseguido en los últimos cinco años una combinación difícil: que sus films tuvieran éxito de taquilla y en festivales simultáneamente. Pero nunca se hubiera imaginado Nora que para lograr eso el tipo tuviera que imponer tantas condiciones y cambios al proyecto original.
El inglés desplegó sobre la mesa un repóker de condiciones para llevar el proyecto adelante. Xavi, que se había ofrecido a acompañar a Nora en calidad de asesor, casi le destroza la espinilla de las patadas que tuvo que darle para que la sueca recompusiera la cara después de conocer algunas de sus exigencias.
Gracias a su temple y su gestión, Nora, que se sintió protegida y reconfortada por la presencia de Xavi, consiguió aguantar la reunión entera sin lanzar a nadie por la ventana, ni tirarse ella misma.
Dos horas después, y con la promesa de enviarles un informe y sus respuestas en un par de días como máximo, la pareja salía de la productora con un estado de ánimo más que mejorable, especialmente en el caso de Nora.
—Xavi, lo entiendo, el tipo sabe, pero quiere hacer otra película —le dijo frente al
gin tonic
que pidió en el primer bar que encontraron, y que le hacía una falta bárbara, aunque apenas era mediodía—. No puedo pasar por ahí, ¿tú has visto las cosas que me quieren imponer? Eso no sería mi película, como mucho sería un
remake
de mi película… Y para eso prefiero volver a poner copas. En serio, Xavi, no…
Dalmau sonreía con tanta autosuficiencia que Nora le habría abofeteado.
—A ver,
rouge
, hagamos una cosa: me tomo la tarde libre, nos vamos a comer, bebemos vino, después un par de copas más, hacemos el amor el resto del día y mañana, cuando lo veas todo con una cierta perspectiva, hacemos una lista y vemos qué podemos aceptar y qué se haría por encima de tu cadáver. ¿Te parece bien?
Y, qué remedio, le pareció bien.
La comida fue un poco tensa, en gran parte por culpa de la imposibilidad de Nora de dejar «el tema» aparcado. Las copas fueron algo mejor, y a media tarde Nora llevaba «un pedo considerable», como le hizo saber a Xavi antes de pedirle que se fueran a casa a seguir con el plan establecido. Nada más llegar, Xavi dio la tarde libre a «la chica» —a Nora le pareció que los miraba con mala cara y se santiguaba antes de irse, aunque podía ser fruto de su beoda imaginación—, y abrieron una botella de vino.
Pusieron discos, bailaron medio desnudos, encendieron la chimenea. Nora sintió esas mariposas indefinibles que de vez en cuando —desgraciadamente, no muy a menudo— le despertaba Dalmau, y se entregó al máximo, feliz de poder hacerlo por una vez. Se dedicó a él como si estuviera entrenándose para correr una maratón, usando cada músculo de su cuerpo para complacerle, recordando sus posturas favoritas, sus tiempos, las partes de su cuerpo que había que tocar, besar o pellizcar para hacer que saltaran chispas. Esta despreocupación por su propio placer, esta entrega loca, hizo que Nora tuviera los orgasmos más intensos de los últimos meses.
«¿Será esto estar enamorada?», se preguntó en varias ocasiones.
A la mañana siguiente tenía resaca, raspones en las rodillas y en los codos y un montón de decisiones que tomar. Dos cafés, un ibuprofeno y un gelocatil después, Xavi le recordó que tenían algo que hacer, y Nora se dispuso, aunque sin muchas ganas, a cumplir el compromiso que había asumido.
Tres horas y varios insultos en sueco más tarde, las dolorosas decisiones estaban tomadas. Nora le pidió a Xavi que la ayudara a redactar un mail en el que aceptaba que la productora impusiera su equipo técnico de confianza —incluido Matías Falcetti—, darle un papel principal a la actriz inglesa que quería Jason, siete cambios sustanciales en el guion, y el
final cut
para el productor —lo que más le dolió a Nora.
A cambio «prefería declinar, por cuestiones que podían afectar a la calidad de la producción», cosas como que la banda sonora la hiciera un «joven y prometedor productor musical», cuyo perfil en Myspace era sencillamente espeluznante, o trasladar la acción de Barcelona a Valencia, por mucho que el ayuntamiento de esta ciudad les ofreciera toda g las facilidades y una buena suma de dinero.
Cuando por fin mandaron la contrapropuesta, ya a Nora le daba un poco igual el resultado. Estaba enfadada y desilusionada, y cuando la llamaron para decirle que aceptaban y para empezar a fijar fechas, ni siquiera se puso especialmente contenta. Le había visto las orejas al lobo, y todo le indicaba que ahí fuera había muchos depredadores más, esperando hincarle los dientes a la ovejita de su película.
Pero todo siguió adelante y, en la primera reunión con el equipo técnico, se encontró, como estaba previsto, con Matías como director de fotografía. Llevó la situación con relativa entereza, pero, como decía su abuela, «la procesión va por dentro».
Otra cosa que tranquilizaba a Xavi frente a la presencia de Matías —y de alguna manera también a Nora— fue Virginie, una francesa con gafas de pasta tres centímetros más grandes de lo que hubiera sido necesario y el mismo corte de pelo que la Amélie de la película de Jean-Pierre Jeunet.
La novia de Matías.
Su
novia
. Así se la presentó él.
Y mientras lo decía fue incapaz de mirarla a los ojos.
A Nora le daba una cierta angustia pensar en que esa figura existía, y mucho más tener que relacionarse con ella. Algo que se vio obligada a hacer en varias ocasiones —los rodajes crean vínculos muy fuertes entre los que trabajan en ellos y se socializa bastante— y que la ayudó a saber más cosas de la francesita. Por supuesto no pensaba preguntarle nada a Matías sobre ella, aunque la curiosidad se la estuviera comiendo por dentro, pero nada le impedía charlar con Virginie tomando una copa de vino en el pub donde todos iban a tomar algo al acabar la jornada. Así se enteró de que estaba doctorada en Literatura Española, que era una eminencia en Francia con una notable cantidad de estudios publicados sobre la Generación del 27 —eso no se lo dijo ella, sino Google— y que había llegado a España por una beca que le concedió el Instituto Cervantes. Para ser una intelectual era bastante locuaz y simpática, y Nora no consiguió que le cayera mal, aunque lo intentó de todo corazón.
Xavi, en cambio, se posicionó desde el primer momento a favor de Virginie, a la que definía como «una chica encantadora» y con la que tenía conversaciones en francés en las que ella alababa a cada momento su perfecta pronunciación. Nora sabía que la presencia de Virginie le tranquilizaba en su interior de machito algo posesivo, pero, claro, hacía ver que no se daba cuenta de por qué le caía tan bien.