La conclusión del concilio toledano dejaba a un rey Sisenando ratificado por los nuevos poderes fácticos del reino, justificándose también el derecho de la monarquía con la institución de la unción real para evidenciar el origen sagrado de la realeza, pero quedaba claro que, a partir de entonces, los reyes visigodos serían considerados como un aristócrata, quedando sujetos a la decisión de ser destronados si su actitud no era consecuente con las obligaciones demandadas por el Estado. Finalmente, se tomaron medidas para fortalecer a la debilitada monarquía; la principal fue la de prohibir cualquier alzamiento o discrepancia con los reyes elegidos por concilio, otorgándoles el hipotético derecho a morir de manera pacífica. Aquellos quebrantadores del juramento de fidelidad al rey serían condenados a muerte y excomulgados.
Una vez clausurado el concilio, Sisenando pudo reinar en paz acatando las normas establecidas que le pedían justicia y moderación en su gobierno sobre los pueblos. De esta manera llegó tranquilamente al 12 de marzo del año 636, cuando falleció en Toledo por causas naturales.
El obispo Isidoro ha muerto, y es obligación moral de todos los godos rendir homenaje al hombre que más hizo por la fortaleza cultural y espiritual de nuestro pueblo.
Chintila, rey de los visigodos, 636-639
Chintila ha pasado a la historia de los reyes godos como el monarca más anciano de todos los que ocuparon el trono. Se dice que contaba ochenta y seis años cuando se produjo su elección con el apoyo unánime de nobleza y clero. En sus tres años de reinado, hubo escasos hechos relevantes; uno de ellos sin duda fue el de la muerte del querido y respetado obispo Isidoro. Cuenta la historia que seis meses antes de fallecer, Isidoro incrementó su generosidad con los pobres, a tal punto que pronto se corrió la voz, viéndose interminables hileras de mendigos y parias ante la residencia episcopal donde esperaban recibir algunas monedas aliviadoras de su precaria situación. El veterano obispo de casi ochenta años repartió su patrimonio entre los desposeídos, lo que le procuró el reconocimiento popular. Por fin, y coincidiendo con la elección de Chintila, Isidoro, la gran luminaria cultural de su época, murió entre los sollozos de todos los estamentos sociales que, por aquel entonces, habitaban el reino visigodo de Toledo.
Chintila se convirtió en una herramienta muy útil para el poder aristocrático y eclesial. En su tiempo los godos avanzaron con decisión hacia el feudalismo y la monarquía perdía peso a favor de los nuevos poderes fácticos. Era evidente que duques y obispos controlaban férreamente el Estado, dejando al rey un papel meramente secundario. Chintila convocó dos concilios más en Toledo (V y VI), donde se intentó redefinir la figura del rey con nuevas leyes que prohibían la conjura o el atentado contra la persona regia, además de imposibilitar a cualquier tonsurado el acceso a la corona. Se tomaron decisiones religiosas que animaban a perseguir herejes y judíos hasta su expulsión del reino.
Como curiosidad se puede contar que de estos concilios surgió una sorprendente ley por la que se podía excomulgar a cualquiera que visitara a un adivino para interesarse por el futuro del monarca. Es paradójico que en un reino tan marcado por una religión única y dominante se le diera tanta credibilidad a hechiceros y magos del ámbito pagano. Supongo que, a pesar de los continuados esfuerzos de san Leandro y san Isidoro, a nuestros ancestros hispanos todavía les quedaban muchos restos atávicos del pasado.
Los Concilios V y VI celebrados en la basílica de Santa Leocadia de Toledo aseguraron las herencias para nobles y cargos públicos, así como la seguridad para fieles servidores leales a reyes anteriores.
En el IV Concilio había quedado manifiesto el antisemitismo de los godos católicos, ya sabemos que el pueblo judío fue desde entonces sometido a severas restricciones y obligado a la conversión. No parecía necesario tratar el mismo asunto en otros concilios, pero se hizo, acaso provocado por una carta enviada desde Roma por el papa Honorio I. En dicha epístola se animaba a los obispos hispanos a no bajar la guardia en la campaña contra los judíos, suponiendo el sumo pontífice que los hispanos habían ablandado posiciones en el trato con esa religión. Chintila debió quedar impresionado por la misiva papal, pues de los diecinueve cánones resultantes del VI Concilio, cuatro eran tan sólo de índole político, mientras que los quince restantes abordaban medidas enteramente religiosas entre las que se incluían normas contra la herejía. Cabe destacar que, tras la reunión de los obispos, se ordenó una conversión masiva de judíos en Toledo, que se produjo el 1 de diciembre del año 638 para alegría de los católicos y dolor de los semitas.
Chintila fue más allá, imponiendo una ley por la que todos los futuros reyes godos jurarían que su voluntad haría perseguir y destruir a todos los enemigos de la fe católica, preferentemente si eran judíos. Como vemos, las antiguas palabras bíblicas que condenaban al pueblo judío a la persecución y a la falta de una tierra a la que llamar patria fueron tomadas al pie de la letra por algunos gobernantes godos.
Chintila bordeaba los noventa años cuando sintió que flaqueaban sus fuerzas; durante meses había promovido a su hijo Tulga ante los ojos de los magnates del Aula Regia. Las gestiones fructificaron para felicidad del viejo monarca, que pudo dormir el sueño eterno con absoluta tranquilidad el 20 de diciembre del año 639.
Fui nombrado por grandes y obispos para honrar la memoria de mi dúctil padre, pero veo con inquietud la desconfianza en sus ojos.
Tulga, rey de los visigodos, 639-642
Con el rey Tulga nos plantamos prácticamente en la mitad del siglo VII. En esa franja temporal encontramos a una sociedad visigoda cada vez más instruida y refinada, aunque no demasiado. Las escuelas creadas décadas atrás por el impulso católico comienzan a dar fructíferos resultados, pudiéndose ver cómo una parte de la población abandona el analfabetismo gracias al trabajo tenaz de muchos clérigos y seglares docentes. Los jóvenes visigodos de clases privilegiadas se preparan con solvencia para ejercer profesiones sustentadoras del Estado como las de jueces, funcionarios, etcétera.
En cuanto a la moda textil visigoda no sufrió muchas modificaciones a lo largo de los años; la clara influencia romana se mantuvo con algunas evoluciones y retoques. El vestuario básico visigodo contenía túnicas, mantos y accesorios. Las túnicas eran de diversos tipos:
pectoralis
(una túnica corta);
escarlata
y
coccina
(túnica roja), todas con mangas. Estas prendas originales de los primeros siglos apenas sufrieron variaciones hasta el siglo VII. Algunas escaparon de la imposición romana como la
armilausa vulgo
, más acorde con los aires germánicos al mostrar aberturas por delante y por detrás, llegando incluso a faldas abiertas acabadas en puntas agudas. Como curiosidad hablaremos de una túnica llamada
amiculum
vestida por mujeres de dudosa reputación en Roma que, sin embargo, fue utilizada por nobles y decentes damas del reino visigodo sin darle más importancia.
Las túnicas se decoraban con listas horizontales o verticales bastante llamativas y se ajustaban al cuerpo mediante cinturones gruesos con poderosas hebillas de bronce ornamentadas con diferentes motivos, basados esencialmente en la naturaleza y en la geometría.
Las capas y mantos eran usados por ambos sexos y por todas las clases sociales. La capa romana, en varias formas, se llevaba recogida sobre el hombro izquierdo y la capa corta semicircular, conocida como
chlamys
, se llevaba atada sobre el hombro. Si leemos a san Isidoro podemos comprobar que le dedicó especial cariño al
mantum hispani
, precursor de la moda española y consistente en un manto pequeño que llegaba hasta las manos. Su uso se extendió entre la población como prenda básica del vestuario hispano.
La vestimenta se sujetaba con varios broches o fíbulas de mayor o menor valor según la procedencia social. En cuanto al cubrimiento de partes íntimas y piernas hay que hablar de las
bracae
y
femoralia
para el primer caso, y de pantalones más o menos amplios para el segundo.
Las tipologías de los objetos de adorno personal evolucionaron en el siglo VII. Por cuestiones de moda desapareció del vestuario el uso de fíbulas y se impuso una nueva modalidad de hebillas de cinturón, en las que sus placas rígidas adoptaron un contorno en forma de lira (rectangular y acabada en semicírculo).
En cuanto a la estética del cabello, diremos que el pelo corto de la época romana dio paso a otro un poco más largo que caía sobre las orejas, cubriéndolas en ocasiones. En el caso de las mujeres, las jóvenes llevaban sus cabellos sueltos cuando eran solteras, recogiéndolos cuando se casaban.
La sociedad visigoda miraba decididamente hacia la Europa medieval y feudal. Tulga pretendió ser un rey continuista de la línea marcada por su padre, Chintila, y eso, al parecer, inquietó el ánimo de la nobleza más apegada a los dictados del Aula Regia. Pronto muchos vieron en Tulga la vuelta, una vez más, de las dinastías hereditarias con el consiguiente perjuicio para el poder aristocrático y religioso. Sin otra solución se organizó una conjura encabezada por el noble Chindasvinto, que aspiraba al trono toledano. La candidez y limitación de Tulga provocó su destronamiento sin sangre, siendo tonsurado para que los hábitos le imposibilitaran el acceso a la corona; después de este gesto fue desterrado a un monasterio donde acabó sus días. Sólo la ley firmada por su padre impidió que le mataran tras su caída el 16 de abril del año 642. Después del golpe nobiliario, magnates y obispos se reunían para proclamar a Chindasvinto nuevo rey de los visigodos.
Mi extrema longevidad no restará un solo ápice de autoridad a mi indiscutible mando sobre los godos.
Chindasvinto, rey de los visigodos, 642-653
Chindasvinto fue elegido por una selecta aristocracia y ungido por una más que disconforme Iglesia cuando contaba setenta y nueve años de edad. Todos pensaron que esa circunstancia no le mantendría mucho tiempo en el trono, al igual que había sucedido con el veterano Chintila. Se equivocaron, pues el enérgico e iracundo rey permaneció entronado once años para mayor desesperación de los nobles leales a Sisenando y otros reyes que habían ofrecido una política y gestión administrativa notablemente diferente a la concepción del mando que tenía Chindasvinto.
El nuevo monarca optó por ejercer el poder en su faceta más dura y agria. Pronto, ejecuciones ejemplares se cebaron sobre la alta y baja nobleza visigoda y por todo el territorio se extendió el horror promovido por el implacable Chindasvinto. Los ajenos a su régimen de gobierno buscaron en el exilio la salida más aconsejable, prófugos de todo el reino se fueron instalando en la zona Narbonense donde recibían la ayuda de los reyes francos. Estos enemigos políticos del monarca toledano se mantuvieron belicosos algún tiempo en tierras aragonesas, catalanas y de la Septimania. Se alzaron rebeldes en la provincia de Lusitania, pero esa revuelta fue rápidamente sofocada por una campaña relámpago dirigida contra Emérita Augusta, la capital provincial. También los vascones reavivaron incursiones y rapiñas. Los levantamientos fueron la tónica general en el período inicial del reinado de Chindasvinto. Como hemos dicho, la energía del anciano rey superó todas las expectativas y, a mandoble limpio, acalló cualquier voz discrepante. En el año 643 la inestabilidad había sido controlada, dando paso a lo que se puede considerar un gobierno esplendoroso en el que brillaron la justicia y la buena administración.
La leyenda negra de Chindasvinto se incrementó con la ejecución sumarísima de doscientos nobles opositores de las familias godas más distinguidas, sumándose a éstos otros quinientos de la baja nobleza. Junto a la muerte vino incorporada la confiscación patrimonial, con el consiguiente aumento de contenido en las arcas del Estado. Muchos hombres del alto clero fueron perseguidos por su actitud beligerante contra Chindasvinto; por supuesto, huelga comentar que perdieron riquezas y cargo. Tanta masacre nobiliaria provocó un saneamiento del Estado, los fondos económicos mejoraron y la corrupción judicial bajó a un nivel mínimo, lo que permitió a los tribunales repartir justicia con ecuanimidad para las poblaciones goda e hispano-romana. En ese sentido, Chindasvinto, como buen legislador, encargó la elaboración de un código de leyes que recogiera lo mejor de Leovigildo más noventa y nueve leyes impulsadas por él en su reinado. La obra sería completada por su hijo Recesvinto y se conocería con el nombre de
Liber Iudiciorum
o
Lex Visigothorum
, el popular Fuero Juzgo. El trabajo apareció sin que el rey que lo encargó pudiera verlo; sin embargo, a Chindasvinto hay que atribuirle leyes que se mantuvieron vigentes algunos años, como la famosa ley contra la traición promulgada en el año 643 para amartillar cualquier intento de conspiración o rebeldía dirigido al rey.
Las penas que se establecieron eran muy propias de la época; ya hemos visto en monarquías anteriores que latigazos, amputaciones de mano o manos, decalvaciones, excomuniones o exilios estaban a la orden del día, y en estos tiempos del VII se siguió con esa sangrienta línea, poniendo de moda el cegado del reo. Al parecer, los godos veían en la extracción ocular un justo castigo para cualquiera que intentara acercarse al trono con intenciones aviesas. Por tanto, si un acusado de traición no contraía méritos suficientes para ser ejecutado, le dejaban ciego perdonándole la vida para mayor ejemplo. Tanto en casos de muerte o ceguera por alta traición, los prisioneros eran desposeídos de tierras y fortuna. En ocasiones, la magnanimidad real devolvía el veinte por ciento del tesoro incautado a un resignado preso que poco más tendría que hacer o decir en el concierto político y social, pues su ceguera evidenciaba la fatalidad del destino.
Muchos nobles se acogieron a esta ley para resolver disputas personales. La querencia por el territorio del vecino y viceversa provocó con mucha frecuencia que duques, condes y altos funcionarios cruzaran acusaciones de traición con la única pretensión de eliminar a un rival territorial. El rey Chindasvinto detectó con presteza el inconveniente generado por su ley del 643, y para evitar esta situación promulgó una nueva en el 644 que preveía la misma pena estipulada para el presunto traidor y para el acusador, si se demostraba que había utilizado engaño o mentira con el fin de buscar una mejora personal y patrimonial. El falso testimonio recibió la misma dureza que la traición. Como es evidente, ese tipo de juicios disminuyó considerablemente al poco de entrar en vigor la ley.