La aventura de los godos (14 page)

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Authors: Juan Antonio Cebrián

Tags: #Historia

BOOK: La aventura de los godos
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Conocida es la severidad con la que trató san Leandro a sus hermanos menores. Cuentan que el pequeño Isidoro escapó de casa huyendo de los castigos del fiero Leandro, regresando poco más tarde arrepentido y dispuesto a soportar de la forma más cristiana la pena que su hermano quisiera imponerle. Parece que Leandro internó a Isidoro en un monasterio con el fin de mejorar su educación, lo cual sin duda le sirvió de provecho, pues encontró en los libros a sus mejores amigos, como san Agustín y san Gregorio Magno, autores que despertaron una vocación que lo conducirá a la cúspide de la cultura universal.

Por seguir con las historias de Isidoro, hablaremos de otra que al parecer le hizo ver la luz. Dicen que en un momento de gran duda espiritual sobre si los hombres podrían alguna vez abandonar el mal, se acercó a un pozo para sacar agua y saciar la sed. Al llegar comprobó que las cuerdas habían horadado la piedra hasta marcar su forma en ella. La visión impactó de tal manera al joven que regresó corriendo al monasterio para, con más ahínco que nunca, devorar textos que le enseñaran la mejor manera de cincelar la pétrea mente de los humanos.

Tras el fallecimiento en el año 600 de san Leandro, Isidoro asumió el cargo de obispo de Sevilla, ampliando y mejorando el buen trabajo que su hermano dejaba como legado. Pronto se puso manos a la obra con la primordial directriz de elevar la condición intelectual del clero y población en general. Con el beneplácito de los sucesivos reyes, las escuelas teológicas se fueron implantando en los diferentes seminarios que iban apareciendo en España, cabe destacar las de Sevilla, Toledo y Zaragoza. Pero no sólo la enseñanza abarcaba a los clérigos; multitud de pequeñas escuelas nacieron en las parroquias y aldeas del reino toledano.

La influencia de san Isidoro en la cultura occidental ha sido reconocida por el acervo de conocimientos transmitidos en sus obras. El teólogo se convirtió en uno de los autores más prolíficos de su tiempo. El papa san Gregorio Magno le calificó como «nuevo Salomón y Daniel» por su sabiduría y prudencia.

San Isidoro se interesó por lo divino y lo humano; sus libros tratan aspectos que nos han facilitado el entendimiento de esa etapa tan oscura, entre los que hay que destacar títulos como
Regula Monachorum
, que ofrecía reglas conductoras de la vida de los monjes dentro del monasterio, y tratados teológicos como
De ortu et obitu patrum
(Del nacimiento y muerte de los padres), donde se explican rasgos fundamentales de los personajes bíblicos. También escribió obras históricas como
De viris illustribus
, que se ocupa de la vida y obra de treinta y tres hombres ilustres en diversas épocas. Hubo por parte de san Isidoro un intento de acercamiento al mundo científico, lo que comprobamos en su famoso Libro del Universo, donde refleja situaciones astronómicas y geográficas, e incluye alegorías que intentan alejar a los crédulos de las supersticiones originadas en torno a los fenómenos de la naturaleza.

Su obra magna es sin duda
Originum sive etymologiarum libri XX
.
Las Etimologías
son un compendio del saber reunido en veinte volúmenes que cubren todas las inquietudes humanas de ese siglo: artes liberales, teología, ciencias naturales, derecho romano, pasando por gramática, costumbres gastronómicas, instrumentos domésticos y de trabajo. Todo se presenta bajo la forma de definiciones y se apoya en un lenguaje muy cercano y asequible para el hombre culto medio de ese tiempo.

Por supuesto no me olvido del libro fundamental para entender la historia de los visigodos en España,
Historia de regibus gotorum, wandalorum et suevorum, Chronicon
. Esta obra es una de las pocas fuentes bibliográficas que poseemos sobre la conducta y vida de los reyes visigodos, con una excelente introducción llamada
Alabanza de España
, que nos aclara el horizonte de un pueblo al que ya no se considera invasor y destructor del Imperio Romano, sino heredero y continuador de la grandeza imperial; por tanto, ese trabajo es necesariamente inspirador de esta pequeña obra que el lector tiene en sus manos. A san Isidoro le debemos muchas cosas y no es de extrañar que sea considerado como el gran maestro medieval de su época. Algo que ya tuvo en cuenta el nuevo rey Suintila.

XXIV
 
Suintila

He librado al pueblo de impuestos ganándome su respeto, privé a nobles y clérigos de abundantes privilegios y, por fin, expulsé a los bizantinos de Hispania. ¿Quién puede impedir que mi hijo me suceda?

Suintila, rey de los visigodos, 621-631

Unidad territorial

Suintila se hizo con el trono en marzo del año 621. Posiblemente era primogénito del gran rey Recaredo y, durante el reinado de su suegro el rey Sisebuto, descolló dirigiendo los ejércitos visigodos en las campañas contra ruccones y bizantinos; precisamente a Suintila hay que atribuirle la derrota y expulsión de estos últimos de sus posesiones ibéricas. El nuevo rey no fue tan considerado con los bizantinos como su antecesor. Sisebuto había tenido la victoria en su mano pero la negociación y consiguiente paz impidieron que la empresa se culminara para desesperación del entonces general Suintila, que con sus tropas había tomado Málaga y arrasado Cartago Nova hasta su total destrucción.

Una vez en el trono, Suintila tuvo como primera ocupación la de sofocar a los flamígeros vascones. Las acciones se iniciaron en junio del 621, dando paso a una victoria incontestable de los godos. Se aplastó la rebelión y obtuvo numerosos rehenes que posteriormente fueron empleados en la construcción de una gran fortaleza en la zona de Navarra a la que llamaron Oligicus (Olite).

Solucionado el problema del norte, Suintila cumplió con la tradición establecida por los monarcas católicos visigodos de ofrendar sus coronas a la catedral de Toledo en un acto representativo de la sumisión del poder terrenal ante el poder divino. La corona perteneciente a Suintila sería muy famosa al formar parte del tesoro de Guarrazar que, junto al de Torredonjimeno, constituye una de las principales muestras arqueológicas visigodas en nuestro país. De estos tesoros hablaremos más adelante en las páginas dedicadas a Recesvinto.

En el año 625 se concreta la expulsión bizantina de la Península Ibérica tras siete décadas de permanencia en constante conflicto con los visigodos. En consecuencia, Suintila se convierte en el primer monarca que ejerce su poder sobre todo el territorio peninsular. En este año también concluye la crónica de san Isidoro, supongo que por cansancio, o por entender que la marcha bizantina era epílogo más que suficiente para acabar la obra.

Desde ese momento encontramos a un Suintila crecido por los acontecimientos y obsesionado por la continuidad dinástica, empeño en el que intenta asociar al trono a su hijo Recimero, así como a su mujer, Teodosia, y a su hermano Gelia. Estas decisiones perturban y preocupan a la nobleza y el clero, ya que los dos estamentos habían visto muy limitada su influencia por el intento real de acaparar poderes y privilegios.

En los últimos años del reinado de Suintila, muchos aristócratas y obispos fueron desposeídos de gran parte de sus riquezas y tierras. Como es natural, las conjuras y levantamientos se empezaron a preparar y fue en la provincia Narbonense donde se gestó, como casi siempre, la mayor sublevación contra un rey al que todos consideraban déspota y tirano.

La guerra civil propició la llegada bizantina a mediados del siglo VI. Durante más de setenta años los imperiales permanecieron en Hispania incomodando a los reyes de ese período. Finalmente, fueron expulsados en el 625; tras este acontecimiento y una vez producida la anexión del reino suevo en el 585, se puede decir que la práctica totalidad de la Península Ibérica se encuentra bajo dominio visigodo.

En la zona gala del reino toledano el duque Sisenando comenzó a pertrechar un potente ejército y buscó el apoyo del rey franco Dagoberto, que consiguió de inmediato. Esto sucedía en el 631, mientras que Suintila, enterado de los acontecimientos, intentaba reunir efectivos militares que pusieran freno al avance de las tropas rebeldes. El esfuerzo fue inútil, debido a que en los últimos años la dictadura monárquica de Suintila había creado muchos desafectos con el rey, siendo poco los guerreros que permanecían fieles a su causa.

La hueste del duque Sisenando cabalgó de forma imparable sobre Toledo, tras pasar antes por Zaragoza, donde Suintila tuvo que huir sin presentar combate por la deserción en masa de su ejército. Por fin, en marzo del 631, abandonado por todos, Suintila era depuesto por la fuerza, inhabilitándole para asumir en el futuro cualquier cargo público, orden extensiva a sus familiares. Fue privado de sus bienes y excomulgado por la Iglesia al entender que su reinado perjudicó seriamente los intereses de Dios. El escenario final del melancólico Suintila lo encontramos en un monasterio toledano, donde él y su empobrecida familia ingresaron dispuestos a purgar sus pecados. Nueve años más tarde Suintila falleció postergado en el olvido.

XXV
 
Sisenando

Convocaré el IV Concilio de Toledo a fin de reconocer nobleza e Iglesia como los grandes poderes fácticos del reino godo.

Sisenando, rey de los visigodos, 631-636

Cambio de poderes

Sisenando se coronó rey en Caesar Augusta (Zaragoza) tras su victoria sobre Suintila, y la coronación fue ratificada por los nobles nada más llegar el duque rebelde a Toledo. Los apoyos a la sublevación habían sido muy fuertes entre la nobleza y el clero; sin embargo, la victoria llegó gracias a la inestimable ayuda del ejército franco enviado por el rey Dagoberto. Cuenta la crónica que Sisenando viajó a París, donde el franco había establecido su corte, para solicitar audiencia en busca de la alianza necesaria. La embajada goda portaba un presente para intentar convencer al poderoso monarca, consistente en una de las piezas más queridas del tesoro visigodo, una bandeja de oro de quinientas libras de peso que el general Aecio había entregado al rey Turismundo en agradecimiento a su actuación decisiva en la batalla de los Campos Catalaúnicos. Además, Sisenando prometió ofrecer una espléndida corona de oro para Dagoberto. Este áureo argumento hizo que la balanza franca se inclinara del lado conjurado, aunque meses más tarde, en lugar de la corona prometida, aceptó 200.000 sueldos como pago a su caritativo esfuerzo. El ejército expedicionario franco fue fundamental a la hora de imponer la sublevación por todo el territorio, no olvidemos que Suintila gozaba de una amplia aceptación popular por haber perseguido a nobles y clérigos demasiado enriquecidos por los favores de anteriores monarcas. Por tanto, el levantamiento se produjo en el seno de la hostigada nobleza y clero, y no en las capas más deprimidas de la sociedad. No es de extrañar que, tras el golpe a Sisenando, le costara casi dos años organizar y convocar el IV Concilio de Toledo. En ese intervalo es de suponer que anduvo ocupado sofocando pequeñas revueltas de grupos afines a Suintila. Cuando esto se solucionó, no hubo impedimento alguno para que el 5 de diciembre del 633 sesenta y ocho obispos de toda España se reunieran en la basílica de Santa Leocadia de Toledo para acordar nuevas medidas que regularan la elección monárquica.

La reunión prosperó bajo la inspiración y dirección del obispo Isidoro de Sevilla. En esas jornadas el alto clero determinó que la llegada al trono de Sisenando había sido justa y necesaria, dada la tropelía cometida por el anterior monarca Suintila, al que excomulgaron y condenaron por su impía actuación. Fueron días que se aprovecharon para marcar las directrices sobre cómo se debería gobernar el Estado visigodo en años venideros. Para que el lector tenga una idea aproximada de cómo se celebraban aquellos concilios, ofrecemos este documento que nos acerca a la ceremonia protocolaria que adornó el espíritu de esos días:

Fórmula según la cual debe congregarse el Concilio en el nombre de Dios. En la primera hora del día antes de salir el sol se echará de la iglesia a toda la gente, y se cerrarán las puertas. Todos los porteros estarán en la puerta por donde deben entrar juntos todos los obispos, y se sentarán según su clase y ordenación. Después de los obispos se llamará a los presbíteros que alguna razón obligue a hacer entrar, y luego a los diáconos con la misma elección.

Los obispos se sentarán en círculo, tras de ellos los presbíteros, y los diáconos estarán en pie delante de los obispos. Entrarán luego los seglares que el Concilio juzgare dignos; los notarios para leer y escribir lo que fuese necesario; y se guardarán las puertas. Después de que los obispos hayan estado bastante tiempo en silencio y aplicados a Dios, dirá el arcediano: orad. Al instante se postrarán todos en tierra, orando mucho tiempo en silencio con lágrimas y sollozos, y uno de los obispos más antiguos se levantará para decir en voz alta una oración; los demás permanecerán postrados.

Después que se haya concluido la oración, y que todos respondan amén, dirá el arcediano: levantaos. Todos se levantarán; y los obispos y presbíteros se sentarán penetrados de temor de Dios y de modestia. Todos guardarán silencio. Un diácono, revestido de alba, presentará en medio de la asamblea el libro de cánones, y leerá los que hablan de la celebración de los concilios. Enseguida el metropolitano hablará y exhortará a los que tengan que proponer algún asunto o queja.

No se pasará a otro punto hasta que quede evacuado el primero. Si alguno de fuera, presbítero, clérigo o seglar, quiere entrar a hablar en el Concilio, lo declarará al arcediano de la metrópoli y éste dará parte a la Asamblea. Entonces se permitirá a la parte entrar y proponer el asunto.

Ningún obispo saldrá de la junta sin que se haya finalizado. Ninguno dejará el Concilio sin que se haya terminado todo, para poder firmar las decisiones, porque se debe creer que Dios está presente en el Concilio, cuando los asuntos eclesiásticos se terminan sin tumulto, con aplicación y tranquilidad.

Gracias a este texto original del IV Concilio de Toledo podemos hacer volar la imaginación intuyendo cómo fueron aquellas sesiones dominadas por un invierno gélido —Europa atravesaba por una miniglaciación—, calentado por interminables discusiones eclesiásticas y políticas, porque aquel cónclave sirvió para unificar las posiciones defendidas por aristocracia e Iglesia, en detrimento de la postura monárquica que, a partir de entonces, sufriría devaluación, pues quedó abolida la posibilidad de sucesión dinástica, dejando la elección del rey en manos de nobles y obispos. La Iglesia mantenía cierta autonomía en relación a las decisiones gubernamentales. El Estado visigodo nunca fue teocrático, pero desde el IV Concilio de Toledo, el rey quedará vinculado a las medidas que se adopten en los concilios. En éstos podrán participar miembros de la alta nobleza, así como grandes terratenientes elegidos por su peso específico en la corte.

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