La aventura de la Reconquista (19 page)

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Authors: Juan Antonio Cebrián

Tags: #Divulgación, Historia

BOOK: La aventura de la Reconquista
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En este período el gran Muhammad I favoreció el comercio con el norte de África, asunto del que iba a obtener magníficos beneficios que le permitieron no sólo pagar el oro prometido a los castellanos, sino también incentivar todo tipo de manifestaciones culturales y arquitectónicas. En este sentido, es obligado destacar la construcción de la Alhambra. Muhammad I había conquistado en 1238 una pequeña alcazaba ubicada en un promontorio de unos 750 m de altitud que dominaba la ciudad de Granada. El sitio fue tan de su gusto que lo eligió como futura residencia palaciega de su dinastía. El recinto no guardaba desde luego las dimensiones requeridas para ser albergue de emires; en consecuencia, se ordenó el levantamiento de algunos edificios que fueran acordes con el esplendor que se pretendía dar a aquel flamante reino. El nombre
al-Hamrá
y su derivación «Alhambra» pasarán a la historia, desde entonces, como una de las construcciones más hermosas que el islam creará en tierras europeas. Los sucesores de Muhammad I se encargarían a lo largo de las décadas posteriores de embellecer la Alhambra dotándola de Mezquita, jardines y lugares dignos de ensueño. La Alhambra se convirtió en una regia fortaleza palatina receptora de embajadas y foco catalizador de grandes acontecimientos culturales. La suntuosa decoración y el equilibrio de sus estanques, fuentes y monumentos, desataron las más encendidas loas de una época demasiado acostumbrada a la actividad guerrera y no a lo propuesto por la insuperable Alhambra.

En estos años iniciales del reino nazarí, Muhammad I se vio sometido a dos presiones muy molestas: la primera la constituía el eterno empuje de las huestes cristianas; la segunda, y no menos importante, llegó casi al final de su reinado con el emergente poder magrebí de los benimerines, facción islámica que pretendía recuperar lo perdido por los almohades.

En 1264 se producen revueltas mudéjares en los territorios murcianos y gaditanos. Los acontecimientos, lejos de ser anecdóticos, constituyen una grave crisis para la corona de Castilla que se ve obligada a solicitar la ayuda del rey aragonés Jaime I, quien consiguió sofocar la sublevación murciana en 1266. Aquellos levantamientos habían sido incentivados desde Granada con la ayuda de 3.000 voluntarios benimerines que prestos acudieron a la llamada de sus hermanos de fe. Era la primera vez que estos norteafricanos ponían pie en tierra hispana; no sería la última, y en años posteriores diversas oleadas invasoras estuvieron amenazando la existencia de los reinos peninsulares incluido el granadino.

El peligro benimerí desató una batalla marítima y terrestre por el control del estrecho de Gibraltar que se prolongaría casi cien años. Combates navales de gran magnitud combinados con asedios a las principales plazas del Estrecho dejaron miles de cadáveres protagonistas de episodios llenos de triste recuerdo.

En 1275 los benimerines irrumpieron por la península a sangre y fuego devastando numerosos parajes andalusíes; dos años antes había fallecido Muhammad I, dando paso al heredero Muhammad II, quien rompió su vasallaje con la corona de Castilla buscando protección en la fortaleza benimerí, lo que provocó años de auténtica desolación en los pagos castellanos y granadinos.

Los norteafricanos eran las primeras tropas que llegaban a la península Ibérica desde la derrota de las Navas de Tolosa y albergaban la secreta ambición de una nueva conquista territorial sobre la totalidad de al-Ándalus. Muhammad II se percató muy pronto sobre las aviesas intenciones de sus presuntos aliados magrebíes, pero poco pudo hacer por impedir que en 1278 los africanos se hicieran con el control de Málaga y Algeciras, localidades fundamentales para facilitar el desembarco de las tropas benimerines; una vez más al-Ándalus quedaba expuesta a la amenaza de un nuevo poder musulmán nacido en África.

Alfonso X no estaba dispuesto a permitir la expansión benimerí, a tal efecto, organizó un ataque marítimo y terrestre contra Algeciras. La escuadra castellana estaba compuesta por más de cien naves entre galeras, naos y otros buques de menor envergadura; por tierra, miles de guerreros cercaron la ciudad en agosto de 1279. Algeciras resistió el asedio más de un año hasta que finalmente una flota de auxilio musulmana logró forzar el bloqueo destruyendo la práctica totalidad de los buques cristianos. El asedio a la plaza gaditana se convirtió en un auténtico desastre para las tropas de Alfonso X, quien tuvo que firmar una tregua con Abu Yaqub, hijo del sultán Abu Yusuf y responsable de los ejércitos benimerines que operaban en la península Ibérica. El pacto dejaba al margen al estupefacto Muhammad II de Granada, lo que permitió a los enfurecidos castellanos lanzar a despecho una ofensiva sobre el reino nazarí que, por cierto, también terminó en tragedia cuando buena parte de la nobleza y de las órdenes militares sucumbieron derrotados en la batalla de Moclín celebrada en 1280.

La incapacidad para el gobierno de Alfonso X contrastaba con su brillante erudición aunque en esos años la ciudadanía castellana no apostaba por la cultura y sí, en cambio, por gobernantes mejor preparados para el combate.

Un nuevo error de «el Sabio» le hizo pactar con los benimerines para que le ayudasen en el litigio con su hijo Sancho; éste a su vez conseguía el apoyo de los granadinos, con lo que la situación se complicaba notablemente. En esta guerra civil de todos contra todos, los benimerines sacaron provecho pasando tropas a la Península en socorro del debilitado Alfonso X. El pretexto sirvió para que se plantaran a las puertas de la mismísima Toledo; nunca tropas musulmanas habían llegado tan lejos desde la victoria de Alarcos casi un siglo antes.

En 1284 fallece Alfonso X siendo sucedido por su segundo genético Sancho IV, quien lanzó numerosos ataques contra los invasores benimerines hasta hacerles pactar una forzosa tregua a la espera de situaciones más favorables. De esta manera en 1288 los magrebíes se quedaron tan sólo con las plazas de Tarifa y Algeciras.

En 1292 Sancho IV se aliaba con aragoneses y granadinos para asaltar las defensas de Tarifa. La gesta se consumó con éxito y el Rey castellano elegía al caballero leonés don Alonso Pérez de Guzmán como alcaide de la plaza. Don Alonso se convirtió en el héroe de aquellos años como ya sabemos. Éste fue sin duda el principal hecho acontecido a fines del siglo XIII para al-Ándalus.

PRINCIPALES SUCESOS MUSULMANES DEL SIGLO XIII

1202. Ocupación almohade de las islas Baleares.

1211. Al-Nasir desembarca en Tarifa con numerosas tropas.

1212. Desastre almohade en las Navas de Tolosa. Los reinos cristianos consolidan sus fronteras en Sierra Morena.

1213-1223. Yaqub Yusuf II, califa de los almohades.

1217. Ibn Hub se subleva en Levante.

1224-1236. Reaparecen los reinos de taifas.

1231. Muhammad Ibn Yusuf Ibn Nars, al Hamar, crea en Arjona el reino nazarí.

1236. Las tropas castellanas ocupan Córdoba.

1238. Creación del reino de Granada. Comienzan las obras de la Alhambra. Ese mismo año las tropas de Jaime I de Aragón toman Valencia.

1238-1273. Muhammad I, rey de Granada.

1246. Los musulmanes pierden Jaén.

1248. Los castellanos de Fernando III ocupan Sevilla.

1262. La corona de Castilla se anexiona el reino musulmán de Niebla.

1264-1266. Rebelión mudéjar en Murcia y Cádiz.

1266. Emigración de los mudéjares murcianos hacia Granada.

1273-1302. Muhammad II, rey de Granada.

1275-1276. Emigración de mudéjares valencianos hacia Granada.

1275-1278. Algeciras y Tarifa son ocupadas por benimerines.

1279-1280. Desastre castellano en el asedio de Algeciras.

1280. Victoria nazarí en Moclín.

1286. Tregua de paz entre castellanos y benimerines. Muerte del sultán benimerí Abu Yusuf.

1292-1295. Campaña de Tarifa. Los castellanos toman la ciudad y repelen las posteriores contraofensivas benimerines.

SIGLO
XIV

Fue la primera et grande pestilencia que es llamada mortandad grande… en las partes de Francia, et de Inglaterra, et de Italia, et de aún en Castiella, et en León, et en Extremadura, et en otras partidas.

Crónica de Alfonso XI
. El 27 de marzo de 1350 moría víctima de la peste negra el rey Alfonso XI, mientras se encontraba con sus tropas asediando la plaza de Gibraltar.

GUERRA EN EL ESTRECHO

A principios del siglo XIV Castilla pugnaba por el control absoluto sobre las aguas del Estrecho. En su costa norte Tarifa, Gibraltar y Algeciras se mantenían como las plazas que abrían o cerraban las puertas peninsulares. Tarifa había caído en manos cristianas en 1292, por tanto, las dos restantes constituían objetivos prioritarios para las tropas del joven rey Fernando IV. Éste, una vez obtenida la mayoría de edad en 1301, consigue estabilizar una corona de Castilla devastada por el hambre, la enfermedad y las interminables guerras civiles. Gracias al exquisito tacto diplomático de su madre, doña María de Molina, el monarca pudo manejar determinadas situaciones internas de forma airosa, lo que permitió, sin duda alguna, que se pudiera pensar de nuevo en la expansión castellana.

En 1308 Castilla vuelve decididamente a tomar cartas sobre la Reconquista hispana; la amenaza de los benimerines marroquíes era demasiado tangible como para ignorarla. Por si fuera poco, el reino de Granada no mostraba el más mínimo inconveniente en pactar con los magrebíes llegando incluso a cederles algunos enclaves. Todo hacia ver que tarde o temprano surgiría una nueva oleada invasora desde África a la usanza almohade o almorávide; en consecuencia se debía actuar y pronto. A tal efecto se convocan Cortes en Burgos para reunir el dinero necesario cara a la futura empresa militar contra los granadinos y sus aliados. Se solicita el apoyo de los aragoneses y su rey, Jaime II, acepta complacido la reanudación de las hostilidades contra el sempiterno enemigo musulmán. Un año más tarde se firmaba entre Aragón y Castilla el
Tratado de Alcalá
por el que los aragoneses podrían avanzar hasta Almería, mientras que los castellanos harían lo propio con Algeciras.

Las tropas de Fernando IV lanzaron una desigual ofensiva sobre el Cádiz mahometano, aunque el propósito principal era tomar la importante plaza de Algeciras. El ejército castellano chocó contra los muros de la ciudad protegidos por una tenaz resistencia sarracena. Una tras otra llegaron las embestidas cristianas, pero todo fue inútil y los castellanos se vieron obligados a una penosa retirada.

Sin embargo, apareció nuevamente el genio de don Alonso Pérez de Guzmán, quien supo enardecer a una desmotivada hueste para lanzar un eficaz ataque contra Gibraltar, ciudad, por otra parte, menos protegida que Algeciras. Lo que olía a desastre de las tropas castellanas se tornó, debido al empuje de don Alonso y los suyos, en unas tablas muy beneficiosas para Castilla, ya que los musulmanes de Granada tuvieron que solicitar la paz admitiendo un oneroso vasallaje. Lo cierto es que el reino nazarí había salvado la estratégica Algeciras a costa de entregársela a sus presuntos aliados benimerines. El emir granadino Nars se veía en una posición muy delicada ante algunas facciones fundamentalistas de su corte que no aceptaban ser vasallos de los cristianos; en consecuencia, llegó una nueva guerra civil en los pagos mahometanos. Nars solicitó auxilio militar a Fernando IV con el fin de restablecer su dominio en el reino nazarí. El monarca castellano no se lo pudo negar y organizó un contingente que él mismo dirigió en 1312 en ayuda de su vasallo. Cuando el ejército castellano transitaba por Jaén en dirección a Granada, una trombosis acabó con la vida de Fernando IV a la edad de veintisiete años. Su fallecimiento se asoció a una maldición lanzada por dos hermanos condenados injustamente a muerte; éstos emplazaron al Rey a comparecer en menos de un mes ante una corte infernal que le juzgara por todos sus desmanes, desde entonces, Fernando IV fue llamado «el Emplazado». Su óbito dejaba a un pequeño heredero de tan sólo un año recién cumplido; una vez más la sufrida María de Molina se tuvo que hacer cargo de la regencia sobre su nieto Alfonso XI, en este caso compartida con la reina madre, doña Constanza de Portugal, y los tíos de Fernando IV, don Juan y don Pedro. Como ya era habitual, buena parte de la aristocracia se levantó en conspiraciones absurdas que únicamente pretendían seguir con el reparto de la territorialidad castellana.

El rey Alfonso fue creciendo en el temor de verse derrocado o muerto en cualquier momento de aquellos años turbulentos. Para mayor tragedia, en 1319 los infantes donjuán y don Pedro murieron en las Vegas de Granada combatiendo a los musulmanes; dos años más tarde, fallecería la insigne María de Molina.

La preocupación manifiesta por la debilidad dinástica de Castilla provocó en 1325 la precipitada coronación de Alfonso XI, llamado «el Justiciero». Tenía tan sólo catorce años y ante él un paisaje sembrado de peligros internos y externos.

En el asunto de la Reconquista las tropas de Alfonso XI atacaron algunos puntos de la frontera con Granada apropiándose de castillos y localidades sin mucha relevancia. Los nazaríes respondieron con una ofensiva sobre Gibraltar, plaza que cayó tras cinco meses de asedio el 20 de junio de 1333. En el sitio participaron 7.000 guerreros benimerines llegados desde África para la empresa. Este episodio supuso un duro revés para las aspiraciones castellanas de controlar los asentamientos neurálgicos del Estrecho. De nada sirvió el intento postrero de Alfonso por auxiliar a los maltrechos defensores de Gibraltar viéndose en la necesidad de aceptar una tregua con el reino nazarí; era momento para recuperar aliento y, sobre todo, recomponer ejércitos a la espera de una situación más propicia para la guerra en aquel frente tan enrevesado. La paz con los granadinos y benimerines se estableció en un tiempo de cuatro años durante los cuales ningún bando podría atacar al otro. Pero la ambición por dominar el sur peninsular era demasiado grande y pronto cristianos y musulmanes comenzaron a preparar sus ejércitos y flotas de combate.

En 1338 el viento de la guerra soplaba fuerte a un lado y otro del estrecho de Gibraltar. Los benimerines habían arbolado 60 galeras y casi 200 naves de más o menos tonelaje. Por su parte los cristianos desplegaron 33 galeras y algunos buques de apoyo. Mientras tanto, en tierra firme, miles de guerreros benimerines se acuartelaban en Algeciras preparándose para los combates futuros. Desde Granada se lanzaban algaras constantes contra el territorio castellano. La respuesta de Alfonso XI no se hizo esperar, entrando él mismo en Andalucía al frente de una gran hueste compuesta por miles de jinetes y peones. Los cristianos se establecieron en Sevilla a fin de mantener una posición hegemónica sobre nazaríes y benimerines. Estos últimos se habían mostrado especialmente belicosos bajo la dirección del príncipe Abu Mabk, hijo del emir de Marrakesh, Abu I-Hasan. Desde Algeciras salían numerosas columnas punitivas contra localidades cercanas, de ese modo, plazas como Jerez, Medina, Lebrija, Arcos o Alcalá de los Gazules, sufrieron intensamente el rigor benimerí. En una de estas expediciones Abu Malik encontró la muerte a manos cristianas. El hecho contrarió el ánimo de su padre quien ordenó vengar con sangre la muerte de su querido hijo. En el año 1339 miles de voluntarios benimerines se embarcaban rumbo a Algeciras dispuestos para la
yihad
con el sueño de recuperar la casi perdida al-Ándalus.

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