Read La aventura de la Reconquista Online
Authors: Juan Antonio Cebrián
Tags: #Divulgación, Historia
Abderrahman III aprendió la dura lección ya que jamás volvió a dirigir personalmente ninguna expedición militar contra los cristianos; éstos, mientras tanto, gozaban de la victoria enseñando los magros tesoros capturados a los cordobeses.
Entre esas riquezas se encontraban la cota de malla favorita del Califa, objeto elaborado en oro puro, y el Corán predilecto usado por Abderrahman en sus aceifas. El botín sirvió para pagar espléndidamente a los soldados leoneses participantes en la batalla. Pero sobre todo, la victoria de Simancas se convierte en fundamental por ser un episodio tangible desprovisto de leyendas, un suceso real a diferencia de otros capítulos emblemáticos de la Reconquista siempre cubiertos por la falta de documentación o la neblina de la historia. Simancas sirve como propaganda de la fe católica en todo el reino leonés y más allá, dado que muchos escritores europeos hicieron alusión a la épica batalla en ese mismo siglo X. De Covadonga o Clavijo se podía imaginar lo que se quisiera adornando, engrandeciendo, según las necesidades. Sin embargo, Simancas pasa por ser la primera gran victoria cristiana en la península Ibérica que disfruta de una perfecta profusión documental.
El celebérrimo combate fue aprovechado no sólo por el Rey leonés, quien repobló localidades como Sepúlveda, sino también por el conde Fernán González, personaje esencial de la crónica castellana.
Castilla había nacido en el siglo IX como una suerte de pequeños condados fronterizos defendidos por innumerables fortificaciones de las que tomaba el nombre. Los castillos castellanos sustentaban la primigenia personalidad de unos pobladores cántabros y vascones que se habían ido extendiendo desde el año 800 por las desérticas tierras ribereñas del Ebro y Duero. Las cartas puebla y las delegaciones regias, insuflaron potestad a los asentamientos de aquellos colonizadores. Durante el siglo IX el condado de Castilla se limitó a cumplir con la misión encomendada; fue muro para los ataques musulmanes y hogar de infanzones, agricultores y ganaderos.
En el siglo X surge con fuerza la idiosincrasia castellana encarnada en la figura de sus condes gobernantes. Castilla es mucho más que una tierra de nadie satélite del reino astur-leonés.
En 920, tras la derrota cristiana en Valdejunquera, los nobles castellanos son acusados de no acudir en auxilio de las tropas navarras y leonesas; algunos condes son recluidos por ello. En 930 Fernán González, el hombre más respetado de la nobleza castellana, comienza a reivindicar los particularismos de Castilla. Nueve años más tarde, tras la batalla de Simancas, exige la independencia total de León; son las primeras notas de una sinfonía llamada «Castilla».
Las discrepancias entre Ramiro II y Fernán González alcanzaron su punto álgido en 943 cuando el castellano se rebeló ante el leonés; el hecho supuso la detención y encarcelamiento del Conde durante un tiempo. Finalmente, la presión agobiante ejercida por las tropas de al-Ándalus sobre la frontera, hicieron que Ramiro II reconsiderara su actitud, liberando al noble para que le ayudara con su tropa en los asuntos bélicos librados por el reino frente a los musulmanes. En 960 Castilla consigue una autonomía que la desvincula prácticamente del reino de León, salvo el homenaje y reconocimiento de los nobles castellanos hacia la corte leonesa. Fernán González consigue implantar la sucesión nobiliaria. A su muerte en 970 es sucedido por su hijo García Fernández que se encargará de ampliar los territorios obtenidos por su padre. Por desgracia para él, durante su gobierno surgió en al-Ándalus el genio militar de Almanzor quien propinó duras derrotas por toda la Península a los diferentes reinos cristianos. García Fernández sufrió además una tremenda conspiración familiar cuando su mujer e hijo se confabularon con el dictador andalusí para derrocarle. Murió en Medinaceli en 995 a consecuencia de unas heridas de guerra. Con Fernán González y su hijo García Fernández quedan trazados los caminos por los que discurrirá el futuro reino de Castilla.
En cuanto al siglo X navarro la dinastía Jimena, impulsada desde León, consigue afianzarse gracias a la eficaz tarea expansiva emprendida por el rey Sancho Garcés entre 905 y 925. En 914 se toma Calahorra y cuatro años más tarde Nájera. Además se mantiene la influencia sobre el pequeño condado de Aragón. La debilidad que en esos momentos atravesaba al-Ándalus permite fortalecer las tierras navarras por las riberas del Ebro. Los monasterios de San Millán de la Cogolla y Albelda, protagonizan la actividad cultural y repobladora del momento. La muerte del rey Sancho Garcés llega cuando su heredero García Sánchez es tan sólo un pequeño infante; es entonces cuando brilla la inteligencia de su madre, la reina Toda, quien con insuperable diplomacia logra gobernar el reino y fortificarlo gracias a los enlaces matrimoniales de sus hijas con los principales mandatarios de los reinos hispanos. García Sánchez reinará hasta el año 970. A su muerte Navarra ya es la potencia hegemónica entre los reinos cristianos peninsulares. El auge navarro coincide con el declive astur-leonés y la subida de Castilla. Los reyes Sancho Garcés II y García Sánchez II mantendrán la política displicente de sus ancestros con respecto a los musulmanes de al-Ándalus.
En la primera mitad del siglo X los condados catalanes de la Marca Hispánica sufrieron un pequeño debilitamiento que estuvo a punto de dar al traste con lo conseguido por el conde Wifredo I, el Velloso. Sin embargo, un nieto suyo, Borrell II, supo reunir, gracias a su tacto e inteligencia, la fuerza suficiente para que, una vez obtenido el poder en 947, los condados volvieran a pensar en su independencia de los carolingios. En efecto, Borrell II negoció con Abderrahman III y posteriormente con al-Hakam II, pactos de amistad que le permitieron repoblar las zonas sureñas de la Marca Hispánica. Durante años se mejoraron las infraestructuras y regadíos, se levantaron monasterios y se favoreció el ámbito cultural. Desgraciadamente la dictadura de Almanzor rompió los fértiles acuerdos y en 985 el líder andalusí arrasó la casi totalidad del territorio catalán. Este hecho no entorpeció el anhelo secesionista del conde Borrell II; la excusa llegó en 987 al suceder la dinastía capeto a la carolingia: fue entonces cuando el Conde catalán negó a los capeto cualquier tipo de vasallaje o reconocimiento; es por tanto el 988 un año decisivo para la futura Cataluña al ser el momento de arranque como entidad independiente de los francos para los condados catalanes de la Marca Hispánica. Aún pudo el conde Borrell II saborear unos años el éxito conseguido, falleció en 992 dejando un recuerdo imborrable que se prolongaría durante siglos.
Ahora volvamos al reino de León que lo habíamos dejado en tiempos de Ramiro II en permanente pugna con el conde castellano Fernán González. Ya sabemos lo que pasó en este período para Castilla; mientras tanto, León iba adentrándose en una profunda crisis de consecuencias insospechadas. La muerte de Ramiro II tras su abdicación en 951 a favor de su hijo Ordoño III dio paso a unos años oscuros para el reino astur-leonés. Ordoño III tan sólo pudo reinar cinco años de los que únicamente destacó el asedio y toma de Lisboa. Eran momentos sembrados de incertidumbre por la complejidad que suponía el entramado panorama político de los reinos peninsulares, siempre vigilados muy de cerca por el inmenso Abderrahman III. Tras la muerte del rey Ordoño III llegó Sancho I, el Gordo, quien haciendo honor al sobrenombre tuvo que recurrir a los sabios galenos andalusíes para intentar curar su obesidad mórbida e hidropesía. Además, el orondo gobernante aprovechó su visita a la capital sultana para solicitar ayuda militar que le permitiera regresar con garantías al trono de su reino, usurpado por Ordoño IV, el Malo, siendo la primera vez que un rey cristiano dirigía una hueste sarracena en aquellos primeros siglos de la Reconquista.
Ignoramos si el rey Sancho consiguió curarse, lo que sí sabemos es que en 966 murió a consecuencia del veneno ingerido en una comilona. Su hijo Ramiro III tan sólo tenía cinco años cuando llegó al trono; la débil regencia ejercida por su madre Teresa Jimena y su tía, la monja Elvira, fue aprovechada convenientemente por los desconfiados nobles leoneses para adoptar arbitrariamente todo tipo de decisiones al margen de la monarquía. Ramiro III, una vez obtenida la mayoría de edad, intentó luchar contra la oposición interna y los musulmanes, siempre de manera infructuosa. Las derrotas menoscabaron su ya menguada imagen y en 982 tuvo que soportar cómo los nobles gallegos proclamaban rey a su primo Bermudo II en Santiago de Compostela. Murió sin entender nada en 984.
Bermudo II, llamado «el Gotoso», se vio inmerso en las difíciles pugnas intestinas del reino. Se cuenta que fue apoyado en principio por los clanes nobiliarios gallegos y por el propio Almanzor quien esperaba sabrosos tributos del enfermizo Rey. En esos momentos León no luchaba sólo contra sí mismo, sino también contra las influencias castellana y navarra, el poder andalusí y los esporádicos golpes de mano vikingos. Sin duda el peor capítulo vivido por Bermudo II fue el de las constantes aceifas dirigidas por el fiero Almanzor. El suceso más grave dio como resultado en 997 la toma, pillaje y destrucción de la sagrada Compostela.
Bermudo II falleció en 999. Su muerte dio paso, como siempre, a las disputas entre las diferentes facciones que pretendían hacerse con el mando. Finalmente, el propio Almanzor medió entre castellanos y gallegos favoreciendo a estos últimos quienes colocaron como regente al noble Menendo González, tutor del pequeño Alfonso V y, paradójicamente, cerebro organizador de la batalla librada en Calatañazor en 1002, donde se extinguió la buena estrella del dictador andalusí.
De esta manera abandonaba el reino de León el siglo X; en la siguiente centuria sobreviviría unos pocos años hasta ceder el total protagonismo al reino de Castilla.
En el siglo que dejamos atrás hemos comprobado cómo fueron muy variados los factores que influyeron en la lenta agonía leonesa, pero, sin duda, el peso principal lo soportan dos nombres propios que nacieron en la vecina al-Ándalus, uno de ellos el califa Abderrahman III, el otro Almanzor, de los que nos vamos a ocupar inmediatamente.
905-925. Sancho Garcés I, rey de Navarra.
910-914. García I, rey de León.
914-924. Ordoño II, rey de León.
918. Tropas leonesas ocupan Talavera.
919. Tropas pamplonesas ocupan Nájera, Tudela, Arnedo y Calahorra.
920. Derrota cristiana en Valdejunquera.
924-925. Fruela II, el Cruel, rey de León.
925-931. Alfonso IV, el Monje, rey de León.
925-970. García Sánchez I, rey de Navarra.
930-970. Fernán González, conde de Castilla.
931-951. Ramiro II, el Grande, rey de León.
933. Victoria cristiana en Osma.
939. Gran victoria cristiana en Simancas. Castilla pide su independencia de León. Toda Aznar, reina regente en Navarra.
947-966. Borrell II y Mirón, condes de Barcelona.
951-956. Ordoño III, rey de León.
956-958. Sancho I, el Gordo, rey de León.
958-960. Ordoño IV, el Malo, rey de León.
960-966. Sancho I recupera el trono con ayuda musulmana.
960. Independencia del condado de Castilla.
966-984. Ramiro III, rey de León.
966-992. Borrell II, conde de Barcelona.
970-994. Sancho Garcés II, rey de Navarra.
970-995. García Fernández, conde de Castilla.
982-999. Bermudo II, el Gotoso, rey de León.
988. Negación de Borrell II a rendir homenaje al franco Hugo Capeto, primer paso hacia la independencia.
992-1018. Ramón Borrell III, conde de Barcelona.
994/1000-1005. García Sánchez II, el Temblón, rey de Navarra.
995-1017. Sancho García, conde de Castilla.
999-1028. Alfonso V, el Noble, rey de León.
El siglo X representa para al-Ándalus su momento de máxima expansión territorial y brillantez intelectual. El artífice de tan bonancibles décadas fue Abd al-Rahman III (Abderrahman III), nieto del gran emir Abd Allah; sucedió a éste en 912 cuando tan sólo contaba veintiún años de edad. Los retos a los que se enfrentó el flamante Emir cordobés fueron variados, pero sin duda existían dos principales: el primero, la fuerte disgregación autonómica que estaba sufriendo el estado omeya; como ya sabemos, las revueltas fronterizas se habían multiplicado en las postrimerías del siglo anterior, en consecuencia, algunas ciudades como Zaragoza, Toledo o Sevilla vivían en una casi total independencia con respecto al emirato. Por otra parte, en el interior de al-Ándalus se había vuelto crónico el conflicto librado contra Umar Ibn Hafsun y sus hijos. La segunda cuestión que preocupaba al joven Abderrahman se centraba en el sostenimiento de las fronteras exteriores andalusíes. En el norte, Navarra y León se beneficiaban de las disensiones mahometanas para aumentar sus posesiones. En el sur, más allá del Estrecho, un emergente poder musulmán comenzaba a inquietar a los dueños de Córdoba. Nos referimos a los fatimíes, quienes desde la tierra tunecina llamada por entonces «Ifriqiya» se consolidaban como califato amenazando, sin tapujos, a los omeya establecidos en Hispania.
Abderrahman III lejos de amilanarse emprendió con decisión la tarea reorganizativa de su reino. Era vital para la supervivencia estructurar el organigrama político y sobre todo el militar; con tal fin adoptó una serie de decisiones que a la postre serían fundamentales para el esplendor del futuro califato.
En el capítulo político redujo el número de visires o ministros a tan sólo cuatro de su máxima confianza, provocó una incesante movilidad de cargos funcionariales con lo que evitó el relajamiento de los mismos en las ciudades donde eran enviados. La supresión burocrática facilitó la recaudación tributaria con el consiguiente incremento patrimonial del Estado. En el aspecto militar los tributos recogidos permitieron la contratación de un potente ejército mercenario, engrosado en su mayor parte por bereberes y cristianos de diversa procedencia.
Abderrahman III consiguió de este modo el respeto tan necesario de su pueblo, y lo hizo en unos años cruciales donde se debatía la propia existencia de al-Ándalus. El joven Emir se convirtió en el revulsivo que la vieja familia omeya necesitaba para perdurar en la tierra conquistada por el primer emir independiente de Bagdad, al que por cierto Abderrahman no sólo se parecía en el nombre sino también en el aspecto físico; recordemos que la genética familiar daba como resultado emires rubios de ojos azules y de buena planta. En el caso de Abderrahman III, los cánones estéticos del linaje se cumplieron a la perfección, aunque bien es cierto que a los emires y califas andalusíes siempre les gustaron mujeres de aspecto parecido al de ellos; dichas doncellas integraban la mayor parte de los harenes reales. En el caso de Abderrahman III, por sus venas corría sangre vascona de su madre Muzna. Cuentan del Emir y posterior Califa que era un hombre corpulento, bien proporcionado, de tez pálida y de profundos ojos azul oscuro. Él mismo hacía teñir de negro sus rubios cabellos para ofrecer un rostro más serio; en todo caso, la imagen del mandatario caminaba en armonía con sus buenas dotes para el gobierno.