Read La amenaza interior Online
Authors: Jude Watson
Las antenas del presidente Port comenzaron a temblar de nuevo.
—¿Qué clase de medidas? —preguntó nervioso. Felana alzó la vista y miró al líder de Vorzyd 4.
—Medidas mucho peores que el sabotaje del que nos acusan injustamente.
Esa noche, Obi-Wan se encontró con Grath en el andén del trasbordador. Parecía cansado, pero tenía la mirada despejada. Obi-Wan se dio cuenta de que el chico había hallado una nueva vía.
—Algunos de los adultos parecían contentos al ir a trabajar esta mañana —le dijo Obi-Wan—. Creo que disfrutaron de ese tiempo libre.
Grath asintió.
—Se puede conseguir sin violencia —dijo confiado—. La gente sólo necesita un poco de tiempo para entender cómo hacerlo.
Obi-Wan se alegró de ver que Grath volvía a ser el de siempre. No quería aguarle la fiesta contándole la conversación que había oído entre Flip y la chica morena, pero tampoco podía guardarse esa información.
—He oído que...
Obi-Wan fue interrumpido por el vagón, que hizo su entrada en el andén. Nania lo pilotaba, y saludó a Obi-Wan con una sonrisa. El Jedi se sintió agradecido cuando tomó asiento en el interior. Con Nania al volante quizá no fuera el mejor viaje de su vida, pero siempre era mejor que ir colgado de una barra por fuera.
Cuando llegaron al edificio de siempre. Obi-Wan vio enseguida a Flip. Estaba de pie en una esquina, junto a la chica morena, con una sonrisa burlona.
Grath se acercó a ellos.
—Hola, Flip —le dijo con tono amable.
Flip no dijo nada, pero su sonrisa se hizo más cruel. Era obvio que seguía enfadado por la reprimenda que había recibido aquel día. La chica tampoco dijo nada. Al contemplarles, Obi-Wan se dio cuenta de repente de que ya había visto a la chica antes, lejos de los libres. Era la que visitaba a su abuela en el complejo de jubilados en su primera noche en el planeta. Pero ahora parecía totalmente distinta. No había ni rastro de la chica cariñosa que disfrutó mirando y escuchando.
Grath se quedó frente a Flip un instante, intentando calmarle. Cuando se hizo patente que no iba a conseguirlo, la atención del líder se centró en la inminente reunión. Se subió a una de las mesas y llamó la atención de todos.
—Si podemos enseñar a los trabajadores sin hacerles daño que la vida es más que producir, nos ayudarán —dijo tranquilamente.
—Los trabajadores han ido demasiado lejos —dijo la chica morena con vehemencia—. El miedo es lo único que impedirá que nos detengan.
Grath frunció el ceño.
—Eso no es así, Tray —dijo él—. Y lo sabes.
Muy pronto, el desacuerdo y la ira de la reunión anterior volvieron a apoderarse del grupo. Todo el mundo hablaba a voces. Las antenas temblaban y atravesaban el aire, subrayando los gritos. Las manos se tensaban en puños. Los dos grupos comenzaron a separarse, con Grath y sus seguidores a un lado, y Flip y los suyos al otro.
—Tenemos que revelar nuestra identidad —gritó alguien—. Los trabajadores no tienen ni idea de que somos responsables de los incidentes. Ni siquiera creen que seamos capaces.
—No vamos a hacernos responsables de eso —dijo otra voz.
—Ni tampoco vamos a aceptar las culpas —exclamó un tercero al otro lado.
Los gritos subieron de volumen. Era casi imposible escuchar lo que se estaba diciendo. Obi-Wan miró de un lado a otro de la sala sin saber qué hacer. Sabía que era necesario tomar medidas, pero no quería revelar su identidad.
De repente, las luces del exterior del despacho parpadearon. Se oyeron voces fuera, y pasos subiendo a toda prisa por la escalera.
Grath alzó la vista, alarmado. Los chicos callaron de pronto.
Los Libres habían sido descubiertos.
Los pasos y las voces crecieron en intensidad al acercarse. Los Libres se miraron entre sí con preocupación, con las antenas vibrando de miedo. Obi-Wan vio por el rabillo del ojo que Flip tiraba una cápsula al suelo. Un humo denso y verde comenzó a expandirse por la estancia. La sustancia no parecía afectar a los pulmones de los Libres. No tosieron ni se pusieron a escupir.
—Por aquí —dijo Flip con calma. Guió a los chicos al exterior del despacho por una salida secreta, a través de un túnel, y ascendió varios tramos de escalera. Cuando salieron por una pesada puerta de duracero, estaban de pie en el tejado de un edificio cercano a la zona laboral. Estaba oscuro, pero las estrellas del cielo emitían una luz tenue.
Todo estaba tranquilo en la calle. Los chicos estaban a salvo.
En cuanto todos los Libres llegaron a la azotea. Flip se giró hacia Obi-Wan.
—Hay algo que no sabéis —gritó al grupo—. Grath os lo ha estado ocultando. Este chico ha sido enviado aquí para detenernos. Es un Jedi. ¡Y un traidor!
Hubo exclamaciones de asombro entre los Libres, que miraban boquiabiertos a Obi-Wan. Por un momento, Obi-Wan sintió que el grupo no estaba seguro de que aquello fuera cierto, y pensó que todavía podía salvar la situación.
Pero ese momento pasó.
—¡Es cierto! —exclamó la chica morena—. Le he visto en el complejo de jubilados. Mi abuela está allí, y él nos estuvo espiando.
—Sí, Tray, es un Jedi —Grath bajó la cabeza derrotado.
Obi-Wan cerró los ojos un momento. No tenía ni idea de que Grath supiera que era un Jedi. Respiró hondo para recuperar fuerzas. No le apetecía pasar por lo que le esperaba. Alguien le tiró de la capucha, dejando ver su cabeza sin antenas.
—¡Traidor! —gritó alguien.
—¡Grath es un mentiroso, no un líder! —exclamó Flip.
—¿Qué clase de líder no se fía de su gente lo bastante como para contarle la verdad? —dijo una voz más calmada.
Los chicos de ambos bandos en el tema de la violencia se enfrentaron juntos a Obi-Wan y a Grath. Sólo unos pocos defendieron a este último.
—Grath tiene que tomar decisiones difíciles por todos nosotros —dijo Nania, intentando tranquilizar a la gente—. Quizá no todas sean de nuestro agrado, pero lo hace por el bien del grupo. Nunca nos ha dejado a la deriva.
—El Jedi debería irse —dijo Tray—. De inmediato.
Se produjo un silencio por parte del grupo, que asintió de forma casi unánime. La cabeza de Grath fue la única que no se movió.
Obi-Wan miró a Grath en busca de apoyo, esperando que dijera algo a los asistentes. Grath parecía abatido, pero no dijo nada.
Obi-Wan se sintió derrotado, pero sabía que no podía irse sin más.
—La paz es la única victoria real —dijo a los Libres—. Si seguís por este camino, construiréis un muro permanente entre vosotros y los trabajadores. No habrá posibilidad de diálogo ni una nueva forma de vida.
Obi-Wan rogó con la mirada al grupo, yendo de una cara a otra. Ninguna expresión varió. No había forma de convencerles.
Obi-Wan dejó caer la cabeza y se dirigió hacia las escaleras. Lo último que vio antes de que la puerta se cerrara tras él fueron las sonrisas irónicas de Tray y Flip.
Cuando abandonó la azotea, a Obi-Wan le daba vueltas la cabeza. Se sentía como un idiota. ¿Cómo había podido no sospechar que Grath sabía que era un Jedi? Se dio cuenta de que la infiltración había sido demasiado sencilla. Le dio vergüenza no haberse dado cuenta antes. Había deseado tanto que su plan funcionara que supuso que todo iba bien. Pero no era así.
Obi-Wan regresó por las calles hacia la zona residencial. En lo profundo de su mente resonaba una vocecilla que le recordaba que tampoco había sido sincero del todo con los Libres. No les había dicho que era un Jedi.
Pero lo hice por el bien del planeta
, se dijo a sí mismo.
Estaba intentando aplicar una solución pacífica.
Todo aquello le recordaba demasiado a la situación ocurrida en Melida/Daan. Cuando Obi-Wan se unió a los Jóvenes, estaba seguro de que aquello era lo correcto, pero al final comenzó a dudar de que el grupo tuviera razón. Y pronto se dio cuenta de que abandonar a los Jedi había sido un error.
A simple vista, la situación de Vorzyd 4 parecía totalmente distinta a la de Melida/Daan. Totalmente inofensiva. Pero, en ese momento, Obi-Wan apenas veía diferencias. Y los parecidos le gritaban al oído.
Los Libres discutiendo. Las explosiones. La incapacidad de las generaciones para comunicarse entre sí.
Y Obi-Wan sabía que lo peor de todo era que ya no estaba en posición de ayudar. Los chicos no confiaban en él. ¿Y por qué iban a confiar en él los adultos, si les había estado ocultando información en todo momento?
No sabía qué hacer, así que se encaminó a su habitación en el complejo de jubilados. No llevaba allí mucho tiempo cuando llegó Qui-Gon.
Obi-Wan se dio cuenta de que su Maestro estaba preocupado por él, y quizá también por la situación. Dio un suspiro y comenzó a relatarle todo lo que había pasado.
—Alguien ha informado a los adultos —comenzó a decir Obi-Wan.
Qui-Gon asintió.
—Yo no dije nada, tal y como te prometí —dijo—, pero escuché al equipo de mantenimiento del edificio informando de un incidente al presidente Port. Les habían dado un chivatazo.
Obi-Wan no pensó en ningún momento que Qui-Gon pudiera ser responsable de la incursión, pero le alegró que su Maestro se lo confirmara.
—Un grupo de adultos irrumpió en la reunión secreta —dijo Obi-Wan—, pero uno de los chicos, Flip, tiró una cápsula de humo y puso a todo el mundo a salvo.
—Entonces estaba preparado para algo así —dijo Qui-Gon, suspicaz.
Obi-Wan asintió.
—Yo también pensé eso —dijo—. Quizá sea el chivato. Parecía demasiado sencillo. Pero han pasado más cosas...
Obi-Wan se quedó sin voz. Le estaba costando mantener la mirada de su Maestro. Se sintió responsable por el estado de la situación entre jóvenes y adultos. De nuevo, le dio la impresión de que le había fallado la intuición.
—Adelante —le animó Qui-Gon suavemente. Su mirada era totalmente comprensiva. Pero eso no hizo que Obi-Wan se sintiera mejor. De hecho, le hizo sentir peor. No se merecía comprensión ninguna. Las cosas en Vorzyd 4 estaban peor que cuando llegaron.
Y todo por su culpa.
Qui-Gon se dio cuenta de que su padawan estaba pasándolo mal. Se vio tentado a presionarle un poco para ver si seguía adelante, pero sabía que no era la opción correcta. Lo que Obi-Wan necesitaba era un poco de tiempo, algo que Qui-Gon también se tomaba de vez en cuando.
La habitación del complejo de jubilados quedó en silencio unos minutos. Después, Qui-Gon tomó la palabra.
—Creo que deberíamos salir y entrenar —dijo—. Llevamos mucho tiempo sin practicar con el sable láser.
Qui-Gon esperaba que la actividad física ayudara a su padawan a aliviar tensiones y a juntar las piezas del rompecabezas. De cualquier forma, centrarse en algo totalmente diferente sería lo mejor para cambiar de ritmo.
Al salir del edificio, Obi-Wan no parecía tener muchas ganas de entrenar, pero cuando estuvo fuera, frente a su Maestro, los ojos le brillaron con una intensidad que sorprendió a Qui-Gon. El joven Jedi encendió el sable láser y Qui-Gon hizo lo propio.
Los dos Jedi avanzaron en círculo, con los sables alzados como en una coreografía. Obi-Wan se movía con elegancia, sin dejar de mirar a Qui-Gon. Era como si le estuviera retando a hacer algo, a dar el primer paso.
Y así fue. El Maestro dejó caer el sable láser en una potente estocada, una vez, dos, tres. Obi-Wan estuvo ahí para bloquear en todo momento. Los elegantes arcos que describía con la hoja eran seguros y precisos. No dejó de mirar a los ojos a su Maestro.
Qui-Gon se dio cuenta de repente de que las habilidades de Obi-Wan con el sable láser habían mejorado muchísimo en los últimos meses. Su energía física era excepcional, joven y auténtica. Obi-Wan estaba luchando como un Caballero Jedi.
Por no mencionar que se fía de su intuición
, pensó Qui-Gon amargamente. Se dio cuenta de que, algún día, el chico le vencería. Y que quizás ese día no estaba tan lejos.
Los dos Jedi esquivaron y se movieron a una velocidad inverosímil, con las hojas relucientes de azul y verde derramando luz en la noche vorzydiana. Pero había algo más fuerte aún: la voluntad Jedi. Obi-Wan quería que le trataran como a un igual, y Qui-Gon lo sabía. Pero, aunque había madurado mucho en los últimos cuatro años, seguía teniendo diecisiete. Le quedaba mucho por aprender.
Con cada movimiento. Qui-Gon hacía retroceder más a Obi-Wan. No era tan difícil, pero al seguir avanzando ante su padawan. Qui-Gon tuvo la sensación de que Obi-Wan se lo estaba permitiendo, que, de alguna forma, su padawan tenía el control.
Y así era. Con un resplandor de cegadora luz verde. Obi-Wan giró, se agachó y dio media vuelta. Sus ojos azules relucieron, y una pequeña sonrisa curvó las comisuras de sus labios. Ahora era él quién tenía el dominio.
Qui-Gon estaba acostumbrado a ese tipo de tácticas arrogantes por parte del enemigo, pero era ligeramente inquietante verlo en su aprendiz padawan. Y aun así, había funcionado.
Como si leyera el pensamiento de su Maestro. Obi-Wan aceleró el ritmo un poco más. Daba estocadas rítmicas con una fuerza descomunal, haciendo retroceder a Qui-Gon en un arco amplio por todo el patio. Su hoja verde era apenas un borrón de luz en la oscuridad, y todo su cuerpo se movía con seguridad y confianza.
Qui-Gon tuvo que concentrarse mucho para mantener el ritmo de su padawan. Habían luchado a menudo codo con codo, lo suficiente como para que pudiera averiguar cuál iba a ser su siguiente movimiento. Por supuesto, a Obi-Wan le pasaba lo mismo y, de vez en cuando, el aprendiz de Jedi bloqueaba un golpe tan rápidamente que Qui-Gon sabía que el chico lo había previsto con exactitud.
Con un resplandor y un zumbido, los sables láser se encontraron formando un aspa. Ambos estaban sin aliento, sudando y exhaustos. Aquello no había sido un entrenamiento cualquiera.
Obi-Wan alzó la vista hacia su Maestro, con la mirada brillante e intensa. Era obvio que no había ganado el encuentro, pero lo había hecho realmente bien. Algo había cambiado entre ellos. Obi-Wan había dado un paso más hacia su meta de ser un Caballero Jedi, y Qui-Gon estaba más dispuesto que nunca a dejarle marchar.
—Tienes que ir a ver a Grath —le dijo Qui-Gon en voz baja—. Los estudiantes y los trabajadores tienen mucho que enseñarse unos a otros.
Obi-Wan asintió.
—Estoy de acuerdo —dijo—. Y tú también tienes mucho que enseñarme. Te doy las gracias, Maestro.