Read La amenaza interior Online
Authors: Jude Watson
—¿Suele estar Grath fuera de casa por las noches? —preguntó Qui-Gon cuando se sentó a cenar—. Debe de ser una pena no poder compartir juntos la última comida del día.
Obi-Wan se dio cuenta de que Qui-Gon estaba buscando algún punto de conexión emocional en la familia.
—Trabajar es un honor —dijo el presidente, tenso.
Su mujer asintió.
—Ojalá sea tan productivo mañana como hoy —dijo.
Qui-Gon y Obi-Wan intercambiaron una mirada. Se hizo el silencio en la mesa.
Obi-Wan masticó un bocado especialmente duro e insípido de lo que fuera que había en su plato.
—¿Y qué hacéis por las noches para divertiros? —preguntó con la esperanza de poder iniciar alguna conversación. Aunque estaba empezando a darse cuenta de que era inútil, sintió la obligación de intentarlo.
Bryn alzó la vista del plato, con una expresión de confusión.
—Leemos manuales para mejorar en nuestro trabajo —respondió, como si fuera algo obvio.
De repente, Obi-Wan se preguntó si Grath prefería trabajar por las noches para evitar la cena. Le costaba creer que los jóvenes de Vorzyd 4 estuvieran tan centrados en el trabajo como sus padres. Pensó que, de alguna manera, se parecía a la vida en el Templo. Allí, los niños y los adultos estaban completamente dedicados a aprender los caminos de la Fuerza. El sendero Jedi era fascinante, desde luego, mucho más fascinante que cualquiera de las cosas que Obi-Wan había visto en aquel planeta, pero Obi-Wan también tenía que admitir que, algunas veces, en el Templo, lo único que deseaba era tomarse un descanso, un tiempo libre.
Alzando la vista del plato, Obi-Wan vio que Qui-Gon le estaba mirando. Se sonrojó. Más de una vez, Qui-Gon había sido capaz de leerle la mente, y esperaba que aquél no fuera uno de esos momentos.
Obi-Wan llevaba una temporada sintiéndose frustrado, sí, pero no quería abandonar la senda Jedi. Ya lo hizo una vez y acabó siendo el peor error de su vida, pero, aun así, había momentos, sobre todo cuando pensaba que no estaba progresando, en los que se preguntaba adónde le estaba llevando un trabajo tan abundante e intenso.
El presidente Port guió a los Jedi a un edificio no muy alejado de la casa.
—Este es nuestro complejo de retiro. Mi madre vivió aquí cuando se retiró. Ya murió. La habitación está libre —dijo. Su tono no registró expresividad ninguna.
—Mis condolencias por el fallecimiento —dijo Qui-Gon amablemente—. ¿Fue hace mucho?
—Hace un mes —respondió Port.
Qui-Gon se dio cuenta de que las antenas de Port se agitaban levemente.
—Es difícil perder a un padre.
—Los trabajadores no aguantan sin trabajar —respondió Port con firmeza. Pero se detuvo antes de entrar en el pabellón, como si no quisiera entrar—. Segunda planta. La tercera puerta a la derecha —dijo.
Dio a Qui-Gon una tarjeta con códigos de acceso y se giró para marcharse.
—Mañana contactaremos con Vorzyd 5. Hay que seguir trabajando.
Cuando la puerta se cerró tras ellos. Qui-Gon escuchó unos golpecitos afuera. Los pasillos llenos de puertas se extendían en todas direcciones, y a la izquierda, una figura se acercaba trabajosamente hacia ellos ayudándose de un andarín. Les saludó para atraer su atención. Era un anciano vorzydiano.
—A trabajar —dijo con voz ronca—. ¿Ha llegado ya el trasbordador? A trabajar —Obi-Wan fue hacia el maltrecho ser, pero Qui-Gon le puso una mano en el hombro para detenerle. El vorzydiano se giró y caminó a duras penas en otra dirección. No hablaba con ellos. Eran desvaríos dirigidos a nadie en particular, y Qui-Gon supo que no había nada que pudieran hacer para ayudarle.
El cuarto de la madre de Port era tan mortecino como el resto del complejo, pero tenía dos catres y era adecuado para los Jedi. Obi-Wan caminó por el pequeño espacio entre las camas. Qui-Gon sabía que el chico quería decirle algo desde hacía un tiempo. Si esto hubiera ocurrido un año antes, ya habría expresado sus pensamientos. Pero su padawan estaba madurando y creciendo en sabiduría. Se estaba convirtiendo en un Jedi.
—Maestro, no creo que Vorzyd 5 sea responsable del... contratiempo de hoy —dijo Obi-Wan—. No sé quién será el responsable, pero no podemos ponemos en contacto con Vorzyd 5 hasta que tengamos una idea muy clara de lo que está pasando aquí.
—Por supuesto —asintió Qui-Gon.
—Tengo la impresión de que... no todo es lo que parece en Vorzyd 4 —prosiguió Obi-Wan—. Hay algo más aquí, algo... Algo secreto.
Qui-Gon asintió de nuevo. Él también lo había percibido, pero no lo había identificado hasta que oyó a Obi-Wan hablando de ello. Había un secreto en Vorzyd 4. Tendrían que actuar con suma cautela.
Qui-Gon se tumbó y respiró hondo. A su lado. Obi-Wan hizo lo mismo. Había sido un día raro, y Qui-Gon estaba ansioso por comenzar su meditación. Pero tras varios minutos de intentar relajarse, la tranquilidad de la que solía gozar no llegó.
En lugar de eso, su mente se llenó de imágenes de Obi-Wan. Obi-Wan de pequeño en un duelo de prácticas con el estudiante Jedi Bruck Chun, dejándose guiar por su ira, en lugar de por su instinto. Una imagen de Obi-Wan, al que tuvo que acudir a ayudar a Melida/Daan, para encontrarlo herido, humillado y con el valor suficiente como para afrontar sus errores, incluso si eso significaba no llegar a Jedi jamás. El chico había crecido mucho en los últimos cuatro años. Más que en altura y fuerza, en aprender a confiar en sí mismo, en sus instintos y en la Fuerza.
Le vino otra imagen de Obi-Wan a la mente. Un Obi-Wan más maduro, preparado para comenzar el difícil camino de las pruebas. Muy pronto sería más hombre que niño. Tendría que dar el salto y convenirse en un Caballero Jedi.
Qui-Gon sintió una punzada de orgullo y tristeza cuando se imaginó al Maestro Obi-Wan Kenobi. Estaba ansioso por que llegara el día en que ambos trabajaran mano a mano, como caballeros Jedi, pero con ese pensamiento no le llegó ninguna imagen. Sintió una congoja en el pecho. Estaba muy orgulloso de la trayectoria de Obi-Wan, de sus logros. ¿Por qué no podía verle como Maestro Jedi?
Quizá no quiera que el chico crezca
, pensó.
El ruido de la puerta al cerrarse distrajo a Qui-Gon de sus pensamientos. Abrió los ojos inmediatamente y vio que la habitación estaba vacía. Obi-Wan se había ido.
Obi-Wan se movió en silencio por el pasillo, hacia la salida. Al contrario que su Maestro, estaba demasiado inquieto como para meditar. Aunque en ocasiones deseaba tener la capacidad de Qui-Gon para tranquilizar su mente, ya había aprendido que había momentos en los que era simplemente imposible, y que era mejor aceptarlo. Había momentos en los que lo mejor era darle un uso más activo a su energía.
El pasillo del edificio de retiro estaba oscuro y silencioso, y Obi-Wan estaba saliendo por la puerta cuando escuchó un sonido que rompió el silencio. Sorprendido, dio media vuelta. ¿Había oído una risa?
Obi-Wan se encaminó hacia la fuente del sonido. Al doblar una esquina, vio a dos vorzydianas, una joven y una anciana, juntas en una de las habitaciones de retiro. La anciana yacía en su cama, mientras la joven estaba de pie, apoyada tranquilamente contra la pared.
—Qué tonterías hacía el abuelo —dijo la vorzydiana más joven.
La anciana asintió.
—Eso es lo que me encantaba de él —sonrió, y su pequeño y delgado cuerpo pareció llenarse de energía cuando se enderezó en la cama—. Era como un soplo de aire fresco. Pero, claro, ya no se nos permite hacer ese tipo de tonterías. Y menos ahora.
La joven vorzydiana asintió solemnemente.
—Las cosas van a cambiar, abuela —dijo. Miró el reloj que tenía en el cinturón y se impulsó para separarse de la pared, en dirección a su abuela—. Tengo que irme, pero vendré pronto.
La abuela acarició el rostro de su nieta con las antenas. Tenía la mirada muy triste.
—Prométemelo —le pidió en voz baja—. No me queda mucho tiempo.
La chica frunció el ceño y negó con la cabeza.
—No digas eso, abuela. Vas a vivir muchísimo tiempo —envolvió a su abuela con las antenas y se quedaron así un rato.
Pese a las palabras de la chica. Obi-Wan se dio cuenta de que ella sabía que la anciana tenía razón. Su aspecto era de lo más débil, y parecía que sus sistemas vitales estaban comenzando a fallar.
—A traba... —la anciana interrumpió la despedida tradicional vorzydiana—. Adiós, entonces —le dijo con una triste sonrisa.
—Nos vemos pronto, abuela —respondió la chica casi en un susurro, pero esperó unos segundos más antes de separar las antenas de su abuela. Luego dio media vuelta y se marchó de la habitación.
Obi-Wan se agazapó en una esquina, sin saber si la chica le había visto. Se sintió un poco culpable porque resultaba obvio que era una visita privada, pero le alegró saber que había relaciones emocionales en Vorzyd 4. Le dio un atisbo de esperanza.
La chica recorrió rápidamente el pasillo y salió al exterior. Obi-Wan la siguió. En el exterior, la noche estaba oscura y tranquila. No se oía nada aparte de los pasos de la chica. Casi todo el planeta estaba durmiendo.
Mientras ella entraba en un edificio cercano, otra figura apareció justo en la puerta de la casa de los Port. Obi-Wan supuso que era Grath, el hijo del presidente. Sintió una leve emoción. Ya había reunido valiosa información aquella noche, y quizá podría recoger todavía más antes de que salieran los soles.
Mirando a su alrededor con expresión furtiva. Grath cruzó la calle, hacia la plataforma del trasbordador. Aquello sorprendió a Obi-Wan. Si casi todo el mundo estaba dormido, ¿por qué seguía habiendo trasbordadores? No era un uso muy efectivo del transporte.
Mientras Obi-Wan se ocultaba entre las sombras, Grath esperó en el andén. Poco después apareció un trasbordador de mantenimiento que se detuvo y abrió sus puertas para dejarle entrar.
Obi-Wan se dio cuenta de que no podría abordar el transporte sin que le vieran, lo cual le dejaba una única opción...
Examinando rápidamente el exterior del vehículo, se fijó en una barra de duracero que recorría toda la parte superior. Estaba a unos metros por encima de su cabeza y era muy estrecha. No estaba seguro de que aquello fuera a soportar su peso, o de si podría agarrarse sin problemas. No tendría nada en lo que apoyar los pies, y tampoco tenía ni idea de cuánto iba a durar el viaje.
No le quedaba mucho tiempo para pensar. En ese momento, las puertas comenzaron a cerrarse. Saltó del andén y se agarró a la barra. Sus dedos se curvaron alrededor del saliente, asegurándole un agarre inestable.
Aquello no iba a ser divertido.
El pequeño trasbordador fue tomando velocidad y muy pronto avanzaba acompañado del rugido del motor. Obi-Wan intentó ignorar el dolor de los brazos y los dedos para poder concentrarse en la conversación que se desarrollaba en el interior del vagón. Con el ruido del transporte y el viento, era difícil enterarse, pero una de las ventanas estaba abierta y de vez en cuando podía escuchar pequeños extractos.
—La reunión... La mejor hasta el momento... La atención de nuestros padres...
Mientras escuchaba, Obi-Wan se dio cuenta de que acababa de descubrir el secreto de Vorzyd 4. Los jóvenes del planeta se traían algo entre manos. Ocurría mucho más de lo que los trabajadores adultos podían imaginar. Incluso era probable que los jóvenes fueran los responsables del sabotaje.
Obi-Wan se preguntó qué motivos podían tener los chicos, así como cuál sería su próxima broma. Entonces miró a su derecha: el trasbordador estaba a punto de entrar en un estrecho túnel, y no había sitio para él.
Obi-Wan se apretó cuanto pudo contra la pared del trasbordador, que entró en el túnel. La dura superficie de durocemento raspó la parte de atrás de su túnica, pero no le llegó a la piel. Un momento después, el túnel se amplió, y el trasbordador se detuvo chirriando.
Obi-Wan estuvo a punto de salir despedido. Con toda la determinación de la que disponía, se agarró con fuerza a la barra. Tenía los nudillos blancos y las puntas de los dedos le latían de dolor, pero no podía caerse, no podía arriesgarse a que le descubrieran. Tras lo que le pareció un largo rato, la nave se detuvo totalmente. Obi-Wan respiró hondo y se deslizó con cuidado al suelo.
Las puertas del vehículo volvieron a abrirse, y Grath salió junto al conductor. Obi-Wan pudo ver que era una chica. Ambos desaparecieron por un pasillo mientras charlaban animadamente.
Obi-Wan les siguió a unos pasos de distancia. El pasillo estaba oscuro, y tenía que andar con cuidado porque el suelo no era regular.
Grath y la chica recorrieron un laberinto de pasillos y subieron una serie de tramos de escaleras. Obi-Wan se dio cuenta de que los chicos vorzydianos andaban con rapidez, como los adultos. Supuso que era una cuestión de eficiencia, pero su animada conversación no tenía nada que ver con el limitado método de comunicación de sus padres.
Al terminar de subir las escaleras, se encontraron en un edificio de oficinas desierto. Los escritorios vacíos y las mesas y sillas polvorientas estaban repartidos por el lugar, que claramente llevaba un tiempo sin utilizarse. Había un gran grupo de jóvenes reunido en un enorme despacho vacío. Obi-Wan decidió no entrar en la sala y se escondió detrás de un escritorio justo a la entrada.
—¿Por qué habéis tardado tanto? —preguntó uno de los chicos cuando entraron Grath y la chica.
—Un cuelgue del trasbordador —respondió Grath lentamente.
Hubo un silencio, y Obi-Wan temió por un momento que Grath se estuviera refiriendo a él. Pero, si le había visto, el chaval no tenía ninguna razón para disimular.
—Nania ha llegado tarde —añadió Grath.
Obi-Wan suspiró aliviado.
—Mis padres me estaban vigilando de cerca —explicó Nania—. Tuve que esperar a que se durmieran.
—Bueno, pues ya estáis aquí —dijo una voz masculina—. La reunión de los Libres puede dar comienzo oficialmente.
Hubo un momento de silencio, y todos dejaron caer los brazos como muertos. Entonces hablaron al unísono, diciendo: "Esto será un secreto. Esto será pacífico. Esto será una sorpresa." Las palabras resonaron en las paredes.
Obi-Wan se quedó asombrado ante lo diferente que era aquel canto en comparación con el zumbido grave que reproducían los trabajadores al terminar su jornada. El canto de los chicos sonaba vivo y lleno de energía.