Read La amenaza interior Online
Authors: Jude Watson
Y daría como resultado muerte.
Obi-Wan corrió un rato detrás de Grath y los demás. Estaba seguro de que una de las chicas, Pel, era la que le había pillado en "albornoz" la noche anterior. Por suerte, no parecía sospechar de él.
La otra chica, Nania, tenía una voz que le sonaba de algo. Quizá fuera la conductora del trasbordador en el que viajó como polizón, pero hasta el momento nadie le había reconocido abiertamente.
Obi-Wan estaba esperando que alguien le preguntara quién era y por qué les seguía, pero no lo hicieron. La aceptación inicial de Grath pareció ser lo único necesario. O eso, o los Libres eran un grupo tan numeroso que sus miembros estaban acostumbrados a no conocerse entre ellos.
Daba igual, mientras los chicos le permitieran seguir junto a ellos. Cuando más tiempo pasara a su lado, más facilidad tendría para ganarse su confianza. Y más fácil sería convencerles de seguir el camino correcto.
Aunque se moría de ganas de saber adónde iban, Obi-Wan no quería correr el riesgo de revelar su identidad por hacer preguntas. Era mejor escuchar. Pero, por desgracia, nadie hablaba mucho.
Cuando estaban a un kilómetro de distancia de la escuela, la pequeña banda de Libres se introdujo en una construcción abandonada. Flip y Nania comenzaron a retirar escombros de una gran montaña, arrojándolos a un lado. Obi-Wan no sabía qué hacer.
Se preguntó si la siguiente trastada tendría que ver con desperdicios, y él también se acercó a coger parte de la basura. Entonces. Nania recogió un montón de escombros de la pila y Obi-Wan atisbó algo en el fondo de la montaña. Era la parte de atrás del trasbordador en el que había ido la noche anterior. Al parecer, aquél era el sitio donde lo ocultaban los Libres.
—Subid —dijo Flip, señalando a la puerta. Los chicos entraron en tropel. Nania se puso en el asiento del piloto y los retropropulsores comenzaron a rugir. Varios escombros se desprendieron del parabrisas.
—Agarraos —dijo Nania por encima del hombro. Dando bandazos y sacudidas, el pequeño transpone se quitó de encima la montaña de escombros y salió zumbando del edificio.
Flip, que obviamente no iba bien agarrado, aterrizó en el regazo de Grath.
—¿Entonces, qué crees que estará pasando ahora en las oficinas de Multycorp? —preguntó sonriendo al más mayor.
Grath se lo quitó de encima entre risas.
—No lo sé —dijo en tono astuto—. ¿Estarán bailando?
Obi-Wan no cogió la broma, pero se rió como los demás. Cuando las carcajadas se apagaron. Grath retomó la palabra.
—Pero mañana no habrá baile. Mañana habrá que caminar.
Grath parecía serio, y de repente cambió el ambiente. El grupo estaba claramente preparado para lo que se traía entre manos. Fuera lo que fuese.
No había mucha luz en la parte de atrás del vehículo, y Obi-Wan tuvo que agarrarse bien para no salir disparado gracias a la errática forma de conducir de Nania. Al prepararse para la siguiente curva, se dio cuenta de algo que se le había escapado hasta el momento. Todo el casco de la nave estaba cubierto de pequeños explosivos caseros.
Dando un último giro que revolvió las tripas de Obi-Wan. Nania detuvo el trasbordador en un hangar de transporte. Grath, Flip, Pel y Nania cogieron gran cantidad de explosivos y los apilaron en el exterior. A pesar de su recelo, Obi-Wan cogió varios explosivos e hizo lo propio.
—Pel, Nania, vosotros dos cubrid el ala este. Nosotros iremos a la oeste —ordenó Grath.
Obi-Wan contempló con inquietud cómo Grath se agazapaba bajo uno de los trasbordadores con los explosivos. Tenía que averiguar qué estaban haciendo, y cuanto antes mejor. Parecía que Grath y Flip estaban colocando los explosivos en los bajos de los compartimentos de pasajeros. ¿Estaban planeando volar en pedazos vehículos con pasajeros en el interior?
—Se me ha olvidado, ¿cuándo vamos a hacer explotar esto? —Obi-Wan intentó sonar despreocupado, mientras se colocaba bajo otro de los vagones al lado de Grath y comenzaba a manipular uno de los dispositivos.
Grath miró a Obi-Wan, extrañado.
—No te preocupes. Nadie saldrá herido. Es una de nuestras normas, ¿recuerdas? Estamos ocultando los explosivos para que nadie los vea durante la fase de regreso a la zona residencial. Pero esta noche, cuando los vehículos regresen al hangar, los haremos explotar por control remoto. Y mañana, cuando todo el mundo quiera ir a trabajar..., no tendrán el transporte de siempre, ¿a que no? —una sonrisa se dibujó en el rostro de Grath, pero a Obi-Wan le preocupaba tanto que algo saliera mal que no le devolvió el gesto. Aquel plan era más peligroso, mucho más peligroso que cambiar los números de una pantalla o dar comandos erróneos a un ordenador.
Grath se dio cuenta de que Obi-Wan no sonreía.
—No te preocupes —dijo de nuevo con más calma—. No vamos a matar a nadie. Sólo queremos que despierten.
Obi-Wan se obligó a sonreír y asintió.
—¿A trabajar, entonces? —preguntó.
—¡Mañana no! —rió Grath.
Qui-Gon respiró hondo y activó un interruptor. La pantalla se puso en blanco, y luego volvió a encenderse. Al otro extremo del pasillo, por fin, cesaron los gritos. El parón había salido bien. Los circuitos dejaron de saltar, y el hospital infantil quedó a salvo. Pero había estado cerca..., demasiado cerca.
Qui-Gon suspiró. Sabía que lo siguiente que tenía que hacer era contar al presidente Port lo que podría haber sucedido, una perspectiva nada apetecible. Quizá se equivocó al conceder tres días a Obi-Wan. Tras la última trastada de los Libres, iba a ser más difícil que nunca intentar parar los pies del nervioso vorzydiano.
Quizás incluso sea imposible
, pensó mientras regresaba a la planta veinticuatro. No estaba preparado para lo que vio al entrar en la sala de reuniones.
El presidente Port estaba frente a una gran proyección en la que se veía a una vorzydiana de apariencia majestuosa con un turbante. Era Felana, la líder de Vorzyd 5.
—¿Qué significa esto? —preguntó Felana—. ¿Cómo se atreve a acusar a Vorzyd 5 de sabotaje después de insultarnos con la expulsión de nuestros embajadores? No le comprendo, presidente Port.
—Aquí está el Je... Je... Je... Jedi —tartamudeó el presidente Port. Indicó a Qui-Gon que se acercara frente al holoproyector—. Él conoce la verdad. Él se la contará.
Felana se quedó todavía más sorprendida.
—¿Ha solicitado ayuda externa? ¿Cree que así conseguirá una base más sólida para sus acusaciones sin fundamento?
Por un momento. Qui-Gon no supo qué hacer. Desde luego, así no solían funcionar las mediaciones. El presidente Port le había puesto en una situación incómoda, y ahora iba a ser imposible posicionarse de forma neutral. Llegó a la conclusión de que lo único que podía hacer era intentar que la cosa no fuera a peor.
—Cuénteselo —chilló el presidente Port al Jedi—. ¡Cuéntele lo que le han hecho a nuestro planeta!
—¡Ya basta! —exclamó Felana entre dientes—. Llevamos mucho tiempo bajo su yugo, presidente. Y ahora nos acusa injustamente. No toleraremos los falsos cargos.
Qui-Gon apoyó una mano en el hombro del presidente Port. Utilizando la Fuerza, tranquilizó al nervioso vorzydiano lo bastante como para que no dijera nada de lo que pudiera arrepentirse. Luego se volvió hacia la imagen de Felana.
—Por favor, acepte las disculpas del presidente —Qui-Gon realizó una inclinación—. Vorzyd 4 ha estado experimentando actividades terroristas y lo único que quería era advertirle de este hecho para que investigara sobre actividades similares en su planeta.
Qui-Gon se dio cuenta por la expresión de la líder que no le estaba creyendo. Pero tampoco le iba a contradecir.
—Por favor, comuníquele al presidente que aprecio su preocupación y que le garantizo que Vorzyd 5 está listo para la lucha —respondió Felana en tono gélido—. Vorzyd 5 no será humillado. Ya no somos el planeta más débil. Lo único que necesitamos es la oportunidad de demostrar nuestra fuerza.
Qui-Gon dio las gracias a Felana y finalizó la transmisión. Identificó la última frase como lo que realmente era: una amenaza.
Si Vorzyd 4 insistía en acusar a Vorzyd 5 de actividades ilegales, el resultado más probable sería devastador.
Sería la guerra.
***
Qui-Gon fue de un lado a otro del pasillo de la casa de asilo mientras esperaba a su padawan. Se dio cuenta de que podía pedirle que viniera por el intercomunicador, pero no quería estropear la tapadera del joven Jedi o ponerle en peligro. Además, necesitaba tiempo para pensar en lo que iba a decir cuando apareciera Obi-Wan.
Qui-Gon llegó al final del pasillo y dio media vuelta. Si no concedía a Obi-Wan los tres días prometidos, el chico perdería seguridad, pero las cosas se estaban descontrolando. Si Qui-Gon no decía nada...
De repente, los pensamientos de Qui-Gon fueron interrumpidos por una tímida voz femenina.
—Disculpe —dijo.
Con sus largas zancadas, Qui-Gon había recorrido la distancia del pasillo unas doce veces sin fijarse en aquella puerta abierta. Y ahora estaba de pie frente a ella, contemplando a la anciana vorzydiana que le llamaba.
—Lo siento —dijo ella, alzando la vista para contemplar la imponente figura de Qui-Gon—. No es usted un trabajador, ¿verdad? Pensé que quizá sería un trabajador que venía de visita. Los trabajadores parecen creer que la vida acaba cuando acaba el trabajo. Están demasiado ocupados para visitar a nadie. Pero escuché a alguien en el pasillo y pensé que...
—Me encantaría visitarla —dijo Qui-Gon amablemente. Incluso en su distraído estado mental, sintió compasión por aquella mujer.
—¿De veras? No me visitan a menudo. No me malinterprete... No les culpo. Así son las cosas en Vorzyd 4.
Qui-Gon siguió a la anciana a su pequeña habitación y se sentó en una silla frente a ella. La mujer no le preguntó quién era y se limitó a seguir hablando, disfrutando del simple hecho de que hubiera allí alguien que la escuchaba.
—Vivimos para trabajar, ¿sabe? Nadie se da cuenta de que hay vida más allá del trabajo. Nadie lo sabe. Y a veces me gustaría que no la hubiera. Vida, quiero decir. Me gustaría morirme, como los demás, pero está Tray. Tray sigue viniendo y opina que las cosas van a cambiar. Que todo será diferente. Y yo quiero creerla, pero son sólo niños...
La mujer se calló de repente y ladeó la cabeza. En el pasillo, Qui-Gon escuchó ruido de pasos. Era Obi-Wan.
Qui-Gon se disculpó ante la anciana y salió al pasillo. Su breve conversación con ella había despertado nuevas preguntas en su mente. Había muchas cosas que quería preguntarle, pero tendría que esperar. De momento tenía que hablar con su padawan.
Los trasbordadores están preparados para explotar esta noche, cuando todo el mundo duerma. Grath me aseguró que no habría nadie en el hangar —Obi-Wan intentaba transmitir seguridad a su Maestro al informar sobre la siguiente jugarreta de los Libres. Quería disfrazar su intranquilidad, pero ya le estaba dando la impresión de que estaba tardando mucho en infiltrarse entre los Libres. Deseó haber podido impedir a los chicos que colocaran los explosivos, pero no había tenido forma de hacerlo. Era demasiado pronto para darse a conocer.
Qui-Gon permanecía en silencio.
—No quieren hacer daño a nadie —añadió Obi-Wan.
—Da igual, alguien saldrá herido —dijo Qui-Gon cuando por fin habló—. Hoy ha estado a punto de haber heridos.
Obi-Wan sabía que su Maestro tenía razón. Los Libres estaban yendo demasiado lejos y había más en juego que lo que ellos pensaban. Lo único que querían era demostrar a sus padres que estaban vivos, y que necesitaban más de ellos que la mera formación laboral, pero no lo estaban intentando de la manera adecuada.
Y Obi-Wan se preguntó si su plan de detenerles sería adecuado. Mirando a Qui-Gon, no pudo evitar sentir que su Maestro no se fiaba de él.
—Me temo que las jugarretas han alcanzado un nuevo nivel. Los chavales están descontrolados. Hoy el presidente Port llamó a la líder de Vorzyd 5. Ella no daba crédito ante las acusaciones, y está preparada para entrar en acción en caso de que continúen. También se produjo un ataque al ordenador central de control. Si yo no hubiera estado allí para ayudar, podría haberse provocado un apagón general en la ciudad. Y se habrían perdido muchas vidas.
Qui-Gon habló con calma, pero Obi-Wan no pudo evitar sentir que aquello era una reprimenda. Aunque compartía las dudas de su Maestro, no pudo evitar enfrentarse a ellas.
—Me quedan dos días —dijo Obi-Wan con renovada decisión—. Puedo hacerlo —¿por qué no se fiaba Qui-Gon de que podría con aquello? De repente. Obi-Wan deseó desesperadamente que le permitiera continuar con su plan. Le parecía más importante que cualquier otra cosa.
—No es que no me fíe de ti —dijo Qui-Gon, mirando fijamente a su padawan.
A Obi-Wan no dejaba de sorprenderle la forma que tenía Qui-Gon de captar sus pensamientos.
—La situación es compleja, y es imposible que una sola persona lo controle todo. Tenemos que ir con cuidado —terminó Qui-Gon.
Obi-Wan asintió. Estaba preparado para seguir defendiendo su plan, pero Qui-Gon no le había interrumpido como él pensó que iba a hacer. Le estaba dando vía libre para seguir adelante.
¿Por qué?
, se preguntaría Obi-Wan más adelante, tumbado en la cama. ¿Por qué le estaba permitiendo continuar su Maestro si era obvio que no confiaba en el plan? Por un momento, Obi-Wan pensó que Qui-Gon quería que fracasaran para que aprendiera una lección, pero eso no podía ser. Un Jedi no arriesgaría vidas sólo para demostrar que tenía razón. Qui-Gon no le estaba dando la oportunidad de fracasar, sino la posibilidad de triunfar.
Tumbado en la oscuridad. Obi-Wan se sintió dividido. No estaba seguro en absoluto de estar haciendo lo correcto, pero no tenía más opción que seguir adelante.
Mi plan funcionará
, se dijo Obi-Wan. No quedaba más remedio.
***
El pomo de la puerta dio un chasquido al abrirse. Obi-Wan ya estaba de pie antes incluso de despertarse del todo. La puerta se abrió y reveló a un maltrecho presidente Port.
—Los trasbordadores —jadeó el presidente—. Vorzyd 5 ha hecho explotar los trasbordadores. Los trabajadores de la primera hora... —las antenas de Port vibraban a toda prisa, y el vorzydiano se apoyó en la puerta para no caerse—. Hay heridos —dijo con voz queda—. Algunos no sobrevivirán.