—Esta mierda no para de llenarse —rezongó Vicente, frustrado, con las piernas sumergidas en el barro hasta las rodillas—. Los cabrones de los boches no paran de echar agua para este lado.
—¿Los boches? —se sorprendió Matias—. Oye, Manitas, no insistas con esa estupidez. Dime una cosa: ¿qué culpa tienen los boches de este tiempo desgraciado?
—¿Es que no ves su posición? —preguntó Vicente, señalando la elevación de terreno al otro lado de la Tierra de Nadie, justo enfrente de Neuve Chapelle, el sector vecino de la izquierda—. ¿No ves que esos tipos ocupan una posición más elevada que la nuestra?
—¿Ah, sí? ¿Y qué hay con eso?
—¿Y qué hay con eso? Que me han dicho que también tienen bombas y las usan para echar el agua en nuestro sector.
—¿Ah, sí? ¿Y quién te lo ha dicho?
—He escuchado una conversación entre dos oficiales en el
estaminet
.
Matias interrumpió el trabajo de limpieza y miró al sargento Rosa, que descansaba recostado en unos sacos de tierra.
—Mi sargento, ¿me permite que suba a observar al enemigo?
El sargento hizo un gesto displicente. Matias trepó al parapeto, desde donde acechó fugazmente la posición alemana. El manto de nieve cubría toda la línea del frente, la Tierra de Nadie y el sector enemigo, situado entre la arboleda carbonizada del Bois du Biez. Recorriendo el terreno con los ojos, comprobó que, en efecto, los charcos de barro y de agua no se encontraban en la elevación de terreno ocupada por los alemanes, sino más abajo, junto a las líneas portuguesas.
—Realmente es así —confirmó el cabo, que se apartó y volvió a su puesto de trabajo—. No sólo tenemos que aguantar las bombas de esos tipos, sino que cargamos con el barro de los cabrones.
—¿Has visto cómo está la Rue de Puits, justo atrás de Euston Post?
—¿Si la he visto? El barro llega hasta el pecho, carajo. Me dijeron que hace un tiempo allí murió un gringo, ahogado.
Se concentraron en el trabajo, momentáneamente en silencio.
—Esto es una lata —se desahogó Matias, que se esforzaba por mantener la bomba manual drenando la trinchera.
—Pero fíjate, Matias, tú eres cabo, no tienes por qué estar aquí sacando barro.
El hombretón de Palmeira se encogió de hombros.
—No me importa —dijo—. Si no viniese yo, mandarían al Viejo o al Canijo, y ésos no aguantarían, caramba. Están hechos polvo.
El cabo se enderezó en la trinchera, reposando un momento del trabajo de extraer el agua y el barro. Sacó una botella de ron del bolsillo y bebió un trago.
—Ahhh, esta bebida es una maravilla —exclamó Matias, echando un vaho cálido y vaporoso—. Hasta parece que se enciende un horno dentro de uno.
—Dame un poco.
Matias,
el Grande
, le extendió la botella y Vicente bebió un largo trago de ron.
—Caramba, hombre —protestó Matias—. No te lo bebas todo. A ver si te vas pillar una cogorza y te pierdes por ahí.
—Anda, no te preocupes —repuso Manitas, que se limpió la boca con la manga—. Va sobrar un montón de este licorcito, ya verás.
Matias miró con desaliento el río de barro que llenaba la trinchera.
—Mañana es víspera de Navidad y nos la vamos a pasar aquí, apiñados en el barro como marranos —refunfuñó—. ¿Has visto esta mierda?
—No me hables de eso. Lo bueno es que van a traer bacalao.
—¿Bacalao? ¿Qué bacalao?
—Oye, Matias, mira que andas distraído. ¿Acaso no sabes que la ración de la Nochebuena va a ser bacalao?
—¡No me digas! —exclamó Matias, haciéndosele la boca agua. Estaba harto del
corned-beef
y de las
pies
, y un filete de bacalao con patatas y aceite venía de perillas—. ¿Y eso es mañana?
—Espero que sí. —Vicente se rio y le devolvió la botella de ron.
Matias guardó la botella en el bolsillo y reanudó el trabajo con redoblado entusiasmo.
—Y así será —dijo, encendiendo vigorosamente la bomba—. Sólo faltaría que los boches se portasen como colegas y nos dieran un día de descanso.
—Pienso que es normal que no haya guerra en Navidad.
—Ya he oído decir eso, pero no me lo creo.
—A mí quien me lo dijo fue una furcia de Béthune. Me contó incluso que siempre hay fiesta para la Navidad en las trincheras, los compañeros saludan a los boches, van hasta la avenida Afonso Costa e incluso juegan a la pelota.
—¿Y tú te lo crees?
—Pues…
—¿Nosotros jugando a la pelota con los boches en la Afonso Costa? Ésos son cuentos, engañabobos. Oye, Manitas, realmente eres un ingenuo.
El sargento Rosa se agitó en su reposo de sacos de tierra. Él era el militar graduado encargado de vigilar aquella obra. Se trataba de un trabajo de poca importancia, en caso contrario le habrían dado cuatro, cinco o hasta quince hombres, pero estaba decidido a hacer valer su autoridad. Por ello, con esfuerzo y elevado sentido del deber entreabrió un ojo para reprender a los dos hombres a sus órdenes.
—¿Y, muchachos? —rezongó perezosamente—. Vamos, menos palique y más trabajo. —Bostezó—. Después del drenaje, nos queda aún reparar las vigas, los travesaños y las banquetas. —Se movió, buscando una posición más agradable, y volvió a recostarse, indolente, en los confortables sacos de tierra—. Así que vamos, deprisa, deprisa.
Cerró los ojos, bostezó de nuevo y retomó la siesta.
La víspera de la Navidad amaneció serena. Tímidos rayos de sol atravesaron la bruma húmeda y bañaron con luz fría la nieve reluciente de Ferme du Bois, pero sólo por un breve instante. Pesadas nubes oscuras se dieron prisa en cortarles el camino, celosas, bloqueaban la luz y envolvían la martirizada planicie de Flandes con un sombrío y monótono manto gris. El termómetro registraba un grado bajo cero, nada malo para quien había padecido un frío peor sólo hacía unos días, pero lo que más impresionó a Afonso fue el silencio sepulcral que se abatió sobre la zona de guerra, no se oía un solo tiro en las trincheras.
—Buenos días, Joaquim —dijo, saludando al ordenanza a la salida de su refugio, el puesto de Lansdowne, situado junto a Forresters Lane, una transversal al sur de la Rue de la Bassée.
—Feliz Navidad, mi capitán.
—Feliz Navidad. Parece que hoy todo está muy tranquilo, ¿no?
—Sí, mi capitán.
Afonso hizo una ronda por las líneas y fue a enterarse de cómo había sido el «A sus puestos» de la mañana, la formación efectuada una hora antes de la salida del sol. Entró por la Forresters Lane en dirección al norte, como si fuese a Neuve Chapelle, bajó por la Rue de la Bassée y giró hacia el interior en la Rue du Bois. Se cruzó de camino con el teniente Pinto.
—Hola.
—Feliz Navidad, Afonso.
—Felices fiestas, Zanahoria. ¿Cómo ha ido la formación?
—Una maravilla. Ni un tiro.
—Hoy esto promete.
—Vaya si promete. ¿Has visto qué tranquilidad? Me dijeron que en Navidad siempre es así.
—¿Quién te ha dicho eso?
—Tu amigo inglés.
—¿Tim? ¿Dónde está ese cabrito?
—Anda por ahí.
Afonso continuó por la trinchera cenagosa de Pioneer's, empuñando el bastón de contera metálica, con Joaquim detrás de él. Aquélla era la primera Navidad de las tropas portuguesas en la zona de combate; la fecha parecía contagiar a todo el mundo, se veían sonrisas, había alegría en las trincheras. La mañana siguió tranquila, con los hombres limpiando las armas y bombeando el agua y el barro fuera de los pasajes. Después del almuerzo, Afonso fue a inspeccionar el sector de Port Arthur y se encontró en Pope's Nose con el teniente Cook y otro oficial británico, que estaban tranquilamente sentados en la cima del parapeto y vueltos hacia el enemigo, a merced de las balas alemanas.
—Oye, Tim, ¿estás loco o te lo haces? Sal ahora mismo de ahí.
—
What ho
, Afonso,
old lad. Merry Christmas
.
—
Merry Christmas
para ti también, pero hazme el favor de salir de ahí, tú y tu amigo. A ver si recibes un balazo.
—Relájate, Afonso —sonrió el teniente Cook, hablando con su característico acento brasileño—. Todo el mundo está haciendo lo mismo. —Señaló a su alrededor—. Mira allí: los soldados portugueses están haciendo
relax
.
Afonso subió el escalón del parapeto, estiró la cabeza y se quedó boquiabierto al ver a los lanudos desperezándose lánguidamente en el extremo de los parapetos, ignorando con una calma olímpica las letales miras alemanas.
—Pero ¡están todos locos!
—Calma, Afonso —dijo el inglés—. Hoy es víspera de Navidad y las trincheras suelen estar tranquilas, es así todos los años —sentenció, señalando el sector enemigo—. Además, ¿no lo ves? Hay neblina allí enfrente, los boches no pueden llegar a vernos.
Un denso vapor se cernía, en efecto, en la Tierra de Nadie, reduciendo sobremanera la visibilidad. El alambre de espinos se mezclaba con las nubes bajas, la nieve se perdía en la claridad alba de la neblina. Afonso se encogió de hombros, resignado, y, con movimientos vacilantes y desconfiados, escaló el parapeto y se sentó junto a los oficiales británicos.
—
Captain Gleen, this is captain
Afonso —los presentó el teniente Cook—. Afonso, éste es el capitán Gleen. El Alto Comando destacó al capitán para el periodo de Navidad.
—
How do you do
? —saludó Afonso.
—
Howdy, mate. Merry Christmas. Compris Christmas
?
—
Yes
.
—
Christmas bonne
. —El capitán Gleen se rio; sus mejillas rosadas le llenaban el rostro ancho—.
Beaucoup rhum, beaucoup champagne, beaucoup port-wine. Et beaucoup zigzag
! —Hizo un gesto con la mano, simulando un movimiento de embriaguez—.
Compris? Beaucoup rhum, beaucoup zigzag
!
—
Compris. Zigzag. Compris
—respondió Afonso con una carcajada, divertido por el torpe
patois
de inglés y francés tan típico de las trincheras. Se volvió hacia el teniente Cook—. Oye, Tim, ¿este tío está como una cuba o qué?
—Él es siempre así.
—Ah, vale —exclamó. Miró la neblina, aún con cierto recelo por ponerse tan al descubierto, perfecto blanco para los francotiradores alemanes, sintiéndose como si estuviera desnudo. El problema es que nadie parecía otorgar demasiada importancia a la posición vulnerable en la que se encontraban, por lo que no sería él quien diese imagen de débil. Para abstraerse de la incómoda sensación de peligro decidió seguir conversando—. ¿Qué significa eso de que tu amigo fue destacado durante el periodo de Navidad?
—El capitán Gleen ya ha pasado tres navidades en las trincheras. La primera fue justo aquí al lado, en Neuve Chapelle. El Alto Comando consideró que él podría ser útil, con todo su
knowhow
, para ayudarnos a lidiar con los acontecimientos de estas fechas.
—¿Los acontecimientos de estas fechas? ¿Qué acontecimientos?
—La confraternización con el enemigo. El Alto Comando está preocupado por eso.
—¿Confraternización? ¿De qué hablas?
—Me parece que será mejor que él mismo te lo cuente —dijo el teniente Cook, que se dirigió a su colega en inglés—.
Captain
, ¿puede decirle a nuestro amigo portugués lo que ocurrió en la Navidad de 1914?
—
Christmas 1914
—repitió el oficial británico, con los ojos inundados de nostalgia—. Fue una Navidad extraordinaria. Extraordinaria. —El capitán Gleen sacó del bolsillo una caja amarilla de cigarrillos, con la marca Gold Flake escrita en la tapa, encendió uno, echó una bocanada y fijó los ojos en el infinito—. Sólo llevábamos cuatro meses de guerra cuando llegó la Navidad de 1914. Yo era en ese momento un
corporal
de los 18th Hussars destacado en un regimiento hindú de caballería de los Royal Garhwal Rifles. Estábamos atrincherados justamente aquí, en Neuve Chapelle, en las mismas trincheras donde están ahora los portugueses. Hubo violentos combates hasta el día 24: los
jerries
atacaron el 20, los hindúes retrocedieron el 22 y nuestro I Cuerpo respondió y reocupó posiciones. El tiroteo se prolongó durante la víspera de Navidad, pero, cuando cayó la noche, los combates se interrumpieron totalmente y todo quedó en silencio. Un silencio como éste, en este momento. —Extendió la mano, señalando a su alrededor—. De repente, en medio de la oscuridad, comenzamos a ver luces que se encendían del otro lado. —Volvió a señalar con un gesto—. Eran hileras e hileras de luces. Lanzamos un «Very Light» y vimos que los
jerries
estaban colocando pequeños árboles de Navidad iluminados en la parte superior de los parapetos. Nosotros y los hindúes nos quedamos atónitos mirando. Nuestros muchachos comenzaron a decir que era el
divali
, el
divali
. Les pregunté que era eso del
divali
y me explicaron que se trataba de la fiesta más importante del calendario hindú, consagrada a una diosa que augura riqueza. Fue una noche curiosa, pero las cosas no fueron a más.
—Eso fue en Nochebuena —intervino Afonso, medio preguntando, medio afirmando.
—
Indeed
—asintió.
—¿Y el día de Navidad?
—Bien, ese día fue diferente. La mañana del 25 amaneció gloriosa, el día era maravilloso, el sol brillaba alto en el cielo, la lluvia de Flandes había desaparecido milagrosamente. En un momento dado, los
jerries
comenzaron a cantar. Eran prusianos del VII Cuerpo y cantaban a coro, algunos con magníficas voces de tenor, hasta se nos ponía la carne de gallina. Los oíamos entonar el
O Tannenbaum
, el
Stille Nacht, Heilige Nacht
, el
O du Fröhliche
, todos muy afinados, llenos de entusiasmo, de emoción. Como eran prusianos, y en consecuencia militaristas, no se olvidaron, claro, de las canciones nacionalistas, en especial del
Wacht am Rhein
y del
Deutschland über Alles
. Me parece estar oyéndolos…
El capitán Gleen se calló por un instante, sumido en la memoria de aquellos momentos.
—¿Ustedes respondieron? —quiso saber el teniente Cook, que rompió el silencio.
—Los hindúes no. Se quedaron callados, mirando. Pero algunos oficiales británicos entonaron en voz baja el
Tipperary
. ¿Nos imaginan cantando
It's a long way to Tipperary
? —Se rio—. Bien, hacia el mediodía empezamos a verlos haciendo desfilar sobre las trincheras sombreros y cascos colgados de palos. Después se pusieron a acechar por los parapetos, primero con miedo, a continuación alzando la cabeza cada vez con más confianza. Nosotros estábamos pasmados viéndolos.