—
Meine Herren
—comenzó el general en tono vigoroso—. He estado conferenciando con el mariscal Hindenburg y hemos decidido anticipar la ofensiva de la primavera.
No estaban a la mesa los comandantes de los diversos cuerpos de ejércitos alemanes, sino, como era costumbre en la tradición marcial de Alemania, los respectivos jefes de Estado Mayor. Eran ellos quienes discutían la estrategia, no los comandantes nominales. Sentado con Ludendorff se encontraba el general Herman von Kuhl, jefe de Estado Mayor del cuerpo de ejércitos del príncipe Rupprecht de Baviera y anfitrión de aquella cumbre. En Mons era donde estaba asentado el cuartel general del príncipe Rupprecht, y eran sus tropas bávaras las que garantizaban la seguridad del edificio, con los estandartes ajedrezados en azul y blanco de Baviera al lado de la bandera de Alemania en la fachada del municipio. También se encontraban presentes el general Von der Schulenberg, jefe de Estado Mayor del cuerpo de ejércitos del príncipe heredero, Guillermo, y el consejero de estrategia del propio Ludendorff, el coronel Georg Wetzell.
—Como saben, la entrada de América en la guerra, hace siete meses, ha modificado el panorama —declaró Ludendorff con un suspiro—. Los soldados americanos ya están llegando en gran número, pero creemos que hasta el verano su influencia no podrá ser decisiva en el teatro de operaciones.
—Estamos en una carrera contra el tiempo —observó Von Kuhl.
—Ni más ni menos —coincidió Ludendorff—. La inminente salida de Rusia de la guerra nos ha liberado el frente este y nos ha abierto una ventana que tenemos que aprovechar. Nuestras fuerzas del este ya han comenzado a afluir en el frente occidental y, por primera vez, comenzamos a tener ventaja numérica sobre los franceses y los ingleses. Tenemos ahora ciento cincuenta divisiones en el frente occidental y podremos aumentar en breve nuestro contingente con treinta divisiones más provenientes del frente este, pacificado, y de Caporeto, donde derrotamos a los italianos. Esta ventaja va a durar poco tiempo, por culpa de los americanos, y por ello tenemos que sacar el máximo partido posible de la situación actual. La primera cuestión es saber dónde vamos a atacar.
—¿De qué tipo de ataque estamos hablando? —quiso saber Von Kuhl.
—De un ataque decisivo —aclaró Ludendorff con un gesto vehemente—. Nuestra ofensiva tendrá que doblegar a los aliados y obligarlos a firmar la paz. Ni más ni menos. Será la ofensiva la que nos dará la victoria.
—En ese caso, sólo veo un sitio posible —dijo Von Kuhl—: Flandes.
—¿Flandes? —preguntó Ludendorff, sonriente.
El cuartel maestre general sabía que Flandes era justamente el sector situado frente al VI Cuerpo de Ejércitos del príncipe Rupprecht de Baviera, cuyo jefe de Estado Mayor era el propio Von Kuhl.
—Flandes —confirmó Von Kuhl—. Los ingleses han quedado agotados después de la batalla de Passchendaele; éste es el momento de asestarles el golpe decisivo.
—Flandes no me parece buena idea —interrumpió Von der Schulenberg, meneando la cabeza—. Los ingleses son huesos duros de roer y creo que es mejor que entremos por el sector francés, menos disciplinado.
—¿Y en qué sector francés está pensando? —preguntó Ludendorff.
—Bien, Verdún me parece el sitio ideal —afirmó Von der Schulenber—. A los franceses se los ha castigado duramente en Verdún, y pienso que existen condiciones para quebrantarlos.
—¿Verdún? —sonrió nuevamente Ludendorff, nada sorprendido.
Verdún era el sector frente al cual se encontraban las fuerzas del príncipe heredero, de quien el general Von der Schulenber era jefe de Estado Mayor. Es decir, cualquiera de los cuerpos de ejércitos quería una parte de la acción, y la mejor manera de conseguirlo era convencer a Ludendorff de atacar en su sector.
—
Ja, Verdun
—confirmó Von der Schulenber—. Gran Bretaña sobreviviría a un desastre en Flandes, pero Francia jamás se recuperaría de una catástrofe en Verdún. Por ello tenemos que lanzar un doble ataque en Verdún, para provocar el colapso de toda la línea francesa y obligar a París a negociar la paz. Si París negocia, Londres tendrá que imitarla.
El cuartel maestre general se volvió hacia su asesor de estrategia.
—¿Qué piensas, Wetzell?
El coronel Wetzell miró a Von der Schulenberg.
—Coincido con el general Von der Schulenberg —dijo—. Verdún es mejor.
—¿Por qué Verdún? —quiso saber Ludendorff.
—Verdún es un punto delicado que hace falta controlar —explicó Wetzell—. Los franceses son menos disciplinados, ya ha habido varios conflictos entre ellos este año, y es importante comenzar por el sector más débil. Si derrotamos a los franceses, podremos enseguida aislar a los ingleses y forzar la paz.
Ludendorff hizo una pausa, pensativo. El general era un hombre alto y erguido, tenía la cabeza redonda y el pelo muy corto, los ojos salientes revelaban un carácter hecho de ambición e impaciencia. La impenetrable postura prusiana imponía respeto a quienes lo conocían, hasta el punto de que incluso había quien confesaba que su presencia provocaba escalofríos de miedo, exageraciones sin duda de espíritus frágiles, que se dejaban impresionar con facilidad. Pero la verdad es que la propia familia se intimidaba ante la mirada fría del general; a veces hasta circulaba en casa la advertencia susurrada: «Padre hoy parece un glaciar». Por ello, cuando hizo esa pausa pensativa en aquel consejo de guerra en Mons, la mesa se quedó en silencio, los dos generales y el coronel casi contuvieron la respiración, a la espera del veredicto.
—No estoy de acuerdo —sentenció finalmente Ludendorff—. El terreno en Verdún nos es desfavorable y no obtendríamos nada decisivo abatiendo ese sector. Peor aún, nos arriesgamos a que nos ataquen los ingleses en Flandes, aprovechando nuestra vulnerabilidad cuando estemos luchando con los franceses. Además, hay que tener en cuenta que los franceses se están recuperando bien de las heridas que les hemos infligido.
—Entonces ¿está de acuerdo con mi propuesta de atacar Flandes? —repuso Von Kuhl, esperanzado.
—Sí —asintió Ludendorff—. Para ganar esta guerra, es necesario derrotar a los ingleses. Ése es el primer gran principio que nos debe orientar en nuestro pensamiento estratégico. Derrotar a los ingleses. Passchendaele les ha abierto profundas heridas y los ha dejado vulnerables. Tenemos que aprovechar el momento.
—Entonces, si vamos a atacar en Flandes, el mejor sitio es el sector entre Ypres y Lens —propuso Von Kuhl.
—Pero ése es el grueso de las fuerzas inglesas —argumentó Ludendorff, consultando el mapa—.
Auf keinen Fall
! ¡Ni pensarlo! Tendrá que ser en un sector en el que se juntan ejércitos de nacionalidades diferentes. Ésos son puntos de ruptura, donde la coordinación entre fuerzas diferentes no es tan perfecta.
—¿En qué está pensando? —preguntó Von Kuhl.
Ludendorff se puso de pie y apuntó el bastón al mapa sobre la mesa.
—Estoy pensando en Saint Quentin —dijo Ludendorff, indicando aquella región del Somme—. El punto donde se encuentran el sector inglés y el sector francés.
—Pero,
Herr Kommandant
, ésa es la zona del Somme —interrumpió el coronel Wetzell—. Esa zona está llena de obstáculos, el avance será difícil y, además, los franceses podrán hacer llegar refuerzos allí con suma rapidez.
—Es mejor que la zona Ypres-Lens —argumentó el general.
—No necesariamente —dijo Von Kuhl, defendiendo su idea—. Acabamos de ver que existe una vulnerabilidad importante en ese sector y pienso que vale la pena explotarla.
—¿Una vulnerabilidad? —preguntó Ludendorff.
—Tropas portuguesas, encajadas entre divisiones inglesas, están defendiendo una pequeña franja del frente —explicó Von Kuhl—. Nuestras informaciones sugieren que los portugueses están desmotivados, mal preparados, y tienen carencia de oficiales y falta de descanso.
—
Wo ist es
? —preguntó Ludendorff, queriendo saber de qué lugar hablaban.
—En el sector del río Lys, al sur de Armentières, en Neuve Chapelle más precisamente.
—
Ach
! —exclamó el comandante de las fuerzas alemanas, que había oído hablar del sector con ocasión de las primeras grandes ofensivas aliadas en 1915. Miró pensativamente el mapa, fijándose en Armentières—. ¿Quieres atacar a los portugueses? —preguntó Ludendorff.
—Diría que están pidiendo que los ataquemos —sonrió Von Kuhl—. Fíjese,
Herr General
, que Lys responde a su requisito de atacar una zona de unión de fuerzas de nacionalidades diferentes.
—Sigo pensando que Saint Quentin es mejor —comentó Ludendorff, escéptico.
—Mire,
Herr General
, la zona de Lys tiene otra ventaja —indicó Von Kuhl, que señaló Armentières en el mapa—. Entrando por aquí, podremos llegar al estratégico eje ferroviario de Hazebrouck y dificultar el movimiento de refuerzos enemigos. Dejaremos a los ingleses sin margen de maniobra; los empujaremos hacia el mar.
—
Herr Kommandant
, pienso que debemos analizar la sugerencia de Von Kuhl —defendió Wetzell—. ¿Por qué no reunir todas las ideas?
—¿Cómo? —preguntó el general.
—En mi opinión, no vamos a conseguir la victoria de un solo golpe, por mejor planeado que esté —explicó el coronel—. Sólo conseguiremos destruir el frente enemigo a través de una inteligente combinación de ataques sucesivos en diferentes puntos del frente, coordinándolos y relacionándolos en momentos cuidadosamente elegidos.
—
Ach so
! —exclamó Ludendorff—. Estás proponiendo atacar al mismo tiempo en Somme y en Lys.
—No al mismo tiempo —corrigió Wetzell—. Sucesivamente. Atacamos primero en Somme, después en Lys, más tarde en Arras, después en Verdún, después en Champagne. Ataques aquí y allá, unos detrás de otros, en una estrategia de golpes sucesivos.
—Como en el frente este —comentó Ludendorff, acariciando su bigote canoso.
—
Jaxvohl, Herr Kommandant
.
El cuartel maestre general y su consejero de estrategia se referían a las nuevas tácticas desarrolladas en el frente este y probadas por los rusos con gran éxito. Durante la Ofensiva Brasilov, en el verano de 1916, las fuerzas rusas utilizaron la sorpresa y los efectos desorientadores suscitados por ataques múltiples a lo largo de un vasto frente para devastar las posiciones austrohúngaras en el sector de Galitza. Los alemanes asimilaron rápidamente el concepto ruso de los ataques sucesivos en toda la línea del frente, llegando incluso a perfeccionarlo, a través de las tácticas de infiltración desarrolladas por el general Oskar von Hutier y aplicadas con gran éxito sólo dos meses antes, en la batalla de Riga. Wetzell defendía ahora la aplicación de esas mismas tácticas en el frente occidental para conseguir una victoria decisiva.
—Me parece viable —asintió Ludendorff, que miró a los otros dos generales—. ¿Qué les parece?
Von Kuhl y Von der Schulenberg asintieron, el bávaro con más entusiasmo.
—El sector de Lys tiene el problema de la lluvia —observó, no obstante, Von Kuhl, que conocía bien la región—. El terreno sólo estará transitable hacia abril.
El barro de Flandes era famoso entre las fuerzas militares que vivieron el infierno cenagoso de las batallas de Somme y de Ypres, por lo que en el acto se comprendió la observación.
—Pues bien, si no llueve demasiado, avanzamos hacia el Somme en febrero o marzo —decidió Ludendorff—. En abril llegará el turno de los golpes restantes, comenzando por los portugueses en Lys.
—Por tanto, el VI Cuerpo de Ejércitos del príncipe Rupprecht entra en acción en abril… —observó Von Kuhl.
—En principio —replicó el general. Ludendorff apuntó el dedo por toda la extensión de la línea del frente, representada en el mapa—. Comiencen a prepararme estudios detallados sobre cada sector, quiero vigilancia reforzada, impulsen operaciones regulares para obtener información, no quiero sorpresas a la hora de la verdad. Comiencen a ejercitar a las tropas para el combate en terreno abierto según las tácticas del capitán Geyer…, y llamen al coronel Bruchmüller para el frente occidental, con el fin de preparar la artillería. Quiero ver montada la mayor
feuerwalze
de la historia de la guerra. Y, Von Kuhl, traslade también al general Von Hutier al frente occidental, vamos a ver si él aplica aquí sus famosas tácticas de sorpresa y bombardeo progresivo.
—
Jawohl, Herr Kommandant
—asintió Von Kuhl.
Como Von Hutier, Bruchmüller se había destacado en el frente este, y en particular en la batalla de Riga, por sus innovaciones tácticas. Georg Bruchmüller era conocido como
durchbruchmüller
, el Müller decisivo, debido a sus arrasadoras
feuerwalze
, los valses del fuego, con los que regaba las líneas enemigas antes del avance de la infantería. El coronel estaba en la reserva cuando fue llamado para actuar en el frente este, donde desarrolló una técnica de bombardeo orquestado que se hizo famosa entre las fuerzas alemanas. Utilizando una mezcla de granadas en una secuencia precisa y coordinada, mediante el lanzamiento sucesivo de bombas con diferentes gases, poderosos explosivos y
schrapnel
, conseguía provocar una gran confusión en las líneas enemigas. Bruchmüller manipulaba las granadas para provocar determinadas reacciones o efectos. Por ejemplo, una de sus especialidades eran los cócteles de gases, lanzando primero el gas
arsine
, que no era letal pero penetraba en las máscaras antigás. Los soldados comenzaban a vomitar y se quitaban las máscaras. Era en ese momento cuando Bruchmüller lanzaba el gas
chlorine
, que era mortal y abatía al enemigo sin máscaras. Las granadas con los diferentes gases estaban marcadas con diferentes colores, lo que permitió aplicar al cóctel el adjetivo
buntkreuz
, multicolor. Ludendorff, que conocía bien el frente este, donde había ganado fama de gran estratega y donde había desarrollado su visión de
Drang nach Osten
, la expansión hacia oriente, quería trasladar todo ese talento al frente occidental. Creía que así conseguiría ganar la guerra.
—
Entschuldigen Sie bitte, Herr Kommandant
—interrumpió Wetzell, que levantó la cabeza de su libreta de notas y rompió el breve silencio meditativo que se había impuesto en la sala—. ¿Cuáles son los nombres codificados que vamos a adoptar?