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Authors: Frederick Forsyth

Tags: #Intriga, Policíaco

La alternativa del diablo (50 page)

BOOK: La alternativa del diablo
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—¡Oh, sí! —exclamó sir Julian, de mala gana—. La «opción dura».

—Si el presidente Matthews —prosiguió Holmes— sigue oponiéndose a la excarcelación de Mishkin y Lazareff, y Alemania Federal sigue aceptando su requerimiento, puede llegar el momento en que los terroristas se den cuenta de que el juego ha terminado, de que su chantaje no dará resultado. En tal circunstancia, es muy posible que se nieguen a aceptar su derrota y vuelen el
Freya
en mil pedazos. Personalmente, pienso que esto no ocurrirá antes del anochecer, por lo cual disponemos de unas dieciséis horas.

—¿Por qué al anochecer, coronel? —preguntó sir Julian.

—Porque, a menos que todos ellos sean unos suicidas, aunque podrían serlo, debemos presumir que tratarán de escapar aprovechando la confusión. Ahora bien, si quieren salvar la vida, es muy posible que abandonen el barco y accionen el detonador de control remoto desde cierta distancia del costado del
Freya
.

—¿Qué propone usted, coronel?

—Dos cosas, señor. La primera tiene que ver con la lancha de los terroristas. Esta sigue amarrada al lado de la escalerilla. En cuanto anochezca, un buceador podría acercarse a esta lancha y aplicarle un ingenio explosivo de acción retardada. Si el
Freya
estallase, no se salvaría nadie ni nada en un radio de media milla. Por consiguiente, propongo una carga que explote gracias a un mecanismo accionado por la presión del agua. Al apartarse la lancha del costado del buque, su propio impulso hará que el agua penetré en un tubo debajo de la quilla. Esta agua hará funcionar un disparador, y, sesenta segundos más tarde, la lancha volará por los aires, antes de que los terroristas se hayan alejado a media milla del
Freya
y, por consiguiente, antes de que puedan accionar su propio detonador.

—La explosión de la lancha, ¿no puede provocar la de las cargas del
Freya
? —preguntó alguien.

—No. Si ellos tienen un detonador de control remoto, ha de funcionar electrónicamente. Y la carga volará la lancha y hará trizas a los terroristas. Ninguno de ellos sobrevivirá.

—Pero si el detonador se hunde, ¿no puede la presión del agua oprimir el botón? —preguntó uno de los científicos.

—No. Debajo del agua, el detonador de control remoto es inofensivo. No puede radiar su mensaje a las grandes cargas de los depósitos del petrolero.

—Excelente —admitió sir Julian—. Pero, ¿no puede ejecutarse este plan antes de que anochezca?

—No —respondió Holmes—. Un hombre rana deja siempre una estela de burbujas. En un mar agitado esto podría pasar inadvertido; pero, estando en calma, sería demasiado visible. Uno de los centinelas podría fijarse en las burbujas. Y esto provocaría lo que estamos tratando de evitar.

—Está bien; sea después de anochecer —aceptó sir Julian.

—Pero hay otra cosa, que hace que me oponga a la idea de sabotear la lancha como único procedimiento. Si, como puede ocurrir, el jefe de los terroristas está dispuesto a morir con el
Freya
, podría no abandonar el barco con el resto de su equipo. Por consiguiente, creo que debemos asaltar el barco durante la noche y apoderarnos del jefe antes de que pueda usar su detonador.

El secretario del Gabinete suspiró.

—Comprendo. Y supongo que también tendrá un plan para ello, ¿no?

—Personalmente, no. Pero quisiera presentarles al comandante Simon Fallon, jefe del Servicio de Lanchas Especiales.

Aquello era la encarnación de las pesadillas de sir Julian Flannery El comandante medía apenas un metro sesenta de estatura, aunque parecía igualar esta cifra con la anchura de su espalda, y era uno de esos hombres que hablan de desintegrar a otros seres humanos con la misma tranquilidad con que hablaba lady Flannery de trinchar verduras para una de sus famosas ensaladas provenzales.

Al menos en tres encuentros, el pacífico secretario del Gabinete había tenido ocasión de conocer oficiales del SAS; pero ésta era la primera vez que veía al jefe de la otra y más pequeña unidad especializada: el SBS (Special Boat Service). Todos —dijo para sus adentros— eran de la misma calaña.

El SBS había sido constituido en principio para la guerra convencional, para actuar como especialistas en ataques contra instalaciones costeras, desde el mar. Por esto sus miembros eran reclutados de los comandos de la Marina. Como condiciones básicas, debían ser físicamente aptos en grado extremo, y expertos en natación, navegación, buceo, escalada, marcha y lucha.

Partiendo de esta base, tenían que perfeccionarse en paracaidismo, explosivos, demolición y las al parecer infinitas técnicas de cortar cuellos o romper nucas, con cuchillos, lazos de alambre o, simplemente, con las manos desnudas. En esto, y en su capacidad de vivir por sus propios medios en el campo, o más aún fuera de él, durante largos períodos de tiempo, sin dejar rastro de su presencia, se parecían a sus primos del SAS.

En cambio, se diferenciaban de ellos por sus habilidades subacuáticas. Con trajes de hombre rana podían nadar distancias prodigiosas, colocar cargas explosivas e incluso despojarse de su equipo natatorio mientras surcaban el agua sin levantar una olita, y salir del mar con su arsenal de armas especiales colgado del cuerpo.

Algunas de sus armas eran bastante corrientes: cuchillos y lazos de alambre. Pero desde que empezó la terrible ola de terrorismo a finales de los años sesenta, habían adquirido juguetes nuevos que les entusiasmaban.

Todos eran tiradores expertos, con su rifle «Finlanda» de alta precisión y perfeccionado a mano, arma de fabricación noruega que había sido considerada, quizá, como el mejor rifle del mundo. Podía llevar, y generalmente llevaba, un intensificador de imagen, una mira telescópica larga como un bazuka, un silenciador completamente eficaz y una guarda para ocultar el fogonazo.

Para derribar puertas en medio segundo preferían, como los del SAS, las escopetas de cañón corto que disparaban cargas sólidas. Nunca apuntaban a la cerradura, porque podía haber cerrojos detrás de la puerta; hacían dos disparos simultáneos para hacer saltar ambos goznes, derribaban la puerta de una patada y abrían fuego con las metralletas «Ingram», provistas de silenciadores.

También había en su arsenal unas granadas cegadoras ensordecedoras, que habían sido empleadas por el SAS para ayudar a los alemanes en Mogadiscio y que eran un refinado perfeccionamiento de las granadas «aturdidoras». Porque no sólo aturdían, sino que también paralizaban. Al medio segundo de soltar la aguja, estas granadas, arrojadas en un espacio limitado, ocupado por los terroristas y sus rehenes, producían un triple efecto. El destello cegaba al menos por treinta segundos a quienes mirasen en su dirección; el estampido atacaba los tímpanos, produciendo un momentáneo dolor y una pérdida segura de concentración, y la «explosión» era un sonido tonal que penetraba en el oído medio y paralizaba durante diez segundos todos los músculos.

Durante las pruebas, uno de sus hombres había tratado de apretar el gatillo de una pistola apoyada sobre el costado de un compañero, en el momento en que estallaba la granada. Le había sido imposible. Tanto los terroristas como sus rehenes perdían los tímpanos, pero éstos podían rehacerse. Cosa que no podían hacer los rehenes muertos.

Mientras dura el efecto paralizador, los libertadores disparan a medio palmo sobre las cabezas, y sus camaradas se arrojan sobre los rehenes, derribándolos al suelo. Inmediatamente después, los tiradores bajan la puntería más de medio palmo.

La posición exacta de un rehén y un terrorista, dentro de una habitación cerrada, puede determinarse aplicando un estetoscopio electrónico en el lado externo de la puerta. No hace falta que hablen dentro de la habitación; la respiración puede oírse y localizarse exactamente. Los salvadores se comunican mediante un complicado sistema de señales que no permite equivocaciones.

El comandante Fallon colocó la maqueta del
Princess
sobre la mesa de conferencias y se aseguró de que todos le prestaban atención:

—Propongo —empezó a decir— que se pida al crucero
Argyll
que se ponga de lado en relación al
Freya y
que, antes del amanecer, lance las lanchas de asalto, con sus hombres y equipos, por el otro lado, de manera que no puedan ser vistas por el centinela de la chimenea del
Freya
, ni siquiera con gemelos. Esto nos permitirá hacer todos los preparativos durante la tarde, sin que nos observen. Para el caso de que acudiese algún avión alquilado por la Prensa, quisiera que se mantuviese el cielo despejado. Y también que se impusiese silencio a todas las embarcaciones cargadas de detergentes que estuviesen dentro de nuestro campo visual.

Nadie puso objeciones a esto. Sir Julian Flannery, tomó un par de notas.

—Cuatro kayaks, con dos hombres cada uno, se acercarán al
Freya
en la oscuridad, antes de salir la luna, y se detendrán a una distancia de tres millas. El radar no descubrirá las canoas. Son demasiado pequeñas, se elevan poco sobre el agua y son de madera y de lona, materiales que no son eficazmente registrados por el radar. Los remeros llevarán prendas de caucho, de cuero, de lona, etc., y todas las hebillas serán de plástico. El radar del
Freya
no captará absolutamente nada.

»En los asientos de atrás, irán los hombres rana; sus botellas de oxígeno tienen que ser de metal; pero, a tres millas de distancia, no darán una señal mayor que un bidón de petróleo, insuficiente para provocar alarma en el puente del
Freya
. Cuando hayan llegado a las tres millas, los buceadores tomarán una brújula que apunte a la popa del
Freya
, la cual podrán ver, porque está iluminada. como las brújulas son fosforescentes, nadarán guiándose por ellas.

—¿Por qué no han de dirigirse a la proa? —preguntó el capitán de escuadrilla de la Air Force—. Está más a oscuras.

—En parte, porque habría que eliminar al centinela del castillo de proa, el cual puede estar al habla con el puente mediante un walkietalkie —explicó Fallon—. En parte, porque habría que recorrer un largo trecho sobre cubierta, y tienen un faro que puede manejarse desde el puente. Y en parte, porque la superestructura, vista de frente, es una pared de acero de cinco pisos de altura. Podríamos escalarla, pero tiene ventanas de camarotes, y algunos de éstos podrían estar ocupados.

»Los cuatro buceadores, uno de los cuales seré yo, nos reuniremos a popa del
Freya
. Allí ha de haber un pequeño saliente de poca, altura. Ahora bien, hay un hombre en lo alto de la chimenea, que tiene treinta metros. Pero un centinela a treinta metros de altura tiende a mirar a su alrededor, más que directamente hacia abajo. Para más seguridad, quiero que el
Argyll
encienda su faro y lo dirija a un buque próximo, creando un espectáculo que distraiga al centinela. Nosotros subiremos a la popa desde el agua, después de tirar las aletas, las máscaras, las botellas de oxígeno y los cinturones lastrados. Iremos descubiertos y descalzos, con sólo los trajes de caucho. Llevaremos las armas colgadas de cinturones anchos especiales.

—¿Cómo podrán trepar por el costado del
Freya
, cargados con quince kilos de metal, después de haber nadado tres millas? —preguntó uno de los funcionarios ministeriales.

Fallon sonrió.

—Sólo hay nueve metros como máximo hasta la barandilla de popa —explicó—. Cuando hacíamos prácticas en las instalaciones petrolíferas del mar del Norte, subimos cincuenta metros de acero vertical en cuatro minutos.

Pensó que no era necesario entrar en detalles sobre el entrenamiento que requería tal hazaña, ni sobre el equipo que la había hecho posible.

Los técnicos habían inventado hacía tiempo algunos notables instrumentos de escalada para el SBS. Entre ellos figuraban las planchas magnéticas de ascensión. Eran como platos y estaban ribeteadas de goma, para poder aplicarlas sobre metal sin hacer ruido. Debajo de la goma había un anillo de acero que podía ser imantado con enorme potencia.

La fuerza magnética podía ponerse o quitarse mediante un interruptor accionado por la mano del hombre sujeta al dorso del plato. La carga eléctrica procedía de una pequeña pero infalible batería de níquel-cadmio, colocada en el interior del plato.

Los buceadores estaban entrenados para salir del agua, estirar el brazo, fijar el primer plato y dar la corriente. El imán sujetaba la plancha a la estructura de acero. El hombre, colgado de ella, subía el otro brazo más arriba y sujetaba la segunda plancha. Sólo cuando ésta estaba bien asegurada, soltaba el primer disco, lo elevaba y volvía a fijarlo. Mano a mano, a fuerza de muñecas y antebrazos, seguía subiendo, balanceando libremente el cuerpo, las piernas, los pies y el equipo, sin más puntos de apoyo que las manos.

Tan fuertes eran los imanes, y tan fuertes los brazos y los hombros, que los comandos podrían trepar, en caso necesario, por una superficie inclinada cuarenta y cinco grados hacia fuera.

—El primer hombre sube con estas planchas especiales —prosiguió Fallon—, llevando una cuerda. Si la cubierta de popa está tranquila, sujeta la cuerda, y los otros tres pueden subir en diez segundos. Ahora bien, aquí, al pie de la chimenea, esta caseta de turbina proyecta una sombra bajo la lámpara de la puerta de la superestructura al nivel del piso «A». Nos ampararemos en esta sombra. Todos llevaremos trajes negros y nos habremos pintado de negro la cara, las manos y los pies.

»El mayor peligro está en cruzar esta zona iluminada de la cubierta de popa, que separa la caseta de la turbina de la superestructura donde están los camarotes.

—Entonces, ¿cómo van a hacerlo? —preguntó el vicealmirante, fascinado por este regreso de la tecnología a los tiempos de Nelson.

—No lo haremos, señor —respondió Fallon—. Estaremos al otro lado de la chimenea, en relación con el punto donde está estacionado el
Argyll
, o sea, en dirección contraria a la nuestra. Entonces, saldremos de la sombra y doblaremos la esquina de la superestructura en este punto, donde está la ventana del depósito de la ropa sucia. Cortaremos el cristal de la ventana sin hacer ruido, con un soplete en miniatura accionado por una botellita de gas, y entraremos por aquella. Las probabilidades de que la puerta de aquel depósito esté cerrada son ínfimas. A nadie se le ocurre robar ropa sucia; por consiguiente, nadie cierra la puerta. Por ella pasaremos al interior de la superestructura, saliendo a un pasillo que está a pocos metros de la escalera principal que conduce a los pisos «B», «C» y «D», y al puente.

BOOK: La alternativa del diablo
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