Juego de Tronos (115 page)

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Authors: George R.R. Martin

Tags: #Fantástico

BOOK: Juego de Tronos
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Dany besó suavemente la frente de su sol y estrellas, y se volvió para enfrentarse a Mirri Maz Duur.

—Tus hechizos son caros,
maegi
.

—Está vivo —replicó Mirri Maz Duur—. Pediste vida. Pagaste vida.

—Para alguien como Drogo, esto no es vida. Su vida era la risa, la carne asada sobre una hoguera, un caballo entre las piernas. Su vida era un
arakh
en la mano, las campanillas sonando en su cabello cuando cabalgaba para enfrentarse al enemigo. Su vida eran sus jinetes de sangre, y yo, y el hijo que le iba a dar. —Mirri Maz Duur no le contestó—. ¿Cuándo volverá a ser el que era? —exigió saber Dany.

—Cuando el sol salga por el oeste y se ponga por el este —replicó Mirri Maz Duur—. Cuando los mares se sequen y las montañas se mezan como hojas al viento. Cuando tu vientre vuelva a agitarse y des a luz un niño vivo. Entonces volverá, no antes.

Dany hizo un gesto en dirección a Ser Jorah y a los demás.

—Dejadnos. Quiero hablar a solas con esta
maegi
. —Mormont y los dothrakis se retiraron—. Tú lo sabías —le espetó. Le dolía todo, por dentro y por fuera, pero la ira le daba fuerzas—. Sabías qué compraba, sabías el precio, y dejaste que lo pagara.

—No debieron quemar mi templo —replicó plácidamente la mujer gruesa, con su nariz plana—. Eso enfureció al Gran Pastor.

—Esto no ha sido obra de ningún dios —dijo Dany con frialdad. «Si vuelvo la vista atrás, estoy perdida»—. Me engañaste. Asesinaste a mi hijo mientras estaba en mi vientre.

—El semental que monta el mundo ya no podrá quemar ciudades. Su
khalasar
no reducirá naciones a cenizas.

—Hablé en tu favor. Te salvé.

—¿De qué me salvaste? —La mujer Ihazareena escupió al suelo—. Tres jinetes ya me habían tomado, y no como un hombre toma a una mujer, sino por detrás, como el perro monta a la perra. El cuarto estaba dentro de mí cuando pasaste a caballo. ¿De qué me salvaste? Vi arder la casa de mi dios, donde había curado a incontables hombres buenos. Mi casa también ardió, y en las calles vi montones de cabezas. Vi la cabeza del panadero que horneaba mi pan. Vi la cabeza de un chiquillo al que había salvado de unas fiebres hacía menos de tres lunas. Oí los gritos de los niños mientras los jinetes los hacían avanzar a latigazos. Dime, ¿de qué me salvaste?

—Tienes la vida.

—Fíjate en tu
khal
—dijo Mirri Maz Duur y dejó escapar una carcajada cruel—, y mira de qué vale la vida cuando se ha perdido todo lo demás.

Dany llamó a los hombres de su
khas
, y les ordenó que se llevaran a Mirri Maz Duur, y la ataran de pies y manos. Pero, cuando se alejaban con ella, la
maegi
le sonrió como si compartieran un secreto. Una sola palabra de Dany habría bastado para que la decapitaran... aunque, ¿qué obtendría con eso? ¿Una cabeza? Si la vida no tenía valor, ¿acaso lo tenía la muerte?

Llevaron a Khal Drogo a su tienda, y Dany ordenó que llenaran una bañera. En aquella ocasión no había sangre en el agua. Ella misma se encargó de bañarlo; le quitó la suciedad y el polvo de los brazos y el pecho, le limpió la cara con un paño suave, le enjabonó la larga cabellera negra, se la cepilló y deshizo los nudos hasta que volvió a tener el brillo que recordaba. Ya había anochecido cuando terminó, y se sentía agotada. Hizo una pausa para comer y beber, pero apenas si consiguió mordisquear un higo y pasar un trago de agua. Necesitaba dormir, pero ya había dormido suficiente... En realidad, había dormido demasiado. Aquella noche se la debía a Drogo, por todas las noches que él le había dado, y las que quizá le pudiera dar aún.

El recuerdo de su primera vez juntos la acompañaba cuando lo guió hacia la oscuridad, porque los dothrakis creían que todas las cosas importantes en la vida de un hombre deben hacerse a cielo abierto. Se dijo que había poderes más fuertes que el odio, y hechizos más antiguos y verdaderos que los que la
maegi
había aprendido en Asshai. La noche era negra, sin luna, pero sobre ella parpadeaban un millón de estrellas. Lo consideró un presagio.

Allí no había ninguna alfombra de hierba que les diera la bienvenida, sólo estaba la tierra dura, polvorienta, llena de piedras. No había árboles que se mecieran al viento, ni arroyo que calmara sus miedos con la música dulce de las aguas. Dany se dijo que con las estrellas bastaba.

—Recuerda, Drogo —susurró—. Recuerda la primera vez que montamos juntos, el día en que nos casamos. Recuerda la noche en que hicimos a Rhaego: todo el
khalasar
nos miraba; tus ojos estaban clavados en los míos. Recuerda lo clara y fresca que era el agua en el Vientre del Mundo. Recuerda, mi sol y estrellas. Recuerda, y vuelve conmigo.

El parto la había dejado demasiado desgarrada para recibirlo en su interior, como hubiera querido, pero Doreah le había enseñado muchas cosas. Dany utilizó las manos, la boca, los pechos. Le recorrió el cuerpo con las uñas, lo cubrió de besos, le susurró al oído, rezó, le contó historias, y al final lo bañó con lágrimas. Pero Drogo no sentía, no hablaba, no se levantaba.

Cuando el amanecer empezó a llenar el horizonte, Dany comprendió que lo había perdido.

—Cuando el sol salga por el oeste y se ponga por el este —dijo con tristeza—. Cuando los mares se sequen y las montañas se mezan como hojas al viento. Cuando mi vientre vuelva a agitarse y dé a luz un niño vivo. Entonces volverás, mi sol y estrellas, no antes.

«Jamás —gritó la oscuridad—, jamás, jamás, jamás.»

Dany encontró en la tienda un cojín de seda suave relleno de plumas. Lo estrechó contra sus pechos y volvió con Drogo, su sol y estrellas.

«Si vuelvo la vista atrás, estoy perdida.» Cada paso le dolía, quería dormir, dormir y no soñar.

Se arrodilló, besó a Drogo en los labios y le apretó el cojín contra la cara.

TYRION (9)

—Tienen a mi hijo —dijo Tywin Lannister.

—Así es, mi señor. —La voz del mensajero estaba rota de puro agotamiento. Tenía el chaleco desgarrado, con el jabalí pinto de Crakehall manchado de sangre seca.

«A uno de tus hijos», pensó Tyrion. Bebió un sorbo de vino sin decir palabra. Pensaba en Jaime. Cuando alzó el brazo, el dolor se lo recorrió como un latigazo desde el codo, para recordarle su breve experiencia en el campo de batalla. Quería a su hermano, pero no habría querido estar con él en el Bosque Susurrante ni por todo el oro de Roca Casterly.

Los capitanes y vasallos de su señor padre se habían quedado en silencio mientras el mensajero relataba los hechos. Sólo se oía el crujir y sisear de los leños en la chimenea, al final de la larga sala común.

Tras las privaciones del largo viaje hacia el sur, la perspectiva de dormir de nuevo en una posada, aunque fuera una noche, había animado a Tyrion. De todos modos, habría preferido que fuera cualquier otra posada, y no aquélla, tan llena de recuerdos. Su padre había impuesto un ritmo muy penoso, que había terminado por cobrarse su precio. Los hombres heridos en la batalla mantenían el paso como podían, o los abandonaban a su suerte. Cada mañana quedaban unos cuantos más al borde del camino: eran hombres que se acostaron por la noche y no despertaron al amanecer. Cada tarde se derrumbaban unos cuantos más durante la marcha. Y cada noche desertaban unos cuantos, amparados por la oscuridad. En más de una ocasión, a Tyrion le había tentado la idea de irse con ellos.

Se encontraba en el piso de arriba, disfrutando de la comodidad de un lecho de plumas y del calor del cuerpo de Shae junto al suyo, cuando su escudero lo despertó para decirle que acababa de llegar un jinete desde Aguasdulces, portador de malas noticias. Así que todo había sido en vano: la carrera hacia el sur, las marchas forzadas, los cuerpos abandonados junto al camino... todo para nada. Robb Stark había llegado a Aguasdulces muchos días antes.

—¿Cómo ha podido suceder esto? —gemía Ser Harys Swyft—. ¿Cómo? Pese a lo del Bosque Susurrante, Aguasdulces estaba rodeado por todo un ejército... ¿qué clase de locura inspiró a Ser Jaime para dividir a sus hombres entre tres campamentos? ¿No sabía que eso los haría vulnerables?

«Mejor que tú, cobarde sin barbilla», pensó Tyrion. Aunque Jaime hubiera perdido Aguasdulces, no soportaba que lo criticara alguien como Swyft, un lameculos desvergonzado cuyo mayor logro había sido casar con Ser Kevan a su hija, tan carente de barbilla como él, y así emparentar con los Lannister.

—Yo habría hecho lo mismo —replicó su tío, en tono mucho más sereno del que hubiera utilizado Tyrion—. Nunca habéis visto Aguasdulces, Ser Harys; de lo contrario sabríais que Jaime no tenía otra opción. El castillo está situado al final de la punta de tierra en la que el Piedra Caída fluye hacia el Forca Roja del Tridente. Los ríos forman dos lados de un triángulo y, cuando hay algún peligro, los Tully abren las esclusas corriente arriba y crean un foso ancho en el tercer lado, con lo que Aguasdulces se convierte en una isla. Los muros se alzan directamente en el agua, y desde las torres los defensores dominan el panorama en muchas leguas a la redonda. Para realizar un asedio es imprescindible situar un campamento al norte del Piedra Caída, otro al sur del Forca Roja, y un tercero entre los ríos, al oeste del foso. No hay otra manera.

—Lo que dice ser Kevan es cierto, mis señores —dijo el mensajero—. Habíamos alzado empalizadas de estacas afiladas en torno a los campamentos, pero no sirvieron de nada: sin previo aviso, nos encontramos separados por los ríos. Atacaron primero el campamento norte. No lo esperábamos. Marq Piper había tendido emboscadas a nuestros carromatos de suministros, pero no tenía más allá de cincuenta hombres. Ser Jaime había salido la noche anterior para enfrentarse a ellos... bueno, eso pensábamos, pero en realidad no era el grueso de su ejército. Nos habían dicho que Stark estaba al este del Forca Verde, y que marchaba hacia el sur...

—¿Y los oteadores? —El rostro de Ser Gregor Clegane parecía tallado en roca. El fuego de la chimenea le daba a la piel un tono naranja, y le dibujaba grandes sombras en las órbitas de los ojos—. ¿No vieron nada? ¿No os advirtieron?

—Casi todos habían desaparecido —contestó el mensajero manchado de sangre sacudiendo la cabeza—. Creemos que fue obra de Marq Piper. Y los que volvieron no habían visto nada.

—El hombre que no ve nada no necesita ojos —declaró la Montaña—. Sacádselos y entregadlos al próximo oteador. Decidle que suponéis que cuatro ojos verán más que dos... y, de lo contrario, el hombre que lo suceda tendrá seis.

Lord Tywin Lannister volvió el rostro para mirar a Ser Gregor. Tyrion vio un destello de oro que la luz arrancó de las pupilas de su padre, pero no habría sabido decir si era una mirada de aprobación o de repugnancia. Lord Tywin guardaba silencio a menudo durante el consejo; prefería escuchar antes de hablar, costumbre que Tyrion imitaba siempre que podía. Pero aquel silencio era extraño hasta para él, y no había probado el vino.

—Has dicho que atacaron de noche —intervino Ser Kevan.

El hombre asintió, cansado.

—El Pez Negro iba al mando de la vanguardia, eliminó a los centinelas y derribó las empalizadas para abrir camino al ataque principal. Cuando los nuestros comprendieron qué pasaba, los jinetes llegaban ya por las orillas del río y entraban al galope en el campamento con espadas y antorchas en las manos. Yo estaba durmiendo en el campamento oeste, entre los ríos. Al oír el fragor de la batalla y ver las tiendas incendiadas, Lord Brax nos ordenó ir a las balsas y cruzar impulsándonos con las pértigas, pero la corriente río abajo era fuerte, y los Tully empezaron a lanzarnos rocas con las catapultas de las murallas. Destrozaron una de las balsas, e hicieron volcar otras tres. La corriente se llevó a muchos hombres, casi todos murieron ahogados, y los que consiguieron llegar a la orilla se encontraron a los Stark esperándolos.

—Mi señor padre... —Ser Flement Brax, que vestía un tabardo color plata y púrpura, lo miraba como sin comprender lo que oía.

—Lo siento mucho, mi señor —dijo el mensajero—. Lord Brax llevaba la armadura puesta cuando su balsa volcó. Fue muy valiente.

«Fue muy idiota», pensó Tyrion, mientras hacía girar la copa y contemplaba el vino. Cruzar un río de noche, en una balsa rudimentaria, con la armadura puesta, mientras el enemigo espera en la otra orilla... Si aquello era valor, prefería mil veces la cobardía. Se preguntó si Lord Brax se habría sentido especialmente valiente mientras el peso del acero lo hundía en las aguas negras.

—También barrieron el campamento situado entre los ríos —decía el mensajero—. Mientras intentábamos cruzar, llegaron por el oeste más hombres de los Stark, dos columnas de jinetes con armaduras. Vi el gigante con cadenas de Lord Umber y el águila de Mallister, pero el que iba a la cabeza era el chico, y un lobo monstruoso corría a su lado. Yo no lo vi, pero me contaron que esa fiera mató a cuatro hombres y despedazó a una docena de caballos. Nuestros lanceros formaron una muralla de escudos y resistieron la primera carga, pero entonces los Tully abrieron las puertas de Aguasdulces, y Tytos Blackwood salió con un grupo por el puente levadizo, y los atacó por la retaguardia.

—Por todos los dioses —maldijo Lord Lefford.

—El Gran Jon Umber prendió fuego a las torres de asalto que estábamos construyendo; Lord Blackwood encontró a los cautivos, entre ellos a Ser Edmure Tully, y escapó con todos. Nuestro campamento sur estaba bajo el mando de Ser Forley Prester. Cuando vio que habíamos perdido los otros dos campamentos, inició la retirada con dos mil lanceros y otros tantos arqueros, pero el mercenario de Tyrosh que iba al mando de los jinetes libres tiró sus estandartes y se pasó al enemigo.

—Maldito sea ese hombre. —Su tío Kevan parecía más airado que sorprendido—. Le advertí a Jaime que no confiara en él. El guerrero que lucha por dinero sólo es leal a su bolsillo.

Lord Tywin apoyó la barbilla en las manos entrelazadas. Los ojos era lo único que movía mientras escuchaba. Las espesas patillas doradas enmarcaban un rostro tan inexpresivo que parecía una máscara, pero Tyrion advirtió que la cabeza afeitada de su padre estaba perlada de sudor.

—¿Cómo ha podido suceder esto? —aulló de nuevo Ser Harys Swyft—. Ser Jaime prisionero, el asedio fracasado... ¡es una catástrofe!

—Todos os estamos muy agradecidos por señalar lo evidente, Ser Harys —intervino Ser Addam Marbrand—. Ahora, la pregunta es: ¿qué vamos a hacer al respecto?

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