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Authors: Dan Simmons

Ilión (63 page)

BOOK: Ilión
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El aparato morfeador está casi descargado y no tengo ni idea de cómo volver a cargarlo. Me quedan menos de tres minutos de tiempo, pero lo necesitaré para visitar a la familia de Héctor.

No puedes secuestrar a un niño
, dice esa vocecita cada vez más pequeña que es todo lo que queda de mi consciencia.
Tengo que hacerlo
, es la única respuesta que puedo dar.

Tengo que hacerlo.

En eso estoy ahora. Lo he pensado mucho. Patroclo era el secreto para manejar a Aquiles. Escamandrio y Andrómaca, el hijo y la esposa de Héctor, son el secreto para manejar a éste. El único modo.

De perdidos, al río.

Antes, cuando TCeé para cobrar existencia en la colina soleada de lo que esperaba que fuera todavía Indiana, con el inconsciente Patroclo en mis brazos, no encontré ni rastro de Nightenhelser. Solté rápidamente a Patroclo en la hierba (no soy homófobo, pero cargar con un hombre desnudo me hace sentirme incómodo) y grité llamando a Keith Nightenhelser, pero no hubo respuesta en el bosque ni en el río. Tal vez los antiguos nativos americanos ya le han cortado la cabellera o lo han adoptado en su tribu. O a lo mejor esta al otro lado del río, en el bosque, recogiendo nueces y bayas.

Patroclo gimió y se sacudió.

¿Era justo dejar a un hombre aturdido y desnudo, forastero en una tierra extraña como esta? ¿Lo mataría un oso? No era probable. Más bien, Patroclo sería capaz de encontrar y matar al pobre Nightenhelser, aunque el griego estuviera desnudo y desarmado y Keith aún llevara la armadura de impacto, el bastón táser y la espada de pega. Sí, apostaría mi dinero por Patroclo. ¿Era justo dejar a un jodido Patroclo en el mismo terreno donde he dejado a un académico amante de la paz?

No tenía tiempo para preocuparme por eso. Comprobé la energía del brazalete morfeador (descubrí que se agotaba) y TCeé de vuelta a la costa de Ilión. Había aprendido un poco sobre como convertirme en diosa con la experiencia de Atenea, y Tetis no requeriría tanta energía morfeadora como la hija de Zeus. Con un poco de suerte, me dije, el aparato morfeador funcionaría el tiempo suficiente para mi escena con Aquiles y quedaría algo para la familia de Héctor.

Y lo hizo, Y me queda, un poco, si. Puedo morfear una última vez.

La familia de Héctor
. ¿En qué me he convertido?

En un fugitivo, pienso, mientras me coloco el Casco de Hades y camino por la arena. Un desesperado.

¿Se quedará el medallón TC sin energía también? ¿Tendrá el táser otra carga si lo necesito en Ilión?

Lo averiguaré pronto. ¿No sería irónico que consiguiera usar a Aquiles y Héctor para mi causa pero no tuviera luego la energía de teleportación cuántica para llevarlos a ellos o a mí al Olimpo?

Me preocuparé de eso más tarde. Me preocuparé de toda esa mierda más tarde.

Ahora mismo tengo una cita a las cuatro con la esposa y el bebé de Héctor.

35
A 12,000 metros sobre la Llanura de Tharsis

—¿Qué dice Proust sobre los globos?

—No mucho —contestó Orphu de Io—. No le gustaba viajar en general. ¿Qué dice Shakespeare sobre los globos?

Mahnmut dejó pasar el comentario.

—Ojalá pudieras ver esto.

—Ojalá pudiera verlo, sí —dijo Orphu—. Descríbemelo todo.

Mahnmut miró hacia arriba.

—Estamos tan alto que el cielo sobre nosotros es casi negro, remitiendo a un azul oscuro y luego a azul más claro hacia el horizonte, que es definitivamente curvo. Veo la bruma de la atmósfera en ambas direcciones. Debajo de nosotros sigue habiendo nubes: la luz del amanecer hace que brillen doradas y rosadas. Detrás de nosotros, la capa de nubes está completamente rota y distingo el agua azul y los acantilados rojos del Valle Marineris extendiéndose hasta el horizonte oriental. Al oeste, hacia donde viajamos, las nubes cubren casi toda la Llanura de Tharsis (arropan el suelo a lo largo de las montañas), pero los tres volcanes más cercanos sobresalen de las nubes doradas. El Monte Arsia es el más lejano, a la izquierda, luego vienen el Monte Pavonis, y el Monte Ascraeus un poco más a la derecha, al norte. Todos son de un blanco brillante, cubiertos de nieve y hielo, brillan con el sol de la mañana.

—¿Puedes ver ya el Olympus? —preguntó Orphu.

—Oh, sí. Aunque es el más lejano, el Monte Olympus es el más alto y se alza sobre la curvatura occidental del planeta. Está entre el Pavonis y el Ascraeus, pero obviamente se encuentra mucho más a la izquierda. También lo blanquean el hielo y la nieve, pero la cumbre está despejada, y se ve roja a la luz del amanecer.

—¿Puedes ver el Laberinto Noctis donde dejamos a los
zeks
?

Mahnmut se asomó por el borde de la barquilla que había construido y miró hacía abajo y hacia atrás.

—No, todavía lo cubren las nubes. Pero mientras nos elevábamos vi la cantera, los muelles y todo el jaleo del Noctis. Más allá del puerto y la cantera, el amasijo de cañones y acantilados desmoronados se extiende cientos de kilómetros al oeste y docenas al norte y al sur.

Había estado lloviendo durante los últimos días de su viaje en falucho, y a su llegada a los abarrotados muelles de la cantera de los HV del Laberinto Noctis, y todavía llovía cuando Mahnmut terminó de montar la barquilla, infló el globo con sus propios tanques y se elevó sobre lo que sólo podía ser llamado la ciudad de los hombrecillos verdes. Uno de los HV (o
zeks
, como se llamaban a sí mismos) había ofrecido su corazón para entablar comunicación, pero Mahnmut negó con la cabeza. Tal vez no morían como individuos, como argumentaba Orphu, pero la sensación de
gastar
a otro hombrecillo verde era más de lo que Mahnmut podía soportar. En cambio, los
zeks
congregados comprendieron inmediatamente lo que estaba haciendo Mahnmut con su barquilla improvisada, y se movieron rápidamente para ayudarlo a conectar cables, extender el tejido del globo de alta presión y una sola cámara mientras se inflaba lentamente, y asegurar cables a tierra contra el viento, trabajando tan eficazmente como una cuadrilla bien entrenada.

—¿Qué aspecto tiene el globo? —preguntó Orphu. El moravec del espacio profundo estaba atado en el centro de la barquilla ampliada, sujeto por muchos metros de cable y encajado en un armazón que Mahnmut había dispuesto. Cerca, protegidos y asegurados, estaban el transmisor y el pequeño Aparato.

—Es como una calabaza gigante —dijo Mahnmut.

Orphu se agitó por tensorrayo.

—¿Has visto alguna vez una calabaza de verdad?

—Por supuesto que no, pero ambos hemos visto imágenes. El globo es ovoide, naranja, más ancho que alto, de unos sesenta y cinco metros de diámetro y unos cincuenta metros de altura. Tiene franjas verticales como una calabaza... y es naranja.

—Creía que estaba recubierto de material de camuflaje —dijo Orphu, sorprendido.

—Lo está. Material de camuflaje naranja. Supongo que nuestros diseñadores moravec no tuvieron en cuenta la posibilidad de que la gente que lo pudiera detectar tuviera ojos además de radares.

Esta vez, el rumor de Orphu pareció un trueno profundo.

—Típico —dijo el ioniano—. Típico.

—Nuestros cables de buckycarbono están sujetos a la boca del globo —dijo Mahnmut—- Nuestra barquilla cuelga a unos cuarenta metros bajo el tejido.

—De manera segura, espero.

—Tan segura como pude, aunque tal vez se me olvidó atar un par de nudos.

Orphu se estremeció de nuevo y guardó silencio. Mahnmut contempló el panorama durante un rato.

Cuando Orphu entabló de nuevo contacto era de noche. Las estrellas brillaban heladas, pero Mahnmut percibía más parpadeos atmosféricos de los que había visto en toda su vida. La luna Fobos cruzaba baja el cielo y Deimos acababa de salir. Las nubes y los volcanes reflejaban la luz de las estrellas. Al norte, el océano titilaba.

—¿Hemos llegado ya? —preguntó Orphu.

—Todavía no. Falta otro día, día y medio.

—¿Nos lleva el viento en la dirección adecuada?

—Más o menos.

—Define «menos», viejo amigo.

—Vamos rumbo nor-noroeste. Puede que no alcancemos el Monte Olympus por un pelo.

—Hace falta habilidad para no alcanzar un volcán del tamaño de Francia.

—Esto en un
globo
—dijo Mahnmut—. Estoy seguro de que Koros III planeó elevarlo cerca de la base del volcán, no a mil doscientos kilómetros de distancia.

—Espera —dijo Orphu—. Creo recordar un pequeño detalle: el Mar de Tetis queda justo al norte del Olympus.

Mahnmut suspiró.

—Nunca lo mencionaste mientras la construías.

—No me pareció relevante entonces.

Siguieron flotando en silencio un rato. Se acercaban a los volcanes de Tharsis, y Mahnmut calculó que probablemente sobrevolarían el situado más al norte, Ascraeus, al mediodía siguiente. Si el viento seguía cambiando, pasarían a diez o veinte kilómetros de sus faldas. Mahnmut ni siquiera tuvo que amplificar su visión para maravillarse de la belleza de la luz de las lunas y las estrellas sobre las cimas heladas de los cuatro volcanes.

—He estado pensando en este asunto de Próspero-Calibán —dijo Orphu tan de repente que Mahnmut dio un respingo. Había estado sumido en sus pensamientos.

—¿Sí?

—Supongo que estás pensando lo mismo que yo: que esas estatuas de Próspero y el conocimiento de los HV sobre
La Tempestad
son el resultado del interés de algún dictador posthumano por Shakespeare.

—Ni siquiera sabemos con seguridad que las cabezas de piedra sean de Próspero —dijo Mahnmut.

—Por supuesto que no. Pero los HV sugirieron que lo eran, y no creo que los
zeks
nos hayan mentido nunca. Tal vez no pueden mentir... no cuando se comunican contigo a través de paquetes de nanodatos moleculares.

Mahnmut no dijo nada, pero ésa había sido también su impresión.

—De algún modo —continuó Orphu—, esos miles de cabezas de piedra que rodean el océano norte...

—Y la inundada Cuenca de Hellas al sur —dijo Mahnmut, recordando las imágenes orbitales.

—Sí. De algún modo, esos miles de cabezas de piedra tienen algo que ver con los personajes de Shakespeare.

Mahnmut asintió, sabiendo que el ciego Orphu interpretaría su silencio como un gesto de acuerdo.

—¿Y si el dictador fuera de verdad Próspero? —dijo Orphu—. ¿No un humano o un posthumano?

—No te entiendo.

Mahnmut estaba confuso. Comprobó el flujo de oxígeno de los tanques situados cerca del Aparato. Tanto él como Orphu estaban bien conectados y recibiendo un chorro pleno.

—¿Qué quieres decir con eso de que el dictador fuera Próspero de verdad? ¿Que algún posthumano estaba interpretando el papel del viejo mago y se olvidó de que estaba jugando?

—No —dijo Orphu—. Quiero decir...
¿y si es Próspero realmente?

Mahnmut sintió una punzada de alarma. Orphu, lastimado y cegado, bañado por enormes cantidades de radiación iónica y magullado en la caída de la nave espacial al Mar del Norte, tal vez estuviera perdiendo la razón.

—No, no estoy loco —dijo Orphu, disgustado—. Escucha lo que te digo.

—Próspero es un personaje literario —dijo Mahnmut lentamente—. Un ser ficticio. Sólo sabemos de él por los bancos de memoria de la cultura y la historia humanas que enviaron con los primeros moravecs hace dos mil años.

—Sí —contestó Orphu—. Próspero es un personaje ficticio y los dioses griegos son mitos. Y su presencia aquí se debe sólo a que son humanos o posthumanos disfrazados.
Pero, ¿y si no lo son?
¿Y si son de verdad Próspero... de verdad dioses griegos?

Mahnmut se alarmó de veras. Había sentido terror de continuar su misión solo si Orphu moría, pero nunca había considerado la alternativa aún peor de tener a un Orphu de Io cegado, lisiado y
loco
como compañero en la última etapa de su misión. ¿Sería capaz de dejar atrás a Orphu cuando aterrizaran?

—¿Cómo podrían los dioses, o lo que quiera que sean esos tipos con toga y carros voladores, no ser humanos o posthumanos perdidos jugando? —preguntó Mahnmut—. ¿Estás sugiriendo que son... alienígenas del espacio? ¿Antiguos marcianos que de algún modo no fueron advertidos durante la exploración de este planeta en la Edad Perdida? ¿Qué?

—Lo que estoy diciendo es:
¿Y si los dioses griegos son dioses griegos?
—dijo Orphu en voz baja—. ¿Y si Próspero es Próspero? ¿Calibán, Calibán? Si nos encontramos con él, cosa que espero que no suceda.

—Aja —dijo Mahnmut —. Interesante teoría.

—Maldición, no me des la razón como a los locos —replicó Orphu—. ¿Sabes algo de teleportación cuántica?

—Sólo en teoría —contestó Mahnmut—. Y sé también que este mundo está repleto de actividad cuántica activa.

—Agujeros —dijo Orphu.

—¿Qué?

—Son como agujeros de gusano. Cuando se mantienen acontecimientos de cambio cuántico como éstos, incluso durante unos pocos nanosegundos, se obtiene un efecto de singularidad de agujero de gusano estable. Sabes lo que es una singularidad, ¿no?

—Sí —dijo Mahnmut, irritado ahora por la manera en que le estaba hablando su amigo—. Conozco las definiciones de agujero de gusano, singularidad, agujeros negros y teleportación cuántica... y sé cómo esas condiciones, todas excepto la última, alteran el espacio-tiempo. ¿Pero qué demonios tiene eso que ver con dioses con toga y carros voladores? Estamos tratando con posthumanos, aquí, en Marte. Posiblemente posthumanos locos, auto evolucionados más allá de la cordura, pero posthumanos.

—Puede que tengas razón —dijo Orphu—. Pero contemplemos otra alternativa.

—¿Cuál? ¿Que personajes de ficción han cobrado vida de repente?

—¿Sabes por qué los ingenieros moravecs dejaron de desarrollar la teleportación cuántica como medio para viajar a las estrellas? —preguntó Orphu.

—No es estable —dijo Mahnmut—. Hay pruebas de algún accidente en la Tierra hace unos mil quinientos años o así. Los humanos o posthumanos estaban jugueteando con agujeros de gusano cuánticos y no funcionó y les salió el tiro por la culata o algo por el estilo.

—Un montón de observadores moravecs piensan que les salió mal el tiro precisamente porque...
funcionó
—dijo Orphu.

—No comprendo.

—La teleportación cuántica es una tecnología antigua —dijo el ioniano—. Los antiguos humanos experimentaban con ella ya en el siglo XX o el XXI, antes de que los posts evolucionaran para apartarse de la especie humana. Antes de que todo se fuera a la mierda en la Tierra.

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