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Authors: Dan Simmons

Ilión (47 page)

BOOK: Ilión
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—Contemplad el Tártaro —exclama Zeus—, las profundidades más bajas de la Morada de Hades, un lugar tan por debajo del infierno como está el hogar de Hades por debajo de la tierra misma. ¿Os acordáis, los dioses y diosas más veteranos entre nosotros, de cuando me seguisteis a aquella guerra de diez años contra los Titanes, que gobernaban antes que nosotros? ¿Os acordáis de que expulsé a Cronos y Rea, mis propios padres, más allá de estas puertas de hierro y estos umbrales de bronce, ay, y a Japeto también, pese a todo su poder?

Todos en el salón guardan silencio. Sólo se oyen los ahogados rugidos y gritos y chillidos que llegan del pozo del Tártaro abierto. No tengo ninguna duda de que es un agujero al infierno, no un holograma, lo que se abre a tres metros escasos de donde me acurruco.

—SI LANCÉ A MIS PADRES A ESTE POZO DE POZOS POR TODA LA ETERNIDAD —RUGE ZEUS—, ¿DUDÁIS QUE ENVIARÉ VUESTRAS ALMAS AULLANTES EN UN SEGUNDO?

Los dioses y diosas no responden, sino que retroceden varios pasos alejándose del horrible vacío.

Zeus sonríe, terrible.

—Venga, intentadlo, inmortales, para que todos puedan aprender.

Un enorme cable dorado cae del techo del salón, dividiendo el pozo del infierno. Los dioses y diosas corren para apartarse de su caída. Golpea el mármol con estrépito. La cuerda, es más gruesa que la maroma de un barco y parece tejida con miles de hilos de auténtico oro de dos centímetros de grosor. Debe pesar muchas toneladas.

Zeus baja sus escalones dorados y alza el cable, sujetándolo con facilidad con sus manos gigantescas.

—Agarrad vuestro extremo —dice, casi alegremente.

Los dioses y diosas se miran unos a otros y no se mueven.

—¡AGARRAD VUESTRO EXTREMO!

Cientos de inmortales y sus inmortales sirvientes corren a obedecer y agarran el largo cable, como niños en un juego de tirar de la cuerda. En un minuto Zeus está solo a un lado del pozo del Tártaro, sujetando la cuerda con indiferencia, y la incontable turba de dioses y diosas está al otro, sujetando con fuerza el cable de oro con sus poderosas manos divinas.

—Arrastradme —dice Zeus—. Arrojadme del cielo a la tierra y al Hades y más abajo, a las apestosas profundidades del Tártaro. Arrastradme, digo.

Ni un solo dios mueve un músculo de bronce.

—¡ARRASTRADME, OS LO ORDENO!

Zeus agarra el cable dorado y empieza a tirar. Las sandalias de los dioses resbalan y chirrían sobre el mármol. Varios cientos de dioses y diosas arrastrados hacia el pozo, algunos tropiezan, otros caen de rodillas.

—¡TIRAD, MALDITOS SEÁIS! —AÚLLA ZEUS—. ¡TIRAD O SERÉIS ARRASTRADOS AL HEDIONDO TÁRTARO HASTA QUE EL TIEMPO MISMO SE PUDRA EN LOS HUESOS DEL UNIVERSO!

Zeus tira de nuevo y veinte metros de cable dorado se enroscan tras él. La hilera de dioses y diosas y gracias y furias y nereidas y ninfas y lo que queráis del otro lado (todos tirando excepto Noche con su peplo púrpura) resbala y chirría más cerca del pozo. Atenea, que va en cabeza está sólo a diez metros del borde cuando grita:

—¡Tirad, dioses! ¡Haced caer al viejo hijo de puta!

Ares y Apolo y Hermes y Poseidón y el resto de los más poderosos dioses ponen manos a la obra. Dejan de resbalar. El cable se tensa, crujiendo y pelándose por la tensión. Las diosas gritan y tiran al unísono; Hera (la esposa de Zeus) tira todavía con más fuerza que los demás. El cable de oro se estira y gruñe.

Zeus se ríe. Los mantiene a todos a raya con una sola mano en la cuerda. Luego agarra el cable con la otra mano y vuelve a tirar.

Los dioses gritan como niños en una montaña rusa. Atenea y los que están cerca de ella siguen deslizándose por el mármol como si fuera hielo, cada vez más y más cerca del rugiente pozo del Tártaro, mientras docenas de inmortales menores se rinden y se sueltan. Pero Atenea no suelta su presa. La diosa de los ojos grises es acercada implacablemente hacia el borde de la humeante puerta al infierno. Toda la hilera de esforzados y sudorosos inmortales que maldicen está cediendo.

Zeus se ríe y suelta el cable. Los dioses vuelan hacia atrás y aterrizan sin más ceremonias sobre sus inmortales culos.

—Dioses y diosas, hermanos, hermanas, hijos, hijas, primos y sirvientes... no podéis arrastrarme —dice Zeus. Regresa a su trono y se sienta—. Ni aunque os arrancarais los brazos de las articulaciones, si tiraseis hasta la muerte, podríais arrastrarme si yo decido no moverme. Soy Zeus, el más grande, el más poderoso de los reyes.

Alza un enorme dedo.

—Pero... si decido arrastraros a vosotros, os expulsaré de este Olimpo, os haré colgar en el negro espacio sobre el Tártaro, ataré también el mar y la tierra, engancharé el extremo en la cima de esta montaña llamada Olimpo, y os dejaré allí colgando en la oscuridad hasta que el Sol se enfríe.

Si yo no acabara de ver lo que he visto, pensaría que el viejo hijo de puta se estaba tirando un farol. Ahora sé que no.

Atenea se pone en pie, a menos de un metro del borde del pozo del Tártaro, y dice:

—Padre Nuestro, hijo de Cronos, que estás en el más alto trono del cielo, conocemos tu poder, Señor. ¿Quién puede alzarse contra ti? Nosotros no...

Todos los inmortales parecen estar conteniendo la respiración. El temperamento de Atenea es legendario, sus habilidades diplomáticas a menudo son escasas: si ahora dice algo equivocado...

—Incluso así —dice la hija de Zeus de mirada gris—, nos compadecemos de esos pobres mortales, yo y mis condenados lanceros argivos, que representan sus pequeños papeles en su pequeño escenario, muriendo sus terribles muertes, ahogándose en su propia sangre al final de sus pequeñas vidas.

Da otros dos pasos, de modo que las puntas de sus sandalias cuelgan sobre el borde del negro pozo. En algún lugar a cientos de metros por debajo, en la oscuridad surcada de relámpagos del Tártaro, algo enorme aúlla de dolor y miedo.

—Sí, Zeus —continúa Atenea—, nos mantendremos apartados de la guerra como ordenas. Pero concédenos, al menos, permiso para ofrecer a nuestros mortales favoritos tácticas que puedan salvarlos, para que no todos caigan bajo el rayo de tu inmortal cólera.

Zeus mira a su hija un largo instante y, por una vez, no puedo leer sus pensamientos: ¿Furia? ¿Humor? ¿Impaciencia?

—-Tritogeneia, querida hija tres veces nacida —dice Zeus—, tu valor siempre me ha dado dolor de cabeza. Pero no te acobardes, pues nada de la lección que os he dado hoy fluye de mi cólera, sino que sólo pretende demostrar a todos los aquí congregados las consecuencias de su desobediencia.

Y tras haber hablado, Zeus baja de su trono y su carro personal llega volando entre las gigantescas columnas. Su par de caballos de cascos de bronce (reales, veo, no hologramas) aterrizan a su lado, sus crines doradas al viento. Tras ponerse su armadura dorada y empuñar el látigo, Zeus sube al carro de batalla, hace restallar el látigo, y el tiro y el carro corren por el mármol y luego despegan trazando un círculo sobre el salón a treinta metros por encima de las cabezas de los dioses y diosas, antes de volar entre las columnas y desaparecer en un temblor de trueno cuántico.

Poco a poco, los dioses y diosas y demás entes menores abandonan el salón, murmurando y planeando entre sí. Ninguno (estoy seguro) tiene pensado obedecer a su amo y señor.

Y yo me quedo aquí un rato, invisible y alegre de serlo. Tengo la boca abierta y respiro entrecortadamente, como un perro vapuleado un día de calor. Me parece que estoy babeando un poco y todo.

Algunas veces, aquí arriba, en el Olimpo, es difícil creer por completo en causa y efecto y en el método científico.

25
Bosque de pinos gigantes de Tejas

Daeman estaba ahora completamente solo, él y el sonie en el claro del bosque, y no le gustaba.

Después de que Savi se marchara, Odiseo había contado su interminable y absurda historia y al terminar se había internado en el bosque. Hannah esperó un minuto y luego se fue detrás del viejo (Daeman había sabido inmediatamente esa mañana que Hannah y el hombre barbudo habían dormido juntos la noche anterior: su radar sexual rara vez se equivocaba). Unos cuantos minutos más tarde, Ada y el otro viejo, Harman, dijeron que iban a dar un corto paseo y luego desaparecieron bajo los árboles en dirección opuesta (Daeman sabía que también habían practicado el sexo la noche antes. Evidentemente, él y la vieja bruja, Savi, eran los únicos que no se estaban comiendo nada).

Así que Daeman estaba ahora solo en el claro del bosque, apoyado contra el casco del sonie, escuchando el movimiento de las hojas y los chasquidos de las ramas en la oscura maleza, cosa que no le gustaba ni pizca. Si aparecía un alosaurio, estaba preparado para saltar al sonie... pero, ¿luego qué? Ni siquiera sabía cómo acceder a los controles holográficos, mucho menos cómo activar la burbuja del campo de fuerza ni pilotar la máquina. Sería un entremés en un plato para el dino.

A Daeman se le ocurrió gritar para llamar a Savi o a cualquiera de los otros y decirles que regresaran, pero inmediatamente se lo pensó mejor. ¿Atraía el ruido a los dinosaurios y otros depredadores? No iba a probar para averiguarlo. Mientras tanto, se sentía muy incómodo: no sólo por la ansiedad, sino por la necesidad de ir al cuarto de baño. Los otros podrían haberse perdido entre los árboles con los pañuelos de papel que Savi les había proporcionado, pero Daeman era un ser humano civilizado: nunca iba al cuarto de baño sin... bueno, sin un cuarto de baño, y no estaba dispuesto a empezar ahora. Naturalmente, no sabía cuántas horas pasarían hasta que llegaran a Ardis Hall, y Savi hablaba como si ni siquiera fuera a detenerse allí. Soltaría a Hannah, Ada y el ridículo impostor que se hacía llamar Odiseo, y luego se dirigiría a la Cuenca Mediterránea o lo que fuera. Daeman sabía que no podía esperar tanto para aliviarse.

Advirtió que se sentía más desanimado que asustado. Por lo visto había sorprendido a todos al ofrecerse voluntario para acompañar a la vieja y a Harman en su ridícula expedición, pero nadie había adivinado sus verdaderos motivos. En primer lugar le daban miedo los dinosaurios de Ardis Hall. No pensaba volver allí. Segundo, toda aquella charla de que faxear era una especie de destrucción y reconstrucción de gente lo había puesto extremadamente nervioso. Bueno, ¿quién no lo estaría, tan poco tiempo después de despertar en la fermería, al enterarse de que su cuerpo real había sido destruido? Daeman había faxeado casi todos los días de su vida, pero la idea de entrar ahora en un fax-portal, sabiendo que iba a desintegrar sus músculos, huesos, cerebro y memoria, y luego a construir una copia en otra parte (si la vieja estaba diciendo la verdad)... bueno, la idea le molestaba una barbaridad.

Así que optó por viajar en el sonie unos cuantos días más, para no enfrentarse a los dinosaurios de Ardis ni a la destrucción de sus átomos o moléculas o lo que fuera en el fax.

Ahora sólo quería un cuarto de baño y un servidor o a su madre para que le hicieran la cena. Tal vez le exigiera a la vieja que lo dejara en Cráter París, después de todo. No estaba demasiado lejos, ¿no? Aunque les había echado un vistazo a los galimatías de Harman (su «mapa») Daeman no tenía ni idea de la geografía del mundo. Todo estaba exactamente tan lejos como cualquier otra cosa: a un paso de fax-portal.

La anciana salió del bosque, vio a Daeman solo, apoyado contra el sonie que flotaba suavemente, y dijo:

—¿Dónde está todo el mundo?

—Eso es lo que me estaba preguntando. Primero el bárbaro se marchó. Luego Hannah fue tras él. Después Ada y Harman se marcharon por allí... —señaló hacia los altos árboles, al otro lado del claro.

—¿Por qué no usas tu palma? —dijo Savi, y sonrió como si algo que había dicho le hiciera gracia.

—Ya lo he intentado —respondió Daeman—. En tu bloque de hielo. En el puente. Aquí. No funciona.

Alzó la palma izquierda, pensó en la función buscadora, y le mostró el rectángulo en blanco que flotaba allí.

—Eso es sólo la función localizadora inmediata —dijo Savi—. Sólo una flecha-guía cuando estás cerca de algo, como por ejemplo en una biblioteca buscando un libro en el pasillo equivocado. Usa lejonet o cercanet.

Daeman se la quedó mirando. Desde la primera vez que viera a esta mujer había dudado de su cordura.

—Ah, es verdad —dijo Savi, todavía con aquella sonrisa triste—. Habéis olvidado todas las funciones. Generación tras generación.

—¿De qué estás hablando? —preguntó Daeman—. Las antiguas funciones como la lectura ya no funcionan. Las perdimos cuando los posthumanos se marcharon —señaló los anillos que se entrecruzaban en el pedazo de cielo que tenían encima.

—Tonterías —dijo Savi. Se acercó, se apoyó en el sonie y le agarró el brazo izquierdo, volviendo su palma hacia ella—. Piensa en tres círculos rojos con cuadros azules en el centro.

—¿Qué?

—Ya me has oído —continuó sujetándole la muñeca.

Idioteces
, pensó Daeman, pero visualizó tres círculos rojos con cuadrados azules flotando en el centro de cada uno.

En vez del pequeño rectángulo de luz amarillo blancuzca que generaba la función localizadora, un gran óvalo de luz azul flotaba ahora a un palmo de su palma.

—¡Guau! —exclamó Daeman, liberando la muñeca de su tenaza y sacudiendo la mano, como si un insecto enorme se le hubiera posado encima. El óvalo azul fluctuó con ella.

—Relájate —dijo Savi—. Está en blanco. Visualiza a alguien.

—¿A quién? —A Daeman no le gustaba nada aquella sensación: su cuerpo haciendo algo que no sabía que podía hacer.

—A cualquiera. Alguien íntimo.

Daeman cerró los ojos y visualizó el rostro de su madre. Cuando volvió a abrirlos, el óvalo azul estaba repleto de diagramas. Trazados de calles, un río, palabras que no sabía leer, una visión aérea del círculo negro que sólo podía ser el cráter en el corazón de Cráter París. La imagen entró en un zoom y de repente estuvo en una estructura estilizada, quinta planta, un domi cerca del cráter... no su casa. Dos estilizadas figuras humanas, personajes de dibujo animado pero con caras reales y humanas, estaban en la cama, la hembra sobre el varón, moviéndose...

Daeman cerró el puño y apagó el oval.

—Lo siento —dijo Savi—. Olvidé que nadie usa inhibidores de búsqueda hoy en día. ¿Tu novia?

—Mi madre —respondió Daeman, tragando bilis. Era el domicomplex de Goman, situado al otro lado del cráter: conocía la distribución de cuando era niño y jugaba en las habitaciones interiores mientras su madre retozaba con el hombre alto de piel oscura y la voz suavizada por el vino. A Daeman no le gustaba Goman, y no sabía que su madre seguía viéndolo. Según lo que Harman había dicho, ya era de noche en Cráter París.

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