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Authors: Dan Simmons

Ilión (44 page)

BOOK: Ilión
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—¿No nos estamos desviando? —preguntó Harman después del largo silencio.

Savi asintió.

—He tenido que dar un amplio rodeo para esquivar los Monolitos Zorin, que se extienden por la costa de lo que solía ser Perú, Ecuador y Colombia —dijo—. Algunos de ellos siguen armados y en automático.

—¿Qué son los Monolitos Zorin? —preguntó Hannah.

—Nada por lo que tengamos que preocuparnos hoy —dijo Savi.

—¿A qué velocidad viajamos? —preguntó Ada.

—Despacio —respondió Savi. Miró la pantalla virtual que rodeaba sus manos y muñecas—. A unos quinientos kilómetros por hora, ahora mismo.

Ada trató de imaginar esa velocidad. No pudo. Nunca había viajado en nada más rápido que un droshky tirado por voynix antes de su primer viaje en aquel sonie, y no tenía ni idea de a qué velocidad iba un droshky. Probablemente no a quinientos kilómetros por hora. Desde luego. Las montañas y las cordilleras pasaban de largo mucho más rápido que el paisaje familiar en el trayecto en droshky o carruaje entre el fax-portal y Ardis Hall.

Volaron durante otra hora. En un momento dado, Hannah dijo:

—Me está empezando a doler el cuello de tanto mirar por encima del borde del sonie, y la burbuja es demasiado baja para que me siente. Ojalá...

Gritó. Ada, Daeman y Harman dejaron escapar chillidos similares.

Savi había movido la mano por el panel de control virtual y el sólido sonie bajo ellos simplemente había desaparecido. En los breves segundos transcurridos antes de que Ada cerrara los ojos con fuerza, vio a su alrededor a los seis humanos, su equipaje y las lanzas de Odiseo volando en mitad de la nada, aparentemente flotando en el vacío.

—Avísanos la próxima vez que vayas a hacer algo parecido —le dijo Harman a Savi, temblando.

La anciana murmuró algo.

Ada pasó un minuto entero o dos tocando el frío metal de la cubierta que tenía delante, palpando la suave solidez como de cuero del contorno del asidero bajo sus piernas y su vientre y su pecho antes de atreverse a abrir otra vez los ojos.
No estoy cayendo, no estoy cayendo,
se dijo.
Sí, ESTÁS cayendo
, le decían sus ojos y su oído interno. Cerró de nuevo los ojos y volvió a abrirlos justo cuando salían de las tierras altas y seguían una península que se extendía al noroeste de la tierra firme.

—Me ha parecido que querrías ver esto —le dijo Savi a Harman, como si los demás no supieran de qué estaban hablando.

Ante ellos, el océano se abría paso a través del istmo, agua despejada visible en una grieta de al menos ciento cincuenta kilómetros. Savi ganó altitud y los dirigió al norte sobre mar abierto.

—Los mapas que he visto muestran el antiguo istmo conectando América del Norte y del Sur siempre por encima del nivel del mar —dijo Harman, estirándose en su posición para mirar hacia atrás.

—Los mapas que has visto son inútiles —dijo Savi. Sus dedos se movieron y el sonie aceleró y ganó más altitud.

Era pasado mediodía cuando avistaron otra costa. Savi hizo descender más el sonie y pronto estuvieron sobrevolando pantanos que rápidamente dieron paso a kilómetros y kilómetros de pinos gigantes y secuoyas (Savi fue nombrando los árboles); los más altos se elevaban cincuenta o sesenta metros en el aire húmedo.

—¿Alguien quiere estirar las piernas en suelo sólido mientras paramos para almorzar? —preguntó Savi— ¿O quiere alguien un poco de intimidad para seguir los dictados de la naturaleza?

Cuatro de los cinco pasajeros votaron ruidosamente a favor. Odiseo sonrió levemente. Había estado dormido.

Almorzaron en un claro sobre un pequeño promontorio rodeado de árboles gigantescos. Los anillos e y p se movían pálidamente en el trocito de cielo azul visible en lo alto.

—¿Hay dinosaurios por aquí? —preguntó Daeman, escrutando las sombras bajo los árboles.

—No —dijo Savi—. Suelen preferir las partes medias y septentrionales del continente.

Daeman se relajó contra un tronco caído y mordisqueó fruta, carne y pan, pero se enderezó cuando Odiseo dijo:

—Tal vez lo que está diciendo Savi
Uhr
es que hay depredadores más feroces por aquí que mantienen alejados a los dinosaurios recombinados.

Savi frunció el ceño a Odiseo y sacudió la cabeza, como quien reprende a un niño incorregible. Daeman escrutó de nuevo las sombras del mediodía entre los árboles y se acercó más al sonie para terminar su comida.

Hannah, sin apartar apenas los ojos de Odiseo, se entretuvo en sacar su paño turín de un bolsillo y ponérselo sobre los ojos. Permaneció reclinada durante varios minutos mientras los demás comían en silencio disfrutando de la sombra y la tranquilidad. Finalmente Hannah se enderezó, se quitó el paño bordado de microcircuitos y dijo:

—Odiseo, ¿te gustaría ver qué está pasando contigo y tus camaradas en la guerra por la ciudad amurallada?

—No —respondió el griego. Arrancó un trozo de sobras frías de Ave Terrorífica con los dientes, la masticó despacio, y luego bebió del odre de vino que había traído consigo.

—Zeus está furioso y ha desequilibrado la balanza en favor de los troyanos, liderados por Héctor —continuó Hannah, ignorando la negativa de Odiseo—. Han hecho retroceder a los griegos a través de sus defensas, el foso y las picas, y luchan alrededor de las naves negras. Parece que tu bando va a perder. Todos los grandes reyes, tú incluido, se han dado la vuelta y han echado a correr. Sólo Néstor se quedó a luchar.

Odiseo gruñó.

—Ese viejo cascarrabias. Se quedó porque le mataron el caballo.

Hannah miró a Ada y sonrió. Estaba claro que el objetivo de Hannah era introducir a Odiseo en la conversación y era igualmente obvio que creía haberlo conseguido. Ada seguía sin creer que aquel hombre demasiado real (bronceado por el sol, arrugado, lleno de cicatrices, tan distinto de los varones renovados en la fermería de su existencia) fuera la misma persona que el Odiseo del drama turín. Como la mayoría de la gente inteligente que conocía, Ada creía que el paño turín proporcionaba un entretenimiento virtual, escrito y grabado probablemente durante la Edad Perdida.

—¿Recuerdas esa lucha junto a las naves negras? —instó Hannah.

Odiseo volvió a gruñir.

—Recuerdo el festín la noche antes a ese miserable día de perros. Llegaron treinta naves de la isla de Lemnos con vino, mil medidas, suficiente vino para ahogar a los ejércitos troyanos, si no hubiéramos tenido un uso mejor para él. Euneo, el hijo de Jasón, lo envió como regalo para los Atridas, Agamenón y Menelao —miró fijamente a Hannah y los demás—. El viaje de Jasón, ésa sí que es una historia que merece la pena escuchar.

Todos excepto Savi miraron sin comprender al hombre del pecho desnudo.

—Jasón y sus Argonautas —repitió Odiseo, mirando de rostro en rostro—. Sin duda habréis oído esa historia.

Savi rompió el cohibido silencio.

—No han oído ninguna historia, hijo de Laertes. Nuestros humanos antiguos carecen de pasado, de mitos, de historias de ningún tipo... a excepción del paño turín. Son tan perfectamente postletrados como tú y tus camaradas fuisteis preletrados.

—Nosotros no necesitábamos hacer marcas en la corteza o el pergamino o el barro para ser hombres recordados —gruñó Odiseo—. La escritura se había ensayado antes de nosotros y fue abandonada por ser algo inútil.

—Ciertamente —dijo Savi, seca—.
«¿Se alza menos recto un taburete analfabeto?»
, creo que fue Horacio quien lo dijo.

Odiseo se la quedó mirando.

—¿Nos hablarás de ese Jasón y sus... sus qué? —preguntó Hannah, sonrojándose de una manera que convenció a Ada de que, en efecto, su amiga había dormido con Odiseo la noche anterior.

—Ar-go-nau-tas —dijo Odiseo lentamente, recalcando cada sílaba como si le hablara a una niña—. Y no, no lo haré.

Ada descubrió que su mirada se dirigía hacia Harman y que su mente regresaba a los recuerdos de la larga noche anterior. Quiso alejarse con Harman y hablar con él en privado sobre lo que habían compartido o, si eso fallaba, sólo cerrar los ojos en el húmedo calor del claro moteado por el sol y dormir, quizá para soñar en su acto amoroso.
O mejor aún
, pensó Ada, mirando a Harman con ojos entornados,
podríamos perdernos en la penumbra del bosque y volver a hacer el amor, en vez de soñar con ello
.

Pero Harman no parecía advertir sus miradas y obviamente tenía desconectado su receptor de telepatía amorosa. El amado de Ada parecía divertido e interesado por los comentarios de Odiseo.

—¿Nos contarás una historia sobre tu guerra del paño turín? —le preguntó al hombre de la barba.

—Se llamó Guerra de Troya y al carajo con vuestro harapo turín —dijo Odiseo, pero había estado bebiendo copiosamente de su odre y parecía haberse aplacado—. Sin embarco, puedo contaros una historia que vuestro precioso pañal desconoce.

—Sí, por favor —dijo Hannah, acercándose al guerrero.

—El Señor nos libre de los contadores de historias —murmuró Savi. Se levantó, guardó su paquete del almuerzo en el cofre del sonie y se internó en el bosque.

Daeman la vio marcharse con evidente ansiedad.

—¿De verdad creéis que por aquí hay depredadores peores que los dinosaurios? —le preguntó a nadie en concreto.

—Savi sabe cuidar de sí misma —dijo Harman—. Tiene esa arma.

—Pero si algo se la comiera —dijo Daeman, todavía contemplando el bosque—, ¿quién pilotaría el sonie?

—Calla —dijo Hannah. Tocó la muñeca de Odiseo con sus dedos largos y morenos—. Cuéntanos la historia que el paño turín no conoce. Por favor.

Odiseo frunció el ceño, pero Ada y Harman asentían en apoyo de la petición de Hannah, así que se limpió las migajas de pan de la barba y empezó.

—Esta experiencia no estaba y no aparecerá en vuestra historia del harapo turín. Los hechos que compartiré ahora con vosotros sucedieron después de la muerte de Héctor y Paris, pero antes de lo del caballo de madera.

—¿Paris muere? —interrumpió Daeman.

—¿Héctor muere? —-pregunto Hannah.

—¿Caballo de madera? —dijo Ada.

Odiseo cerró los ojos, se pasó los dedos por su corta barba y dijo:

—¿Puedo continuar sin ser interrumpido?

Todos excepto la ausente Savi asintieron.

—Los acontecimientos que os describiré ahora sucedieron después de la muerte de Héctor y Paris, pero antes de lo del caballo de madera. Era cierto en aquellos días que, entre sus más premiados tesoros, la ciudad de Ilión poseía una imagen divina caída del cielo, vosotros lo llamaríais meteorito, pero era una piedra fundida y esculpida por el propio Zeus generaciones antes de nuestra guerra como signo de la aprobación del padre de los dioses ante la fundación de la ciudad misma. Esta figura de piedra metálica se llamaba Paladión, porque tenía la forma de Palas.... no Palas Atenea, como llamamos a nuestra diosa, sino Palas, la compañera de su juventud. Esta otra Palas (la palabra puede ser masculina o femenina, pero su significado se aproxima al de la palabra latina
virago
, «virgen fuerte»), había muerto en una lucha con Atenea. Y fue Ilio, a veces llamado Ilo, padre de Laomedonte, quien fue a su vez padre de Príamo, Titón, Lampo, Clitio y Hicetaón, quien encontró la piedra estelar delante de su tienda una mañana y la reconoció por lo que era.

»Este antiguo Paladión, la fuente secreta de la riqueza y el poder de Ilión, tenía tres cúbitos de altura, llevaba una lanza en la mano derecha y una rueca y un huso en la izquierda, y se asociaba con la diosa de la muerte y el destino. Ilio y los otros antepasados de los actuales defensores de Troya habían ordenado hacer muchas réplicas del Paladión, de muchos tamaños diferentes, y ocultaron y guardaron estas falsas estatuas como sin duda hicieron con la auténtica, ya que todo el mundo sabía que la supervivencia de Ilión dependía de su posesión del Paladión. Fueron los propios dioses quienes me revelaron este hecho en sueños en aquellas últimas semanas del asedio a Ilión, y por eso le conté a Diomedes mi plan para entrar en la ciudad y localizar el verdadero Paladión, para que él y yo pudiéramos regresar a la ciudad, robarlo, y sellar el destino de Troya.

»Primero, me disfracé con harapos de mendigo, e hice que mi propio criado me azotara con un látigo para desfigurarme así con heridas e hinchazones. Los ciudadanos de Ilión eran notables por su debilidad de estómago cuando se trataba de meter en cintura a sus criados: tendían a malcriar a los esclavos más que a castigarlos, y ningún criado troyano que perteneciera a una buena familia podía salir con la ropa rota y heridas de látigo, así que razoné que los harapos y el hedor y, lo más importante, las marcas ensangrentadas del látigo harían que los ciudadanos se apartaran avergonzados al verme. Un disfraz perfecto para un espía, ¿no os parece?

»Me elegí a mi mismo para esta tarea porque era el más astuto y hábil de todos los aqueos y, también, porque había estado dentro de las murallas de Troya hacía más de diez años como jefe de una delegación que pretendía entablar negociaciones de paz para la liberación de Helena antes de que nuestras negras naves llegaran por la fuerza y empezara una guerra. Obviamente, esas negociaciones fracasaron (todos nosotros los auténticos argivos esperábamos que fracasaran, pues nos moríamos de ganas de luchar y estábamos ansiosos de botín), pero recordaba bien el trazado de la ciudad dentro de aquellas grandes murallas y puertas.

»En mi sueño, los dioses (probablemente Atenea, que favorecía mi causa más que los demás) me habían revelado que el Paladión y sus muchas réplicas estaban escondidos en algún lugar del palacio real de Príamo, pero no me dijeron dónde exactamente, ni cómo podría distinguir el verdadero Paladión de sus copias.

»Esperé hasta la hora más oscura de la noche, cuando las hogueras de las almenas están en su momento más bajo y los sentidos humanos son más débiles, y entonces usé gancho y cuerda para subir a las altas murallas. Maté a un guardia al hacerlo y escondí su cadáver bajo el forraje almacenado dentro de las murallas para la caballería tracia. Ilión era grande, la ciudad más grande del mundo, y tardé un tiempo en recorrer sus calles y callejones para llegar al palacio de Príamo. Dos veces los centinelas armados me dieron el alto, pero yo gruñí e hice gestos ahogados mientras gesticulaba sin sentido con mis brazos ensangrentados, y ellos me consideraron un esclavo idiota que había sido azotado por su estupidez, y me dejaron pasar.

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