Historias Robadas (23 page)

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Authors: Enrique J. Vila Torres

BOOK: Historias Robadas
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No contenta con la explicación, Estrella, que era considerablemente inteligente y justo ese año se encontraba estudiando Derecho en la Universidad de Valencia, investigó los documentos que pudo encontrar, y lo único que obtuvo en claro fue que en su partida literal de nacimiento no constaba adopción alguna, como debía, sino que aparecía inscrita como hija biológica de sus padres falsos.

Horrorizada, se temió lo peor, y en una conversación a solas y muy en serio con sus padres, mientras Amparo sollozaba compungida, supo toda la verdad. Era una verdad tamizada, pues sus padres ficticios siempre habían creído que la madre biológica de Estrella la había entregado voluntariamente, quedándose con gran parte del dinero entregado por la compra. Si hubiese sabido la chica todo el horror que pasó su madre natural, sin duda el dolor hubiera sido más intenso.

No obstante, investigaciones posteriores realizadas tanto por Estrella como por los letrados que la ayudamos en mi bufete han ido desvelando la verdad, mucho más terrible que la que sus padres falsos le contaron.

En estos momentos, aquel bebé robado tiene ya treinta y dos años y ha superado casi totalmente el trauma que supuso para ella la verdad sobre sus orígenes. En la actualidad, además de seguir contando con nuestra ayuda profesional, forma parte de la asociación Anadir, de la que más tarde se hablará en esta misma obra y que con su aportación y esfuerzo, al igual que el de otros muchos que están en su misma situación, trata de que la justicia española investigue hasta el final los hechos oscuros de su compraventa, y castigue a los responsables de esas sucias tramas.

En todo caso, esa es otra historia de la que hoy por hoy no puedo hablar por estricto secreto profesional, y por encontrarse en plena investigación por parte de los jueces y fiscales. Espero que algún día se haga pública, para los que estén interesados.

Mientras tanto, la madre biológica de nuestra cliente seguirá contemplando cada noche el negro firmamento, con la esperanza de encontrar esa estrella que un día le fue arrebatada con brutal violencia, y de la que hasta la fecha nunca más ha sabido. Por su parte, su hija, pese a todas las complicaciones, continuará buscándola para besarla y reponer el daño que un día tan cruelmente se le hizo.

Para reparar, en la medida de lo posible, su historia robada.

VI. Algunas historias contadas
por sus protagonistas

Quiero ofrecerle en esta obra la verdad dura y llana, tal y como llega a mi despacho. Mi intención, como ya aclaré en la introducción, es doble. En primer lugar, busco entretener, y que esta novela pueda leerla de forma amena tanto quien esté directamente interesado en el tema de los niños robados sobre el que versan las historias, como cualquier otra persona que no tenga más intención que la de entretenerse e informarse por medio de mi literatura.

En segundo lugar, obviamente, he querido divulgar al gran público, a mis lectores, el horror que cientos de padres biológicos han vivido en España durante décadas, el sufrimiento concreto de esas madres a las que sus niños les fueron robados, y he querido que vivan sus sentimientos, su angustia, y se introduzcan en sus pensamientos casi como si usted mismo, lector, hubiera vivido ese horror en Melilla, en Zaragoza, en Madrid o, en definitiva, en cualquier otro hospital de España de los muchos en los que se extendió esta práctica mafiosa e inmoral.

Pero muchas veces mis palabras quizá no sean suficientes.

Y para ayudar a que esa verdad le llegue más directa, a continuación transcribo —disimulando, obviamente, nombres y fechas por mi obligación de secreto profesional, y porque creo que a muchos interesará su lectura directa— algunas de los cientos de cartas que me han llegado de madres o hermanos, donde claman por recuperar a esos hijos que una vez les fueron robados. Obvia decir que su expresión es llana, pues las firman personas de las más variadas condiciones y educación.

A mí muchas veces, leyéndolas, se me ha encogido el corazón.

Estas son algunas de las terribles historias, contadas por sus protagonistas.

1

Querido Enrique,

Mi nombre es M., tengo 18 años y hace unos meses mi madre me contó que tenía un hermano al que no conozco, tengo constancia de que ella te ha escrito alguna vez, esto pasó en el año 1986 en la casa cuna de Valencia.

Desgraciadamente, sé que es muy difícil encontrarlo, porque las almas «caritativas» que cobraron por vender a mi hermano tienen derecho a no hablar, en aquellas mi madre tenía 15 años, y mi abuela la llevó a ese sitio «por su bien», por el de mi abuela, obviamente.

Ella tiene vagos recuerdos, ya que estaba en un sitio donde no existían los días, ni las horas, donde no había calendarios, ni relojes, ni televisión, ni nada. Solo un grupo de chicas en la misma situación que ella. La sedaron y cuando se despertó solo estaba ella, todo había acabado y también acabó una parte de ella. Sin firmar ningún papel, nada; y eso es algo que mi madre tiene clarísimo, que no firmó absolutamente nada. Y por eso las monjas callan, porque cuando las cosas no se hacen bien, hay que taparlas.

Solo sé que fue entre el **** de 1986 y el **** de 1986 aprox.

Lo que más me preocupa es que mi madre tiene una enfermedad hereditaria que se llama ****, es una enfermedad que tiene un altísimo riesgo (70-80%) de contraer cáncer varias veces. Quizá encontrarle sería salvarle la vida, tiene 50% de posibilidad de no tenerla y 50% de tenerla, ojalá que corra la misma suerte que yo.

No sé por dónde empezar, mi madre lo ha intentado todo, pero sé que no me voy a morir sin intentarlo y sin dar lo que pueda para conocerlo, porque aunque no sea mi hijo, yo también sufro, es mi hermano, y yo no tengo más familia que mi madre, y sé que para quedarse tranquila en la vida solo tiene que verlo, y saber que está bien.

Me he unido al grupo de Facebook, he hablado con mi abuela y dice que no le dieron ninguna información, estoy perdida y me gustaría que me ayudases.

Muchas gracias por tu atención y enhorabuena por tu trabajo, tiene mucho mérito y es admirable.

Espero tu respuesta con esperanza.

2

Estimado señor Vila,

Como continuación de nuestra conversación telefónica de hace unos días, paso a relatarle mi caso con detalle.

Aunque ha pasado el tiempo, creo que me acuerdo de todo bastante bien.

Empiezo por alguna información sobre mí, aunque no sé si interesará. Tengo ahora **** años, y vivo en S. Tengo las carreras de violín y piano, y últimamente he sido funcionaria del Gobierno. También trabajé durante algunos años como procurador de los Tribunales en R., aunque no tengo la carrera de Derecho, ya que para ejercer en poblaciones pequeñas no era necesario entonces.

Me casé con un abogado del Colegio de M., en ****. Él tenía 41 años y yo, 35. A poco de casarme todo cambió. De simpático pasó a antipático y de bueno a malo. Nunca me acompañó al médico ni a nada relacionado con el embarazo, siempre fui sola a todo.

Vivíamos en M., yo quedé embarazada al mes de casarnos. Se lo dije a mi marido y todo era normal. Fui a ver a un médico en el Sanatorio ****, ya que estaba cerca de nuestra casa (vivíamos en la C/ ****). En realidad fui al médico porque había tenido unas pérdidas y quise saber de qué eran. Me confirmaron el embarazo, y las pérdidas las seguí teniendo aunque nadie decía nada sobre ello.

Al avanzar el embarazo yo tenía la sensación de que tenía mellizos. Sin embargo, mi marido intentaba convencerme de que no era así (¿por qué tendría él interés en convencerme de tal cosa?). Como el médico del sanatorio (uno de los médicos concertado para el Colegio de Abogados) también me decía que no eran mellizos, fui a otra médica cuyo nombre no recuerdo, y ella me dijo que probablemente sí eran mellizos.

Consulté a un tercer médico, también del Colegio de Abogados, y este me dijo que no eran mellizos, pero cometí la imprudencia de contarle a mi marido adónde iba, con lo cual él pudo advertir al médico por teléfono antes de que este me atendiera.

Finalmente continué con el primer médico, el del Sanatorio ****, que también fue el que me «atendió» en el parto. Este médico se llamaba **** (en realidad solo lo escogí porque su apellido me resultaba conocido de S.).

Yo seguía insistiendo en que eran mellizos, debido al volumen de mi tripa y a que yo al tocarme sentía a uno y a otro. Pero mi marido seguía intentando convencerme de que no era así, diciéndome que yo estaba loca, y lo mismo el médico.

Un día este me dijo que tenía que hacerme una radiografía (ya con 8 meses de embarazo) y en ella quiso demostrarme que no eran mellizos. Sin embargo, yo en la radiografía no conseguí ver nada claro, y él la guardó rápidamente en un cajón de su mesa.

Cuando se acercaban las fechas de dar a luz, llamé a mi hermana, que vivía en S. y ya había tenido dos hijos, para que viniese a acompañarme. Ingresé en el mismo Sanatorio **** (que estaba regido por las hermanas franciscanas). La noche que ingresé, mi marido no estuvo en el hospital. Dijo que vendría al día siguiente por la mañana, ya que nos dijeron que el bebé no nacería hasta el día siguiente.

Me acomodaron en una habitación donde tuve grandes dolores y sufrí desmayos, menos mal que me acompañaba mi hermana, pues solo me dieron una pastilla que no me hizo ningún efecto, y apenas apareció nadie por allí, salvo una monja brevemente, que me dijo que respirara hondo.

Medio desmayada me llevaron al paritorio hacia las 2 de la madrugada, donde me durmieron con cloroformo (!!), y no desperté hasta las 11 de la mañana, cuando ya había pasado todo, pero por mi hermana sé cómo ocurrieron las cosas. Ella también lo recuerda todo bien. Era el **** de 1972.

Mi hermana tampoco estuvo presente en el paritorio, se quedó en la habitación. Serían las 9 de la mañana cuando subió una enfermera y le anunció: «Es un niño».

Mi hermana entonces, muy contenta, llamó por teléfono a mi marido para darle la noticia. También llamó a Galerías Preciados, donde teníamos ya encargados los vestidos del bebé, solo pendientes de confirmar si el color debía ser rosa o azul.

Nos enviaron entonces, de inmediato, el moisés con las vestiduras azules.

Media hora más tarde, subió nuevamente una enfermera a la habitación y le dijo a mi hermana: «Nos habíamos equivocado. Es una niña». Mi hermana se enfadó terriblemente, pues tal confusión no puede ocurrir, y menos aún con media hora de intervalo, de modo que protestó por si se estaban equivocando con el bebé de otra madre. Entonces, para que se convenciese la llevaron al paritorio y le mostraron que solo había una parturienta, yo, y le mostraron una (
UNA
) placenta. Ella no quedó conforme, pues era muy raro, y además la niña pesaba solo 2,450 kg, lo cual era muy extraño con la tripa tan grande que había tenido yo durante el embarazo.

Pero no pudo hacer nada más. Solo volver a llamar a Galerías Preciados para decir que nos cambiaran el moisés azul por otro rosa, y también a mi marido para decirle que se habían equivocado y que era una niña. Cosa que a él no pareció extrañarle.

Yo desperté de la anestesia tarde, hacia las 11 de la mañana, y ya tenía a la niña vestida y todo. Mi marido llegó por allí más tarde, hacia la 1 del mediodía. El médico, don L. D., no volvió a aparecer, no le vi más. Tampoco me atendió apenas nadie después del parto, a pesar de que yo tenía fiebre muy alta. A los cinco o seis días, mi hermana y yo consideramos que no me estaban atendiendo bien y nos fuimos a casa.

Como yo seguía con fiebre alta y encontrándome muy mal, mi hermana nos llevó a la niña y a mí a su casa, en S. Allí, me vio su ginecólogo, llamado doctor B., y en cuanto me vio me dijo que me tenía que operar urgentemente, pues mi estado era grave. Tardé mucho en recuperarme, y el doctor B. dijo que todo había sido debido a que tenía dentro trozos de placenta (¿sería una segunda placenta?, pues la primera la vio mi hermana en el paritorio). Sin embargo, el propio doctor B. negó esto después, seguramente para no acusar de negligencia al sanatorio de Madrid.

Pasados los días, tanto mi hermana como yo veíamos claro lo que había ocurrido: habían sido mellizos, niño y niña, y el niño había «desaparecido».

El segundo bebé nació con media hora de intervalo, y al ver que era una niña (pues quizá no esperaban que fueran de distinto sexo) consideraron que les convenía más quedarse con el niño y dejar la niña.

Nadie más de nuestro entorno nos hacía caso, seguramente porque no habían visto las evidencias tan de cerca, o también porque pensaban que en ese caso ya no se podía hacer nada y era mejor olvidarlo.

Una vez recuperada, volví a M. y fui al sanatorio a intentar hablar con L. D., pero no le pude encontrar. En su lugar había otro médico, que se llamaba M., y le pedí que buscara mi radiografía, pero como era de esperar, no estaba.

Hace pocos años, siendo mi hija ya mayor, ella y yo fuimos un día a M. y preguntamos en el sanatorio si aún se podría consultar la radiografía. Pero nos dijeron que ese material estaba en los archivos y que no se podía ver ni sacar de allí.

Pasado el tiempo, todo hace pensar que mi marido estuvo implicado en la desaparición del bebé, viendo cuál fue su actitud durante todo el asunto. Por otra parte, nunca me dijo de dónde sacó el dinero para comprar un coche nuevo, seat 1430, que estrenó el mismo día de mi ingreso en el hospital.

Supongo que la venta de un niño da buenos beneficios.

Él me tapaba la boca en cuanto yo le mencionaba algo sobre el tema, y un día me dijo: «Si sigues haciendo averiguaciones, me separo». Incluso aunque ya habían pasado tres o cuatro años.

Quizá pueda parecer exagerado desconfiar de mi marido de tal manera, pero luego, por desgracia, el tiempo me dio la razón, puesto que 11 años más tarde él desapareció de casa llevándose una buena cantidad de dinero, lo cual revela que efectivamente era una persona capaz de actuar así en el caso que nos ocupa.

Actualmente, él ya ha fallecido.

Esto creo que es todo más o menos. Usted sabrá calibrarlo. Puede contactar conmigo por teléfono o por correo electrónico.

Un saludo y muchas gracias por su atención.

3

Señor Vila,

Animada por lo que he leído en su blog, y saltándome las vicisitudes personales de mi caso: inmadurez, familia autoritaria, padre biológico que se desentiende, etc., para no entretenerle demasiado, le expondré los pocos datos de mi caso que tengo claros.

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