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Authors: Kami Garcia & Margaret Stohl

Tags: #Fantástico, Infantil y juvenil, Romántico

Hermosas criaturas (19 page)

BOOK: Hermosas criaturas
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Pero él estaba equivocado y también todos los demás. Quizás habíamos estado en la última fila, pero no nos habíamos enrollado. Todavía podía oler la sangre y los disparos aún retumbaban en mis oídos.

Acabábamos de ver morir a un hombre.

9 DE OCTUBRE
Días de Encuentro

N
o tardó mucho, después del Cineplex, en correr el chisme de que esa sobrina del Viejo Ravenwood salía con Ethan Wate. Si yo no hubiera sido el mismo «Ethan Wate, cuya madre murió el año pasado», se habría dispersado con más rapidez y más crueldad. Incluso los chicos del equipo quisieron decir algo al respecto. Les llevó más tiempo de lo habitual hacerlo porque yo no les di ninguna oportunidad.

Para un chico que no podía sobrevivir sin tres almuerzos, me había estado saltando la mitad de ellos desde el Cineplex, o, al menos, evitaba estar con el equipo. Pero no podía pasarme todos los días con un sandwich en la tribuna descubierta de la cancha y tampoco había tantos sitios donde esconderse.

Porque, en realidad, no te podías esconder. El instituto Jackson sólo era una versión en miniatura de Gatlin; no había ningún otro sitio al que ir. Mi desaparición no había pasado desapercibida para los chicos. Como yo mismo solía decir, tenías que comparecer para pasar lista y las cosas podían complicarse cuando dejabas que una chica se inmiscuyera en esto, especialmente una chica que no estaba en la lista aprobada, es decir, la aprobada por Savannah y Emily.

Y cuando la chica en cuestión era una Ravenwood, que es lo que Lena sería siempre para ellos, las cosas se ponían prácticamente imposibles.

Tenía que ocuparme de ello, ya era hora de asaltar la cafetería. No me importaba que en realidad no fuéramos pareja. En Jackson, igual te daba aparcar detrás del depósito del agua para comerte el almuerzo. Todo el mundo siempre asumía lo peor o, al menos, la mayoría. La primera vez que Lena y yo fuimos juntos a la cafetería ella casi se dio la vuelta para marcharse. Tuve que sujetarla del bolso.

No seas tonta. Sólo vamos a comer.

—Creo que se me ha olvidado algo en la taquilla. —Se giró, pero yo seguí sujetándola del bolso.

Los
amigos comen juntos
.

Pues no. Nosotros, no. Quiero decir, aquí, no
.

Cogí dos bandejas de plástico naranjas.

—¿Una bandeja? —La empujé en su dirección y puse una brillante porción de pizza encima.

Pues nosotros, sí. ¿Quieres pollo?

¿Es que crees que no he intentado esto antes?

Nunca lo has intentado conmigo. Creía que querías que las cosas fueran diferentes a como lo fueron en tu anterior instituto.

Lena miró a su alrededor dubitativa. Suspiró y puso un plato de zanahorias y apio en mi bandeja.

Si te
comes esto, me sentaré donde quieras
.

Me quedé mirando las zanahorias y después eché un vistazo a la cafetería. Los chicos ya andaban por nuestra mesa.

¿Donde yo quiera?

Si esto fuera una peli, nos habríamos sentado en la mesa con los chicos, y ellos habrían aprendido una valiosa lección, en plan de no juzgar a la gente por la pinta que tiene, o que ser diferente es guay. Y Lena habría comprendido también que no todos los deportistas eran estúpidos y superficiales. Esas cosas sólo funcionan así en las películas, y estaba claro que esto no lo era. Esto era Gatlin, lo cual limitaba de manera drástica lo que podía ocurrir. Link captó mi mirada cuando me giré hacia la mesa y comenzó a sacudir la cabeza como diciéndome: «Tío, ni se te ocurra». Lena se hallaba unos cuantos pasos detrás de mí, preparada para saltar. Estaba empezando a ver cómo se iba a desarrollar todo esto y, desde luego, estaba bien claro que nadie iba a aprender ninguna lección importante. Casi me había dado la vuelta cuando Earl me miró.

Y esa mirada lo dijo todo. Decía: «Si la traes aquí, estás acabado».

Lena también debió de verlo, porque se había largado cuando me di la vuelta.

Aquel día, después del entrenamiento, Earl fue el encargado de echarme la charla, lo cual tenía su gracia, dado que hablar nunca había sido lo suyo. Se sentó en el banquillo que había justo frente a mi taquilla del gimnasio. Estaba seguro de que era un plan porque estaba solo, y Earl Petty casi nunca iba solo a ningún sitio. Él no desperdiciaba el tiempo.

—No lo hagas, Wate.

—No estoy haciendo nada. —No moví los ojos de la taquilla.

—Sé legal, tío. No pareces tú.

—¿Ah, sí? ¿Y qué si soy así? —Me puse mi camiseta de los Transformers.

—A los chicos no les gusta. Si sigues por ese camino, no hay vuelta atrás.

Si Lena no hubiera desaparecido de la cafetería, Earl se habría enterado de que me daba exactamente igual lo que pensasen. Ya me daba todo igual. Cerré la puerta de la taquilla de un golpe y Earl se marchó antes de que pudiera decirle lo que pensaba de él y de su callejón sin salida.

Tenía la sensación de que era mi último aviso. No le echaba la culpa a Earl. Por una vez, estaba de acuerdo con él. Los chicos iban en una dirección y yo por otra. ¿Por qué íbamos a discutir por ello?

Aun con todo, Link se resistió a abandonarme. Seguí yendo al entrenamiento y la gente incluso siguió pasándome el balón. Estaba jugando mejor que nunca, independientemente de lo que dijeran o lo que dejaran de decir en las taquillas. Cuando andaba por ahí con los chicos, intentaba no recordar que mi universo se había partido por la mitad y que incluso el cielo tenía para mí un aspecto distinto, además de que me daba igual si llegábamos o no a las finales del estado. Lena estaba en lo más profundo de mi mente y no me importaba dónde o con quién estaba.

Y no es que yo mencionara eso en el entrenamiento o después, cuando Link y yo paramos en el Stop & Steal para abastecernos de combustible de camino a casa. El resto de los chicos también estaban allí y yo intentaba actuar como si fuera parte del equipo, por el bien de Link. Tenía la boca llena de donuts y casi me ahogué cuando entré.

Allí estaba ella. La segunda chica más guapa que había visto en mi vida.

Era probablemente un poco mayor que yo, y aunque tenía un aspecto que me resultaba vagamente familiar, nunca había ido al Jackson, al menos desde que yo estudiaba allí. Estaba seguro de ello. Era la clase de chica que a un tío no se le olvida jamás. Estaba apoyada en la rueda de un descapotable Mini Cooper blanco y negro, aparcado de cualquier modo ocupando dos espacios del aparcamiento y con una música que me era desconocida a toda pastilla. No parecía haberse dado cuenta de que había líneas o no le había importado. Estaba chupando una piruleta como si fuera un cigarrillo, con los rojos labios fruncidos en un mohín y aún más enrojecidos por el caramelo color cereza.

Nos echó un vistazo y apagó la música. En un segundo escaso, pasó las dos piernas por encima del lateral del coche y se puso en pie ante nosotros, chupando aún el caramelo.

—Frank Zappa, chicos.
Drawning Witch
, un tema un poquito anterior a vuestra época. —Se nos acercó despacio, como si nos estuviera dando tiempo para que le diéramos un buen repaso, cosa que, tengo que admitir, estábamos haciendo todos.

Tenía una larga melena rubia, con una gruesa cinta rosa cayéndole por un lado de la cara, más allá del flequillo. Llevaba unas enormes gafas de sol negras, una minifalda negra plisada, como si fuera una especie de animadora gótica. Su top blanco era tan fino que se le transparentaba una especie de sujetador negro y buena parte del resto. Y, desde luego, había mucho que mirar. También lucía unas botas negras de motero, un piercing en el ombligo y un tatuaje negro alrededor de aspecto tribal, aunque no podía decir cómo era porque estaba intentando no mirarlo.

—¿Ethan? ¿Ethan Wate?

Me paré en seco y la mitad del equipo chocó conmigo.

—No me lo puedo creer. —Shawn estaba tan sorprendido como yo cuando ella pronunció mi nombre. Él sí era la clase de chico que solía ir de caza.

—Está que arde. —Link, con la boca abierta, no podía dejar de mirar—. Quema como una QTG.

«Quemadura de Tercer Grado», el mejor cumplido que Link le dedicaba a una chica, superando incluso a «tan buena como Savannah Snow».

—Eso es un problema con piernas.

—Las tías buenas SON un problema. Ahí está el punto.

Ella caminó directa hacia mí, chupando la piruleta.

—¿Quién de vosotros es ese afortunado que se llama Ethan Wate? —Link me empujó hacia delante.

—¡Ethan! —Me echó los brazos al cuello. Tenía las manos sorprendentemente frías, como si hubiera estado sujetando una bolsa de hielo. Me estremecí y me eché hacia atrás.

—¿Te conozco?

—Ni de lejos. Soy Ridley, la prima de Lena, pero no quería que nos encontráramos por primera vez…

En cuanto mencionó el nombre de Lena, los chicos me dedicaron una serie de miradas extrañas y se fueron retirando con desgana en dirección a sus coches. Tras mi charla con Earl, habíamos llegado a un entendimiento mutuo sobre Lena, de esa clase a la que sólo llegamos los chicos. Es decir, si yo no sacaba el tema, ellos tampoco, y, de algún modo, habíamos acordado seguir así de manera indefinida. Tú no preguntas y yo no respondo. Esto, desde luego, no iba a poder durar mucho, especialmente si los parientes raritos de Lena comenzaban a asomar la jeta por la ciudad.

—¿Prima?

¿Había mencionado Lena alguna vez a una prima?

—Sí, en las vacaciones… ¿No te suena la tía Del, que rima con infierno y con tocar el timbre? —Tenía razón, Macon lo había mencionado el día que cenamos.

Sonreí, aliviado, aunque se me había formado un fenomenal nudo en el estómago, de modo que tan aliviado no estaba.

—Es verdad. Lo siento, se me olvidó. Los primos.

—Cariño, tienes delante a la prima. El resto sólo son chavalines que a mi madre se le ocurrió tener después de mí. —Ridley se volvió y se metió de un salto en el Mini Cooper. Y cuando digo salto, es literal, dio un salto por encima del lateral del coche y aterrizó en el asiento del conductor del Mini. No estaba de broma cuando dije que parecía una animadora, tenía unas piernas bien potentes.

Link seguía con los ojos pegados a ella desde donde estaba, junto al Cacharro.

Ridley dio unas palmaditas en el asiento que había a su lado.

—Ven aquí, señor novio, que vamos a llegar tarde.

—Yo no… quiero decir, nosotros no…

—Desde luego, eres de lo más guay. Venga, súbete, no quiero que lleguemos tarde, ¿vale?

—¿Tarde para qué?

—Para la cena familiar. Ya sabes, el Encuentro, una de nuestras Celebraciones. ¿Por qué crees que me han enviado hasta aquí, hasta este estercolero, si no es para buscarte?

—No lo sé. Lena no me ha invitado.

—Bueno, déjame que te diga algo, y es que la tía Del no dejará que se escape a su control el único chico al que Lena ha llevado a casa. Así que te han convocado y ya que Lena está muy ocupada con la cena y que Macon está aún, ya sabes,
durmiendo
, me ha tocado a mí hacer lo que nadie quería.

—Ella no me llevó a su casa. Me pasé por allí una noche para dejarle los deberes.

Ridley abrió la puerta del coche.

—Súbete, Perdedor.

—Lena me habría llamado si hubiera querido que fuera. —Pero de alguna manera yo sabía que iba a subirme mientras soltaba la frase, aunque seguía dudando.

—¿Siempre eres así? ¿O estás ligando conmigo? Porque si te estás haciendo el duro para pillar algo, dímelo y nos vamos al pantano y nos ponemos a ello.

Me subí al coche.

—Está bien. Vámonos.

Alargó la mano y me apartó el pelo de los ojos. La tenía helada.

—Tienes unos ojos muy bonitos, señor novio. No deberías llevarlos tapados.

Cuando llegamos a Ravenwood, no sabía lo que me había pasado. Ella puso música que yo no había oído en mi vida, comencé a hablar y seguí hablando, hasta el punto de que le conté cosas que no le había contado a nadie, excepto a Lena. En realidad, no puedo explicar por qué lo hice. Era como si hubiera perdido el control de mi boca.

Le conté cosas de mi madre, de cómo había muerto, aunque no había hablado de eso con nadie. Hablé de Amma, de que leía las cartas y que era como una madre para mí ahora que ya no tenía ninguna, a pesar de los hechizos, las muñecas y su desagradable forma de ser en general. También le tocó el turno a Link, a su madre, y cómo había cambiado en los últimos tiempos, pasándose todo el tiempo intentando convencer a la gente de que Lena estaba tan loca como Macon Ravenwood y que era un peligro para todos los estudiantes del Jackson.

También hablé de mi padre, que estaba encerrado en su estudio, con sus libros y un cuadro secreto que no me había permitido ver nunca, y que, de alguna manera, sentía que debía protegerle, incluso de algo que ya había ocurrido.

También le conté cosas de Lena, de cómo nos habíamos encontrado bajo la lluvia, y que parecía que nos conocíamos desde antes de habernos visto por primera vez. También le solté el lío que había habido con la ventana.

Era como si me estuviese absorbiendo desde dentro, del mismo modo que chupaba la piruleta, que continuaba en su boca mientras conducía. Tuve que hacer todo tipo de esfuerzos para no contarle lo de los sueños y el guardapelo. A lo mejor, el hecho de que fuera la prima de Lena hacía que las cosas fueran más fáciles entre nosotros. O quizás era otra cosa.

Justo en el momento en que empecé a preguntarme esto, llegamos a la mansión Ravenwood y apagamos la radio. El sol ya se había puesto, ella se había terminado la piruleta y yo cerré el pico finalmente. ¿Cuándo había sucedido todo esto?

Ridley se inclinó sobre mí, hasta quedar muy cerca. Veía mi rostro reflejado en sus gafas de sol. Aspiré el aire y su olor me pareció dulce y algo húmedo, sin que se pareciera en nada a Lena, pero, aun así, algo familiar.

—No tienes de qué preocuparte, Perdedor.

—Sí, claro, ¿por qué voy a hacerlo?

—Eres un gran tío. —Me sonrió, y sus ojos relampaguearon. Percibí un destello dorado, como un pez de colores en un estanque oscuro. Eran hipnóticos, a pesar incluso de los cristales oscurecidos de las gafas. A lo mejor los llevaba precisamente por eso. Las gafas se volvieron completamente opacas y ella me revolvió el pelo—. La pena es que no te volveremos a ver después de que nos conozcas a todos. Nuestra familia es algo estrambótica. —Salió del coche y yo la seguí.

—¿Más que tú?

—Infinitamente.

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