Read Hermosas criaturas Online
Authors: Kami Garcia & Margaret Stohl
Tags: #Fantástico, Infantil y juvenil, Romántico
—¿Un peligro para la escuela?
—Probablemente. Aquí no se mira con buenos ojos a la gente extraña. Y no hay mucha gente más rara que Macon Ravenwood, no te ofendas. —Le dediqué una sonrisa.
Sonó el primer timbre. Me agarró la manga, nerviosa.
—Anoche… tuve un sueño. ¿Tú también…?
Asentí. No tenía ni que responder. Yo sabía que ella había estado en el sueño conmigo.
—Incluso me he levantado con el pelo húmedo.
—Yo también. —Me mostró el brazo. Tenía una marca en la muñeca, justo donde yo había intentado sujetarla antes de que se sumiera en la oscuridad. Esperaba que se hubiera ahorrado esa parte, pero a juzgar por la expresión de su rostro, estaba seguro de que no—. Lo siento, Lena.
—No es culpa tuya.
—Me gustaría saber por qué los sueños son tan reales.
—Intenté advertirte de que te alejaras de mí.
—Como quieras. Ya me he dado por advertido.
De algún modo yo sabía que no podía hacerlo, que no podía separarme de ella. Incluso ahora, siendo consciente de que me esperaba un buen montón de mierda cuando entrara en el instituto, no me importaba. Me sentía genial por tener a alguien con quien hablar, sin filtrar cada cosa que decía. Con Lena sí podía hablar. Cuando estuvimos en Greenbrier me dio la sensación de que podía estar allí entre las malas hierbas charlando con ella durante días enteros. Y más. Tanto como ella quisiera.
—¿Y qué pasa con tu cumpleaños? ¿Por qué dijiste que después ya no estarías aquí?
Cambió rápidamente de tema.
—¿Qué hay del guardapelo? ¿Viste lo mismo que yo, el incendio y la otra visión?
—Sí, claro. Estaba sentado en la iglesia y casi me caí del banco. Pero he averiguado algunas cosas de las Hermanas. Las iniciales «ECW» corresponden a Ethan Cárter Wate. Era mi trastataratío, y mis tías las locas dicen que me pusieron el nombre en su honor.
—¿Cómo es que no reconociste las iniciales en el guardapelo?
—Eso es lo más raro. Nunca había oído hablar de él y no aparece, por algún motivo, en el árbol genealógico que hay en mi casa.
—¿Y qué hay de «GKD»? Es Genevieve, ¿no?
—Ellas no parecían saberlo, pero tiene que ser. Sólo aparece ella en las visiones y la D deber de ser de Duchannes. Le iba a preguntar a Amma, pero cuando le enseñé el guardapelo, se puso furibunda. Lo metió en una bolsita de vudú, como si estuviera maldito, y lo envolvió en un hechizo por si acaso. Y no puedo entrar al estudio de mi padre, donde guarda todos los viejos libros de mi madre sobre Gatlin y la guerra. —Estaba divagando—. Podrías preguntarle a tu tío.
—Él no sabe nada. ¿Dónde está ahora el guardapelo?
—En mi bolsillo, envuelto en la bolsita llena de polvos que le echó Amma. Cree que lo llevé de nuevo a Greenbrier y lo enterré allí.
—Debe de odiarme.
—No más que a mis otras chicas, bueno, ya sabes, amigas. Quiero decir, amigas que son chicas. —No me podía creer lo estúpido que estaba sonando lo que decía—. Creo que será mejor que vayamos a clase antes de que nos metamos en más problemas.
—En realidad, estaba pensando en irme a casa. Sé que algún día tendré que enfrentarme a ellos, pero prefiero pasar de eso un día más.
—¿Y no te va a traer problemas?
Se echó a reír.
—¿Con mi tío, el infame Macon Ravenwood, que cree que el colegio es una pérdida de tiempo y que hay que evitar a los buenos ciudadanos de Gatlin a toda costa? Estará encantado.
—Entonces, ¿para qué vienes? —Estaba bastante seguro de que Link jamás aparecería por clase si su madre no le pusiera en la puerta todas las mañanas.
Retorció uno de los colgantes de su collar entre los dedos, una estrella de siete puntas.
—Supuse que a lo mejor aquí me iba a ir de forma diferente, que podría hacer amigos, apuntarme al periódico o lo que fuera. No lo sé.
—¿A nuestro periódico? ¿Al
Jackson Stonewaller?
—Intenté participar en el periódico de la escuela donde estuve antes, pero me dijeron que todos los puestos estaban ocupados, aunque nunca tenían suficiente gente para sacar el periódico a tiempo. —Apartó la mirada, avergonzada—. Debería irme.
Le abrí la puerta.
—Creo que deberías hablar con tu tío acerca del guardapelo. Tal vez sepa más de lo que crees.
—Confía en mí, no tiene ni idea. —Cerré de un portazo. A pesar de que deseaba que se quedara, una parte de mí sintió alivio de que volviera a casa. Ya iba a tener que lidiar con demasiadas cosas ese día.
—¿Quieres que entregue eso por ti? —Señalé el cuaderno que yacía en el asiento del copiloto.
—No, no son deberes. —Abrió la guantera y lo metió dentro—. No es nada. —Nada de lo que quisiera hablarme, claro.
—Será mejor que te vayas antes de que Fatty empiece a controlar el rebaño. —Arrancó el coche antes de que yo pudiera decir nada más y me despidió con un gesto mientras se apartaba del bordillo.
Escuché un ladrido. Me giré y allí estaba aquel perro enorme que había visto en Ravenwood, apenas a un par de metros, y también a quién le ladraba.
La señora Lincoln me sonrió. El perro gruñó, con el pelo del lomo erizado. La mujer bajó la mirada y ésta expresaba tanta repulsión que cualquiera hubiera pensado que estaba viendo al mismísimo Macon Ravenwood. En una lucha, no tenía muy claro cuál de los dos ganaría.
—Los perros salvajes son portadores de la rabia. Alguien debería dar el aviso a la oficina del condado. Sí, alguien.
—Sí, señora.
—¿A quién acabas de ver conduciendo ese extraño coche negro? Parecías bastante enfrascado en la conversación. —Ella ya sabía la respuesta, así que no era una pregunta, sino más bien una acusación.
—Señora.
—Hablando de extraños, el director Harper me ha dicho ahora mismo que está planeando ofrecer un traslado de matrícula a esa chica de Ravenwood. Podrá escoger el instituto que quiera en tres condados, mientras no sea en el Jackson.
No dije nada. Ni siquiera la miré.
—Es responsabilidad nuestra, Ethan. Del director Harper, mía… de todos los padres y madres de Gatlin. Tenemos que asegurarnos de proteger a los chicos del condado de cualquier peligro. Y lejos de la mala gente. —Lo cual significaba de cualquiera que no fuera como ella.
Alargó la mano y me tocó el hombro, como había hecho con Emily hacía menos de diez minutos.
—Estoy segura de que entiendes lo que quiero decir. Después de todo, eres uno de nosotros. Tu padre nació aquí y aquí también es donde está enterrada tu madre. Tú perteneces a este lugar, no como
otros
.
Le devolví la mirada, pero ya se había montado en la furgoneta antes de que pudiera añadir ni una palabra.
Esta vez, la señora Lincoln estaba dispuesta a algo más que a quemar unos libros.
Una vez que entré en clase, el día se convirtió en algo anormalmente normal, extrañamente normal. No vi a ningún padre más, aunque sospeché que andarían merodeando por allí. A la hora del almuerzo me zampé tres trozos de pudin de chocolate con los chicos, como era habitual, pero quedó claro de qué y de quién no íbamos a hablar. Incluso el espectáculo de Emily escribiendo mensajes de texto como una loca en las clases de inglés y química me pareció una especie de tranquilizadora verdad universal, si no hubiera sido porque tenía la sensación de que sabía qué, o más bien, de quién escribía. Como ya he dicho, anormalmente anormal.
Todo siguió así hasta que Link me dejó en casa después del entrenamiento de baloncesto y decidí hacer una completa locura.
Amma me esperaba en el porche delantero… señal segura de problemas.
—¿La has visto? —Debería haberme esperado eso.
—Hoy no ha estado en clase. —Lo cual era una afirmación técnicamente verdadera.
—Quizás eso sea lo mejor. Los problemas van detrás de esa chica lo mismo que el perro de Macon Ravenwood. Y no quiero que te sigan hasta aquí, hasta tu propia casa.
—Me voy a dar una ducha. ¿Vamos a cenar pronto? Link y yo tenemos que hacer esta noche un trabajo —le dije desde las escaleras, haciendo un esfuerzo para que mi voz sonara natural.
—¿Trabajo? ¿Qué clase de trabajo?
—Uno de historia.
—¿Adonde vais a ir y a qué hora vas a volver?
Dejé que la puerta del baño se cerrara de golpe antes de contestarle. Necesitaba un plan, pero antes tenía que tener una buena historia, una buena de verdad.
Diez minutos más tarde la tenía, cuando ya estaba sentado delante de la mesa de la cocina. No era a toda prueba, pero fue todo lo que pude organizar con tan poco tiempo. Ahora tenía que ponerla en marcha. No era un mentiroso de primera y Amma no tenía un pelo de tonta.
—Link me recogerá después de cenar y nos iremos a la biblioteca hasta que cierre, que creo que será sobre las nueve o las diez.
Eché salsa Carolina Gold por encima de la chuleta de cerdo, una mezcla pegajosa de mostaza y salsa barbacoa, la única cosa por la que el condado de Gatlin era famoso, aparte de por cosas relacionadas con la Guerra de Secesión.
—¿La biblioteca?
Mentirle a Amma siempre me ponía nervioso, así que intentaba no hacerlo a menudo. Y esa noche sí lo estaba, lo notaba sobre todo en el estómago. La última cosa que quería hacer en el mundo era comerme tres chuletas de cerdo, pero no tenía elección. Ella sabía exactamente cuánto me cabía. Dos chuletas, y hubiera provocado sospechas. Una, y me hubiera mandado a mi habitación con un termómetro y una bebida de jengibre. Asentí y me puse a la tarea de terminar con la segunda.
—Pero si no has puesto un pie en la biblioteca desde…
—Ya lo sé. —Desde que murió mi madre.
La biblioteca era un segundo hogar para mi madre y mi familia. Habíamos pasado allí todos los sábados por la tarde desde que yo era pequeño, vagabundeando entre las estanterías, sacando todos aquellos libros que llevaran un dibujo de un barco pirata, un caballero, un soldado o un astronauta. Mi madre solía decir: «Ésta es mi iglesia, Ethan. Éste es el modo en que reverenciamos el sagrado sábado en nuestra familia».
La bibliotecaria jefe del condado de Gatlin, Marian Ashcroft, era la amiga más antigua de mi madre, la segunda mejor historiadora de Gatlin detrás de ella y, hasta el año pasado, su colega de investigación. Se habían graduado juntas en Duke y cuando Marian finalizó su doctorado en estudios afroamericanos, siguió a mi madre hasta Gatlin para terminar su primer libro juntas. Estaban a mitad del quinto libro cuando tuvo lugar el accidente.
Desde entonces, yo no había querido poner un pie en la biblioteca y, en realidad, tampoco quería ahora. Pero también sabía que no había forma de que Amma me impidiera ir allí. Ni siquiera llamaría para controlarme, pues Marian Ashcroft era como de la familia. Y Amma, que quería a mi madre tanto como Marian, no había cosa que respetara más que la familia.
—Bueno, espero que cuides tus modales y no levantes la voz. Ya sabes lo que solía decir tu madre, que cualquier libro es un Buen Libro y que cualquiera que cuida bien de un Buen Libro está en la Casa del Señor. —Como yo solía decir, mi madre tenía poco futuro entre las Hijas de la Revolución Americana.
Sonó el claxon del coche de Link. Él me iba a llevar. Me dejaría de camino mientras seguía adonde ensayaba con su banda. Salí pitando de la cocina, sintiéndome tan culpable que me dieron ganas de volver, arrojarme en brazos de Amma y confesarlo todo, como si volviera a tener seis años y me hubiera comido otra vez toda la gelatina en polvo que había en la despensa. Quizás Amma llevaba razón: había encontrado un agujero en el cielo y el universo estaba a punto de desplomarse sobre mi cabeza.
Cuando puse el pie ante la puerta de Ravenwood, sujeté con fuerza la brillante carpeta azul que llevaba, que era lo que pensaba poner como excusa para plantarme en casa de Lena sin haber sido invitado. Bueno, tenía planeado decir que había pasado por allí para darle las tareas de inglés que se había perdido. En mi cabeza había sonado muy convincente, al menos cuando todavía estaba en mi porche, pero ahora que el porche era el de Ravenwood, no estaba tan seguro de ello.
No era la clase de chico que hacía ese tipo de cosas, pero era obvio que no había otra manera de que Lena me invitara por propia voluntad. Yo intuía que su tío podría ayudarnos, que podría saber algo.
O quizás era lo otro. Quería verla. El día se me había hecho largo y aburrido sin el Huracán Lena y empezaba a preguntarme si iba a ser capaz de soportar las ocho horas sin todos los problemas que me ocasionaba. Y sin todos los problemas que estaba dispuesto a causar por ella.
Veía la luz desde las ventanas cubiertas por las ramas de la enredadera. Se escuchaba de fondo el sonido de una música, viejas canciones de Savannah de aquel cantautor de Georgia que tanto le gustaba a mi madre.
«En una tarde fría, fría, fría…».
Antes incluso de que llamara escuché los ladridos al otro lado de la puerta y ésta se abrió en cuestión de segundos. Lena estaba allí, descalza, y parecía algo diferente… con un vestido negro con pequeños pájaros bordados, como si fuera a salir a cenar a un restaurante de lujo. Yo tenía un aspecto más propio de haber salido para ir al Dary Kin, con mis vaqueros y mi camiseta Atari llenos de agujeros. Dio un paso hacia la veranda, cerrando la puerta a sus espaldas.
—Ethan, ¿qué estás haciendo aquí?
Le di la carpeta, algo cortado.
—Te he traído los deberes.
—No me puedo creer que te hayas plantado aquí. Ya te he dicho que a mi tío no le gustan los extraños. —Me empujó escaleras abajo—. Tienes que irte. Ya.
—He pensado que podríamos hablar con él.
Escuché detrás de nosotros cómo alguien carraspeaba con cierta incomodidad. Alcé la mirada y vi al perro de Macon Ravenwood y, más allá, a él mismo. Intenté no parecer sorprendido, pero estaba bastante seguro de que se me notó porque estaba que no me llegaba la camisa al cuerpo.
—Bueno, eso no es algo que oiga a menudo. Y siento mucho disentir, porque otra cosa no, pero soy un caballero sureño. —Hablaba con un acento contenido, arrastrando algo las palabras, pero con una dicción perfecta—. Es un placer encontrarme por fin con usted, señor Wate.
No me podía creer que tuviera justo delante al misterioso Macon Ravenwood. La verdad, lo que había esperado era otra cosa, un Boo Radley, un tipo que vagara por la casa en pantalones de peto, mascullando entre dientes alguna clase de lenguaje monosilábico como un neandertal, quizás incluso babeando un poco por la comisura de la boca.