Hermosas criaturas (15 page)

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Authors: Kami Garcia & Margaret Stohl

Tags: #Fantástico, Infantil y juvenil, Romántico

BOOK: Hermosas criaturas
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Pero no era ningún Boo Radley, sino más bien Atticus Finch.

Macon Ravenwood iba vestido de forma impecable, pero al estilo, digamos, que no lo sé, de 1942. Llevaba una camisa blanca de etiqueta recién planchada, con gemelos de plata antiguos, en vez de botones. Su esmoquin negro estaba impecable, perfectamente planchado también. Tenía los ojos oscuros y relucientes, eran casi negros, y estaban nublados, pues parecían tintados como los cristales del coche fúnebre que Lena conducía para ir al pueblo. No reflejaban nada, ni tampoco parecían ver. Resaltaban en su faz pálida, tan blanca como la nieve, como el mármol; tan blanca, como se podría esperar del recluso de la ciudad. Su pelo estaba entreverado de canas, gris cerca del rostro y tan negro como el de Lena en la parte superior de la cabeza.

Podría haber sido alguna estrella de cine americano de antes de que inventaran el tecnicolor, o quizá de la realeza de algún pequeño país del que nadie hubiera oído hablar por estos lares. Pero Macon Ravenwood sí que era de aquí y eso era lo que confundía más. El Viejo Ravenwood era el coco de Gatlin, una historia que llevaba oyendo desde la guardería. Sólo que ahora me parecía que pertenecía menos a este sitio que antes.

Cerró el libro que llevaba en las manos, sin apartar sus ojos de mí. Me estaba mirando, pero en realidad me dio la sensación de que miraba a través de mí, como buscando algo. A lo mejor aquel tipo tenía visión de rayos X. Teniendo en cuenta lo que había pasado la semana anterior, cualquier cosa me parecía posible.

Me latía el corazón con tanta fuerza que estaba seguro de que él lo estaba escuchando. Macon Ravenwood me había puesto nervioso y eso también lo tenía claro. Ninguno de los dos sonreímos. Su perro se mantenía tenso y en estado de alerta a su lado, como si estuviera esperando una orden de ataque.

—¿Dónde están mis modales? Entre, señor Wate. Estábamos a punto de sentarnos a cenar. Únase a nosotros. Aquí, en Ravenwood, la cena es siempre una ocasión especial.

Miré a Lena, esperando que me orientara sobre si aceptar o no.

Dile que no te quieres quedar.

Créeme, no quiero.

—No, lo siento, señor. No quiero molestar. Sólo quería entregarle a Lena los deberes. —Y le ofrecí la brillante carpeta azul por segunda vez.

—Tonterías, tiene que quedarse. Disfrutaremos de unos puros habanos en el invernadero después de cenar, ¿o es usted más de cigarrillos? A menos, claro está, que se sienta incómodo aquí, lo cual, en todo caso, puedo entenderlo. —No sabría decir si estaba de broma o no.

Lena deslizó el brazo por su cintura y pude ver cómo su rostro cambiaba por completo. Fue como si el sol saliera entre las nubes en un día gris.

—Tío M, no juegues con Ethan. Es el único amigo que tengo aquí y, si le asustas, tendré que irme a vivir con tía Del, y entonces ya no tendrás a nadie a quien torturar.

—Todavía tengo a
Boo
. —El perro miró hacia arriba, con cierta burla.

—Me lo llevaré, es a mí a quien sigue por todas partes por el pueblo, no a ti.


¿Boo?
¿El perro se llama
Boo Radley?
—me vi obligado a preguntar.

Macon dejó entrever una suave sonrisa.

—Mejor él que yo. —Echó la cabeza hacia atrás y se rio, lo cual me sorprendió, porque no había forma de que me hubiera podido imaginar sus rasgos transformándose en una sonrisa. Abrió del todo la puerta a sus espaldas—. De verdad, señor Wate, únase a nosotros, por favor. Adoro tener compañía y hace siglos que Ravenwood no tiene el placer de alojar a un huésped procedente de nuestro pequeño y delicioso condado de Gatlin.

Lena mostró una sonrisa forzada.

—No te comportes como un esnob, tío M. No creo que sea culpa suya que jamás hayas querido hablar con ellos.

—Tampoco es culpa mía que me guste la buena crianza, una inteligencia razonable y una higiene personal pasable, no necesariamente por ese orden.

—Pasa de él. Hoy no está de buen humor —comentó Lena en tono de disculpa.

—Déjame adivinar. ¿Tiene eso algo que ver con el director Harper?

Lena asintió.

—Han llamado del instituto. Mientras se investiga el incidente, estoy en libertad condicional. —Puso los ojos en blanco—. Me echarán si cometo otra
infracción
.

Macon rio desdeñosamente, como si estuviéramos hablando de algo que no tuviera importancia alguna.

—¿A prueba? Qué divertido. Estar en libertad condicional supondría que tendría algún tipo de autoridad. —Nos empujó a ambos en dirección al vestíbulo, que se extendía ante él—. Y, desde luego, no le habilita para ello ser un director de instituto pasado de peso que apenas consiguió terminar la universidad y un rebaño de amas de casa histéricas con pedigrís que no mejorarían el de
Boo Radley
.

Me detuve en seco al traspasar el umbral. El vestíbulo de entrada era enorme y grandioso y no la casa del tipo barrio burgués en la que había entrado unos cuantos días antes. Una pintura al óleo monstruosamente grande colgaba sobre las escaleras, un retrato de una mujer terriblemente hermosa de relucientes ojos dorados. La escalera no era para nada actual, sino una escalera voladiza de estilo clásico que parecía apoyarse sólo en el aire. Por ella podría haber descendido Escarlata O'Hara con su voluminosa falda y no hubiera estado fuera de lugar para nada. Del techo colgaba una araña de cristal de varios niveles. El vestíbulo estaba atestado con montones de muebles victorianos antiguos, pequeños grupos de sillas de bordados muy elaborados, mesas con sobres de mármol y graciosos helechos. En cada una de las superficies brillaba una vela. Las altas puertas labradas estaban abiertas y la brisa traía el aroma de las gardenias, que estaban colocadas en altos jarrones de plata, artísticamente situados encima de las mesas.

Durante un segundo casi llegué a pensar que había vuelto a alguna de mis visiones, excepto por el hecho de que el guardapelo estaba guardado en mi bolsillo y envuelto a salvo en su pañuelo. Lo sabía porque lo había comprobado. Y aquel perro espeluznante seguía vigilándome desde las escaleras.

Pero nada de esto tenía sentido. Ravenwood se había transformado en algo completamente diferente desde la última vez que había estado allí. Parecía imposible, pero era como si hubiera regresado a algún momento atrás en la historia. Incluso aunque no fuera real, deseé que mi madre hubiera podido verlo, porque a ella le habría encantado. Sin embargo, ahora parecía real y me di cuenta de que ése era el aspecto que habría tenido antaño. Era como Lena, como el jardín vallado, como Greenbrier.

¿Por qué no tiene el mismo aspecto de antes?

¿De qué estás hablando?

Creo que lo sabes.

Macon caminaba delante de nosotros. Nos encaminamos hacia lo que la semana pasada parecía una acogedora sala de estar. Ahora se había convertido en un grandioso salón de baile, con una larga mesa con patas en forma de garras, preparada para tres, como si él me hubiera estado esperando.

El piano continuaba sonando solo en una de las esquinas. Supuse que era un piano mecánico de ésos. La escena era fantasmagórica, como si la habitación se hubiera llenado con el tintineo de las copas y las risas. Ravenwood estaba ofreciendo la fiesta del año, pero yo era el único invitado.

Macon seguía hablando. Todo lo que decía retumbaba en las gigantescas paredes pintadas al fresco y en los techos abovedados y tallados.

—Supongo que soy un esnob. Aborrezco los pueblos y a sus lugareños. Tienen mentes estrechas y culos enormes, lo cual quiere decir que lo que les falta en el interior lo compensan en lo posterior. Son como la comida basura, grasienta y, a la larga, terriblemente insatisfactoria. —Sonrió, pero no era una sonrisa amable.

—Y entonces, ¿por qué no se muda? —Sentí un brote de irritación que me devolvió a la realidad, fuera cual fuera la realidad en la que yo solía habitar. Una cosa era que yo me burlara de Gatlin y otra muy diferente que Macon Ravenwood hiciera lo mismo. No era lo mismo.

—No seas absurdo. Ravenwood es mi casa, no Gatlin. —Escupió la palabra como si fuera venenosa—. Antes de abandonar las ataduras de esta vida, tengo que encontrar a alguien que cuide de Ravenwood en mi lugar, ya que yo no tengo hijos. Ése siempre ha sido mi gran y terrible propósito en la vida, que Ravenwood continúe vivo. Me gusta pensar en mí mismo como el conservador de un museo viviente.

—No te pongas tan dramático, tío M.

—Y tú no seas tan diplomática, Lena. Por qué quieres relacionarte con esos lugareños iletrados es algo que escapa a mi comprensión.

Algo de razón sí que lleva.

¿Estás diciendo que no quieres que vaya a la escuela?

No… sólo quería decir…

Macon se me quedó mirando.

—Por supuesto, exceptuando a nuestra actual compañía.

Cuanto más hablaba, más curiosidad sentía. ¿Quién se iba a imaginar que el Viejo Ravenwood fuera la tercera persona más lista del pueblo, después de mi madre y Marian Ashcroft? O quizá la cuarta, dependiendo de si mi padre volvía a salir de su aislamiento.

Intenté leer el título del libro que llevaba Macon en la mano.

—¿Qué es? ¿Shakespeare?

—Betty Crocker, una mujer fascinante. Estaba intentando acordarme de qué ingredientes consideran los lugareños apropiados para una cena. Esta noche tenía ganas de cenar algún plato regional y he decidido que sea cerdo asado. —Otra vez lo mismo. Se me revolvía el estómago sólo de pensar en ello.

Macon apartó la silla de Lena con un ademán.

—Hablando de hospitalidad, Lena, tus primos vendrán para el Encuentro. A ver si nos acordamos de decirle a Casa y Cocina que seremos cinco más.

Lena parecía irritada.

—Se lo diré al
personal
de la cocina y a los
ayudantes
de la casa, si es a eso a lo que te refieres, tío Macon.

—¿Qué es el Encuentro?

—Mi familia es algo rara. El Encuentro era sólo una vieja fiesta de la cosecha, como una especie de Día de Acción de Gracias anticipado. Olvídalo. —Jamás había sabido de nadie que hubiera visitado Ravenwood, fueran familiares u otros. Tampoco había visto un solo coche girar en la bifurcación en dirección hacia la mansión.

Macon parecía divertido.

—Como mejor veas. Hablando de Cocina, tengo un hambre canina. Voy a ver con lo que van a castigarnos. —Conforme hablaba, escuché los ruidos metálicos que hacían ollas y sartenes en alguna habitación lejana de la casa.

—No exageres, tío M, por favor.

Observé a Macon Ravenwood desaparecer del salón. Cuando le perdí de vista, seguí oyendo el repiqueteo de sus zapatos de etiqueta sobre los pulidos suelos. Esta casa era ridícula. Hacía que la Casa Blanca pareciera una choza.

—Lena, ¿qué está pasando?

—¿Qué quieres decir?

—¿Cómo sabía que tenía que preparar un sitio para mí?

—Debe de haberlo hecho cuando nos vio en el porche.

—¿Qué pasa en este lugar? Estuve aquí el día que encontramos el guardapelo y no tenía este aspecto en absoluto.

Dímelo. Confía en mí.

Jugueteó con el borde del vestido. Qué cabezona.

—A mi tío le gustan las antigüedades y por eso la casa cambia todo el tiempo. ¿Eso importa algo?

Fuera lo que fuera lo que estaba ocurriendo, no iba a contármelo ahora.

—Está bien, de acuerdo. ¿Te importa si echo un vistazo? —Aunque puso mala cara, me dirigí hacia el siguiente salón. Estaba decorado
como
un pequeño estudio, con sofás, una chimenea y unas cuantas mesitas.
Boo Radley
estaba echado delante de la chimenea y comenzó a gruñir en cuanto puse un pie en la habitación.

—Buen perrito. —Gruñó aún más alto, así que me retiré hacia la otra habitación. Dejó de gruñir y puso de nuevo la cabeza sobre el suelo.

Sobre la mesita más cercana había un paquete envuelto en papel marrón atado con una cuerda. Lo cogí y
Boo Radley
comenzó a gruñir de nuevo. Tenía el sello de la biblioteca del condado de Gatlin. Reconocí el sello. Mi madre había recibido cientos de paquetes como ése. Sólo Marian Ashcroft se molestaba en envolver un libro de esa manera.

—¿Le interesan las bibliotecas, señor Wate? ¿Conoce a Marian Ashcroft? —Macon apareció de pronto a mi lado, cogiendo el libro de mi mano y observándolo con deleite.

—Sí, señor. Marian, la doctora Ashcroft, era la mejor amiga de mi madre. Trabajaban juntas.

Los ojos de Macon titilaron con una brillantez momentánea y después se apagaron.

—Claro. Qué torpeza tan increíble por mi parte, Ethan Wate. Conocí a su madre.

Me quedé helado. ¿Cómo podría haber conocido Macon Ravenwood a mi madre?

Su rostro adoptó una extraña expresión, como si estuviera recordando algo que se le había olvidado.

—Sólo a través de su trabajo, claro. He leído todo lo que ella escribió. De hecho, si mira con cuidado las notas a pie de página de
Plantas y plantaciones: un jardín dividido
, verá que varias de las fuentes originales de su estudio procedían de mi colección personal. Su madre era brillante, una gran pérdida.

Me las apañé para sonreír.

—Gracias.

—Me sentiré honrado de mostrarle mi biblioteca, naturalmente. Sería para mí un gran placer compartir mi colección con el único hijo de Lila Evers.

Le miré, sorprendido por el sonido del nombre de mi madre procedente de la boca de Macon Ravenwood.

—Wate. Lila Evers Wate.

Sonrió más ampliamente.

—Claro, pero lo primero es lo primero. Ya casi no se oye ningún ruido en la Cocina, la cena debe de estar servida. —Me dio unas palmaditas en la espalda y regresamos al grandioso salón de baile.

Lena nos esperaba junto a la mesa, encendiendo una vela que se había apagado con la brisa vespertina. La mesa estaba llena de lo que podía considerarse un verdadero festín, pero no tenía ni idea de cómo había conseguido llegar hasta allí. No había visto una sola persona en toda la casa, además de nosotros tres. Ahora había una nueva casa, un perro lobo y todo eso. Y yo que había esperado que Macon Ravenwood fuera lo más extravagante de toda la tarde…

Allí había suficiente comida para alimentar a las Hijas de la Revolución Americana, a todas las iglesias del pueblo y al equipo de fútbol todos juntos. Sólo que no era la clase de comida que se servía en Gatlin. Había algo parecido a un cerdo asado entero, con una manzana puesta en el morro, chuletas de ternera con el palo hacia arriba, rematadas por pequeños trocitos de papel en la parte superior de cada una de ellas, y al lado un ganso deshuesado cubierto de castañas. Había boles enteros llenos de salsas de todo tipo y cremas, rollos y panecillos, repollos, remolachas, y cosas para untar de las que no me sabía ni el nombre. Y por supuesto, sandwiches de fiambre, que parecían especialmente fuera de lugar entre los otros platos. Miré a Lena, mareado ante la perspectiva de lo mucho que debía comer para ser educado.

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