Read Heliconia - Verano Online
Authors: Brian W. Aldiss
Tal vez la razón fuera el empeoramiento del clima. La locura del calor, que aumentaba generación tras generación hasta hacer que los árboles ardieran espontáneamente…
—No sigas soñando —dijo Bindla—. Ven y quítame tu ridículo artefacto de la muñeca…
El acontecimiento que la reina temía ya estaba en marcha. El rey JandolAnganol se dirigía a Gravabagalinien para divorciarse de ella.
Desde la capital borlienesa de Matrassyl navegaría por el río Takissa hasta Ottassol, donde abordaría una nave costera hacia el oeste, hasta la angosta bahía de Gravabagalinien. Luego que JandolAnganol entregara a su reina la declaración de divorcio del Santo C'Sarr, en presencia de testigos, se separarían tal vez para siempre.
Este era el plan del monarca, y una terrible tormenta para él.
Acompañado por el brillante son de las trompetas, escoltado por los miembros de su Casa vestidos con sus mejores galas, el rey JandolAnganol iba en su carroza desde el palacio, a través de las tortuosas calles de Matrassyl, hasta el muelle. En la carroza solo había un acompañante: su phagor domestico, Yuli. Yuli era apenas un runt, y aún se veían en su pelaje blanco los mechones castaños de la infancia. Le habían cortado los cuernos y estaba sentado junto a su amo, inquieto ante la perspectiva del viaje fluvial.
Cuando JandolAnganol descendió del vehículo, el capitán del barco se adelanto y saludo con cortesía.
—Partiremos apenas estés listo —dijo JandolAnganol. Unos cinco decimos antes, desde ese mismo muelle la reina había partido hacia el exilio. En la costa se agolpaban grupos de ciudadanos, ansiosos por observar a ese monarca de reputación tan desconcertante.
Allí estaba el alcalde, que había venido a despedir a su rey. La ovación no fue nada comparada con la que el día de su partida recibiera la reina MyrdemInggala.
El rey subió a bordo. Se oyó el ruido acompasado de maderas golpeadas, agudo como el de cascos sobre el canto rodado. Los remeros empezaron a remar. Se desplegaron las velas.
Mientras el barco se alejaba del muelle, JandolAnganol se volvió bruscamente para mirar al alcalde de Matrassyl, quien permanecía en rígida formación con sus asistentes. Al advertir la mirada del rey el alcalde incline la cabeza en gesto de sumisión, pero JandolAnganol no ignoraba que aquel hombre estaba furioso. Le indignada que el monarca abandonase la capital cuando había amenazas externas. Aprovechando la guerra de Borlien contra Randonan, en el oeste, los pueblos salvajes de Mordriat, en el nordeste, se lanzaban al ataque.
Cuando ese rostro sombrío quedo detrás de la popa del barco, el rey volvió la cabeza hacia el sur. En su interior, reconocía que la actitud del alcalde estaba en cierto modo justificada. Desde las altas e intranquilas praderas de Mordriat había llegado la noticia de que su guerrero jefe, Unndreid el Martillo, estaba otra vez en movimiento. El general que habría convenido designar para el ejercite borlienes del norte, con el objeto de levantar su moral, era el hijo del rey, RobaydayAnganol. Pero este había desaparecido el día en que se entero de que su padre planeaba divorciarse de su madre.
—Un hijo en quien confiar… —dijo JandolAnganol al viento, con expresión amarga. Responsabilizaba a su hijo de este viaje que ahora emprendía.
De modo que el perfil del rey, vuelto en dirección al sur, buscaba un signo de lealtad. Sobre la cubierta, las sombras de la jarcia, que yacían en complicados arabescos, se duplicaron cuando Freyr apareció en todo su resplandor. Luego el Águila se retire a descansar.
Un dosel de seda protegía el puente de popa. Allí, con sus acompañantes, pasó el rey la mayor parte de las tres jornadas que duró el viaje. Poco más de un metro por debajo de ese lugar de privilegio, esclavos humanos casi desnudos, randonianos la mayoría de ellos, aguardaban junto a sus remos, listos para ayudar a las velas si el viento amainaba. El olor de aquellos seres se percibía por momentos, mezclado con los de alquitrán, madera, scritinas.
—Nos detendremos en Osoilima —anuncio el rey. Allí, en ese lugar de peregrinación junto al río, visitaría el santuario y se haría flagelar. Era una persona creyente y necesitaba la buena voluntad de Akhanaba, el Todopoderoso, para las pruebas que se aproximaban.
JandolAnganol tenía un aspecto flemático y distinguido. A los veinticinco años y uno o dos decimos, era todavía un hombre joven, aunque algunas líneas marcaban su rostro enérgico otorgándole una expresión de sabiduría que sus enemigos negaban que tuviese.
Como sus halcones, alzaba la cabeza de un modo autoritario. Era esa cabeza lo que más atraía la atención, como si el dominio del país estuviera concentrado en aquel cráneo. JandolAnganol tenía el aspecto de un águila, acentuado por la nariz aguda, las feroces cejas negras, la barba y el bigote recortados que ocultaban en parte su boca sensual. Sus ojos gran negros e intensos; la viva mirada de esos ojos, que todo lo veían, le había ganado el apodo con que se lo conocía en los bazares: el Águila de Borlien.
Aquellos que estaban cerca de él y tenían el don de comprender el carácter, sostenían que el águila estaba enjaulada, y que la reina de reinas conservaba aún la llave de la jaula. JandolAnganol padecía la maldición del khmir, que podría ser descrita coma una lujuria impersonal, comprensible en ese clima tórrido.
A menudo, los rápidos movimientos de la cabeza, que contrastaban con la deliberada quietud de su cuerpo, expresaban el nervioso hábito de un hombre que esperaba ver adonde podía volverse.
La ceremonia bajo la alta roca de Osoilima terminó pronto. El rey, con su túnica manchada de Sangre, regresó al barco y comenzó la segunda mitad del viaje. Por las noches, para evitar el hedor, dormía en la cubierta, sobre un cojín de plumas de cisne. Su phagor, el runt Yuli, dormía junto a él.
Detrás de la nave real, guardando una prudente distancia, había otro barco. Era un transporte de reses modificado. En él venían las tropas más fieles del rey, la Primera Guardia Phagor. Se aproximó a la nave del rey cuando se acercaron al Puerto interior de Ottassol, la tarde del tercer día de viaje.
Las banderas prendían de sus mástiles en el húmedo calor de Ottassol. Había una muchedumbre en el muelle. Entre las banderas y demás símbolos patrióticos había pancartas más sombrías, en las cuales se podía leer EL FUEGO SE ACERCA: LOS OCÉANOS ARDERÁN, y también VIVE CON AKHA 0 MUERE CON FREYR. La Iglesia aprovechaba la alarma general para tratar de doblegar a los pecadores.
Una banda se acerco ceremoniosamente entre dos barracones y comenzó a ejecutar una marcha real. Aplausos contenidos saludaron al rey mientras descendía por la planchada.
Habían venido a recibirlo los miembros de la scritina de la ciudad y otros ciudadanos notables. Conociendo la reputación del Águila, pronunciaron discursos breves, que el rey respondió con la misma brevedad.
—Me hace feliz visitar Ottassol, nuestro principal Puerto, y encontrarlo floreciente. No puedo quedarme mucho tiempo. Ya sabéis que se precipitan grandes acontecimientos.
“Tengo el firme propósito de divorciarme de la reina MyrdemInggala mediante un acta aprobada por el gran C'Sarr Kilandar IX, Señor del Santo Imperio Pannovalano y Padre Supremo de la Iglesia de Akhanaba, cuyos servidores somos.
“Después de entregar el acta a la reina, en presencia de los testigos acreditados Por el Santo C'Sarr, como corresponde, seré libre para tomar, y tomare, por mujer legítima a Simoda Tal, hija de Oldorando. Así, con un lazo matrimonial, afirmare la alianza entre nuestro país y Oldorando —una vieja alianza— y aseguraré nuestra participación común en el Santo Imperio.”
“Con esta unión, nuestros enemigos comunes serán vencidos y retornaremos a la grandeza de los días de nuestros abuelos.”
Hubo algunos vivas y aplausos. La mayoría del público se desplazo para ver desembarcar a la guardia phagor.
El rey no vestía su habitual keedrant. Llevaba una túnica amarilla y negra, sin mangas, de modo que sus nervudos brazos quedaban al descubierto. Los ajustados pantalones de seda amarilla se adherían a sus piernas, y calzaba unas botas vueltas de cuero opaco. Llevaba una espada corta al cinto. Su pelo negro estaba trenzado en torno del círculo de oro de Akhanaba, Por cuya gracia gobernaba el reino. Miraba al comité de recepción.
Probablemente, ellos esperaban algo mas practico. La verdad era que MyrdemInggala era tan querida en Ottassol como en Matrassyl.
JandolAnganol dirigió un rápido gesto a su comitiva, se volvió y echó a andar.
Al frente estaban los miserables barrancos de loess. Habían colocado una tela amarilla a través del desembarcadero para que el rey caminara por ella. Rehuyéndola, cruzó hasta el coche que le aguardaba y subió. El cochero cerro la puerta y el vehículo se puso en marcha de inmediato. Atravesó una arcada y se introdujo en el laberinto de Ottassol. La guardia phagor lo seguía.
JandolAnganol odiaba, entre otras muchas cosas, su palacio de Ottassol. No ablandó su ánimo que el vicario real, el glacial AbstrogAthenat, con su cara de muchacha, lo recibiera en la puerta.
—El Gran Akhanaba lo bendice, señor. Nos alegra ver el rostro de su majestad, y su presencia entre nosotros, en el preciso momento en que llegan malas noticias del Segundo Ejercito en Randonan.
—De los asuntos militares hablare con los militares —respondió el rey, y entro en el salón de recepción. El palacio era fresco, y seguía siéndolo aun cuando el clima era más cálido; pero su construcción subterránea lo deprimía. Le recordaba los dos años que había pasado en Pannoval como sacerdote, en su juventud.
Su padre, VarpalAnganol, había ampliado mucho el palacio. Esperando el elogio de su hijo, le había preguntado que le parecía. “Frío, enorme, mal planeado”, fue la respuesta del Príncipe JandolAnganol.
Era típico de VarpalAnganol, quien jamás había dominado el arte de la guerra, no haber llegado a darse cuenta de que ese palacio subterráneo era imposible de defender.
JandolAnganol evoco el día en que había sido invadido. Tenía tres años y un décimo. Se encontraba en un patio subterráneo jugando con una espada de madera. Una de las lisas paredes de loess se desmoronó. Por la brecha irrumpieron una docena de rebeldes armados. Habían excavado un túnel sin ser advertidos. Aún le dolía recordar que había gritado de pánico antes de atacarlos con aquella espada de madera.
En ese momento se realizaba en el patio el cambio de guardia. Los hombres tenían las armas listas. Después de una lucha furiosa, los invasores fueron muertos. Luego, ese túnel ilegal se incorporó al trazado del palacio. Eso había ocurrido durante una de las rebeliones que VarpalAnganol no había logrado reprimir con la suficiente energía.
Ahora, el anciano estaba prisionero en la fortaleza de Matrassyl y los patios y pasillos del palacio de Ottassol permanecían custodiados por centinelas humanos y phagors. JandolAnganol lanzo una mirada a los hombres silenciosos mientras pasaba junto a ellos en los tortuosos corredores; estaba listo para matar a cualquiera que se moviese.
La noticia del sombrío ánimo del rey se extendió entre los funcionarios del palacio. Se habían organizado festejos para distraerlo. Pero antes debía recibir los informes del campo de batalla del oeste.
Una compañía del Segundo Ejercito, que avanzaba por las Alturas de Chwart para atacar el Puerto randonano de Poorich, había caído en una emboscada de una fuerza enemiga más poderosa. Después de combatir hasta el ocaso, los sobrevivientes lograron escapar para poner sobre aviso al grueso de las fuerzas. Un hombre herido había sido designado para transmitir a Ottassol la noticia, por medio del sistema de semáforos de la carretera del sur.
—¿Que ha ocurrido con el general TolramKetinet?
—Continúa combatiendo, señor —dijo el mensajero.
JandolAnganol recibió el informe sin comentario, y descendió luego a su capilla privada para orar y ser flagelado. Recibir los golpes del servil AbstrogAthenat era un castigo exquisito.
Poco le importaba a la corte lo que ocurriera a los ejércitos a casi tres mil millas de distancia; más importante era que el mal humor del rey no echara a perder la fiesta de la noche. El castigo del Águila era conveniente para todos.
Una escalera de caracol conducía a la capilla privada. Ese opresivo lugar, excavado en la arcilla que había debajo del loess y diseñado al estilo de Pannoval, estaba revestido de plomo hasta la altura de la cintura, y luego de piedra. En algunos lugares la humedad formaba gotas diminutas; en otros, pequeñas cascadas. Las luces ardían detrás de pantallas de cristal coloreado, proyectando rectángulos de color en el aire húmedo.
Se oyó una música sombría cuando el vicario real alzó el látigo de diez colas. En el altar se vela la Rueda de Akhanaba, en la que dos radios sinuosos conectaban el anillo interior y el exterior. Detrás del altar había un tapiz rojo y oro que representaba al Gran Akhanaba en la gloria de sus contradicciones: el Dos-en-Uno, el hombre y el dios, el niño y la bestia, lo eterno y lo temporal, el espíritu y la piedra.
El rey se quedó contemplando el rostro animal de su dios. Su reverencia era sincera. La religión lo había gobernado desde sus años de adolescencia en un monasterio pannovaliano. Del mismo modo, él gobernaba a través de la religión. La tradición mantenía subyugada a la mayor parte de la corte y su gente.
Era el culto común de Akhanaba el que unía a Borlien, Oldorando y Pannoval en incómoda alianza. Sin Akhanaba solo habría caos, y triunfarían los enemigos de la civilización.
AbstrogAthenat indico al penitente real que sé arrodillase, y leyó una breve plegaria.
—Comparecemos ante Ti, Gran Akhanaba, para pedir perdón por nuestros errores y para exhibir la sangre de la culpa. Por la maldad de todos los hombres, Tu, el gran Medico, has sido herido; por ello eres débil. Por esto has dirigido nuestros pasos a través del Hielo y el Fuego, para que podamos experimentar en nuestro ser material, aquí en Heliconia, lo que, en nuestro nombre, Tú has experimentado en todas partes: el perpetuo tormento del Calor y el Frío. Acepta este sufrimiento, oh Gran Señor, así como tratamos de aceptar el Tuyo.
El látigo cayó sobre los hombros de JandolAnganol. El vicario real era un joven afeminado, pero su brazo era fuerte para el cumplimiento de la voluntad de Akhanaba.
Después de la penitencia, la ceremonia del baño; luego, el rey acudió a la fiesta.