Heliconia - Verano (58 page)

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Authors: Brian W. Aldiss

BOOK: Heliconia - Verano
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Después del debate, la reina dio las órdenes. Una gotera caía sobre la mesa.

—Como el agua es mi elemento, no puedo quejarme si el techo está deteriorado —dijo. Luego recomendó que se construyeran defensas alrededor del palacio y que el general preparara el inventario de todas las armas y elementos de guerra existentes, incluyendo el armamento de la Plegaria de Vajabahr.

Volviéndose hacia SartoriIrvrash, ordenó que Odi Jeseratabahr y él partieran del palacio cuanto antes, para lo cual dispondrían de tres hoxneys.

—Eres generosa, señora —dijo SartoriIrvrash, aunque su expresión manifestaba lo contrario—. Pero ¿puedes prescindir de nosotros?

—Sí, si tu compañera está en condiciones de montar.

—No lo creo.

—Rushven, puedo prescindir de ti, como lo hizo Jan. Tú fuiste su consejero en el asunto del divorcio, ¿verdad? Y entiendo que tu nueva consorte es o ha sido amiga del depravado Io Pasharatid.

Fue un ataque por sorpresa.

—Señora, había graves problemas. Asuntos políticos. Yo estaba obligado a defender al rey… —Solías decir que defendías la verdad. El ex canciller buscó distraídamente algo en su charfrul, como si quisiera un veronikano; luego alisó sus patillas.

—A veces las dos cosas coincidían. Tu tierno corazón y la voluntad del rey han apoyado a los phagors en nuestro reino. Y sin embargo, ellos son la causa de todas las dificultades humanas. En el verano tenemos la oportunidad de librarnos de ellos, porque su número es menor. Pero es entonces cuando nos entregamos a nuestras disputas, sin ver que son ellos el principal enemigo. Créeme, señora; he estudiado historias como la Thribriatíada de Brakst y he descubierto…

La reina no miraba a SartoriIrvrash con resentimiento, pero alzó su mano.

—Basta, Rushven. Hemos sido amigos, pero ahora nuestras vidas han cambiado. Vete en paz.

Inesperadamente, el ex canciller rodeó la mesa y tomó la mano de MyrdemInggala.

—Nos iremos, nos iremos. Estoy habituado a la crueldad. Pero antes de partir concédeme un favor… Con la ayuda de Odi, he descubierto algo de vital importancia para todos nosotros. Iremos a Oldorando, y presentaremos el hallazgo al Santo C'Sarr, esperando que merezca recompensa. Y también confundirá a tu ex marido, cosa que tal vez te agrade…

—¿Cuál es tu pedido? —respondió la reina, con irritación—. Acaba de una vez. Tenemos asuntos más importantes.

—Es algo relacionado con nuestro descubrimiento, señora. Cuando todos vivíamos tranquilamente en el palacio de Matrassyl, yo solía leer cuentos a tu hija. Poco te importa eso ahora. Y recuerdo el hermoso libro de cuentos que poseía Tatro. ¿Me permitirías que llevara ese libro a Oldorando?

MyrdemInggala sofocó algo a mitad de camino entre risa y grito.

—Estamos esperando un ataque y tú pides un libro de cuentos de hadas infantiles. ¡Llévatelo si quieres, y luego márchate, y llévate también esa lengua incansable!

Él besó su mano. Mientras retrocedía hacia la puerta, acompañado por Odi, sonrió y dijo:

—La lluvia se acaba. No temas, pronto estaremos lejos de este inhospitalario refugio.

La reina arrojó un candelabro hacia la espalda que se alejaba.

A un lado del palacio había un extenso jardín donde crecían hierbas y árboles frutales. En un sector cercado se criaban cerdos, gallinas, cabras y gansos. Detrás del cerco había una hilera de árboles retorcidos, y más allá unas antiguas fortificaciones de tierra, bajas y cubiertas de hierba, que separaban el palacio de los terrenos cenagosos del este, es decir la zona por donde era probable que apareciesen las fuerzas de Pasharatid.

Después de examinar la situación, TolramKetinet y Lanstatet decidieron utilizar la antigua fortificación.

Habían pensado también en salir de Gravabagalinien por mar. Pero al no haber sido anclada y amarrada con la debida pericia, la carabela había sufrido daños durante la tormenta y no podía ser considerada segura.

Todo lo que servía fue descargado del barco. Se utilizaron en parte sus mástiles para construir una atalaya en el árbol más fuerte.

Una vez que se hubo secado el suelo, algunos phagors fueron enviados a levantar una empalizada en la parte superior del promontorio. Otros cavaban trincheras.

Mientras se marchaban, SartoriIrvrash y Odi Jeseratabahr observaron estas escenas de actividad. Iban montados en hoxneys, y llevaban su equipaje en un tercer animal. Al ver a CaraBansity, quien supervisaba las excavaciones, SartoriIrvrash se detuvo.

—Debo despedirme de mi viejo amigo —dijo mientras desmontaba.

—No te demores —recomendó Odi—. Por mi causa, aquí no te quedan amigos.

El asintió y se dirigió hacia el deuteroscopista, alzando los hombros.

CaraBansity se hallaba en una zona pantanosa, vigilando el trabajo de los phagors. Cuando elevó los ojos y vio a SartoriIrvrash, su rostro se oscureció; luego, como forzado por la excitación, sonrió. Urgió al ex canciller a que se acercara.

—Aquí está el pasado… Estos terraplenes formaban parte de un viejo sistema de fortificaciones. Los phagors están revelando la geometría de la leyenda…

Se dirigió a un pozo recién excavado. SartoriIrvrash lo siguió. CaraBansity se arrodilló al borde, sin pensar en el lodo. Del suelo de turba emergía lo que SartoriIrvrash tomó al principio por un viejo bolso negro achatado. Era o había sido un hombre, con el cuerpo volcado hacia la izquierda. Su breve túnica de cuero y sus botas sugerían que había sido un soldado. Se veía, semioculto, el puño de una espada. La boca del hombre, desfigurada por los dientes rotos, había adoptado por la presión de la tierra una sonrisa macabra. La carne tenía un color castaño brillante.

Estaban apareciendo otros cuerpos. Los phagors trabajaban sin interés, extrayendo el barro con las manos. Vieron otro soldado momificado, con una terrible herida en el pecho. Las arrugas del rostro eran tan nítidas como un dibujo a pluma. No tenía ojos, lo que daba a su expresión una melancólica vacuidad.

El olor a estiércol húmedo era terrible.

—El suelo de turba los ha conservado —dijo SartoriIrvrash—. Pueden ser soldados que murieron en el combate, o por algún otro desastre, hace tal vez cien años.

—Mucho más que eso —dijo CaraBansity, saltando a la trinchera. Desprendió uno de varios objetos que a SartoriIrvrash le parecían piedras y se lo mostró—. Probablemente esto es lo que mató al soldado de los dientes rotos. Es una semilla de rajabaral, dura como el hierro. Quizá la hayan cocido, y por eso no ha germinado. Han pasado seis siglos desde la primavera, la época en que el rajabaral da semilla. Los atacantes las usaban como balas de cañón. Aquí se libró la legendaria batalla de Gravabagalinien. Y hemos encontrado el lugar, porque otra vez será utilizado para combatir.

—Pobres diablos.

—¿Ellos o nosotros? —CaraBansity se movió hacia otro punto de la excavación. Debajo del hombre herido en el pecho, era parcialmente visible un phagor. Tenía el rostro negro y el pelaje enrojecido por la turba; parecía una cosa vegetal comprimida.— Puedes ver cómo, incluso entonces, hombres y phagors luchaban y morían juntos.

SartoriIrvrash resopló disgustado.

—También podían ser enemigos. Nada prueba una cosa ni la otra.

—Es un mal presagio. No quisiera que la reina viese esto. Ni TolramKetinet; se asustaría. Mejor será cubrir esos cuerpos. El ex canciller se dispuso a continuar su camino. —No todos ocultamos los secretos que hallamos, amigo. Poseo conocimientos que, una vez expuestos ante las autoridades de Pannoval, provocarán una Guerra Santa contra la especie de dos filos en todo Campannlat.

CaraBansity lo miró con ojos enrojecidos.

—Y te pagarán por iniciar esa guerra, ¿verdad? Mejor sería que vivieras y dejaras vivir.

—Lo dices tú, Bardol; pero no esas criaturas. Su credo es diferente. Si no actuamos, su número crecerá y nos destruirán. Si tú hubieras visto los rebaños de flambregs…

—No te dejes llevar por la pasión. La pasión siempre atrae problemas… Y ahora continuaré con mi trabajo. Probablemente hay cientos de cadáveres sepultados aquí.

Cruzando los brazos, SartoriIrvrash dijo:

—Me has recibido con frialdad, como la reina.

CaraBansity emergió lentamente de la trinchera.

—Su majestad te ha dado lo que has pedido, un libro y tres hoxneys. —Mordiéndose un nudillo miró al ex canciller.

—¿Por qué estás contra mí, Bardol? ¿Has olvidado que cuando jóvenes mirábamos por tu telescopio, y observábamos juntos las fases de Kaidaw? ¿Y que de esas observaciones dedujimos la geometría cósmica en que habitamos?

—No lo he olvidado. Pero has venido aquí con una oficial sibornalesa, una enemiga de Borlien. La reina corre peligro de muerte, y el reino, de disolución. Yo no quiero a JandolAnganol ni a los phagors; pero prefiero que sobrevivan para que la gente pueda seguir mirando por el telescopio. Si derribas el reino, como deseas, destruirás los telescopios.

Miró hacia el mar, más allá de los árboles, con una expresión de amargura, y encogiéndose de hombros, agregó:

—Ya has visto cómo ha sido borrada Keevasien, que fue una vez un lugar de cultura y el hogar del gran YarapRombry. La cultura florece mejor bajo una vieja injusticia que bajo una nueva. Eso es todo lo que quiero decir.

—Defiendes tu modo de vida.

—Siempre lucharé por mi propio modo de vida. Creo en él. Aunque signifique un combate concreto. Ve y llévate a esa mujer; y no olvides que siempre hay algo más que un brazo en la manga de un sibornalés.

—¿Por qué me hablas de ese modo? Soy una víctima. Un vagabundo. Un exiliado. He perdido el trabajo de toda mi vida. Yo podría haber sido el YarapRombry de nuestra época… Soy inocente.

CaraBansity sacudió su gran cabeza.

—A tu edad la inocencia es un crimen. Vete con tu mujer. Ve a esparcir veneno.

Se miraron desafiantes. El ex canciller suspiró; CaraBansity volvió a su trinchera.

SartoriIrvrash regresó adonde Odi Jeseratabahr lo esperaba con los animales. Montó en su hoxney sin decir palabra, con los ojos llenos de lágrimas.

Siguieron el sendero que llevaba hacia el norte, hacia Oldorando. JandolAnganol y sus hombres habían recorrido ese mismo sendero unos pocos días antes, rumbo al hogar de su futura esposa asesinada.

XIX - OLDORANDO

Los dos soles refulgían en el cielo libre de nubes, aplastando la pradera con su luz combinada.

El rey JandolAnganol, el Águila de Borlien, gozaba al verse otra vez en el desierto. Sus placeres no se parecían a los de todos los hombres. Consistían principalmente en duras marchas y breves descansos. Eso no era del agrado del enviado del C'Sarr, Alam Esomberr, que prefería la molicie.

El rey, sus fuerzas y su séquito eclesiástico se acercaron a Oldorando desde el sur, por uno de los viejos caminos de los peregrinos, que conducía, a través de Oldorando, a la Santa Pannoval.

Oldorando estaba en el centro de los caminos de Campannlat. La ruta migratoria de los phagors y los diversos ucts de los Madis pasaban muy cerca de la ciudad, al este y al oeste. La antigua ruta de la sal zigzagueaba hacia el norte, donde estaban los Quzints y el lago Dorzin. Al oeste se encontraba Kace, la prostituida Kace, hogar de artesanos, vagabundos, malhechores y asesinos; y al oeste, Borlien, la amable Borlien, también hogar de malhechores.

JandolAnganol entraba en un territorio que estaba, como el suyo, en guerra con los bárbaros. La guerra entre Kace y Oldorando se debía tanto a la torpeza del rey Sayren Stund como a la villanía de los Kaci.

Ante el colapso del Segundo Ejército, JandolAnganol había establecido lo que en general era considerado como una paz cobarde con los clanes serranos de Kace, enviándoles un valioso presente de cereal y veronikanos para sellar el armisticio.

Para los Kaci, la paz era relativa; estaban acostumbrados de antiguo a las querellas intestinas. Se limitaron a colgar sus ballestas detrás de la puerta de sus cabañas, y continuaron con sus ocupaciones tradicionales. Éstas consistían en la caza, las disputas sangrientas, la alfarería —hacían excelentes vasijas que cambiaban por tapices a los Madis—, el robo, la minería de piedras preciosas, y la constante presión para que sus escuálidas mujeres trabajaran más. Pero la guerra contra Borlien, a pesar de su carácter esporádico, había generado en los clanes un nuevo sentimiento de unidad.

Tal vez por azar, los clanes dominantes de Kace lograron eludir las pendencias durante la prolongada celebración de la victoria (cuando el grano de JandolAnganol se convirtió en algo apto para beber), y reconocieron como soberano universal a un poderoso bruto llamado Skrumpabowr. A modo de gesto de buena voluntad para festejar su elección, Skrumpabowr ordenó que todos los oldorandanos residentes en territorio de Kace fueran masacrados, o mejor dicho empalados, según la costumbre local.

La siguiente decisión de Skrumpabowr fue reparar los daños causados por la guerra en las terrazas irrigadas y en las aldeas del sudeste. Para este fin, alentó el ingreso de phagors desde Randonan, Quain y Oldorando. A cambio de su trabajo les aseguró protección contra los drumbles que se sucedían en Oldorando. Como eran paganos, los clanes Kaci no veían razón alguna para perseguir a los phagors mientras se comportasen correctamente y no miraran a sus mujeres.

JandolAnganol escuchó estas noticias complacido. Confirmaban sus dotes de diplomático. Pero los Apropiadores pensaban de otro modo. Los Apropiadores eran los militantes del Sacro Imperio Pannovalano, con relaciones de alto rango en la sede de Pannoval. Se rumoreaba que el mismo Kilandar IX había sido un Apropiador en su juventud.

Una fuerza montada de Apropiadores salió de la ciudad de Oldorando e hizo una osada incursión en Akace, el sórdido pueblo de montaña que hacía las veces de capital, matando a un millar de phagors recién llegados, así como a unos pocos Kaci.

Este triunfo no llegó a ser una victoria completa. En su viaje de regreso, los clanes de Skrumpabowr sorprendieron a los Apropiadores, descuidados por el éxito obtenido, y los mataron a su vez, y a muchos de las maneras más sádicas. Sólo un Apropiador llegó a Oldorando, más muerto que vivo, para informar del suceso. Una fina vara de bambú introducida en su ano le atravesaba el cuerpo, y la punta aguzada salía por detrás de su clavícula derecha. Había sido empalado.

Las noticias de este ultraje llegaron a oídos del rey Sayren Stund. Declaró la guerra santa contra los bárbaros y puso precio a la cabeza de Skrumpabowr. Desde entonces se había derramado la sangre de ambas facciones, aunque sobre todo la de Oldorando. En el momento actual, la mitad del ejército oldorandano —en el que no se permitía la presencia de phagors— avanzaba a marchas forzadas entre los shoatapraxis que abundaban en las áridas laderas de Kace.

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