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Authors: J.K. Rowling

Tags: #Aventuras, Fantástico, Infantil y Juvenil, Intriga

Harry Potter. La colección completa (304 page)

BOOK: Harry Potter. La colección completa
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—¡Hagrid —exclamó Hermione con voz chillona, muerta de miedo, mientras Bane y el centauro gris piafaban—, vámonos, por favor!

Hagrid echó a andar, pero aún tenía la ballesta cargada y seguía mirando fijamente a Magorian.

—¡Sabemos qué es lo que guardas en el bosque, Hagrid! —le gritó Magorian mientras los centauros desaparecían de la vista—. ¡Y nuestra tolerancia tiene límites!

Hagrid, que parecía dispuesto a ir derecho hacia donde estaba Magorian, giró la cabeza.

—¡Lo toleraréis mientras esté aquí porque este bosque es tan suyo como vuestro! —gritó mientras Harry y Hermione tiraban con todas sus fuerzas de su chaleco de piel de topo en un intento de impedir que siguiera avanzando.

Hagrid miró hacia abajo con el entrecejo fruncido; al ver a los dos tirando de su chaleco puso cara de sorpresa, pues al parecer acababa de notar que iba arrastrándolos.

—Tranquilos, chicos —dijo; se dio la vuelta y reemprendió el camino, y Harry y Hermione lo siguieron jadeando—. ¡Malditas mulas!

—Hagrid —comentó Hermione, casi sin aliento, mientras sorteaban la zona de ortigas por donde habían pasado en el camino de ida—, si los centauros no quieren que los humanos entremos en el bosque, no sé cómo Harry y yo vamos a poder…

—Bah, ya has oído lo que han dicho —respondió Hagrid quitándole importancia—, no harían daño a unos potros…, quiero decir, a unos niños. Además, no podemos permitir que esas mulas nos mangoneen.

—Has hecho bien en intentarlo —animó Harry por lo bajo a la alicaída Hermione.

Finalmente llegaron al camino y, tras unos minutos más, comprobaron que los árboles ya no crecían tan juntos. Entonces volvieron a divisar fragmentos de cielo azul y oyeron gritos y vítores a lo lejos.

—¿Qué ha sido eso? ¿Otro gol? —preguntó Hagrid, y se paró entre los árboles cuando el estadio de
quidditch
apareció ante su vista—. ¿O será que ha terminado el partido?

—No lo sé —respondió Hermione con tristeza.

Harry vio que su amiga ofrecía muy mal aspecto: tenía la melena llena de hojas y de ramitas, la cara y los brazos estaban cubiertos de arañazos, y había varios desgarrones en su túnica. Imaginó que él no debía de tener una pinta mucho mejor.

—¡Eh, creo que ha terminado! —exclamó Hagrid, que seguía mirando hacia el estadio con los ojos entornados—. ¡Mirad, ya empieza a salir gente, si os dais prisa podréis mezclaros entre el público y nadie se enterará de que no habéis estado ahí!

—Buena idea —dijo Harry—. Bueno…, hasta luego, Hagrid.

—No puedo creerlo —musitó Hermione con voz temblorosa en cuanto estuvieron lo bastante lejos de Hagrid para que él no pudiera oírlos—. No puedo creerlo. No puedo creerlo, de verdad.

—Tranquilízate —le aconsejó Harry.

—¿Que me tranquilice? —se extrañó ella, sofocada—. ¡Un gigante! ¡Un gigante en el bosque! ¡Y pretende que nosotros le enseñemos nuestro idioma! ¡Suponiendo, claro, que podamos burlar a una manada de centauros asesinos al entrar y al salir! ¡No… puedo… creerlo!

—¡Todavía no tenemos que hacer nada! —afirmó Harry en voz baja para aplacarla mientras se mezclaban con una marea de alumnos de Hufflepuff que iban charlando hacia el castillo—. No nos ha pedido que hagamos nada a menos que lo echen, y cabe la posibilidad de que eso no llegue a ocurrir.

—¡Harry, por favor! —chilló Hermione, furiosa, y se paró en seco; los alumnos que iban detrás de ella tuvieron que esquivarla para pasar—. Claro que lo van a echar, y si quieres que te diga la verdad, después de lo que acabamos de ver no podemos culpar a la profesora Umbridge.

Harry lanzó una mirada fulminante a su amiga, cuyos ojos se llenaron lentamente de lágrimas.

—No lo dirás en serio —dijo Harry en voz baja.

—No, bueno, no, no lo he dicho en serio —balbuceó Hermione, enfadada, y se secó las lágrimas—. Pero ¿quieres decirme por qué Hagrid tiene que complicarse tanto la vida y complicárnosla a nosotros?

—No lo sé…

A Weasley vamos a coronar.
A Weasley vamos a coronar.
La quaffle consiguió parar.
A Weasley vamos a coronar…

—Y me encantaría que dejaran de cantar esa estúpida canción —añadió Hermione con desánimo—. ¿No se han regodeado ya bastante con el sufrimiento de Ron? —Una marea de estudiantes subía por la ladera desde el campo de
quidditch
— Venga, entremos antes de que lleguen los de Slytherin —suplicó.

Weasley las para todas
y por el aro no entra ni una pelota.
Por eso los de Gryffindor tenemos que cantar:
a Weasley vamos a coronar.

—Hermione… —dijo Harry, vacilante.

La canción cada vez sonaba más fuerte, pero no provenía del grupo de alumnos de Slytherin, vestidos de color verde y plateado, sino de una masa de alumnos, vestidos de rojo y dorado, que subía lentamente hacia el castillo; un par de ellos llevaban sobre los hombros a un tercero.

A Weasley vamos a coronar.
A Weasley vamos a coronar.
La
quaffle
consiguió parar.
A Weasley vamos a coronar…

—No… —susurró Hermione con voz queda.


¡SÍ!
—exclamó Harry.


¡HARRY! ¡HERMIONE
! —gritó Ron, que enarbolaba la copa de plata de
quidditch
y estaba loco de alegría—.
¡LO HEMOS CONSEGUIDO! ¡HEMOS GANADO!

Cuando Ron pasó por delante de ellos, Harry y Hermione sonrieron muy contentos a su amigo. Los estudiantes se agolparon junto a la puerta del castillo y Ron se golpeó la cabeza contra el dintel, pero los que lo llevaban a hombros se resistían a bajarlo. Sin dejar de cantar, la muchedumbre entró apretujadamente en el vestíbulo y se perdió de vista. Harry y Hermione, que continuaban sonriendo, la vieron marchar, hasta que dejaron de oírse las últimas notas de «A Weasley vamos a coronar». Entonces se miraron y sus sonrisas se desvanecieron.

—Nos guardaremos la noticia para mañana, ¿de acuerdo? —propuso Harry.

—De acuerdo —convino Hermione cansinamente—. No tengo ninguna prisa.

Luego subieron juntos la escalera de piedra. Al llegar a las puertas del castillo, ambos miraron instintivamente hacia el Bosque Prohibido. Harry no estaba seguro de si se lo había imaginado, pero le pareció ver a lo lejos una pequeña bandada de pájaros que echaban a volar sobre las copas de los árboles, como si alguien hubiera arrancado de raíz el árbol en el que estaban posados.

31
TIMOS

La euforia que embargaba a Ron por haber contribuido a que Gryffindor ganara la Copa de
quidditch
era tal que al día siguiente no conseguía concentrarse en nada. Lo único que le apetecía era hablar sobre el partido, así que a Harry y Hermione les resultó muy difícil encontrar el momento adecuado para hablarle de Grawp. La verdad es que no pusieron mucho empeño, pues ninguno de los dos quería ser el que devolviera a Ron a la realidad de una forma tan cruel. Como de nuevo hacía un día templado y despejado, lo convencieron de que fuera a repasar con ellos bajo el haya que había junto a la orilla del lago, donde había menos posibilidades de que los oyeran que en la sala común. Al principio a Ron no le hizo mucha gracia la idea (se lo estaba pasando en grande en la sala común de Gryffindor, donde cada vez que alguien pasaba a su lado le daba unas palmadas en la espalda, por no mencionar los espontáneos cantos de «A Weasley vamos a coronar»), pero al cabo de un rato admitió que le sentaría bien un poco de aire fresco.

Esparcieron sus libros bajo la sombra del haya y se sentaron en la hierba mientras Ron les describía su primera parada del partido por enésima vez.

—Bueno, veréis, Davies ya me había marcado un tanto, así que no estaba muy seguro de mí mismo, pero no sé, cuando Bradley vino hacia mí, como salido de la nada, pensé: «¡Tú puedes hacerlo!» Y tuve un segundo para decidir hacia qué lado me lanzaba, porque parecía que Bradley apuntaba hacia el aro de gol de la derecha, mi derecha, es decir, su izquierda, pero de pronto tuve la corazonada de que sólo estaba haciendo una finta, así que me arriesgué y me lancé hacia la izquierda, es decir, hacia su derecha, y… Bueno, ya visteis lo que pasó —concluyó con modestia, y aunque no hacía ninguna falta se echó el pelo hacia atrás para que pareciera que se lo había alborotado el viento. Miró alrededor para ver si la gente que tenían más cerca (un grupito de cuchicheantes alumnos de tercero de Hufflepuff) lo habían oído—. Y cinco minutos más tarde, cuando Chambers se me acercó… ¿Qué pasa? —preguntó Ron, que se había interrumpido a media frase al ver la expresión del rostro de Harry—. ¿De qué te ríes?

—No me río —se apresuró a contestar su amigo, y bajó la vista hacia sus apuntes de Transformaciones al tiempo que intentaba borrar la sonrisa de sus labios. La verdad era que Harry acababa de recordar a otro jugador de
quidditch
de Gryffindor que un día también se alborotó el cabello, sentado bajo aquella misma haya—. Es que estoy contento de que hayamos ganado.

—Sí —afirmó Ron lentamente saboreando sus palabras—, hemos ganado. ¿Te fijaste en la cara de Chang cuando Ginny atrapó la
snitch
justo debajo de sus narices?

—Seguro que se puso a llorar —comentó Harry con amargura.

—Sí, pero más de rabia que de otra cosa… —Ron frunció levemente el entrecejo—. Pero ¿viste cómo tiraba la escoba cuando llegó al suelo?

—Pues… —balbuceó Harry.

—Mira, Ron, la verdad es que no, no lo vimos —confesó Hermione tras suspirar profundamente. Dejó el libro que tenía en las manos y miró a Ron como si se disculpara—. De hecho, lo único que Harry y yo vimos del partido fue el primer gol de Davies.

En ese momento, el pelo de Ron, cuidadosamente desordenado, pareció ponerse mustio de la desilusión.

—¿No visteis el partido? —preguntó débilmente mirando primero al uno y luego a la otra—. ¿No visteis ninguno de mis paradones?

—Pues… no —repuso Hermione, y extendió una mano hacia él en un gesto apaciguador—. Nosotros no nos habríamos ido por nada del mundo, Ron, pero no tuvimos más remedio.

—¿Ah, sí? —dijo Ron, que se estaba poniendo muy colorado—. ¿Y cómo es eso?

—Fue Hagrid —intervino Harry—. Decidió contarnos por qué va cubierto de heridas desde que regresó de su misión con los gigantes. Quería que lo acompañáramos al bosque; no teníamos elección, ya sabes cómo se pone de pesado. Pues bien…

Le contaron la historia en cinco minutos, y pasado ese tiempo la indignación de Ron había sido reemplazada por una expresión de absoluta incredulidad.

—¿Que se trajo uno y lo escondió en el bosque?

—Sí —confirmó Harry con gravedad.

—No —dijo Ron, como si con aquella palabra pudiera invalidar la afirmación de Harry—. No, no puede ser.

—Pues es —aseguró Hermione con firmeza—. Grawp mide unos cinco metros, se divierte arrancando pinos de seis metros y me conoce —dio un resoplido— como «Hermy».

Ron soltó una risita nerviosa.

—¿Y decís que Hagrid pretende que nosotros…?

—Le enseñemos nuestro idioma, sí —sentenció Harry.

—Se ha vuelto loco —concluyó Ron, sobrecogido.

—Sí —coincidió Hermione con cara de fastidio; pasó una página de
Transformación, nivel intermedio
y se quedó mirando, rabiosa, una serie de diagramas que representaban a una lechuza que se convertía en unos anteojos de teatro—. Sí, empiezo a pensar que eso es lo que le sucede. Pero, desgraciadamente, hizo que Harry y yo lo prometiéramos.

—Pues mira, tendréis que faltar a vuestra promesa, así de sencillo —dijo Ron con vehemencia—. Pero ¿cómo se le ocurre…? Tenemos exámenes, y nos faltó esto —levantó una mano y juntó casi el pulgar y el índice— para que nos expulsaran del colegio. Además…, ¿os acordáis de
Norberto
? ¿Os acordáis de
Aragog
? ¿Alguna vez hemos salido bien parados después de liarnos con alguno de los monstruos amigos de Hagrid?

—Ya lo sé, pero es que… se lo prometimos —repuso Hermione con voz queda.

Ron volvió a aplastarse el pelo. Parecía preocupado.

—Bueno —comentó con un suspiro—, a Hagrid todavía no lo han despedido, ¿no? Si ha aguantado hasta ahora, quizá aguante hasta final de curso y no tengamos que acercarnos a Grawp.

Los jardines del castillo relucían bajo la luz del sol como si acabaran de pintarlos; el cielo, sin una nube, se sonreía a sí mismo en la lisa y brillante superficie del lago; y una suave brisa rizaba de vez en cuando las satinadas y verdes extensiones de césped. Había llegado el mes de junio, pero para los alumnos de quinto curso eso sólo significaba una cosa: que se les habían echado encima los
TIMOS
.

Los profesores ya no les ponían deberes y las clases estaban íntegramente dedicadas a repasar los temas que ellos creían que con mayor probabilidad aparecerían en los exámenes. Aquella atmósfera de febril laboriosidad casi había conseguido apartar de la mente de Harry cualquier otra cosa que no fueran los
TIMOS
, aunque a veces, durante las clases de Pociones, se preguntaba si Lupin le habría dicho a Snape que debía seguir dándole clases particulares de Oclumancia. Si lo había hecho, Snape había ignorado a Lupin igual que a Harry, aunque a él eso no le importaba: ya estaba bastante ocupado y nervioso sin las clases adicionales de Snape, y por suerte Hermione estaba demasiado absorta últimamente para darle la lata con las clases de Oclumancia; su amiga pasaba mucho rato murmurando para sí, y llevaba varios días sin tejer ninguna prenda para elfos.

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