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Authors: J.K. Rowling

Tags: #Aventuras, Fantástico, Infantil y Juvenil, Intriga

Harry Potter. La colección completa (299 page)

BOOK: Harry Potter. La colección completa
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—Sí —respondió Harry—. Supongo que… Defensa Contra las Artes Oscuras.

—Naturalmente —confirmó la profesora McGonagall con tono resuelto—. Y también te aconsejaría… —La profesora Umbridge volvió a toser, esta vez un poco más fuerte. La profesora McGonagall cerró los ojos un momento, volvió a abrirlos y siguió como si tal cosa—. También te aconsejaría que estudiaras Transformaciones, porque en su trabajo los
aurores
necesitan a menudo transformarse y destransformarse. Y he de decirte, Potter, que en mis clases de
ÉXTASIS
no acepto a ningún alumno que no haya conseguido como mínimo un «Supera las expectativas» en el
TIMO
. Si no me equivoco, de momento tú tienes una media de «Aceptable», de modo que tendrás que ponerte a estudiar en serio antes de los exámenes si quieres continuar con esa asignatura. También deberías estudiar Encantamientos, que siempre son muy útiles, y Pociones. Sí, Potter, Pociones —añadió, y esbozó una brevísima sonrisa—. El estudio de las pociones y de los antídotos es fundamental para los
aurores
. Y debes saber que el profesor Snape no acepta a ningún alumno que no haya conseguido un «Extraordinario» en su
TIMO
, así que… —La profesora Umbridge soltó la tos más pronunciada hasta el momento—. ¿Quiere una pastilla para la tos, Dolores? —preguntó con aspereza la profesora McGonagall sin mirar a su colega.

—No, muchas gracias —contestó ésta con aquella sonrisa tonta que tanto odiaba Harry—. Sólo me preguntaba si le importaría que hiciera una brevísima interrupción, Minerva.

—No, no me importaría. Adelante —indicó la profesora McGonagall apretando los dientes.

—Me estaba preguntando si el señor Potter tiene temperamento de
auror
—comentó la profesora Umbridge con dulzura.

—¿Ah, sí? —dijo la profesora McGonagall con altivez—. Bueno, Potter —continuó, como si la interrupción no se hubiera producido—, si de verdad quieres ser
auror
, te recomiendo que te concentres en alcanzar el nivel requerido en Transformaciones y en Pociones. Veo que el profesor Flitwick siempre te ha puesto «Aceptable» o «Supera las expectativas» en los dos últimos años, de modo que tu nivel de Encantamientos debe de ser satisfactorio. En cuanto a Defensa Contra las Artes Oscuras, siempre has sacado buenas notas; el profesor Lupin, particularmente, creía que tú… ¿Seguro que no quiere una pastilla para la tos, Dolores?

—¡Oh, no, Minerva! Gracias, pero no la necesito —dijo con la misma sonrisa tonta la profesora Umbridge, que había vuelto a toser aún más fuerte—. Es sólo que por lo visto no tiene usted delante las últimas calificaciones de Harry en Defensa Contra las Artes Oscuras. Estoy segura de que le he pasado una nota.

—¿Se refiere a esto? —preguntó la profesora McGonagall con tono de repugnancia, y sacó una hoja de pergamino de color rosa de entre las solapas de la carpeta del expediente de Harry. La miró con las cejas un poco arqueadas y volvió a guardarla en su sitio sin hacer ningún comentario—. Sí, Potter, como iba diciendo, el profesor Lupin opinaba que demostrabas tener excelentes aptitudes para la asignatura, y como podrás suponer, para ser
auror

—¿No ha entendido mi nota, Minerva? —la interrumpió la profesora Umbridge con tono meloso. Esta vez se le había olvidado toser.

—Claro que la he entendido —respondió la profesora McGonagall, pero apretó tanto los dientes que apenas se distinguieron sus palabras.

—Bueno, pues entonces no me explico… Me temo que no comprendo cómo puede dar falsas esperanzas a Potter de que…

—¿Falsas esperanzas? —repitió la profesora McGonagall, que seguía resistiéndose a mirar a la profesora Umbridge—. Ha sacado muy buenas notas en todos sus exámenes de Defensa Contra las Artes Oscuras…

—Lamento muchísimo tener que contradecirla, Minerva, pero como verá en mi nota, Harry ha obtenido unos resultados muy bajos en sus clases conmigo…

—Me parece que debería ser más clara —la atajó la profesora McGonagall, y se volvió por fin para mirar a los ojos a la profesora Umbridge—. Ha sacado muy buenas notas siempre que se ha examinado con un profesor competente.

La sonrisa de la profesora Umbridge se borró de su rostro con la rapidez con que explota una bombilla. Se recostó en el respaldo de su asiento, dio la vuelta a la hoja de pergamino que tenía en el sujetapapeles y empezó a escribir a toda velocidad dirigiendo los saltones ojos de un margen al otro de la página. La profesora McGonagall se volvió hacia Harry; resoplaba y echaba chispas por los ojos. —¿Alguna pregunta, Potter?

—Sí —contestó él—. ¿En qué consisten esas pruebas de personalidad y aptitudes que te hace el Ministerio si consigues suficientes
ÉXTASIS
?

—Verás, tendrás que demostrar que eres capaz de reaccionar correctamente ante la presión y cosas por el estilo —explicó la profesora McGonagall—; que eres perseverante y entregado, porque el curso de
auror
dura tres años más; y que dominas la Defensa práctica. Eso supone que tendrás que seguir estudiando mucho una vez que salgas del colegio, así que, a menos que estés dispuesto a…

—Creo que también sabrá —la interrumpió la profesora Umbridge con aspereza— que el Ministerio revisa los antecedentes de los aspirantes a
aurores
. Sus antecedentes penales.

—… a menos que estés dispuesto a seguir haciendo exámenes después de salir de Hogwarts, deberías buscar otra…

—Y eso significa que este chico tiene tantas posibilidades de llegar a ser
auror
como Dumbledore de volver a este colegio.

—Entonces tiene muchas posibilidades —respondió la profesora McGonagall.

—Potter tiene antecedentes penales —le recordó la profesora Umbridge.

—A Potter lo absolvieron de todos los cargos —afirmó la profesora McGonagall, subiendo aún más el tono de voz. La profesora Umbridge se puso en pie. Era tan baja que no se notó mucho que lo hacía, pero su cursilería había dejado paso a una ira desbocada que hizo que su ancha y blanda cara adoptara una expresión siniestra.

—¡Potter no tiene ni la más remota posibilidad de llegar a ser
auror
! —sentenció.

La profesora McGonagall se levantó también, y en su caso sí se notó la diferencia, pues era mucho más alta que la profesora Umbridge.

—¡Voy a ayudarte a ser
auror
aunque sea lo último que haga en esta vida, Potter! —aseguró con rotundidad—. ¡Aunque tenga que darte clases particulares todas las noches! ¡Me encargaré de que alcances los resultados requeridos!

—¡El Ministerio de Magia jamás dará empleo a Harry Potter! —replicó la profesora Umbridge a voz en grito.

—¡Es muy posible que cuando Potter esté preparado para entrar en el Ministerio ya haya otro ministro! —bramó la profesora McGonagall.

—¡Aja! —chilló la profesora Umbridge apuntando a la profesora McGonagall con un dedo regordete—. ¡Sí! ¡Eso, eso, eso! ¡Claro! Eso es lo que usted quiere, ¿verdad, Minerva McGonagall? ¡Quiere que Albus Dumbledore sustituya a Cornelius Fudge! Cree que ocupará mi puesto, ¿verdad? ¡Subsecretaría del ministro y, por si fuera poco, directora del colegio!

—Está loca de atar —masculló la profesora McGonagall con profundo desdén— Potter, ya hemos terminado la consulta sobre orientación académica.

Harry se colgó la mochila del hombro y salió muy deprisa de la habitación, sin atreverse a mirar a la profesora Umbridge. Mientras recorría el pasillo, siguió oyendo a las dos mujeres, que se gritaban una a otra.

La profesora Umbridge seguía respirando como si acabara de correr una maratón cuando entró pisando fuerte en la clase de Defensa Contra las Artes Oscuras de aquella tarde.

—Espero que te hayas pensado mejor eso que planeas hacer, Harry —susurró Hermione en cuanto abrieron los libros por el capítulo treinta y cuatro, «Respuesta pacífica y negociación»—. La profesora Umbridge ya está de muy mal humor…

De vez en cuando Dolores Umbridge lanzaba miradas de odio a Harry, que mantenía la cabeza agachada y no apartaba la vista de su ejemplar de
Teoría de defensa mágica,
mirándolo sin ver nada, mientras pensaba…

Se imaginaba la reacción de la profesora McGonagall si lo sorprendían entrando ilegalmente en el despacho de la profesora Umbridge sólo unas horas después de que ella hubiera dado la cara por él. Nada le impedía volver a la torre de Gryffindor y confiar en que durante las vacaciones de verano algún día se le presentara la ocasión de pedir a Sirius que le explicara la escena que había visto en el
pensadero
… Nada, salvo que la idea de adoptar esa sensata actitud hacía que notara como si tuviera el estómago lleno de plomo… Y, además, estaban Fred y George, cuya maniobra de distracción ya estaba preparada, por no mencionar la navaja que Sirius le había regalado, y que en esos momentos llevaba en la mochila junto con la capa invisible de su padre.

Pero lo cierto era que si lo sorprendían…

—¡Dumbledore se ha sacrificado para que no tengas que marcharte del colegio, Harry! —le susurró Hermione levantando su libro y escondiéndose detrás para que la profesora Umbridge no le viera la cara—. ¡Y si consigues que te expulsen hoy, todo habrá sido en vano!

Podía abandonar el plan y aprender a vivir, sencillamente, con el recuerdo de lo que su padre había hecho un día de verano, hacía más de veinte años…

Y entonces se acordó de Sirius en la chimenea de la sala común de Gryffindor…

«No te pareces a tu padre tanto como yo creía. Para James, el riesgo habría sido lo divertido.»

Pero ¿todavía quería parecerse a su padre?

—¡No lo hagas, Harry, por favor! —le suplicó Hermione con voz de angustia mientras sonaba la campana que anunciaba el final de la clase.

Harry no dijo nada; no sabía qué hacer. Ron, por su parte, parecía decidido a no manifestar su opinión y a no ofrecer consejos; ni siquiera miraba a Harry a la cara, aunque, cuando Hermione abrió la boca para intentar una vez más disuadir a su amigo, Ron dijo en voz baja:

—Déjalo ya, ¿quieres? Harry es mayorcito para tomar sus propias decisiones.

El corazón de Harry latía muy deprisa cuando salió del aula. Cuando estaba más o menos en la mitad del pasillo oyó los lejanos pero inconfundibles sonidos de una maniobra de distracción. Se oían gritos y chillidos que, procedentes de más arriba, resonaban por todas partes; los alumnos que salían de las aulas se paraban en seco y miraban con temor hacia el techo…

La profesora Umbridge abandonó precipitadamente la clase, tan aprisa como le permitían sus cortas piernas.

Sacó su varita mágica y echó a correr en dirección opuesta a la de Harry: era ahora o nunca.

—¡Por favor, Harry! —le suplicó Hermione débilmente.

Pero Harry ya había tomado una decisión; se colgó mejor la mochila y rompió a correr esquivando a los alumnos que se precipitaban en dirección opuesta para ver qué era aquel alboroto del ala este.

Harry llegó al pasillo del despacho de la profesora Umbridge y lo encontró vacío. Se escondió detrás de una armadura, cuyo yelmo giró chirriando para mirarlo; abrió su mochila, agarró la navaja de Sirius y se puso la capa invisible. Entonces salió arrastrándose lenta y cuidadosamente de detrás de la armadura y recorrió el pasillo hasta llegar frente a la puerta de la profesora Umbridge.

Introdujo la hoja de la navaja mágica en el resquicio de la puerta y la movió con suavidad hacia arriba y hacia abajo; luego la retiró. Se oyó un débil chasquido, y la puerta se abrió. Harry entró en el despacho, cerró rápidamente tras él y miró alrededor.

No se movía nada salvo aquellos horribles gatitos que seguían retozando en los platos que había colgados en la pared, encima de las escobas confiscadas.

Harry se quitó la capa invisible, fue con aire resuelto hasta la chimenea y sólo tardó unos segundos en encontrar lo que buscaba: una cajita llena de relucientes polvos flu. A continuación se agachó ante la chimenea, que estaba apagada; le temblaban las manos. Era la primera vez que hacía aquello, aunque creía que sabía cómo funcionaba. Metió la cabeza en la chimenea, cogió un buen pellizco de polvos y los tiró sobre los troncos ordenadamente apilados que tenía debajo. Los polvos explotaron al instante y provocaron unas llamas de color verde esmeralda.

—¡Número doce de Grimmauld Place! —dijo Harry con voz fuerte y clara.

Fue una de las sensaciones más extrañas que jamás había experimentado. Había viajado mediante polvos flu en otras ocasiones, desde luego, pero siempre había sido el cuerpo entero lo que le había girado y girado en medio de las llamas por la red de chimeneas mágicas que se extendía por el país. Esta vez, en cambio, las rodillas de Harry permanecían firmes sobre el frío suelo del despacho de la profesora Umbridge, y sólo la cabeza le volaba a toda velocidad por el fuego de color esmeralda…

Y entonces, tan bruscamente como había empezado a suceder, la cabeza dejó de darle vueltas. Harry, que se sentía muy mareado y como si llevara una bufanda muy caliente alrededor de la cabeza, abrió los ojos y vio que miraba desde la chimenea de la cocina de Grimmauld Place hacia la larga mesa de madera, donde había un hombre sentado leyendo detenidamente una hoja de pergamino.

—¿Sirius?

El hombre se sobresaltó y miró alrededor. No era Sirius, sino Lupin.

—¡Harry! —Estaba absolutamente desconcertado—. ¿Qué haces tú…? ¿Qué ha pasado? ¿Va todo bien?

—Sí —contestó él—. Sólo quería… Bueno, me apetecía charlar un poco con Sirius.

—Voy a buscarlo —dijo Lupin, y se puso en pie sin cambiar aquella cara de absoluta perplejidad—. Ha subido a buscar a Kreacher, que al parecer ha vuelto a esconderse en el desván…

Harry vio cómo Lupin salía a toda prisa de la cocina. Ahora no podía mirar otra cosa que no fueran las patas de las sillas y la mesa. Se preguntó por qué su padrino nunca había comentado lo incómodo que era hablar desde la chimenea; empezaban a dolerle las rodillas a causa del prolongado contacto con el duro suelo de piedra del despacho de la profesora Umbridge.

Lupin regresó unos minutos más tarde con Sirius.

—¿Qué pasa? —preguntó éste con apremio, apartándose el largo y oscuro cabello de los ojos y sentándose frente a la chimenea para ponerse a la altura de Harry. Lupin se arrodilló también; parecía muy preocupado—. ¿Estás bien? ¿Necesitas ayuda?

—No —contestó Harry—, no pasa nada… Sólo quería hablar… de mi padre.

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