Read Harry Potter. La colección completa Online

Authors: J.K. Rowling

Tags: #Aventuras, Fantástico, Infantil y Juvenil, Intriga

Harry Potter. La colección completa (300 page)

BOOK: Harry Potter. La colección completa
7.68Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Sirius y Lupin intercambiaron una mirada de desconcierto, pero Harry no tenía tiempo para sentirse avergonzado ni abochornado; cada vez le dolían más las rodillas y calculaba que ya debían de haber pasado cinco minutos desde el inicio de la maniobra de distracción; George sólo le había garantizado veinte. Por lo tanto, abordó inmediatamente el tema de lo que había visto en el
pensadero
.

Cuando hubo terminado, ni Sirius ni Lupin dijeron nada durante un rato, pero después Lupin dijo con voz queda:

—No quisiera que juzgaras a tu padre por lo que viste allí, Harry. Sólo tenía quince años…

—¡Yo también tengo quince años! —protestó Harry.

—Mira, Harry —intervino Sirius con tono apaciguador—, James y Snape se odiaron a muerte desde el día que se vieron por primera vez, sentían aversión mutua, eso lo entiendes, ¿verdad? Creo que James tenía todo lo que a Snape le habría gustado tener: amigos, era bueno jugando al
quidditch
… Era bueno en casi todo. Y Snape no era más que un bicho raro que se pirraba por las artes oscuras, y James siempre odió las artes oscuras, Harry, eso te lo puedo asegurar.

—Ya, pero atacó a Snape sin motivo, sólo porque…, bueno, sólo porque tú dijiste que te aburrías —concluyó con un deje de disculpa en la voz.

—No me enorgullezco de ello —se apresuró a decir su padrino.

Lupin miró de soslayo a Sirius y dijo:

—Mira, Harry, lo que tienes que entender es que tu padre y Sirius eran los mejores del colegio en todo. Los demás pensaban que eran insuperables, y si a veces se dejaban llevar un poco…

—Si a veces éramos unos chulos arrogantes, querrás decir —lo corrigió Sirius.

Lupin sonrió.

—Se despeinaba el pelo continuamente —comentó Harry, apenado.

Sirius y Lupin rieron.

—Se me había olvidado que tenía esa costumbre —comentó Sirius cariñosamente.

—¿Estaba jugando con la
snitch
? —preguntó Lupin.

—Sí —respondió Harry, y vio con estupor cómo Sirius y Lupin sonreían con nostalgia—. Pero… me pareció que era un poco idiota.

—¡Pues claro que era un poco idiota! —admitió Sirius—. ¡Todos lo éramos! Bueno, Lunático no tanto —añadió con justicia mirando a Lupin.

Pero éste negó con la cabeza.

—¿Os dije alguna vez que dejarais tranquilo a Snape? ¿Tuve alguna vez el valor de comentaros que creía que os estabais pasando de la raya?

—Ya, pero… —replicó Sirius—. A veces conseguías que nos avergonzáramos de nosotros mismos, y eso ya era algo.

—¡Y no paraba de mirar a las chicas que había en la orilla del lago para ver si ellas lo miraban a él! —prosiguió Harry, obstinado. Ya que había ido hasta allí, decidió soltar todo lo que tenía en la cabeza.

—Sí, bueno, siempre hacía el ridículo cuando veía a Lily —afirmó Sirius encogiéndose de hombros—. Cuando ella estaba cerca, James no podía evitar hacerse el chulo.

—¿Cómo puede ser que mi madre se casara con él? —preguntó Harry muy afligido—. ¡Lo odiaba!

—No, no lo odiaba —respondió Sirius.

—Empezó a salir con él en séptimo —concretó Lupin.

—Cuando a James ya se le habían bajado un poco los humos —añadió Sirius.

—Y ya no echaba maleficios a la gente para divertirse —dijo Lupin.

—¿Tampoco a Snape?

—Bueno, Snape era un caso especial —admitió Lupin—. Verás, él tampoco desaprovechaba jamás la oportunidad de echar una maldición a James, y lo lógico era que James se defendiera, ¿no?

—¿Y a mi madre no le importaba?

—La verdad es que no se enteraba —repuso Sirius—. Como podrás imaginar, James no se llevaba a Snape a sus citas con Lily para embrujarlo delante de ella. —Sirius miró con la frente fruncida a Harry, que todavía no parecía convencido—. Mira —dijo—, tu padre era el mejor amigo que jamás he tenido, y una buena persona. Mucha gente se comporta como si fuera idiota cuando tiene quince años. Pero James maduró con el tiempo.

—Está bien —aceptó Harry, apesadumbrado—. Es que nunca pensé que podría sentir lástima por Snape.

—Oye, por cierto —terció Lupin, y frunció un poco el entrecejo—, ¿cómo reaccionó Snape cuando se enteró de que habías visto todo eso?

—Me dijo que no volvería a enseñarme Oclumancia —contestó Harry con indiferencia—, como si yo fuera a echar de menos las…


¿CÓMO DICES?
—gritó Sirius haciendo que Harry se sobresaltara y aspirara un montón de cenizas.

—¿Lo dices en serio, Harry? —le preguntó Lupin—. ¿Ha dejado de darte clases?

—Sí —contestó él, muy sorprendido por lo que consideraba una reacción exagerada—. Pero no pasa nada, no me importa, en realidad me alegro…

—¡Voy para allá ahora mismo! ¡Se va a enterar! —gritó Sirius con vehemencia, e hizo el amago de levantarse, pero Lupin lo agarró por un brazo y lo obligó a sentarse.

—¡Si hay que decirle algo a Snape, ya me encargo yo! —aclaró Lupin con firmeza—. Pero Harry, antes que nada, tienes que ir a hablar con Snape y decirle que de ningún modo debe dejar de darte clases. Cuando lo sepa Dumbledore…

—¡No puedo decirle eso, me mataría! —exclamó Harry, escandalizado—. Vosotros no lo visteis cuando salimos del
pensadero
.

—¡Harry, ahora lo más importante es que aprendas Oclumancia! —aseguró Lupin con severidad—. ¿Me has entendido? ¡No hay nada más importante!

—Está bien, está bien —dijo el chico, confuso y enfadado—. Intentaré decirle algo, pero no va a ser…

Se quedó callado. Había oído unos pasos a lo lejos.

—¿Qué es eso? ¿Está bajando Kreacher por la escalera?

—No —contestó Sirius mirando hacia atrás—. Debe de ser alguien en tu lado.

A Harry le dio un vuelco el corazón.

—¡Más vale que me vaya! —dijo apresuradamente, y sacó la cabeza de la chimenea de Grimmauld Place. Durante unos instantes tuvo la sensación de que le giraba sobre los hombros; entonces se encontró arrodillado delante de la chimenea del despacho de la profesora Umbridge, con la cabeza en su sitio, mientras contemplaba cómo las llamas de color esmeralda parpadeaban hasta apagarse.

—¡Rápido, rápido! —oyó que decía una voz jadeante al otro lado de la puerta del despacho—. Ah, la ha dejado abierta…

Harry se lanzó a coger su capa invisible, y acababa de cubrirse con ella cuando Filch irrumpió en el despacho. Parecía contentísimo por algo y hablaba solo, febrilmente, mientras cruzaba la habitación; abrió un cajón de la mesa de la profesora Umbridge y empezó a revolver los papeles que había dentro.

—Permiso para dar azotes… Permiso para dar azotes… Por fin podré hacerlo… Llevan años buscándoselo…

Sacó un trozo de pergamino, lo besó y fue rápidamente hacia la puerta, arrastrando los pies, con la hoja de pergamino abrazada contra el pecho.

Harry se puso en pie y, tras asegurarse de que tenía su mochila y de que la capa invisible lo cubría por completo, abrió la puerta sin vacilar y salió corriendo del despacho detrás de Filch, que renqueaba a una velocidad insólita en él.

Cuando estuvo en el piso inferior al del despacho de la profesora Umbridge, Harry creyó que ya no corría peligro si volvía a hacerse visible. Por tanto, se quitó la capa, la guardó en su mochila y siguió adelante. Se oían gritos y jaleo provenientes del vestíbulo. Bajó a toda velocidad la escalera de mármol y encontró al colegio en pleno reunido allí.

La situación era muy parecida a la del día que despidieron a la profesora Trelawney. Los estudiantes estaban de pie formando un gran corro a lo largo de las paredes (Harry se fijó en que algunos estaban cubiertos de una sustancia que parecía jugo fétido); además de alumnos, también había profesores y fantasmas. Entre los curiosos destacaban los miembros de la Brigada Inquisitorial, que parecían muy satisfechos de sí mismos, y Peeves, que cabeceaba suspendido en el aire, desde donde contemplaba a Fred y George, que estaban sentados en el suelo en medio del vestíbulo. Era evidente que acababan de atraparlos.

—¡Muy bien! —gritó triunfante la profesora Umbridge, que sólo estaba unos cuantos escalones más abajo que Harry y contemplaba a sus presas desde arriba—. ¿Os parece muy gracioso convertir un pasillo del colegio en un pantano?

—Pues sí, la verdad —contestó Fred, que miraba a la profesora sin dar señal alguna de temor.

Filch, que casi lloraba de felicidad, se abrió paso a empujones hasta la profesora Umbridge.

—Ya tengo el permiso, señora —anunció con voz ronca mientras agitaba el trozo de pergamino que Harry le había visto sacar de la mesa de la profesora Umbridge—. Tengo el permiso y tengo las fustas preparadas. Déjeme hacerlo ahora, por favor…

—Muy bien, Argus —repuso ella—. Vosotros dos —prosiguió sin dejar de mirar a los gemelos— vais a saber lo que les pasa a los alborotadores en mi colegio.

—¿Sabe qué le digo? —replicó Fred—. Me parece que no. —Miró a su hermano y añadió—: Creo que ya somos mayorcitos para estar internos en un colegio, George.

—Sí, yo también tengo esa impresión —coincidió George con desparpajo.

—Ya va siendo hora de que pongamos a prueba nuestro talento en el mundo real, ¿no? —le preguntó Fred.

—Desde luego —contestó George.

Y antes de que la profesora Umbridge pudiera decir ni una palabra, los gemelos Weasley levantaron sus varitas y gritaron juntos:


¡Accio escobas!

Harry oyó un fuerte estrépito a lo lejos, miró hacia la izquierda y se agachó justo a tiempo. Las escobas de Fred y George, una de las cuales arrastraba todavía la pesada cadena y la barra de hierro con que la profesora Umbridge las había atado a la pared, volaban a toda pastilla por el pasillo hacia sus propietarios; torcieron hacia la izquierda, bajaron la escalera como una exhalación y se pararon en seco delante de los gemelos. El ruido que hizo la cadena al chocar contra las losas de piedra del suelo resonó por el vestíbulo.

—Hasta nunca —le dijo Fred a la profesora Umbridge, y pasó una pierna por encima de la escoba.

—Sí, no se moleste en enviarnos ninguna postal —añadió George, y también montó en su escoba.

Fred miró a los estudiantes que se habían congregado en el vestíbulo, que los observaban atentos y en silencio.

—Si a alguien le interesa comprar un pantano portátil como el que habéis visto arriba, nos encontrará en Sortilegios Weasley, en el número noventa y tres del callejón Diagon —dijo en voz alta.

—Hacemos descuentos especiales a los estudiantes de Hogwarts que se comprometan a utilizar nuestros productos para deshacerse de esa vieja bruja —añadió George señalando a la profesora Umbridge.


¡DETENEDLOS!
—chilló la mujer, pero ya era demasiado tarde.

Cuando la Brigada Inquisitorial empezó a cercarlos, Fred y George dieron un pisotón en el suelo y se elevaron a más de cuatro metros, mientras la barra de hierro oscilaba peligrosamente un poco más abajo. Fred miró hacia el otro extremo del vestíbulo, donde estaba suspendido el
poltergeist,
que cabeceaba a la misma altura que ellos, por encima de la multitud.

—Hazle la vida imposible por nosotros, Peeves.

Y Peeves, a quien Harry jamás había visto aceptar una orden de un alumno, se quitó el sombrero con cascabeles de la cabeza e hizo una ostentosa reverencia al mismo tiempo que los gemelos daban una vuelta al vestíbulo en medio de un aplauso apoteósico de los estudiantes y salían volando por las puertas abiertas hacia una espléndida puesta de sol.

30
Grawp

La historia del vuelo hacia la libertad de Fred y George se contó tantas veces en los días siguientes que Harry comprendió que pronto se convertiría en una de las leyendas de Hogwarts. Al cabo de una semana, los que lo habían presenciado estaban casi convencidos de que habían visto a los gemelos lanzar bombas fétidas desde sus escobas a la profesora Umbridge antes de salir disparados hacia los jardines. Inmediatamente después de su partida, muchos alumnos se plantearon seguir los pasos de los gemelos Weasley. Harry oyó a varios hacer comentarios como: «Te aseguro que hay días en que me montaría en mi escoba y me largaría de aquí» o «Una clase más como ésta y creo que me marco un Weasley».

Fred y George se habían asegurado de que nadie se olvidara de ellos demasiado deprisa. Para empezar, no habían dejado instrucciones para lograr que el pantano, que todavía inundaba el pasillo del quinto piso del ala este, desapareciera. La profesora Umbridge y Filch habían intentado retirarlo de allí por diversos medios, pero ninguno había dado resultado. Finalmente acordonaron la zona, y Filch, aunque rechinaba los dientes muerto de rabia, tenía que encargarse de llevar a los alumnos en un bote hasta las aulas. Harry no tenía ninguna duda de que profesores como Flitwick o McGonagall habrían hecho desaparecer el pantano en un abrir y cerrar de ojos, pero, como había ocurrido en el caso de los Magifuegos Salvajes Weasley, al parecer preferían que la profesora Umbridge pasara apuros.

Por otra parte, no había que olvidar los dos enormes agujeros con forma de escoba que habían hecho las Barredoras de Fred y George en la puerta del despacho de la profesora Umbridge al ir a reunirse con sus dueños. Filch puso una puerta nueva y se llevó la Saeta de Fuego de Harry a las mazmorras, donde se rumoreaba que la profesora Umbridge había puesto un trol de seguridad para vigilarla. Sin embargo, los problemas de Dolores Umbridge no acababan ahí.

Inspirados por el ejemplo de los gemelos Weasley, un gran número de estudiantes aspiraban a ocupar el cargo vacante de alborotador en jefe. Pese a la nueva puerta del despacho de la profesora Umbridge, alguien consiguió deslizar en la estancia un
escarbato
de hocico peludo que no tardó en destrozar el lugar en su búsqueda de objetos relucientes, saltó sobre la profesora cuando ésta entró en la habitación e intentó roer los anillos que llevaba en los regordetes dedos. Además, por los pasillos se tiraban tantas bombas fétidas que los alumnos adoptaron la nueva moda de hacerse encantamientos casco-burbuja antes de salir de las aulas, porque así podían respirar aire no contaminado, aunque eso les diera un aspecto muy peculiar: parecía que llevaban la cabeza metida en una pecera.

BOOK: Harry Potter. La colección completa
7.68Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Other books

Redemption's Warrior by Jennifer Morse and William Mortimer
Forged in Blood II by Buroker, Lindsay
The Everlasting Hatred by Hal Lindsey
Shape-Shifter by Pauline Melville
Against Gravity by Gary Gibson
Breathless by Kelly Martin
Mary Reilly by Valerie Martin
Night Haven by Fiona Jayde