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Authors: Kristin Cashore

Tags: #Aventuras, Fantástico, Infantil y juvenil

Graceling (44 page)

BOOK: Graceling
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—Sé lo que ha pedido que hagamos, alteza —le dijo Parche, que seguía a su lado. En esta ocasión lo miró sorprendida de verdad. El primer oficial contemplaba con gesto grave los árboles que iban quedando atrás—. La capitana Faun me lo explicó —añadió—. Nos lo ha contado a algunos de nosotros, muy pocos. Quiere tener de su parte a varios hombres cuando llegue el momento de decírselo al resto de la tripulación.

—Entonces, ¿está usted de acuerdo? —preguntó la joven.

—Al final me convenció.

—Me alegro, aunque también lo lamento.

—No es culpa suya, alteza, sino de ese monstruo que es rey de Monmar.

Comenzó a caer una nevada ligera, y Katsa alargó las manos para recoger los copos.

—¿Qué cree usted que le pasa a ese hombre, alteza? —preguntó Parche.

Un copo se posó en el centro de la palma de Katsa, y ella cuestionó:

—¿Que qué le pasa? ¿A qué se refiere?

—Pues a que tiene que pasarle algo raro para que disfrute haciendo daño a la gente.

—Su gracia le da poder para hacerlo.

—Todo el mundo tiene de algún modo poder para herir a otros, pero eso no significa que lo lleve a la práctica —argumentó el oficial.

—No sé, no sé —repuso Katsa, que recordó a Randa, a Murgon y a los otros reyes y sus actos arbitrarios—. Mi opinión es que hay bastantes personas que son felices siendo tan crueles como se lo permite su poder, y no existe nadie tan poderoso como Leck en ese sentido. Ignoro por qué lo hace, pero sé que hay que poner fin a sus desmanes.

—¿Cree que él sabe dónde está usted, alteza?

Katsa se quedó mirando los copos que se deshacían al tocar el agua, y suspiró.

—Recorrimos caminos apenas transitados tras salir de Monmar —explicó—. No le contamos a nadie adonde íbamos hasta que subimos a este barco. Sin embargo... Nos vio a los dos, Parche, al príncipe Po y a mí, y nos identificó. Hay pocos sitios en los que podríamos ocultar a la niña, de modo que, antes o después, vendrá aquí a buscarla. He de hallar un lugar donde esconderla, ya sea dentro del castillo, a campo raso o incluso en alguna zona agreste de Lenidia.

—Las condiciones serán muy rigurosas hasta la llegada de la primavera, alteza

—Sí, ya lo sé. En fin, es posible que no pueda darle comodidades, pero al menos la mantendré a salvo.

Po le había dicho que su castillo era pequeño, más semejante a una casona que a un palacio. Sin embargo, después de ver el espacio de cielo que ocupaba el castillo de Ror, Katsa se cuestionaba si lo que Po entendía por «grande» o «pequeño» significaba lo mismo que para otras personas. El castillo de Randa era grande; el de Ror, descomunal. Estaba por ver dónde encajaba el de Po.

Cuando por fin lo divisó, le complació, pues era pequeño o, al menos, lo parecía, visto desde su posición en lo alto de los aparejos. Estaba construido con piedra enlucida, sencillamente; y los balcones y los marcos de las ventanas se habían pintado de un color azul, acorde con el del cielo. No obstante, una única torre cuadrada, que se alzaba detrás del cuerpo principal de la construcción, sugería que era algo más que una casa grande.

Su situación, ni que decir tiene, distaba mucho de ser corriente, detalle que complacía a Katsa más incluso que su simplicidad: un acantilado emergía del agua y se alzaba hacia el cielo; en lo alto y al borde mismo de la pared vertical, el castillo se asomaba al mar. Parecía como si fuera a precipitarse a las aguas en cualquier momento, o como si el viento fuera capaz de apalancarse en alguna grieta de los cimientos y, de un soplo, derribar la edificación que, entre crujidos y gemidos, caería al mar. Ahora entendía por qué era peligroso salir a los balcones en invierno, puesto que algunos de ellos colgaban en el vacío.

Bajo el castillo, el mar rompía contra el acantilado, pero en la pared rocosa se distinguía un recoveco, una cala —una playa diminuta—, en la que las olas morían y depositaban espuma en la arena. Desde esa playa, una escalera ascendía por un lado del acantilado, lo rodeaba, y, desapareciendo en ocasiones, llegaba finalmente a un lateral del castillo, al pie de uno de aquellos vertiginosos balcones.

—¿Dónde atracaremos? —le preguntó Katsa a la capitana cuando hubo bajado de los aparejos.

—Hay una bahía al otro lado del cantil rocoso, un poco más allá de la playa. Allí fondearemos, alteza. Desde esa bahía, parte un camino que da la impresión de que te lleva en sentido contrario, alejándose del castillo, pero enseguida traza un recodo cerrado y conduce, colina arriba, a la fachada principal. Puede que haya nieve en la ladera, pero el camino se mantiene siempre despejado por si el príncipe regresa sin previo aviso.

—Lo describe como si lo conociera bien.

—Años atrás capitaneaba un barco más pequeño, alteza; era una nave de aprovisionamiento. Todos los castillos de Lenidia están situados en parajes muy bellos, pero créame si le digo que no es nada fácil abastecerlos. El camino hasta la puerta del castillo del príncipe Po es empinado.

—¿Con qué servidumbre cuenta el príncipe para su mantenimiento?

—Diría que con un número reducido, alteza. Pero le recuerdo que ahora el castillo es suyo y los criados están a su servicio, aunque usted siga hablando como si le pertenecieran a él.

Katsa lo sabía muy bien, y era una de las razones por las que no estaba deseosa de tener ese primer encuentro con los moradores del castillo. Por si fuera poco, además de la aparición de lady Katsa de Terramedia (una graceling tristemente célebre por ser la mano represora del rey Randa), poseedora del anillo de Po, contaban también los acontecimientos absurdos y trágicos que tendría que explicar sobre Leck y Cinérea, así como sus intenciones de convertir el castillo en una fortaleza y de cortar todo contacto con el resto del mundo. Katsa tenía la impresión de que el encuentro no iba a ir como una seda.

El sendero era tal cual lo había descrito la capitana Faun, y la ladera de la colina, empinada y con ventisqueros. No obstante, la mayor dificultad a la que se enfrentaron fue la inestabilidad de Gramilla, que caminaba en tierra firme casi con tanta torpeza como le ocurrió en el barco los primeros días de navegación. Por ello, Katsa la sostuvo mientras se dirigían hacia la fachada principal del castillo de Po. El viento soplaba racheado a sus espaldas y daba la sensación de que las subía en volandas colina arriba.

Desde la posición en la que se hallaban, no parecía que el castillo fuera tal, sino una casa alta y blanca en lo alto de una pendiente, provista de árboles inmensos que sombreaban un patio que sería agradable cuando hiciera mejor tiempo. Se distinguían también una gran torre que se erguía detrás de los árboles, amplios ventanales, tejados muy altos, un corredor cerrado —como mínimo—, así como establos a un lado y un jardín helado al otro. Pero no había ningún indicio, mientras los oídos no captaran el sonido del romper de las olas, de que detrás del edificio hubiera un cantil a plomo que penetraba en el mar.

Llegaron por fin a lo alto de la colina, y una racha de viento las empujó al interior de un patio enlosado con baldosas de colores, donde Gramilla suspiró aliviada al pisar la lisa superficie. Se acercaron al edificio, y Katsa alzó el puño para llamar a la gran puerta de madera del hogar de Po. Antes de que tuviera tiempo de hacerlo, la puerta se abrió de par en par y una bocanada de aire cálido les acarició la cara. Ante ellas se encontraba un lenita entrado en años y vestido de criado, con librea de color marrón.

—Sean bienvenidas —saludó—. Por favor, entren al recibidor, deprisa —les apuró el hombre, puesto que Katsa se había quedado inmóvil, atónita por la premura del recibimiento—. Estamos dejando que se escape el calor.

Las hizo pasar al oscuro vestíbulo y, de una primera ojeada, Katsa apreció el alto techo, una escalera que subía hacia corredores balaustrados y al menos tres chimeneas encendidas. Gramilla se le cogió del brazo para mantener el equilibrio.

—Soy lady Katsa de Terramedia —se presentó la joven, pero el hombre les hizo un gesto con la mano para que lo siguieran hacia una puerta de doble hoja.

—Vengan por aquí —dijo—, mi señor las está esperando.

Katsa se quedó boquiabierta por la noticia, y, mirando al hombre con detenimiento e incredulidad, le espetó:

—¡Su señor! ¿Quiere decir que se encuentra aquí? ¿Cómo es posible tal cosa? ¿Dónde está?

—Por favor, mi señora —repitió el hombre—, por aquí. Toda la familia está en la sala de recibir.

—¡Toda la familia!

El hombre señaló con las manos la puerta que tenían delante. Katsa miró a Gramilla y comprendió que la estupefacción de la niña debía de ser un reflejo de la suya propia. Claro que había transcurrido tiempo de sobra para que Po llegara al castillo, porque ellas dos pasaron siglos en las montañas. Sin embargo, ¿cómo lo había logrado en su estado? ¿Y cómo había abandonado su escondrijo sin que lo vieran? ¿Por qué...? ¿Cómo...?

El sirviente las condujo hacia la puerta y Katsa intentó formular alguna pregunta, cualquiera que fuera.

—¿Cuánto hace que llegó el príncipe? —inquirió.

—La princesa acaba de llegar —contestó el hombre, y antes de que Katsa tuviera tiempo de preguntarle qué había querido decir con esas palabras, abrió la puerta.

—Maravilloso —dijo una voz desde dentro de la estancia—. ¡Bienvenidas, queridas! ¡Entrad y ocupad vuestro lugar de honor en nuestro alegre círculo!

Era una voz familiar. Katsa sujetó a Gramilla, que emitió un gemido ahogado; la sostuvo porque, de no hacerlo, la niña se habría derrumbado. Alzó la vista hacia los desconocidos sentados alrededor del perímetro de una sala alargada; al fondo, sonriente y mirándolas de forma calculadora con el único ojo de que disponía, se hallaba el rey Leck de Monmar.

Capítulo 35

B
ienvenidas. Queridas. Lugar de honor. Alegre círculo...

Katsa percibió de inmediato que, por algún motivo, desconfiaba de aquel hombre que decía cosas tan bonitas y en un tono tan agradable y afectuoso. Había algo en él, alguna peculiaridad, que la forzaba a mantener los sentidos en máxima alerta, presta para actuar. No le gustaba.

Con todo, sus palabras eran amables y cordiales, y los desconocidos que ocupaban la estancia le sonreían tanto a él como a ella, y no había razón alguna para sentirse incómoda. Vaciló un momento en la entrada antes de avanzar. Procedería con cautela.

La niña se encontraba mal. Katsa creyó que por fin había sucumbido al vértigo producido por la inestabilidad de sus pasos, mas en ese momento Gramilla gritó y se aferró a ella repitiendo una y otra vez:

—¡Miente, miente!

Katsa la miró sin comprender. Era evidente que a la niña tampoco le gustaba ese hombre. Bien, lo tendría en cuenta.

—Mi hija está enferma y me apena verla sufrir —afirmó Leck; y Katsa recordó y comprendió que ese hombre era el padre de Gramilla—. Ayude a su sobrina —le indicó a una mujer sentada a su izquierda.

Ésta se levantó con rapidez, y, tendiendo los brazos, se les acercó.

—Pobre pequeña —dijo, e intentó apartar a la niña de Katsa al tiempo que la abrazaba y le susurraba palabras reconfortantes; pero Gramilla se puso a chillar, abofeteó a la mujer y se aferró a Katsa fuera de sí, aterrada.

La joven la cogió en brazos y la consoló con aire ausente. Manteniendo abrazada a la niña, miró a la mujer que al parecer era tía de Gramilla; al contemplarle los rasgos, se conmocionó. La frente y la nariz le resultaban familiares, así como los ojos, aunque no por el color, sino por la forma. A continuación, le miró las manos y lo comprendió. Esa mujer era la madre de Po.

—Está histérica —le dijo la dama a Katsa.

—Sí, es cierto —convino la joven, que estrechó más contra sí a la niña—. Yo me ocuparé de ella.

—¿Y mi hijo? —preguntó la mujer con los ojos desorbitados por la preocupación—. ¿Sabe dónde está mi hijo?

—¡Oh, sí! —intervino Leck con voz estentórea. Ladeó la cabeza y observó a Katsa—. Falta uno en vuestro grupo; confío en que esté vivo.

—Sí —dijo Katsa, y se preguntó distraídamente si había disimulado en algún momento que Po había muerto. ¿No había dicho eso ya en alguna ocasión? Pero ¿por qué iba a hacer una cosa así?

—¿De veras? —El único ojo de Leck se clavó en ella—. Qué noticia tan maravillosa. A lo mejor puedo ayudarlo. ¿Dónde está?

—¡No se lo digas, Katsa! —chilló Gramilla—. ¡No le digas dónde está Po, no se lo digas, no se lo digas!

Katsa tranquilizó a la niña con susurros:

—No pasa nada, pequeña.

—No se lo digas, por favor.

—No lo haré —contestó Katsa—. No lo haré.

Apoyó la mejilla en el sombrero de Gramilla y decidió que era mejor no contarle a ese hombre dónde se encontraba Po, ya que esa posibilidad alteraba tanto a la niña.

—Bien —dijo Lek—. De modo que así están las cosas.

Guardó silencio un instante, pensativo, mientras jugueteaba con la empuñadura de un cuchillo que llevaba en el cinturón; el ojo se le desvió hacia Gramilla y no apartó la vista de ella. Sin saber bien por qué, Katsa estrechó a la pequeña contra sí y la cubrió con los brazos.

—Mi hija está fuera de sí —afirmó el rey—. Está aturdida, enferma, desquiciada, y cree que yo podría hacerle daño. Le he hablado a la familia del príncipe Po de la enfermedad de mi hija —continuó diciendo mientras hacía un gesto con la mano que abarcaba la estancia—; les he contado que huyó de casa tras el accidente sufrido por su madre, y que el príncipe Po y usted, lady Katsa, la encontraron y la han cuidado y mantenido a salvo hasta que consiguieran entregármela.

Katsa siguió con la vista el ademán de Leck en torno a la sala. Más rostros familiares; uno de ellos, el de un hombre mayor que Leck, era el de un rey: el padre de Po, de aspecto recio y orgulloso, aunque de mirada vaga. Y se fijó en que todos los presentes tenían la misma mirada ausente, incluso esos hombres jóvenes, que debían de ser los hermanos de Po, y esas mujeres que, seguramente, serían sus esposas. ¿O tal vez era la vaguedad que notaba en su propia mente la que le impedía ver con claridad los rostros?

—Sí, sí. La hemos mantenido a salvo —contestó Katsa a no sabía bien qué comentario que acababa de hacer Leck; algo acerca de la seguridad de Gramilla.

—Dígame —retumbó la voz del rey monmardo—. ¿Cómo salieron de Monmar? ¿Cruzaron las montañas?

Echándose a reír, Leck dijo:

—Imaginé que habían hecho eso cuando les perdí el rastro, y estuve a punto de decidir ponerme cómodo y esperar, porque estaba convencido de que al fin aparecerían en alguna parte. Pero al hacer averiguaciones, me enteré de que no era bien recibida en la corte de su tío, lady Katsa. Y me volvía loco, completamente loco, la idea de quedarme sin hacer nada mientras mi querida niña... —Leck desvió de nuevo el ojo hacia Gramilla y se pasó la mano por la boca—. Mientras mi niña estaba lejos de mí. Así que decidí arriesgarme, de modo que ordené a los míos que siguieran con la búsqueda por otros reinos, desde luego, y decidí intentarlo yo mismo en Lenidia.

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