Génesis (3 page)

Read Génesis Online

Authors: Bernard Beckett

Tags: #Narrativa, Filosofía, Ciencia Ficción

BOOK: Génesis
9.28Mb size Format: txt, pdf, ePub

»Si se trataba de un barco de cierta envergadura —lo cual era improbable, ya que de ésos se encargaban las minas itinerantes guiadas por satélite—, los centinelas tenían que dar la alarma. Menos de cinco minutos más tarde sería sobrevolado por helicópteros artillados con láser, y cualquier enfermedad que pudiera albergar sería neutralizada.

»Si se trataba de un barco más pequeño —y de ésos sí se acercaba de vez en cuando alguno, generalmente con sólo dos o tres escuálidos pasajeros a bordo—, la tarea de los centinelas era más difícil. Primero, debían notificar el avistamiento a la estación; luego, uno de ellos descendía de la torre de vigilancia y recorría el sendero hasta el puesto de tiro. Una vez allí, utilizaba un pequeño cañón de rayos láser, activándolo mediante un código aleatorio que el propio centinela memorizaba todas las mañanas, para destruir la embarcación.

»El segundo centinela permanecía en la torre de vigilancia, con el cometido de apuntar con su arma al centinela que bajaba a disparar. Las órdenes eran tajantes. Si el primer centinela mostraba alguna señal de vacilación en el cumplimiento de su deber, el segundo tenía que dispararle de inmediato, sin consultar con nadie y sin hacer indagaciones. Entre los Soldados era bien sabido que muchas disputas entre centinelas se habían zanjado de esa forma, y sólo los idiotas discutían con sus compañeros de guardia.

Examinador.
¿Y cómo era la relación entre Adán y su compañero de guardia?

Anaximandro:
Todas las conversaciones entre los centinelas se monitorizaban y grababan, así que podemos hacernos una idea de la dinámica entre Adán y su compañero, José. Debería añadir, en este punto, que durante su guardia los centinelas estaban obligados a realizar una serie de rutinas dirigidas por ordenador, con el fin de mantenerse alerta. Por ejemplo, corregir imágenes de ordenador alteradas comparándolas con el paisaje real, o memorizar y repetir complicados mensajes e instrucciones generados informáticamente. Lo comento porque, con su permiso, me gustaría reproducir una conversación entre José y Adán, grabada el día antes del incidente inicial.

Examinador.
De acuerdo, si consideras que te ayudará a responder a la pregunta.

Anax hizo una pausa. Pericles le había asegurado que era una buena idea, pese a que esa clase de memorizaciones eran un truco sencillo y muchos manuales de examen desaconsejaban perder el tiempo con ellas. ¿Estaban intentando disuadirla? Era mejor no preguntárselo. Seguiría el consejo de Pericles. Quería que su tutor estuviera orgulloso de ella.

Anaximandro:
Esta conversación se grabó a las 18.40, dos horas después de que empezara el turno de ocho horas:

J: ¿Ves algo?

A: Sí.

J: ¿Qué?

A:
(alzando la voz):
Un barco inmenso acercándose a la valla. Y ahora se está elevando por encima del agua. ¡Dios mío! ¡Puede volar, es un barco volador! ¡Lleva cañones, y nos está apuntando a la cabeza! ¡Dios mío, vamos a morir!

J: Vale, sólo preguntaba. Sabes que estas conversaciones se graban, ¿no?

A: Nadie las escucha.

J: ¿Cómo lo sabes?

A: ¿Crees que si estuvieran monitorizando las tonterías que digo, a estas alturas alguien no nos habría amonestado?

J: Eh, tío, tienes que pulsar los botones.

A: Ya lo sé.

J: Ahora tienes que darle al amarillo, y luego al naranja.

A: Sí, estoy esperando.

J: Ahora, antes de que se complique más y no puedas recordarlo.

A: Naranja, azul, verde y ahora... dos naranjas. Creo que podré.

J:
(nervioso):
Pulsa, tío.

A: Pulsa tú.

J: Yo no puedo. Son tus botones.

A: ¿Quién quieres que se entere?

J: Me entero yo.

A: Adelante.

J: ¡No me acuerdo!

(Se oye un zumbido)
J: ¡Es el aviso de diez segundos! Adán, esto no es justo. Nos castigarán a los dos. Ya sabes cómo funciona esto.

A: No nos castigarán.

J: Pulsa los botones.

A: Está bien, está bien.
(Despacio, para fastidiar)
Pulso los botones. Amarillo, naranja, azul, verde, naranja, naranja, verde, amarillo y... ¿era rojo o verde? ¿Tú lo has visto?

J: Te mato. Te lo juro.

A: Rojo.

(Deja de sonar el zumbido)

A: ¿Ves como no pasa nada?

J: ¿Por qué haces siempre lo mismo?

A: Porque me aburro. Me ayuda a mantenerme alerta.

(Un largo silencio. Se oye el tableteo de un teclado)

J: ¿Crees que queda algo ahí fuera?

A: ¿Cuánto tiempo llevas haciendo esto?

J: Cinco años.

A: ¿A cuántos has tenido que disparar?

J: A tres o cuatro. Pero iban a la deriva. Es decir...

A: Dicen que últimamente han visto dirigibles en el norte.

J: Creía que eso sólo eran cuentos.

A: Todo es un cuento.

J: Pensándolo bien, ¿cuánto tiempo hace de la peste? Los que quedan deben de estar inmunizados, ¿no? Así que podrían estar reconstruyendo. Tiene sentido.

A: O se están tomando mucho tiempo para morir.

J: Los últimos que vi no parecían muy enfermos.

A: Sabes que estas conversaciones se graban, ¿no?

J:
(preocupado):
Acabas de decir que nadie las escucha.

A: A menos que pase algo.

J: ¿Algo como qué?

A: Podría volverme loco y matarte.

J: Entonces no me importa si las escuchan o no.

A: Pues entonces no hay de qué preocuparse.

J: ¿De verdad crees que están reconstruyendo?

A: ¿Nunca te has preguntado por qué esa gente contra la que nos mandan disparar nunca nos dispara? Yo creo que la guerra y la peste han eliminado mil años de progreso. Creo que esos dirigibles avistados sólo son globos enormes. Seguramente eso es lo único que pueden hacer.

J: ¿Sabes qué me apetece ahora mismo?

A: ¿Qué?

J: Una Coca-Cola.

A: A mí no me gusta.

J: ¿Cómo que no? Debes de haberla bebido en las ceremonias. La has probado, ¿no?

A: Sólo es una bebida como otra cualquiera.

J: ¿Sabes que casi pierden la receta? En el último momento, antes de que se cortaran las conexiones, a alguien se le ocurrió hacerse con ella. Todos pensaban que alguien la tenía.

A: Eres demasiado crédulo. Sólo es una bebida.

J: No es sólo una bebida... A ver, ¿a ti qué te apetece?

A: Una mujer.

J: ¿Una mujer?

A: Aquí y ahora. Te dejaría mirar. ¿Cada cuánto ves a tu esposa?

J: Ya sabes que no nos dejan hablar de eso.

A: No nos dejan hacer muchas cosas, José. ¿Sabes qué? Apuesto a que paso más tiempo con mujeres que tú, y ni siquiera estoy casado.

J: Eso no es más que palabrería.

A: Sí, eso, José. Palabrería.

Y ahí es donde termina el fragmento de la transcripción recuperada.

Examinador.
¿Y qué crees que nos demuestra?

Anaximandro:
Nos demuestra algo sobre el carácter de Adán.

Examinador.
¿Algo admirable?

Anaximandro:
Algo importante.

Examinador.
¿Por qué debería ser algo más que cháchara superficial? Dos hombres aburridos pasando el tiempo.

Anaximandro:
Revela cierta personalidad.

Examinador.
Explícate.

Anaximandro:
Adán es el vigilante más joven. José es cinco años mayor que él y tiene más experiencia; sin embargo, cuando escuchamos esa conversación podríamos pensar lo contrario. Creo que Adán adopta superioridad en cualquier situación. Es un detalle importante. Forma parte del problema.

Examinador.
Cuéntanos qué pasó a continuación.

Anaximandro:
Al día siguiente vieron el bote. Según los registros, empezaron su turno a las 15.30. Hacía un día cálido y despejado. El mar estaba en calma. Su torre de vigilancia se elevaba sobre la pared de un acantilado, orientada hacia la isla sur, que se alzaba al otro lado del estrecho. Su zona de vigilancia abarcaba diez millas náuticas. En un día así, podían ver la siguiente torre de vigilancia, situada más al norte, sin ayuda de ningún dispositivo de observación. Según el diario, José estaba montando guardia mientras Adán controlaba el equipo, aunque fue éste quien hizo el avistamiento.

A: Bueno, vamos allá. Veo algo en el agua.

J: Venga ya.

A: Mira hacia la derecha, compañero. ¿Lo ves?

J: ¿Qué tengo que ver?

A: ¿No te examinaron la vista antes de destinarte a este puesto?

J: A mi vista no le pasa nada.

A: Entonces debe de ser un problema de cerebro.

J: Vale, ahora lo veo.
(Alzando la voz)
¡Lo veo!

A: Bueno, tranquilízate.

J: Dale a la alarma.

A: Es minúsculo.

J: No estoy tan seguro.

A: Mira en tu pantalla, idiota.

J: ¿Sabes que esto está cargado?

A: ¿Sabes que amenazar a otro Soldado se considera traición?

J: Me exculparían.

A: Es un bote. Ahí no pueden ir más de dos o tres, como mucho. Es una suerte que no hayas gastado esas balas disparándome a mí.

J: Te toca a ti disparar. Mira la lista de turnos.

A: Aún mejor.

Ambos desviaron un momento la mirada de su pantalla de vigilancia hacia el paisaje que tenían ante ellos, y luego volvieron a centrarse en la pantalla. La imagen se perfiló con nitidez. Era una embarcación pequeña, en efecto, tal como había indicado el escáner. La línea de comunicación de la torre de vigilancia más meridional empezó a crepitar.

T: Eh, chicos. ¿Veis eso?

J: Sí, Rut. Es todo nuestro.

T: A por ellos.

A: A bordo sólo hay uno.

J: Cuidado. Podría haber otros escondidos.

A: ¿Cuándo has oído que alguno se escondiera?

J: Podría pasar. Sólo digo eso. ¿Llevas la pistola bien cargada? Pues vete ya. Yo me quedo vigilándote.

A: Espera un segundo.

J: Tienes que irte.

A: Sólo quiero saber a qué le disparo.

J: Si veo algo sorprendente, ya te lo diré.

A: Un segundo.

Adán se quedó mirando la pantalla. Eso iba contra el reglamento. El centinela encargado de disparar tenía que abandonar la torre de vigilancia antes de que la víctima fuera identificada. En el momento que el Soldado veía a qué iba a dispararle, tenía que saber que estaban apuntándole a la nuca con un arma. Era lógico. Por muy bueno que fuera el entrenamiento recibido, siempre cabía la posibilidad de que el Soldado vacilara a la hora de disparar contra una víctima indefensa. Y en tiempos de peste el Estado no podía correr riesgos.

J:
(llevando una mano a su pistola):
Ya sabes qué órdenes tengo.

A: ¡Dios mío! Mira, es una chica. Sólo una jovencita. ¿De dónde demonios habrá salido?

Ambos se quedaron contemplando la pantalla. El bote era diminuto, en efecto. Parecía mentira que hubiera podido hacer la travesía desde la costa más cercana. Adán le vio los ojos. Así fue como se lo explicó al tribunal. Vio unos ojos enormes y asustados que contemplaban sin comprender la gran barrera de metal que se erguía en el mar. La improvisada vela triangular estaba hecha jirones, inservible. El bote cabeceaba peligrosamente cerca de las minas flotantes.

J:
(con voz temblorosa):
Tío, vete de aquí, por favor. No me obligues a dispararte.

A: Hay una cosa que no te he dicho, José.

J: ¿El qué?

A: Es la primera vez que hago esto.

J: Pero si he visto tu expediente...

A: Conseguí modificarlo.

J: ¿Cómo?

A: Eso es mejor que no lo sepas.

J: Vale, es tu primera vez. No te preocupes. No es tan difícil como parece. Es como en los entrenamientos. Una vez has apuntado al objetivo, ni siquiera tienes que mirar.

A: No creo que pueda hacerlo.

J: No tienes alternativa.

A: Sólo es una chica.

J: Si tengo que dispararte, lo haré.

A: Yo miraré.

J: ¿De qué estás hablando?

A: Ve tú. Yo miraré desde aquí. No puedo explicártelo, pero creo que así será más fácil. Si ahora miro, la próxima vez seré capaz de hacerlo. Sé que podré. Vamos, sabes que será más fácil que dispararme a mí.

José cedió. Era más fácil dispararle a un extraño, que de todas formas ya estaría medio muerto y seguramente tendría la peste, que dispararle a su colega a sangre fría. Y ésa era la única opción. Adán lo sabía. Ante el tribunal, dijo que sabía que pasaría eso. Los medios de comunicación dieron mucha importancia a la frialdad de esos cálculos.

Examinador.
¿Eso piensas tú? ¿Piensas que actuó con sangre fría?

Por fin una pregunta que Anaximandro podía contestar en detalle. Ésa era su especialidad.

Anaximandro:
Existen dos formas de interpretar lo que ocurrió a continuación, aunque el propio Adán insistía en que la versión que dio en el momento de su detención es lo único relevante.

»Se sentó en la torre de vigilancia y dirigió la mira de su arma hacia el puesto de tiro, de acuerdo con el manual. Vio cómo José llegaba al cañón de rayos láser y apuntaba al bote. Nunca había presenciado una eliminación y, aunque una parte de él quería desviar la mirada, la escena le produjo una truculenta fascinación.

»Observó atentamente a José, cómo introducía el código de seguridad y cómo armaba el láser. Entonces, siguiendo el procedimiento, Adán miró la pantalla de vigilancia para asegurarse de que los ocupantes de la embarcación no representaban un peligro inmediato para su colega. Y volvió a ver los ojos de la chica, y esa vez no pudo desviar la mirada. Tenía dieciséis años —sólo un año más joven que él—, pero los tres meses que había pasado en el mar la habían envejecido; no llevaba agua ni comida, y estaba flaca y exánime.

»Adán hizo un zum sobre su cara (el registro de datos lo confirma). Vio su expresión: estaba aturdida, perpleja, y sólo era vagamente consciente de la gran barrera, del fatal desenlace de su travesía.

»Adán explicó que fue como un relámpago, un fugaz momento de lucidez. Dijo a las autoridades que no tomó la decisión de disparar, sino que oyó la detonación de su pistola, que resonó en la garita. Miró hacia el cañón y vio a su colega desplomado de bruces, con un agujero en la nuca.

Other books

The Bizarre Truth by Andrew Zimmern
The Apple Spy by Terry Deary
Beastly by Matt Khourie
The English Patient by Michael Ondaatje
The Fathomless Fire by Thomas Wharton
The Conqueror's Dilemma by Elizabeth Bailey
Mathilda by Mary Shelley