Génesis (8 page)

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Authors: Bernard Beckett

Tags: #Narrativa, Filosofía, Ciencia Ficción

BOOK: Génesis
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—No sé si la tiene. ¿Por qué no se lo preguntas?

—Vete al cuerno —gruñó Adán, pero el androide no se desanimó.

—Creo que tengo conciencia. ¿Qué más necesitas?

—Eso es sólo porque te han programado así.

—No lo niego. ¿Y cómo sabes que tú tienes conciencia?

—Si pensaras de verdad no tendrías que preguntármelo. Si tuvieras conciencia, lo sabrías.

—Creo que la tengo —insistió Arte—. Creo que lo sé.

—Se ha acabado el tiempo —declaró Adán.

—Me queda un minuto.

—Vale, dedicaremos ese minuto a discutir sobre la fiabilidad de tu reloj.

—Al menos yo tengo reloj.

—Yo he estado contando por mi cuenta.

—Y si se me ha terminado el tiempo, ¿por qué sigues hablando?

Adán lo miró sin pestañear; sus labios componían una sonrisa forzada y la tensión se revelaba en su mandíbula. El silencio llenó el vacío entre ambos. Una lágrima brotó de un ojo de Arte y resbaló por su cara, oscura y surcada de arrugas.

Los Examinadores detuvieron el holograma, y la imagen se mantuvo inmóvil en el aire, a punto de disolverse. Anax se volvió hacia el tribunal. Intentó disimular un sentimiento que no podía explicar, el mismo que la abordaba cada vez que veía esa parte del holograma.

Examinador.
Un detalle interesante. Te interrumpiremos cuando consideremos necesario interrogarte sobre tu interpretación. ¿Por qué llora Arte en ese momento? Eso no se menciona en la transcripción.

Anaximandro:
La transcripción apenas menciona las expresiones. Pero a mí me parece evidente que a los programadores les interesaba que Adán interactuase con Arte, y que estaban dispuestos a utilizar todos los trucos a su disposición.

Examinador.
Los historiadores han discutido mucho sobre los sentimientos de Adán hacia su mecanizado compañero. ¿Qué crees que está sucediendo en esa primera fase?

Anaximandro:
Adán está enfadado; eso resulta obvio en la transcripción. La agresividad de sus locuciones no deja lugar a dudas. Cabe preguntarse a qué clase de rabia nos enfrentamos. ¿Una rabia heroica? ¿Una cuestión de principios? No lo creo. He preferido no representar la rebeldía que tan a menudo se le ha atribuido en ese momento. No creo que Adán adoptase una actitud desafiante. Creo que estaba asustado.

Examinador.
¿Y cuál es tu reacción personal ante esa debilidad?

Anaximandro:
No sabía que se requería una reacción personal. Como historiadora sólo intento...

Examinador.
¿Cómo te sientes al verlo así?

El Examinador habló con brusquedad y Anax se puso nerviosa. ¿Una reacción personal? Al historiador no le correspondía ofrecer una reacción personal. Habría sido imprudente hacerlo, aunque se lo exigieran. Trató de esquivar la pregunta.

Anaximandro:
Me siento insegura. Por eso la preparación del holograma me resultó tan difícil. No sé cómo me siento. Mis sentimientos son ambiguos. No importa cómo retrate a Adán: siempre creo que estoy descuidando algún aspecto de su comportamiento. Es como si fuera una niña pequeña que intenta componer un rompecabezas sin saber que falta una pieza. Lo siento, ya sé que suena como una respuesta evasiva.

Examinador.
Tu holograma habla con elocuencia por ti. Veamos cómo has tratado lo que ocurre a continuación.

La imagen adquirió definición; ambos personajes estaban inmóviles.

Examinador.
¿Cómo se siente ahora Adán? Explícalo con tus propias palabras. En este preciso momento.

Anaximandro:
Creo que Adán está furioso consigo mismo por haber entablado conversación con el androide. Cree que lo que están haciendo es un error. Como saben ustedes, defiendo un modelo de Adán intuitivo frente al modelo calculador. Adán cree que es una injusticia que lo hayan arrestado sólo por haber seguido el dictado de su corazón. Cree que su negativa a cooperar con el plan beneficiará su propia defensa.

»También está un poco sorprendido. Según resulta de la sentencia, el filósofo William declaró que Arte todavía estaba en una fase temprana de desarrollo y que podía compararse en muchos aspectos con un niño; sin embargo, el Arte que hemos visto es ya un agudo razonador. Eso probablemente impresionó a Adán, ya que los Soldados sólo mantenían contacto con las formas de androide más primitivas. Resulta fácil olvidar el profundo desafío que eso debía de suponer para la forma de pensar de un hombre como Adán, en aquella época. Creo que Adán tiene miedo. He intentado representarlo.

Examinador.
¿Le tiene miedo a Arte?

Anaximandro:
Creo que entiende lo difícil que será para él tratarlo sólo como una máquina.

Examinador.
Gracias. Ahora veremos la siguiente sección.

Adán se sentó de cara a la pared; todavía llevaba las manos esposadas a la espalda. Su semblante se había ensombrecido. Se mecía lentamente adelante y atrás.

Arte estaba quieto en el centro de la habitación; sólo el rápido movimiento intermitente de sus ojos delataba su estado de vigilia.

La acción se produjo de repente. Con un fluido movimiento, Adán se dio la vuelta y se puso en pie.

No le habían quitado las botas, un extraño error. La patada fue brutal y bien dirigida.

La cabeza de Arte se desprendió del torso de metal. Los ojos se le pusieron en blanco. Salieron chispas de los cables que asomaban por el desgarrón del cuello.

Los guardias irrumpieron prestamente en la habitación. Derribaron a Adán, boca abajo en el suelo. Le hincaron una rodilla entre los omóplatos, haciéndolo gruñir de dolor.

Entonces, el detalle más truculento: el cuerpo del androide empezó a registrar sistemáticamente la estancia, buscando a tientas su cabeza. Tras localizarla, se la puso bajo el brazo y salió de la habitación produciendo un zumbido. Adán presenció toda aquella escena surrealista. Estaba temblando.

Examinador.
Eso es sorprendente.

Anaximandro:
¿En qué sentido?

Examinador.
Tenías instrucciones de representar el registro escrito. Has añadido muchos adornos.

Anaximandro:
Hay referencias a ese episodio en toda la transcripción.

Examinador.
No hay ninguna referencia a la reacción de los guardias. Ni a la localización de la cabeza. ¿Acaso piensas dedicarte a la industria del espectáculo?

Anaximandro:
Suele olvidarse fácilmente lo extraño que todo eso debió de parecerle a Adán. Lo que pretendo es representar esa extrañeza.

Examinador.
¿Y esas florituras? ¿Hay más?

Anaximandro:
Puede describirlas así, pero yo preferiría no hacerlo.

La sorpresa que se reflejó en el rostro de los Examinadores no fue nada comparada con la que sintió Anax. Había contradicho al tribunal. No tenía ni idea de dónde habían salido sus palabras, ni qué significaba esa extraña satisfacción que sentía. El tribunal estaba esperando una disculpa. Anax no la ofreció.

Anaximandro:
La siguiente sección tiene lugar a la mañana siguiente. ¿Quieren verla?

El Examinador Jefe asintió con la cabeza; daba la impresión de seguir estupefacto.

Adán estaba atado de pies y manos. Tenía un oscuro moratón en la hinchada nariz. La pechera de su uniforme estaba salpicada de sangre. Se abrió una puerta y Arte entró zumbando. Adán rehuyó su mirada.

—¿Me has echado de menos? —preguntó el androide con un deje risueño.

—Creí que te había matado —contestó Adán.

—Para matarme hace falta algo más.

—Tengo mucho tiempo.

—No parece que estés en condiciones de intentar nada ahora mismo. ¿Te duele?

—No.

—Me alegro. No quería que te hicieran daño. ¿Me crees?

Adán no respondió.

—Otra vez el mismo juego —suspiró Arte.

—No es ningún juego.

—Entonces, ¿qué es? —La voz del androide no revelaba el menor rencor.

—No hablo con las paredes, las mesas o las vallas, y tampoco con las máquinas.

—¿Tampoco cuando ellas te hablan a ti?

—Yo no llamo hablar a eso que tú haces.

—¿Qué pasa con mi forma de hablar?

—Ya lo sabes.

—No, no lo sé.

—Tienes razón, no lo sabes. De eso se trata. No entiendes nada. —Adán hablaba con vehemencia, como si no sólo intentara convencer al androide.

—Claro que entiendo. Ponme a prueba.

—Quizá no pueda descubrirte. Quizá tu programa sea demasiado bueno.

—Si mi programa es demasiado bueno —razonó Arte—, ¿qué tienes que descubrir?

—Cuando era pequeño conocí a una niña que tenía una muñeca parlante. La llevaba a todas partes. La muñeca tenía un programa muy sencillo. Cuando la niña la cogía en brazos decía «hola». Cuando le acariciaba la espalda decía «gracias». Tenía un par de frases más, no recuerdo cuáles. «Estoy cansada», quizá. Y algunas preguntas. Si le hacías una pregunta, detectaba el cambio en tu voz y contestaba «sí» o «no» al azar. A mi amiga le encantaba aquella muñeca. Se pasaba el día hablando con ella. Le hacía preguntas sin sentido, y se alegraba con cada respuesta. Si tenía que ir a algún sitio sin la muñeca, se echaba a llorar.

—¿Y tú? ¿Lloraste cuando me fui? ¿Es eso lo que intentas decirme?

—Intenté matarte —le recordó Adán.

—Quizá te haya ablandado el sentimiento de culpa. No sería la primera vez que ocurre.

—Esa niña era pequeña, eso quería decir. Luego creció. Dejó de creer en la muñeca.

—Y cuando dejó de creer en la muñeca, ¿se deshizo de ella?

—Me la regaló a mí —respondió Adán.

—Así que no soy tu primera muñeca parlante.

—Un amigo mío y yo cazamos un conejo y metimos sus tripas dentro de la muñeca. Luego la atamos a las vías. Esperamos a que pasara el tren y lo filmamos. Fue muy divertido.

—Eso te lo estás inventando.

—Sí. Yo sería incapaz de hacerle daño a una muñeca.

—¿Te da miedo?

—¿Qué?

—Que una muñeca haga algo para herirte. Intentaste destruirme. ¿Cómo sabes que no estoy urdiendo mi venganza?

—Tú no piensas. ¿Te parece razón suficiente?

—Quizá espere a que estés dormido para abrirte en canal con un punzón. Porque yo no duermo. Estoy siempre preparado.

—Si quisieran matarme ya lo habrían hecho.

—Pero si te mato yo, parecerá un accidente. Podría ser una buena solución para su pequeño problema.

Adán se encogió de hombros.

—Si me matas, me matas. Eso no me preocupa. Quítame la vida si tienes que hacerlo, pero no pienses que así obtienes mi mente.

Adán se arrastró hasta el fondo de la habitación; fue un desplazamiento lento y aparentemente doloroso. Arte esperó un momento y luego lo siguió. Adán dio un suspiro.

—Espero que no te moleste que lo diga —empezó Arte—, pero hueles mal.

—No tienes sentido del olfato.

—No voy a hacerte daño. No puedo hacerte daño. ¿Quieres saber por qué?

—No.

—Entonces piensa que esto es una especie de castigo.

—¿Cómo vas a castigarme si no puedes hacerme daño? —preguntó Adán.

—A veces los castigos son por tu propio bien. En la fase de diseño se discutió mucho acerca del tipo de circuitos represores del comportamiento que debería incorporar. El enfoque más simplista proponía eliminar todos los comportamientos negativos que presentan los humanos, pero eso no es tan fácil como parece.

»Si programas la capacidad para prever las consecuencias de los actos, lo único que obtienes es un androide paralizado por la indecisión. Si programas muy poco interés por los demás, tienes un androide que se activará antes de hora durante la sesión de recarga y desmontará los prototipos competidores, cosa que de hecho ocurrió. Y si le instalas demasiado interés por los demás, claro, el androide pronto se agota en sus esfuerzos por servir.

»Por eso estoy aquí contigo. Pese a todos sus empeños, los Filósofos vieron que no había manera de distinguir lo bueno de lo malo. Lo bueno es lo que va bien. La única manera de sortear el problema es permitir a los androides que aprendan por sí mismos, que aprendan algunos de los trucos que la evolución te ha proporcionado a ti. La rectitud ya no era el objetivo, ¿entiendes? Sólo la compatibilidad. Pero no te preocupes. Por muy mal ejemplo que me des, no puedo hacerle daño a otro ser con conciencia de su propia identidad. Eso es lo que llamamos uno de mis imperativos básicos de programa.

—Sabes que todo esto me interesa un pimiento, ¿verdad?

—No te creo. Tengo un programa para detectar la falsedad. Escanea el iris. Es muy bueno.

—Lástima que no tengas uno para detectar cuándo estás siendo un pelmazo.

—Pues ésa es otra historia interesante.

—No es interesante.

—¿Quieres que me calle?

—Por favor.

—Lo intentaré.

El silencio no duró más de un minuto. Arte no paraba de mover la boca, como si estuviera formando palabras mentalmente.

—Te vas a hartar de esto —dijo por fin—. Ambos lo sabemos. ¿Qué sentido tiene fingir?

Adán no respondió.

—Voy a desconectarme temporalmente. Pero mis sensores permanecerán activos. Así que si quieres hablar, sólo tienes que decirlo. Las cosas van mejor, ¿no crees? Ya no me odias tanto como ayer, ¿verdad?

La escena se disolvió: el primer holograma de Anax había terminado. La atmósfera de la habitación había cambiado. La luz parecía más tenue y hacía más frío.

Los tres Examinadores miraron fijamente a Anax; ella se sintió atrapada y, por primera vez, un poco asustada.

Examinador.
¿Te gusta Arte?

Anaximandro:
Perdone, no estoy segura del significado de su pregunta. ¿En qué sentido podría gustarme?

Examinador.
¿Por quién sientes simpatía?

Anaximandro:
Siento cierta simpatía por Adán.

Examinador.
¿Por qué?

Anaximandro:
Está perdido. Y asustado.

Examinador.
¿Y Arte?

Anaximandro:
El tiene menos que temer.

Examinador.
Ya no eres tan cuidadosa con tus respuestas.

Anaximandro:
Lo sé.

Examinador.
¿Estás segura de que es una actitud prudente?

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