Pelorat meditó un momento y después dijo:
—Creo, Golan, que no deberías tratar de enseñarme mi oficio. Los mitólogos sabemos muy bien que los mitos y las leyendas contienen plagios, moralejas, ciclos naturales y otras mil influencias deformantes, y nos esforzamos en eliminarlas y llegar a lo que puede ser el meollo de la verdad. En realidad, estas mismas técnicas pueden aplicarse a los relatos más serios, pues nadie escribe la verdad pura y simple., si es que puede decirse que existió alguna vez. Ahora, te estoy explicando, más o menos, lo que Monolee me ha contado, aunque supongo que debo de estar añadiendo deformaciones de mi propia cosecha a pesar de que me esfuerzo en no hacerlo.
—Bueno, bueno —dijo Trevize—. Prosigue, Janov. No quise ofenderte.
—No me has ofendido. Las grandes ciudades, presumiendo que existiesen, decayeron y se encogieron al ir aumentando la radiactividad, hasta que la población no fue más que un resto de lo que había sido, aferrándose a regiones que aún estaban relativamente libres de radiación. La población se mantuvo baja por el control de la natalidad y la eutanasia de los mayores de sesenta años.
—¡Horrible! —exclamó Bliss indignada.
—Desde luego —dijo Pelorat—, pero eso fue lo que hicieron, según Monolee, y podría ser verdad, pues no es probable que se inventase una mentira tan denigrante para la gente de la Tierra. Los terrícolas, después de haber sido despreciados y oprimidos por los espaciales, lo fueron por el Imperio, aunque aquí puede haber alguna exageración nacida de la compasión por uno mismo, que es una emoción muy seductora. Existe el caso…
—Sí, sí, Pelorat, otro día nos lo contarás. Continúa con la Tierra.
—Disculpadme. El Imperio, en un arranque de benevolencia, accedió a llevarse de allí el suelo contaminado y sustituirlo por otro importado y que estuviese limpio de radiación. Inútil decir que suponía una tarea enorme y que el imperio se cansó pronto de ella, sobre todo porque aquel período (si mi presunción es acertada) coincidió con la caída de Kandar V, después de la cual el Imperio hubo de preocuparse de otras muchas cosas que le importaban más que la Tierra.
»La radiactividad siguió intensificándose, la población continuó decayendo y, por último, el Imperio, en otro arranque de benevolencia, ofreció trasladar el resto de la población a un nuevo mundo propio, en una palabra, a este mundo.
»Parece ser que, en un período anterior, una expedición había poblado el océano de peces, de manera que, cuando los planes para el traslado de los terrícolas se hicieron, había una atmósfera rica en oxígeno y unas abundantes reservas de comida en Alfa. Además, ningún otro mundo del Imperio Galáctico ambicionó hacerse con ella, pues existe cierta antipatía natural hacia los planetas que giran alrededor de estrellas de un sistema binario. Supongo que en tales sistemas hay tan pocos planetas habitables que incluso éstos son rechazados, porque se presume que algo debe andar mal en ellos. Es una idea muy corriente. Por ejemplo, existe el caso conocido de…
—Más tarde nos explicarás ese caso conocido, Janov —dijo Trevize—. Sigue con el traslado
—Lo único que faltaba —continuó Pelorat, ahora un poco precipitadamente —era preparar una base de tierra firme. Se buscó la parte en que el océano era menos profundo y se trajeron sedimentos de otras partes para elevar el fondo marino y producir, en definitiva, la isla de Nueva Tierra. Ésta se reforzó con piedras y corales sacados también del fondo del mar. Se sembraron plantas terrestres para que los sistemas de raíces contribuyesen a afirmar el nuevo suelo. Una vez más, el Imperio había emprendido una inmensa tarea. Tal vez se habrían proyectado continentes, pero cuando la isla quedó terminada, también la benevolencia del Imperio acabó.
»Lo que quedaba de la población de la Tierra fue traído aquí. Las flotas del Imperio se llevaron los hombres y la maquinaria que habían traído, y jamás volvieron. Los terrícolas instalados en la Nueva Tierra se encontraron aislados por completo.
—¿Por completo? —preguntó Trevize—. ¿Te dijo Monolee que nadie más de la galaxia estuvo nunca aquí hasta que nosotros llegamos?
—Casi por completo —respondió Pelorat—. Supongo que nada tenían que venir a buscar aquí, incluso dejando aparte la supersticiosa repugnancia por los sistemas binarios. De forma esporádica, a largos intervalos, llegaría alguna nave, como lo ha hecho la nuestra, pero después se marcharía para no regresar jamás. Y es todo.
—¿Preguntaste a Monolee dónde está situada la Tierra?
—Claro que se lo pregunté. Pero lo ignora.
—¿Cómo puede conocer tanto acerca de la Historia de la Tierra sin saber dónde está situada?
—Le pregunté concretamente si la estrella que se halla sólo a un pársec de Alfa podía ser el sol alrededor del cual gira la Tierra. Él no sabía lo que era un pársec, y le expliqué que es una distancia corta en términos astronómicos. Él me respondió que fuese corta o larga la distancia, no sabía dónde estaba la Tierra, que no conocía a nadie que lo supiese, y que, en su opinión, era un error tratar de encontrarla. Había que dejar, dijo, que girase para siempre en paz en el espacio.
—¿Estás de acuerdo con él? —preguntó Trevize.
Pelorat sacudió la cabeza con expresión triste.
—No del todo. Pero él dijo que, en vista de cómo siguió aumentando la radiactividad, el planeta debió volverse inhabitable por completo poco después de realizarse el traslado de sus moradores y que ahora tiene que estar ardiendo con tal intensidad que nadie podría acercarse a él.
—Tonterías —dijo Trevize, con firmeza—. Es imposible que un planeta que se haya hecho radiactivo siga aumentando en radiactividad. Ésta sólo tiende a decrecer.
—Pero Monolee está seguro de ello. Y muchos de aquellos con quienes hemos hablado en diversos mundos dicen lo mismo que en la Tierra es radiactiva. Seguramente es inútil que sigamos adelante.
Trevize respiró hondo y, después, habló, dominando el tono de su voz:
—Tonterías, Janov. Eso no es verdad.
—Bueno, viejo amigo —dijo Pelorat—, no se debe creer algo sólo porque se desee creerlo.
—Mis deseos no tienen nada que ver con esto. En todos los mundos que hemos visitado nos hemos encontrado con que todos los datos sobre la Tierra han sido borrados. ¿Por qué habrían tenido que hacer algo así si no hubiese nada que ocultar, si la Tierra fuese un planeta muerto y radiactivo al que nadie pudiese acercarse?
—No lo sé, Golan.
—Sí, lo sabes. Cuando nos acercábamos a Melpomenia, dijiste que la radiactividad podía ser la otra cara de la moneda. De una parte, destruir los documentos para eliminar toda información exacta; de otra, difundir el cuento de la radiactividad, para dar una información errónea. Ambas cosas servirían para disuadir de todo intento de encontrar la Tierra, y nosotros no debemos dejarnos engañar por estos métodos de disuasión.
—Parecéis pensar que aquella estrella próxima es el sol de la Tierra —dijo Bliss—. Entonces, ¿por qué seguir discutiendo sobre la cuestión de la radiactividad? ¿Qué importa eso? ¿Por qué no ir, simplemente, al astro vecino y ver si se trata de la Tierra, y, en tal caso, cómo es?
—Porque los que habitan la Tierra deben ser, a su manera, extraordinariamente poderosos —respondió Trevize—, y yo preferiría acercarme allí teniendo algún conocimiento del planeta y de sus habitantes. Mientras siga ignorando las condiciones de la Tierra, acercarse a ella es peligroso. Creo que lo mejor es que vosotros os quedéis en Alfa y prosiga yo solo hacia ella. Arriesgar una vida ya es bastante.
—No, Golan —repuso Pelorat con enorme seriedad—. Bliss y la niña pueden esperar aquí, pero yo debo ir contigo. He estado buscando la Tierra desde antes de que tú lo hicieses y no puedo quedarme atrás cuando la meta está tan próxima, sean cuales fueren los peligros que puedan amenazarnos.
—Bliss y la niña no esperarán aquí —protestó ella—. Yo soy Gaia, y Gaia puede protegernos incluso contra la Tierra.
—Espero que tengas razón —dijo Trevize, con pesimismo—, pero Gaia no pudo impedir la eliminación de los antiguos datos del papel representado por la Tierra en su fundación.
—Esto ocurrió en los tiempos primitivos de Gaia, cuando todavía no estaba bien organizada, ni había avanzado en sus conocimientos. Ahora, la cosa cambia.
—Ojalá sea así. ¿O es que esta mañana has conseguido alguna información sobre la Tierra que nosotros desconocemos? Te pedí que hablases con alguna de las viejas con quienes estarías en contacto.
—Y lo hice.
—¿Y qué descubriste? —dijo Trevize.
—Nada acerca de la Tierra. Parece una página en blanco.
—Ya.
—En cambio descubrí que tienen una biotecnología muy avanzada.
—¿Sí?
—En esta pequeña isla, han criado y ensayado innumerables especies de plantas y de animales y conseguido un adecuado equilibrio ecológico, estable y duradero, a pesar de que empezaron con muy pocas especies. Han mejorado la vida oceánica que encontraron cuando llegaron aquí hace unos pocos miles de años, aumentado su valor nutritivo y mejorado su sabor. Ha sido su biotecnología la que ha hecho de este mundo un modelo de abundancia. Y también tienen planes para las personas.
—¿Qué clase de planes?
—Saben perfectamente —dijo Bliss —que no pueden esperar aumentar su población en las presentes circunstancias, confinados como están en el pequeño pedazo de tierra que existe en su mundo, pero sueñan en convertirse en anfibios.
—¿Convertirse en qué?
—En anfibios. Proyectan desarrollar branquias, además de los pulmones. Sueñan en poder pasar largos períodos de tiempo bajo el agua, en encontrar regiones poco profundas y construir estructuras en el fondo del océano. Mi informadora estaba muy entusiasmada con la idea, pero, me confesó que era una meta que los alfanos se habían fijado hace algunos siglos y que se habían hecho muy pocos progresos, o acaso ninguno.
—Así pues —dijo Trevize—, hay dos campos en los que podrían estar más avanzados que nosotros: el control del tiempo atmosférico y la biotecnología. Me pregunto cuáles serán sus técnicas.
—Tenemos que encontrar especialistas —indicó Bliss—, y es posible que éstos no quieran hablar de ello.
—A nosotros no nos interesa en particular —repuso Trevize—, pero está claro que podría convenir a la Fundación aprender algo de este mundo en miniatura.
—En Términus controlamos bastante bien el tiempo —insinuó Pelorat.
—El control es bueno en muchos mundos —dijo Trevize—, Pero siempre se refiere al mundo como totalidad. Aquí, los alfanos controlan el tiempo de una pequeña porción de su mundo y deben poseer técnicas que nosotros ignoramos. ¿Algo más, Bliss?
—Invitaciones sociales. Parece que este pueblo es muy aficionado a las fiestas y que las celebran siempre que la pesca y el cultivo de los campos se lo permiten. Esta noche, después de la cena, habrá un festival de música. Ya os lo había dicho. Mañana, durante el día, habrá una fiesta en la playa. Tengo entendido que todos los que puedan abandonar los campos se reunirán en la orilla de la isla para disfrutar del agua y del sol, ya que lloverá al día siguiente. Por la mañana, la flota pesquera volverá, anticipándose a la lluvia, y por la noche se celebrará un banquete para probar el producto de la pesca.
—Las comidas corrientes son bastante copiosas —gruñó Pelorat—. Me pregunto cómo será un banquete.
—Supongo que no se distinguirá por la cantidad, sino por la variedad.
En todo caso, los cuatro estamos invitados a participar en todas las fiestas y, en especial, al festival de música de esta noche.
—¿A base de instrumentos antiguos? —preguntó Trevize.
—Así es.
—¿Y en qué consiste su antigüedad? ¿Tienen acaso ordenadores primitivos?
—No, no, y eso es lo curioso. No se trata de música electrónica, sino mecánica. Me la describieron. Rascan cuerdas, soplan en tubos y golpean superficies..
—Espero que esto sea un invento tuyo —dijo Trevize, horrorizado.
—Yo no me estoy inventando nada. Y tengo entendido que tu Hiroko soplará en uno de los tubos, he olvidado su nombre, y tendrás que ser capaz de soportarlo.
—A mí me gustará ir —dijo Pelorat—. Sé muy poco de música primitiva y tengo ganas de oírla.
—Ella no es «mi Hiroko» —advirtió Trevize con frialdad—. Pero, ¿supones que son instrumentos del tipo que antaño usaron en la Tierra?
—Creo que sí —respondió Bliss—. Al menos, las mujeres me dijeron que habían sido inventados mucho antes de que sus antepasados viniesen aquí.
—En tal caso —dijo Trevize—, valdrá la pena escuchar todas esas rascaduras, bufidos y golpeteos, pues tal vez puedan proporcionarnos alguna información sobre la Tierra.
Aunque pareciese extraño, Fallom fue la que más se entusiasmó ante la perspectiva de una velada musical. Ella y Bliss se habían bañado en el cuarto exterior de detrás de la vivienda en que se alojaban. Había en él un baño con agua corriente, caliente y fría (o más bien, tibia y fresca), un lavabo y un inodoro. Estaba perfectamente limpio y, a la luz del sol de la tarde, incluso bien iluminado y alegre.
Como siempre, Fallom se sintió fascinada por los senos de Bliss y ésta tuvo que decirle (ahora que Fallom comprendía el galáctico) que la gente era así en su mundo. A lo cual, Fallom, replicó inevitablemente: —¿Por qué?
Y Bliss, después de pensarlo un poco, decidió que no había una respuesta lógica, así que, volvió a la contestación universal:- ¡Porque sí!
Cuando hubieron terminado de bañarse, Bliss ayudó a Fallom a ponerse la prenda interior que las alfanas les habían proporcionado y descubrió la manera en que se ceñía la falda sobre aquélla. Dejar a Fallom desnuda de cintura para arriba parecía bastante razonable. En cuanto a ella, si bien empleó las prendas alfanas de cintura para abajo (le apretaban bastante las caderas), se puso su propia blusa. Parecía tonto resistirse a exhibir los senos en una sociedad en que todas las mujeres lo hacían, sobre todo cuando los suyos no eran muy grandes y estaban tan bien formados como los mejores que había visto, pero ella era así.
Los dos hombres entraron después y por turno, en el lavabo, murmurando Trevize la acostumbrada queja masculina sobre el tiempo empleado por las mujeres.
Bliss hizo que Fallom se diese la vuelta para asegurarse de que la falda se adaptaba bien a sus caderas y nalgas de muchacho.
—Es una falda muy bonita, Fallom —dijo—. ¿Te gusta?