La referencia de la pobreza ya no es el ingreso o la renta, sino el proceso por el cual las personas alcanzan o no el bienestar. Ello supone entender la pobreza como un concepto relativo, como un proceso más que como un resultado y con un contenido pluridimensional (Dubois, 1999: 32). En la construcción de una Cultura para la paz deberemos tratar de distribuir equitativamente las tareas de atención y cuidado entre las mujeres y los hombres; además de con los servicios públicos y el sector privado. El cuidado no puede ser algo sólo de elección de estilo de vida, se debería exigir que todos cumplieran universalmente sus deberes como cuidadores. El hecho de que unos lo cultiven y otros no puede conducir a la explotación de quienes sí lo cultivan. Las fuerzas voluntarias de aquellos que aceptan la ética del cuidado, operando en una sociedad que alienta el individualismo no puede ser la solución (Baier, 1995: 52). Debemos crear una cultura del cuidado, y concienciar de la responsabilidad que todos los seres humanos tenemos de cuidarnos unos a otros con base a nuestra interconexión. Como un requisito de mínimos para una convivencia pacífica y no como un mero estilo de vida personal. «Una conciencia de la conexión entre personas hace surgir un reconocimiento de las responsabilidades de unas a otras, una percepción de la necesidad de respuesta» (Gilligan, 1986: 59).
Se han realizado diferentes estudios respecto al efecto de la globalización sobre la gente: en el ingreso, el empleo, la educación o la salud entre otros factores. Aquí voy a reseñar brevemente cuál ha sido el efecto de la globalización sobre las tareas de atención y cuidado. En relación con este tema hay un texto muy recomendable, se trata del tercer capítulo del
Informe sobre Desarrollo Humano
(PNUD) de 1999, y que se titula así: «El corazón invisible: la atención y la economía mundial». El punto de partida de este epígrafe es el asombro ante la siguiente paradoja o contradicción: existe una relación casi proporcional entre el grado de desarrollo alcanzado por una cultura o sociedad y la disminución de las tareas de cuidado y atención.
El 21 de Enero de 1949 el presidente Truman hizo famosa la dicotomía entre Países Desarrollados y Países Subdesarrollados. La principal finalidad de los siguientes 50 años sería
desarrollar
a todos esos
infelices
hasta que alcanzaran nuestro nivel de desarrollo y bienestar. Hoy en día, a principios del siglo
XXI
, empezamos a no ser tan optimistas con respecto a nuestro modelo de desarrollo. Empezamos a sentirnos culpables por no haber escuchado a los afectados de ese
desarrollo
.
[25]
La crisis ecológica, el aumento de la pobreza o la inestabilidad política de esos gobiernos son algunas de las consecuencias de ese
desarrollo
. Alguien se preguntará: ¿Cómo es posible que un proyecto tan aparentemente bien intencionado tenga tan nefasto desenlace? Quizás porque no fue tan bien intencionado, quizás porque no se tuvieron en cuenta las opiniones de los afectados, quizás porque ha sido un negocio muy rentable para el sistema capitalista. Quizás también, porque el fin del maldesarrollo (Shiva, 1991: 37) era transformar heterogeneidad en homogeneidad.
Este desencanto por lo que ha sido el desarrollo ha producido el surgimiento de un pensamiento crítico con respecto al desarrollo. Por un lado el pensamiento antidesarrollista del sur (representado por Gustavo Esteva o Vandana Shiva, entre otros) y por otro una teoría disidente de la modernización (con representantes como Karl Polany o Iván Illich, entre otros) y la teoría de la subsistencia elaborada principalmente desde un ángulo feminista.
Una de las consecuencias negativas del
desarrollo
ha sido el desmantelamiento de las tareas de atención y cuidado. Estas tareas formaban parte de la herencia cultural de estas sociedades y eran de vital importancia para su supervivencia y bienestar (Robert, 1996: 282). Pero no son estas las primeras sociedades que han sufrido el desmantelamiento de las tareas de cuidado y atención. Somos las culturas
desarrolladas
de occidente quienes pusimos de moda este proceso. Este proceso afecta a las tareas de cuidado en dos dimensiones: el cuidado y atención entre los seres humanos, y el cuidado y atención con relación a la naturaleza. Esta división es meramente metodológica, un buen cuidado hacia los seres humanos implica un buen cuidado de la naturaleza y viceversa. Pero nos servirá como estructura explicativa.
Todas las sociedades, cada una con sus matices y diferencias poseen un bagaje de conocimientos informales sobre el cuidado de los hijos, el cuidado de los alimentos y la cocina, el cuidado de la salud y demás. Son conocimientos que hacen de la vida un lugar más cálido y con sentido. Además estas tareas informales favorecen un orden comunitario, en el que las personas nos necesitamos y ayudamos mutuamente. Pero ese orden comunitario caracterizado por el intercambio de tareas de cuidado permite subsistir sin producir valor económico. «Según los expertos en desarrollo, son obstáculos que hay que eliminar y “desarrollo” es el nombre que dan a esta eliminación» (Robert, 1996: 283).
Las tareas de cuidado y atención que aplicábamos a cosas esenciales en la vida como aprender, sanar, habitar o comer están siendo paulatinamente desmanteladas. El
desarrollo
en un proceso de transformación ha convertido las cosas esenciales en la vida en frías e impersonales necesidades básicas: educación, salud, construcción de viviendas o alimentación. Estas necesidades básicas pretenden formalizar las antiguas tareas de atención y cuidado, pero en su empeño se olvidan de las personas y éstas pasan a ser números, listas de espera, en definitiva: elementos abstractos.
El Proceso de Transformación | |
En Convivialidad | Sin Convivialidad |
Aprender | Educación |
Sanar | Salud |
Habitar | Construcción de Viviendas |
Comer | Alimentación |
Lo esencial de la vida | Necesidades Básicas |
La buena vida | Estándares de vida |
Hoy en día, en los países occidentales apenas hay una educación informal respecto a como
cuidar
la salud. Antes nuestras madres sabían qué aplicar ante una diarrea infantil: arroz, plátano picado, líquidos con azúcar o membrillo. Ahora y a pesar de toda la educación que recibimos hemos perdido este saber popular. Confiamos tanto en los hospitales y en los expertos sobre salud que olvidamos los conocimientos sobre el cuidado de la salud que han existido hasta ahora en la herencia cultural y se transmitían de generación en generación. Ahora hay muchas madres y padres universitarios que no saben qué hacer ni cómo actuar ante un caso de diarrea infantil. Esto es un ejemplo de hasta donde ha llegado el cercamiento del sistema capitalista sobre la gente. Ahora estamos subordinados a su sistema de salud, somos dependientes, hemos perdido nuestra autonomía. «Imperceptiblemente el monopolio del estado sobre la violencia se transforma, a lo largo del camino de una inconspicuidad creciente, en un monopolio del estado sobre el cuidado, por el cual se vuelve no menos poderoso sino en vez de ello, más globalmente poderoso» (Gronemeyer, 1996: 9).
El desarrollo se ha encargado de despojarnos de esos saberes populares que nos hacían autónomos y que no aparecían en los cómputos del PIB de los países. Podríamos caracterizar el proceso de «desarrollo» como la victoria de los
conocimientos de elites
frente a los
saberes populares
. Estos conocimientos de elites sí aparecen en los cómputos del PIB y transforman las tareas de cuidado y atención en productos del mercado.
Con respecto a la alimentación, ahora por ejemplo se habla de las kilocalorías que se han de comer, pero los humanos no comemos kilocalorías, comemos manzanas, pan o lechuga. Para saber cuántas kilocalorías tiene una manzana necesitamos a los expertos. Desde el ámbito de la nutrición el cuerpo humano se ve como una máquina. «La preservación de la memoria de las buenas y simples comidas de antaño» (Robert, 1996: 284) colaboraría en el cuidado de la salud. La misma reflexión podríamos hacer con respecto a la educación. La escuela debería formar parte de la vida y no ser un mero rito necesario para alcanzar un empleo. Hemos igualado educación con diplomas, salud con dependencia de servicios médicos, comida con actividades técnicas de producción y consumo. Sería muy interesante poder hacer un trabajo de campo al respecto, para estudiar cómo el desarrollo va desmantelando el saber popular sobre cuidados, eliminando nuestras competencias para cuidarnos los unos de los otros.
Por último, señalar que el desarrollo también ha implicado un abandono del cuidado de la naturaleza. Este aspecto aparece analizado en profundidad en la crítica feminista del desarrollo que lleva a cabo Vandana Shiva (1991). El cuidado de la naturaleza se transforma con el desarrollo en fría, calculadora y devastadora producción. Y el resultado es más cantidad a costa de menor calidad, con los nefastos resultados ya conocidos en ejemplos como las vacas locas o los naranjos tristes.
En conclusión, el
maldesarrollo
pretende exportar la anulación de tareas informales de cuidado. Tareas que son muy importantes en general pero en particular para las culturas no occidentales. El desarrollo implicaba una planificación para desterrar los saberes de cuidado de las culturas no occidentales y para así ejercer un control sobre ellas. En lugar de anular los saberes de cuidado de las otras culturas, debemos aprender de ellas para recuperar y reconstruir nuestras propias tareas de cuidado y atención. Es un elemento de cuidado el compartir nuestra información y conocimiento con los otros.
La recuperación de esas tareas de cuidado colabora, valga la redundancia, al cuidado de nuestra identidad histórica. Porque cada cultura tiene sus propias formas de atención, existe una heterogeneidad de formas de cuidado. En cambio, el desarrollo pretende institucionalizar, monopolizar y homogeneizar las tareas de cuidado. El desarrollo pretende convertir las tareas de cuidado en un producto del mercado. Sin embargo, deberíamos convertir la mente en una herramienta al servicio del corazón y no al contrario. Pues el auténtico y genuino cuidado y atención tiene sólo valor de uso y no valor de cambio.
4. FACTOR TIEMPO: EL CUIDADO Y EL AMOR NO PUEDEN TENER PRISA
En este epígrafe me gustaría abordar un tema poco tratado aunque muy importante: el tiempo. Aunque desde el feminismo se ha analizado la distribución del tiempo como elemento clave para la igualdad, todavía existe poca literatura sobre la necesidad de dedicar más tiempo al cuidado y sobre la importancia de una nueva valoración del tiempo para una cultura de paz. El factor tiempo es imprescindible a la hora de hablar de las tareas de atención y cuidado, estas requieren paciencia, tranquilidad, reposo; valores que parecen estar pasados de moda cada vez más.
En primer lugar presentamos un breve planteamiento del tema en el que se visualiza la problemática. Posteriormente abordaremos los dos puntos en los que se interrelacionan las tareas de cuidado y el factor tiempo: a) Compartir las tareas de cuidado entre hombres y mujeres para conseguir una distribución más igualitaria del tiempo, b) Las tareas de cuidado requieren de más tiempo del que actualmente dedicamos. La tercera parte contiene una reflexión sobre la importancia del tiempo no sólo para las tareas de cuidado sino para la construcción de una Cultura para la Paz.
Acabamos de ver en el apartado anterior cómo las tareas de atención y cuidado tienden a descender a medida que avanza el desarrollo y la globalización. Una de las causas de este descenso se encuentra en el escaso tiempo que nos queda para dedicarlo a estas tareas. Como afirmaba ya el
Informe Sobre Desarrollo Humano
de 1999, «los cambios de la forma en que los hombres y las mujeres usan su tiempo someten a tensión el tiempo disponible para la atención» (PNUD, 1999: 77).
El desarrollo equipara el buen uso del tiempo a hacer un uso del tiempo que revierta en beneficios económicos. Sea bien a través de la producción o a través del consumo. Se establece una vorágine competitiva a escala laboral y otra paralela en el ámbito del consumo, de tal modo que los días, los meses y los años se esfuman en una carrera de más trabajar para más consumir. «En un mercado laboral competitivo a escala mundial, ¿cómo podemos preservar el tiempo para atendernos nosotros y a nuestras familias, nuestros vecinos y nuestros amigos?» (PNUD, 1999: 77).