Festín de cuervos (67 page)

Read Festín de cuervos Online

Authors: George R.R. Martin

Tags: #Fantástico

BOOK: Festín de cuervos
8.83Mb size Format: txt, pdf, ePub

Hyle Hunt se había empeñado en que se llevaran las cabezas.

—Tarly querrá ponerlas en las murallas —dijo.

—No tenemos brea —señaló Brienne—. La carne se va a pudrir. Dejadlas ahí.

No quería recorrer la penumbra verdosa de los pinares con la cabeza de los hombres a los que había matado.

Hunt no le hizo caso. Él mismo les cortó el cuello a los cadáveres, ató juntas las tres cabezas, por el pelo, y se las colgó de la silla de montar. A Brienne no le quedó más remedio que hacer que no las veía, pero a veces, sobre todo por las noches, sentía sus ojos muertos clavados en la espalda, y en cierta ocasión soñó que hablaban en susurros.

Punta Zarpa Rota le resultó terriblemente fría y húmeda mientras desandaban el camino. Algunos días llovía; otros amenazaba con llover. Nunca lograban entrar en calor, y cuando montaban campamento les costaba encontrar suficiente leña seca para encender una hoguera.

Cuando llegaron a las puertas de Poza de la Doncella los seguía un ejército de moscas, un cuervo se había comido los ojos de Shagwell, y Pyg y Timeon estaban llenos de gusanos. Hacía mucho que Brienne y Podrick habían decidido cabalgar cien pasos por delante de Hunt para evitar el olor a podrido. Ser Hyle decía que, a aquellas alturas, ya había perdido el sentido del olfato.

—Enterradlas —le decía Brienne cada vez que acampaban para pasar la noche, pero Hunt era de lo más testarudo.

«Seguro que le dice a Lord Randyll que él mismo los mató a los tres.»

Pero no tuvo más remedio que reconocer que se había equivocado al juzgarlo.

—El escudero tartamudo tiró una piedra —informó cuando lo llevaron, junto con Brienne, a presencia de Tarly, en el patio del castillo de Mooton. Antes habían entregado las cabezas a un sargento de la guardia, que recibió orden de limpiarlas, untarlas de brea y clavarlas encima de la puerta—. La moza de la espada se encargó del resto.

—¿De los tres? —Lord Randyll parecía incrédulo.

—Por su manera de luchar, podría haber matado a tres más.

—¿Encontrasteis a la pequeña Stark? —exigió saber Tarly.

—No, mi señor.

—Pero matasteis unas cuantas ratas. ¿Os divertisteis?

—No, mi señor.

—Lástima. En fin, ya habéis catado la sangre; ya habéis demostrado lo que fuera que quisierais demostrar. Ya va siendo hora de que os quitéis esa cota de malla y volváis a vestir prendas apropiadas. En el puerto hay varios barcos. Uno de ellos se dirige a Tarth; quiero que subáis a bordo.

—Gracias, mi señor, pero no.

La expresión de Lord Tarly daba a entender que lo que más le gustaría en el mundo sería ver su cabeza en una pica sobre las puertas de Poza de la Doncella, haciendo compañía a las de Timeon, Pyg y Shagwell.

—¿Pretendéis seguir adelante con esta locura?

—Pretendo encontrar a Lady Sansa.

—Si a mi señor no le importa —intervino Ser Hyle—, yo la he visto luchar contra los Titiriteros. Es más fuerte que la mayoría de los hombres, y rápida...

—La espada es rápida —replicó Tarly—. El acero valyrio siempre lo es. ¿Más fuerte que la mayoría de los hombres? Sí. Es un engendro de la naturaleza, no seré yo quien lo niegue.

«La gente como él no me apreciará nunca —pensó Brienne—, haga lo que haga.»

—Puede que Sandor Clegane sepa algo de la niña, mi señor. Si pudiera encontrarlo...

—Clegane se ha unido a los bandidos. Por lo visto, ahora cabalga con Beric Dondarrion. O no; las versiones varían. Mostradme el lugar donde se esconden y de buena gana les rajaré la barriga, les sacaré las entrañas y las quemaré. Hemos ahorcado a docenas de bandidos, pero los jefes nos siguen esquivando. Clegane, Dondarrion, el sacerdote rojo, y ahora esa mujer, Corazón de Piedra... ¿Cómo os proponéis dar con ellos, si yo no lo he logrado?

—Mi señor, voy a... —No tenía respuesta a aquello—. Lo único que puedo hacer es intentarlo.

—Pues adelante. Contáis con esa carta; no necesitáis mi permiso, pero os lo concedo de todos modos. Si tenéis suerte, el único fruto de todas vuestras molestias serán magulladuras de tanto cabalgar. Si no, puede que Clegane os deje vivir después de que su manada y él terminen de violaros. Entonces podréis volver a rastras a Tarth con un bastardo de perro en la barriga.

Brienne hizo caso omiso del comentario.

—Si mi señor me lo puede decir, ¿cuántos hombres cabalgan con el Perro?

—Seis, sesenta o seiscientos. Por lo visto, depende de a quién preguntemos.

Era obvio que Randyll Tarly daba por concluida la conversación. Hizo ademán de volverse.

—Si mi escudero y yo pudiéramos rogaros hospitalidad hasta...

—Rogad cuanto queráis; no toleraré vuestra presencia bajo mi techo.

Ser Hyle Hunt dio un paso al frente.

—Con la venia de mi señor, tenía entendido que este seguía siendo el techo de Lord Mooton.

Tarly le lanzó al caballero una mirada envenenada.

—Mooton tiene el valor de un gusano. No me habléis de él. En cuanto a vos, mi señora, dicen que vuestro padre es buena persona. Si es así, lo compadezco. Algunos hombres reciben la bendición de tener hijos; otros, de tener hijas. Nadie merece una maldición como vos. Vivid o morid, Lady Brienne, pero no volváis a Poza de la Doncella mientras yo gobierne aquí.

«Las palabras se las lleva el aire —se dijo Brienne—. No me pueden hacer daño. Que me pasen por encima.»

—Como ordenéis, mi señor —trató de decir, pero antes de que le salieran las palabras, Tarly ya se había marchado. Salió del patio como si caminara en sueños, sin saber adónde iba.

Ser Hyle le dio alcance.

—Hay posadas. —Ella sacudió la cabeza. No quería hablar con Hyle Hunt—. ¿Os acordáis del Ganso Hediondo?

Su capa aún conservaba el olor de aquel lugar.

—¿Por qué?

—Reuníos conmigo allí a mediodía. Mi primo Alyn fue uno de los que buscaron al Perro. Hablaré con él.

—¿Por qué ibais a hacerlo?

—¿Por qué no? Si tenéis éxito allí donde Alyn ha fracasado, me estaré riendo de él durante años.

Ser Hyle estaba en lo cierto: aún quedaban posadas en Poza de la Doncella. Pero algunas habían sido incendiadas en uno u otro saqueo; aún tenían que reconstruirlas, y las que quedaban estaban abarrotadas de soldados del ejército de Lord Tarly. Podrick y ella las visitaron todas aquella tarde, pero en ninguna quedaban camas.

—¿Ser? ¿Mi señora? —empezó Podrick cuando ya se ponía el sol—. Hay barcos. En los barcos hay camas. Hamacas. O catres.

Los hombres de Lord Randyll pululaban por los muelles, como los gusanos por las cabezas de los tres Titiriteros Sangrientos, pero su sargento conocía de vista a Brienne y la dejó pasar. Los pescadores de la zona ya estaban amarrando y pregonaban las capturas del día, aunque a ella le interesaban los barcos más grandes, los que surcaban las aguas tormentosas del mar Angosto. En el puerto había media docena, pero una de ellas, una galera que tenía por nombre
Hija del Titán
, estaba levando anclas para zarpar con la marea vespertina. Podrick Payne y ella hicieron una ronda por los barcos que quedaban. El contramaestre de la
Chica de Puerto Gaviota
tomó a Brienne por una prostituta y les dijo que su barco no era ningún burdel, y un arponero del ballenero ibbenés le ofreció dinero a cambio del muchacho, pero en otros tuvieron mejor suerte. Compró una naranja para Podrick en la
Caminante de los Mares
, una coca recién llegada de Antigua que había hecho escala en Tyrosh, Pentos y el Valle Oscuro.

—De aquí vamos a Puerto Gaviota —le dijo su capitán—, y después rodearemos los Dedos hasta Islahermana y Puerto Blanco, si las tormentas lo permiten. Es un barco limpio; la
Caminante
no tiene tantas ratas como la mayoría, y llevamos a bordo huevos frescos y mantequilla recién hecha. ¿Mi señora busca pasaje hacia el norte?

—No. —«Todavía no.» Se sentía tentada, pero...

Cuando se dirigían al siguiente atracadero, Podrick arrastró un pie por el suelo.

—¿Ser? —dijo—. ¿Mi señora? ¿Y si mi señora se fue a casa? O sea, mi otra señora, ser. Lady Sansa.

—Su casa ha ardido.

—Aun así. Allí están sus dioses. Y los dioses no mueren.

«Los dioses no mueren, pero las niñas sí.»

—Timeon era un asesino cruel, pero no creo que mintiera sobre el Perro. No podemos ir al norte hasta que estemos seguros. Ya habrá otros barcos.

Encontraron refugio para aquella noche en el extremo más oriental del puerto, a bordo de una galera mercante llamada
Dama de Myr
. Estaba muy escorada, y había perdido el mástil y la mitad de su tripulación en una tormenta, pero el maestre no tenía monedas suficientes para repararla, de modo que le alegró aceptar unas cuantas de Brienne a cambio de un camarote vacío que compartiría con Pod.

La noche no fue tranquila: Brienne se despertó tres veces, la primera cuando empezó la lluvia, y luego cuando oyó un crujido y pensó que Dick
el Ágil
se acercaba para matarla. La segunda vez se levantó con el cuchillo en la mano, pero no pasaba nada. En la oscuridad del diminuto camarote, tardó un momento en recordar que Dick
el Ágil
estaba muerto. Cuando por fin volvió a dormirse, soñó con los hombres a los que había matado. Bailaban a su alrededor, se burlaban de ella, la pellizcaban mientras ella les lanzaba golpes con la espada... Los redujo a jirones ensangrentados, pero seguían bailoteando a su alrededor... Shagwell, Timeon y Pyg, sí, pero también Randyll Tarly, Vargo Hoat y Ronnet Connington,
el Rojo
. Ronnet llevaba una rosa entre los dedos. Cuando se la tendió, ella le cortó la mano.

Se despertó sudorosa, y se pasó el resto de la noche acurrucada bajo la capa, mientras oía caer la lluvia contra la cubierta que le servía de techo. Fue una noche extraña. De cuando en cuando le llegaba el sonido del trueno lejano, y pensaba en el barco braavosi que había zarpado la tarde anterior.

A la mañana siguiente fue otra vez al Ganso Hediondo, despertó a su desaseada propietaria y le dio unas monedas a cambio de unas salchichas grasientas, un poco de pan frito, media copa de vino, una frasca de agua hervida y dos vasos limpios. Mientras ponía el agua a hervir, la mujer miró a Brienne con los ojos entrecerrados.

—Sois la grandullona que se marchó con Dick
el Ágil
, ya me acuerdo. ¿Os estafó?

—No.

—¿Os violó?

—No.

—¿Os robó el caballo?

—No. Lo mataron unos bandidos.

—¿Bandidos? —La mujer le pareció más intrigada que triste—. Siempre pensé que Dick acabaría ahorcado, o que lo mandarían al Muro.

Se comieron el pan frito y la mitad de las salchichas. Podrick Payne regó su ración con agua mezclada con un poco de vino, mientras que Brienne bebía una copa de vino aguado y se preguntaba qué hacía allí. Hyle Hunt no era un verdadero caballero. Su rostro sincero no era más que una máscara.

«No necesito su ayuda, no necesito su protección y, desde luego, no lo necesito a él. Seguro que ni siquiera viene. Cuando me dijo que me reuniera aquí con él, se estaba burlando de mí otra vez.»

Ya se disponía a levantarse para salir cuando llegó Ser Hyle.

—Buenos días. Mi señora, Podrick... —Echó un vistazo a los vasos, a los platos y a las salchichas que se enfriaban en un charco de grasa—. Dioses, espero que no hayáis comido lo que sirven aquí —dijo.

—Lo que comamos no es asunto vuestro —replicó Brienne—. ¿Habéis hablado con vuestro primo? ¿Qué os ha dicho?

—Sandor Clegane fue visto por última vez en Salinas, el día del ataque. Después se fue a caballo hacia el oeste, por el Tridente.

—El Tridente es un río muy largo. —Frunció el ceño.

—Sí, pero no creo que nuestro perro se haya alejado mucho de la desembocadura. Creo que Poniente ha perdido todo su encanto para él. En Salinas, estaba buscando un barco. —Ser Hyle se sacó de la bota un rollo de piel de oveja, apartó las salchichas a un lado y lo estiró en la mesa. Era un mapa—. El Perro mató a tres hombres de su hermano en una vieja posada de la encrucijada, aquí. Luego encabezó el ataque a Salinas, aquí. —Dio unos toquecitos en Salinas con un dedo—. Puede que esté acorralado. Los Frey se encuentran aquí arriba, en Los Gemelos, y Darry y Harrenhal, al sur, al otro lado del Tridente; al oeste tenemos a los Blackwood y a los Bracken enfrentados, y Lord Randyll está aquí, en Poza de la Doncella. Aunque pudiera cruzar entre los clanes de las montañas, la nieve ha cerrado el camino alto hacia el Valle ¿Adónde podría ir un perro?

—Si está con Dondarrion...

—No. Alyn está seguro de eso. Los hombres de Dondarrion también andan buscándolo. Han corrido la voz de que piensan ahorcarlo por lo que hizo en Salinas. No tomaron parte en aquello, pero Lord Randyll quiere que la gente lo crea, para que se vuelva contra Beric y su Hermandad. Mientras el pueblo proteja al señor del relámpago, no podrá atraparlo. Y luego está la otra banda, la que encabeza la mujer, Corazón de Piedra... Se dice que es la amante de Lord Beric, que los Frey la ahorcaron, pero Dondarrion la besó y le devolvió la vida, y ahora es inmortal, igual que él.

Brienne estudió el mapa. Si Clegane había sido visto por última vez en Salinas, allí era donde habría que buscar su rastro.

—Por lo que dice Alyn, en Salinas no queda nadie, sólo un caballero anciano en su castillo.

—Pero por allí hay que empezar.

—Hay un hombre —dijo Ser Hyle—. Un septón. Llegó un día antes que vos. Se llama Meribald; nació y creció junto al río, donde ha servido toda su vida. Partirá mañana para hacer su ruta, y siempre pasa por Salinas. Deberíamos ir con él.

Brienne alzó la vista bruscamente.

—¿Deberíamos?

—Os acompaño.

—Eso, ni pensarlo.

—Bueno, voy a ir a Salinas con el septón Meribald. Podrick y vos podéis ir adonde os dé la gana.

—¿Os ha ordenado Lord Randyll que me sigáis otra vez?

—Me ha ordenado que me aleje de vos. Lord Randyll opina que os sentaría bien una buena violación.

—Entonces, ¿por qué queréis acompañarme?

—La alternativa era volver a montar guardia en la puerta.

—Si vuestro señor os ha ordenado...

—Ya no es mi señor.

—¿No estáis a su servicio? —preguntó sorprendida.

—Su señoría me ha informado de que ya no necesita mi espada ni mi insolencia. Vienen a ser lo mismo. Por tanto, me propongo disfrutar de la vida aventurera de un caballero errante... Aunque supongo que, si encontramos a Sansa Stark, habrá una buena recompensa.

Other books

The Dutch Wife by Eric P. McCormack
Taken by You by Carlie Sexton
The Apprentice by Alexander C. Hoffman
As Sweet as Honey by Indira Ganesan
Dare to Dream by Donna Hill
1982 - An Ice-Cream War by William Boyd
Undercovers by Nadia Aidan
Born of Defiance by Sherrilyn Kenyon