—La cuchara no va con la sopa —dijo después de conseguir, por fin, recuperar la cuchara—. ¿Qué tal?, ¿te gusta?
El visitante miró la cuchara y luego a Gus.
—¿Tienes algún nombre? —dijo, incorporándose hacia delante y apoyando los hombros en las rodillas.
Otra vez, volvió a ladear la cabeza. Luego en cuclillas, sin llegar a levantarse, caminó en dirección adonde estaba el viejo, hasta llegar a menos de un metro de distancia. Entonces se paró y se quedó mirando la taza, luego se frotó con cuidado la venda que tenía alrededor del tórax y volvió a quedarse mirando a Gus. A continuación, con mucho cuidado, estiró la mano hasta pasar los largos dedos por el asa de la taza de porcelana y caminó hacia atrás hasta apoyar su espalda de color verde contra la pared.
Gus se dio unos golpes en el pecho con el puño.
—Gus —dijo—, el poderoso —añadió con tono de broma. La criatura se quedó sorprendida, dejó la sopa a medio camino de la boca y se quedó mirando.
—Gus —repitió el viejo, golpeándose otra vez en el pecho.
La criatura no respondió nada y se llevó la sopa a la boca. Los ojos se cerraron, luego se abrieron de pronto y dio un largo trago, y luego otro, engullendo la sopa a toda velocidad, hasta que vació del todo la taza.
—Gus —dijo golpeándose en el pecho una vez más.
—Gussss —dijo la criatura sin darle demasiada importancia y sin preocuparse tampoco de la sopa que le chorreaba por la boca.
—Eso es, chico, Gus —dijo, agradeciendo en cierta manera que aquella criatura hablara y no usara aquella comunicación mental que tantísimo dolor de cabeza le había provocado. A continuación, señaló el verdoso pecho del visitante a una distancia prudencial de más de medio metro.
—¿Y tú?
Los ojos recorrieron un pequeño círculo, luego torció el gesto hasta que la boca casi desapareció del rostro mientras movía la cabeza hacia los lados; después miró a Gus y pareció relajarse. Gus vio que un fideo perdido se asomaba por la parte izquierda de la boca.
—Palilo —pronunció claramente con aquella voz extraña, temblorosa, como recubierta de algodones.
—Que me aspen, maldita sea —exclamó Gus, abriendo bien los ojos.
La criatura puso la taza boca abajo y la agitó; cuando se dio cuenta de que no quedaba nada, miró a Gus y luego al cazo que había en la encimera.
—¿Quieres más?
Aunque la criatura careciese de cejas, tenía unos pequeños surcos en la zona donde habrían estado.
—¿Ese es tu nombre, Palillo?
Las redondas pupilas de los grandes ojos almendrados se quedaron fijas en los tristes ojos del viejo. Luego, uno de los finos dedos se acercó hasta su pecho de color verde, rozando la venda ligeramente.
—Palilo.
—¿Palillo?
La criatura dijo que no con la cabeza.
—Palilo.
—Estupendo, Palillo. Además, te pega mucho, eres igual de flaco. Me alegro de que hables a través de tu boca —dijo mientras se señalaba la suya y movía las mandíbulas arriba y abajo—. En las montañas era como si me lloraras dentro de la cabeza; cada palabra que decías era como si me golpearas en la nariz, y también en el cerebro.
El alienígena volvió a adoptar un gesto confuso.
—Bueno, pequeño palillo, ¿qué tal si te pongo un poco más de sopa y tú me cuentas cómo es que te has ido a estrellar con tu nave justo donde iba yo a ponerme a buscar oro?
Pero el visitante no lo escuchaba. Había vuelto la vista hacia la sucia ventana y a la penumbra que había detrás. Varias arrugas se le dibujaron en la frente y Gus pudo ver cómo empezaba a temblar al tiempo que señalaba la ventana y el desierto que se extendía tras ella. Pequeños espasmos le sacudían la voluminosa cabeza y los brazos; Gus supuso que algo le había impresionado enormemente o que tal vez aquello era tan solo producto del miedo.
El viejo echó la amarillenta persiana que cubría la ventana y se volvió hacia el visitante.
—Hay algo ahí fuera, ¿verdad? —preguntó, acordándose del agujero que había en el lugar del accidente y del intenso miedo que había sentido cuando había mirado hacia el fondo. Palilo no respondió y se metió otra vez en la cama. Luego, se volvió hacia Gus y parpadeó.
—Voy a prepararte más sopa y algo de café, y luego será mejor que me digas qué es eso que te tiene tan asustado.
Palilo continuó mirando a Gus, se le habían quitado todas las ganas de tomar más sopa. Despacio, volvió a centrar su atención en la ventana cubierta.
—El Destructor, hambriento, malo, animal malo —dijo en voz alta sin apartar la vista de la ventana. Luego más despacio dijo—: El hombre va… a desaparecer… Gusss.
Gus dejó por un momento la lata y el abridor, agachó la cabeza y dejó caer los hombros.
—Me imaginaba que era algo así.
Al viejo le temblaban las manos mientras abría la lata y vertía el contenido en un cazo, tirando más fuera que dentro.
—Cuando no era más que un muchacho, mi madre me decía que no había que tenerle miedo a la oscuridad. —Dejó de remover la sopa y se quedó mirando a Palillo, que se había apartado de la ventana—. Imagino que se equivocaba, ¿no?
Base de la Fuerza Aérea de Nellis, Nevada
8 de julio, 18.40 horas
Collins, Everett y el recién incorporado Jason Ryan, que como miembro del grupo llevaba también su mono de color azul, observaban con nerviosismo toda la actividad que se desarrollaba en el Centro Informático, mientras esperaban a que el técnico especializado en el Europa XP-7 se reuniese con ellos. El director Compton los vio y bostezó. Dejó la parrilla de búsqueda que tenía en las manos y subió las escaleras para reunirse con ellos. Todos observaban la gran pantalla que había en la pared, donde se proyectaba a tiempo real la imagen del sudeste de Nuevo México recogida por el satélite del Grupo. Los ordenadores estaban programados para recoger cada diminuto detalle de la superficie a través de unos magnetómetros, la fotografía infrarroja, un radar Doppler y unos sistemas de reconocimiento del terreno, y buscar cualquier tipo de anomalía. Collins saludó con la cabeza al director cuando este llegó al lugar donde se encontraban.
Las imágenes enviadas por el KH-11 estaban divididas en una cuadrícula trazada con líneas de color rojo, para que los técnicos pudieran trabajar con ellas de forma más específica en sus consolas, con la esperanza de encontrar algún rastro de metal o cualquier irregularidad en el terreno. Mientras observaban, apareció un pequeño coche que circulaba por una carretera a las afueras de Roswell, y pudieron ver cómo el ordenador incorporaba una minúscula brújula azul que señalizaba la dirección del vehículo. Luego vieron que al no encajar con el perfil preestablecido, el vehículo desaparecía de la imagen.
—Estoy empezando a pensar que ese maldito trasto no se ha estrellado —dijo Everett—. Han multiplicado por dos el tamaño de la zona de búsqueda para incluir un buen pedazo de la parte más occidental de Texas, y ni aun así.
Jason Ryan observó cómo el satélite KH-11 de última generación cambiaba la orientación.
—Por lo que pude ver del platillo, opino que… —Se quedó pensando un momento, luego rectificó—. Calculo que tiene que haberse estrellado. Tenía demasiados desperfectos como para remontar el vuelo, estoy seguro de ello.
Collins se quedó mirando al piloto de la Marina.
—El senador tiene el presentimiento de que si ha caído, tiene que haber sido aquí, y después de lo que me ha contado, yo soy de la misma opinión. Da la sensación de que, sea quien sea quien está pilotando esa aeronave, ha utilizado unas coordenadas predeterminadas para ajustar su viaje a una zona poco poblada. —Se volvió y observó el cambio en la pantalla mientras el satélite se dirigía hacia el este y cambiaba sus cámaras al modo infrarrojo de visión nocturna para poder detectar objetos tan solo con la luz ambiente.
—Pienso lo mismo que usted —dijo Compton.
—Recuerdo que parecía muy dañado, y después de que apareciera la segunda nave…
—¡Eso es! —gritó Niles. Los operarios del Centro Informático, visiblemente molestos por el alboroto, levantaron la vista hacia donde estaban los cuatro hombres—. Ryan, ¿a qué distancia calcula que el platillo averiado fue desplazado por el otro platillo?
—Creo que sé a dónde quiere ir a parar, doctor, pero apenas fue desplazado, según nos dijo Ryan antes —aclaró Everett mirando a su jefe.
Ryan movió la cabeza con gesto pensativo.
—Tiene razón, doctor Compton, esos satélites deben de estar muy cerca. Créame que me gustaría descubrir lo que ha ocurrido. Perdí a un buen muchacho que venía detrás de mí en el caza, y a otros dos grandes tipos que iban en el otro, pero están ustedes buscando una aguja en un pajar. —Ryan suspiró y se frotó los ojos, luego los cerró y se quedó con gesto pensativo—. Señor, yo estaba colgado de un paracaídas, ¿recuerda? No sé muy bien qué puedo contarles.
De pronto, Collins cayó en la cuenta de todo.
—Es cierto; no va a estar donde estuvo la primera vez, en 1947. En aquel entonces lo único que desvió su ruta fue el segundo platillo, a menos que tengamos en cuenta el Cessna, pero eso ni siquiera habría desviado la ruta de Una cometa. Sin embargo, en esta ocasión, durante el vuelo tuvo lugar otro suceso que pudo hacer que cayera en algún otro lugar —dedujo Compton, sin dejar de mirar la imagen ofrecida por Boris y Natasha.
Jack recordó el informe de incidencias que Ryan le había entregado acerca del ataque. Lo abrió y buscó las páginas correspondientes.
—Ryan, en su informe afirma que disparó contra la segunda nave, la que llevó a cabo el ataque, ¿es eso cierto?
Ryan se quedó lívido y se dio la vuelta al mismo tiempo que se daba una palmada en la frente.
—Dios mío, le disparé un Phoenix. Fue un disparo rápido y sé que dio en el blanco, tuvo que hacerlo. Recibí la señal; la cabeza del Phoenix había localizado al objetivo.
—Si la nave atacante fue alcanzada, quizá las dos naves fueron derribadas, no solo la que recibió la agresión sino también la agresora —dijo Jack en voz alta.
—Sí, veo por dónde va, el impacto de un misil pudo hacer que cayera más rápido que la otra, o quizá que tardara más. Era un disparo a tanta distancia que yo no me apostaría ni cinco dólares. Pero en todo caso, y dándole el beneficio de la duda, ¿dónde cree que cayó?
—Es una cuestión de eliminación que no tiene nada que ver con el choque. El oeste de Texas está poco poblado, puede se encuentre allí. —Niles se acercó a la enorme pantalla y le dio un golpe al monitor—. Pero había sufrido algunos desperfectos, puede que no haya conseguido llegar a Texas, ni siquiera a Nuevo México. —Avanzó unos cuantos pasos y extrajo un mapa de plasma digital de una de las mesas. De forma automática, la pantalla de alta definición se iluminó y entre las dos piezas de plástico apareció un mapa. Niles, satisfecho porque el mapa que había aparecido era el correcto, regresó al lugar donde estaban los tres hombres—. Ahí lo tienen. Sabemos que si hubiese caído en el sur de California, habría habido testigos. Un choque allí habría producido cientos de muertos, o incluso miles. —Trazó una línea con el dedo separando el sur de California del resto de la zona oeste del país. Los lugares por los que pasaba su dedo cambiaban de color adoptando un tono anaranjado—. Incluso al este del desierto de Mojave hay bastante gente viviendo. —De nuevo, trazó con el dedo un círculo alrededor de la zona del desierto de California, y otra vez la imagen digital se volvió anaranjada—. Pero fíjense aquí. —De la parte oriental de los estados más al oeste de los Estados Unidos pasó a una zona mucho más despoblada.
—¿Arizona? —preguntó Ryan.
—¿Y por qué no? —Compton dibujó un círculo con el dedo índice, tocando la superficie de plástico y haciendo que la parte central de Arizona adoptara un tono azulado—. Si sales de Phoenix en dirección oeste, ¿qué te encuentras hasta llegar a Nuevo México? Nada aparte de matorrales, desierto y de vez en cuando cuatro casas alrededor de una gasolinera con cafetería.
—No sé, jefe, me parece una posibilidad muy remota —dijo Everett. Pero se quedó mirando el mapa con renovado interés.
—Remota sí pero no imposible. En esta ocasión hubo algo que hizo que desviara el rumbo un poco más: el impacto del misil disparado por Ryan. Esta es la zona más probable. Está tan poco poblada que el Queen Mary podría caer del cielo y nadie se daría ni cuenta.
—A mí la posibilidad me convence, Niles, pero lo que está proponiendo es un cambio radical en las directrices de búsqueda. Si se equivoca, el resultado podría ser desastroso —advirtió Jack, mirando fijamente al director.
—¡Pete! —exclamó Niles, mientras le sostenía la mirada a Jack; luego se dio la vuelta y bajó apresuradamente las escaleras. Allí estaba Pete Golding, la persona que le había sustituido al frente del departamento de Ciencias Informáticas. Tenía los pies puestos encima de la mesa y estaba roncando. A Niles no le hacía ninguna gracia despertarlo porque Pete había dormido todavía menos horas que él—. Venga, Pete, maldita sea, despierta. Te necesito.
Pete Golding notó que le quitaban los pies de encima de la mesa y se despertó al instante con la sensación de que lo estaban lanzando por un acantilado.
—Maldita sea, jefe, ¿qué haces? —preguntó, entornando los ojos ante el ataque de las luces fluorescentes.
—Despierta, hay un patrón de búsqueda sobre el que tenemos que hablar.
—¿Qué demonios estás diciendo? —preguntó Pete Golding, mientras se ponía las gafas. Niles explicó sus razones durante los siguientes tres minutos, Pete solo lo interrumpió en una ocasión. Una vez Niles hubo acabado, se quedó mirando a Golding y esperó a ver su reacción.
En vez de discutir, que es lo que Compton esperaba que hiciese, Golding se puso en pie, tosió una vez para aclararse la garganta y gritó al fatigado personal del departamento de Ciencias Informáticas.
—¡Venga, muchachos, espabilad! El director tiene un presentimiento y nos vamos a jugar hasta la camisa. —Después se dirigió hacia Niles—. Recuérdame luego que tendremos que destinar unos treinta millones de dólares del presupuesto del año que viene para pagar la lanzadera que surta de combustible a estos satélites que estamos llevando de un lado para otro del cielo. —Pete se desperezó, luego cogió los auriculares que tenía en su mesa—. Muy bien, muchachos, ponedme en contacto con Pasadena y preparaos para reconfigurar a Boris y Natasha, venga.