—Harold —dijo Grace muy bajito—, creo que me he meado encima.
A Harold le pareció mejor no hacer ningún comentario por el momento; simplemente se quedó allí sentado y le dio gracias a Dios de que aún estuviesen vivos. Y de que Grace no hubiese vuelto a decir que deberían haber ido a ver a su hermana a Denver.
Base de la Fuerza Aérea de Nellis, Nevada.
Centro Informático, complejo del Grupo Evento
9 de julio, 00.10 horas
El director del Centro Informático, Pete Golding, y su fatigado equipo de técnicos no habían encontrado nada y parecía que su búsqueda en Arizona tenía tan poco sentido como la de Nuevo México. Boris y Natasha habían consumido la mayor parte de su combustible y ya no podrían volver a ser reconfigurados para desplazarse hasta otra órbita, ya que acabarían de agotar sus depósitos. Y eso significaría perder el satélite, ya que se desplazaba en una órbita tan baja que acabaría cayendo a la atmósfera. Si el viejo y fiable satélite llevaba a cabo otro movimiento, probablemente sería el último. Haría falta enviar una lanzadera para repostar combustible, y eran conscientes de que eso no resultaba tan sencillo como llamar al servicio de habitaciones. Unas horas antes, la Agencia de Seguridad Nacional había convencido al presidente de que les devolvieran su satélite KH-11. El director de esa agencia era uno de los pocos que sabía de la existencia del Grupo Evento y de su tapadera, los Archivos Nacionales, y estaba dispuesto a cooperar hasta cierto punto, pero con el terrorismo global todavía en auge, los argumentos con los que contaban para reclamar su satélite eran pertinentes e importantes para la nación.
Compton tuvo por fin que sentarse a su mesa y apoyar la cabeza. El cansancio había acabado por hacer mella en él y se hallaba al borde del desmayo.
Pete Golding, el director de Centro Informático y uno de los mejores amigos de Niles, lo vio y movió la cabeza hacia los lados con gesto de consternación. Dejaría que su jefe durmiese lo máximo posible porque podía advertir a simple vista que estaba a punto de desplomarse.
En los distintos monitores que cubrían la pared y en la pantalla principal que tenían encima, las imágenes del desierto seguían pasando ante sus ojos, tal y como eran captadas por Boris y Natasha, y por el momento lo único que ofrecían era un enorme vacío.
Niles Compton roncaba ligeramente encima de su mesa, no había dormido ni un instante en las últimas cuarenta y ocho horas. Tenía los pies puestos encima de la mesa, y esta vez el agotado director sí que estaba por fin haciendo el necesario descanso que su cuerpo tanto ansiaba. Había habido dos cambios de turno desde que habían reajustado a Boris y Natasha, y de momento el único resultado había sido las simples imágenes del desierto que ocupaba la mayor parte de Arizona. Ahora el satélite les estaba dando grandes angulares de una pequeña hilera de montañas de las que todo el mundo había oído hablar en el Oeste, las de la Superstición.
Pete Golding bostezó, abrió un mapa de Arizona del Servicio Geológico de los Estados Unidos y usó el ratón para colocarlo en la esquina derecha de la emisión en directo que enviaba Boris y Natasha para poder analizar las dos cosas juntas en el monitor.
—Maldita sea, la ciudad más cercana no tiene nada de ciudad. ¿Chato's Crawl? —Pete movió la cabeza hacia los lados. Chato había sido un gran jefe apache hacía casi cien años; a Pete le sonaba que había sido también un buen amigo de Jerónimo, pero ¿qué mierda quería decir eso de «Crawl»?
—Por fin —se oyó decir a una voz en la sala.
Golding miró primero a la pantalla y luego rápidamente a la fila de operadores que se congregaban en torno a una de las consolas. En la pantalla de tonalidad verdosa, de casi siete metros de ancho, que retransmitía a tiempo real la señal del KH-11, él no había percibido nada.
—Muy bien, Dave, dime qué es lo que tienes —le preguntó al operador.
El grito de júbilo había sacado a Niles Compton de su sueño. Se despertó con ese extraño sentimiento de ir a caerse que tiene uno cuando lo despiertan de repente. Se puso en pie de un salto, quitándose los restos de cansancio de los ojos y bajó corriendo los tres escalones que conducían hasta el espacio principal del Centro Informático.
—¿Qué tienes, Pete? —preguntó, abriendo los ojos todo lo que pudo para intentar así que le pesaran un poco menos. Se puso las gafas y observó.
—En los infrarrojos nada, pero fíjese en el magnetómetro de Boris, marca más del máximo. O es una veta mineral en la superficie, o tenemos lo que estamos buscando —aseguró Golding mientras daba un paso atrás para que Hiles pudiera ver mejor la pantalla.
El lector digital de metal autóctono se había lanzado a 170.000 unidades por kilómetro cuadrado. Los detectores de metal a bordo del satélite KH-11 estaban gastando una gran cantidad de energía para enfocar una zona tan limitada de la Tierra, pero los resultados, aunque un poco escasos en este momento, eran muy positivos. Compton miraba la pantalla donde se proyectaban las imágenes. Divisaba las piedras y los enormes pedruscos que formaban la montaña. Pero el metal que señalaban los detectores no aparecía por ninguna parte, con lo que cabía la posibilidad de que se tratara de un yacimiento autóctono que estuviese debajo de la superficie.
—Niles, estaba observando el mapa del Servicio Geológico y ¿sabes de dónde he descubierto que proviene esa señal? —le preguntó Pete a su jefe, pero por miedo a que dijese alguna tontería, no le dio tiempo a contestar—. Es la cordillera de las montañas de la Superstición, de donde procede el mito de la mina oculta del holandés; a lo mejor lo que estamos detectando es un yacimiento de oro o de plata.
—Está bien, odio tener que decir esto, pero vamos a jugárnosla y a ampliar al máximo. Nos acercaremos a ver si podemos detectar algo visualmente. —Niles se quedó contemplando la pantalla—. Quiero justo ese pequeño valle de ahí, Boris y Natasha no va a poder ver más allá de los muros de piedra de alrededor.
El resto de los técnicos permaneció atento a Golding, esperando a que dijera algo.
—Niles, ¿podemos hablar un momento? —Pete lo cogió por el hombro y se alejaron unos cuantos pasos.
Pete se quedó mirando los rostros horrorizados de los operarios hasta que cada uno de ellos volvió a su trabajo. Luego se quitó las gafas y empezó a limpiarlas con el faldón de la camisa blanca que se había sacado por fuera de los pantalones negros que llevaba.
—Niles, hemos gastado mucha energía en esto. A Boris y Natasha no le queda casi combustible y las baterías están prácticamente agotadas. Las placas solares no pueden proporcionar la energía que les estamos exigiendo y las baterías no se están recargando. —Golding se quedó mirando a su jefe y amigo; luego, mientras se ponía las gafas, volvió la vista hacia la pantalla principal.
Compton se quitó sus gafas y golpeó suavemente con una de las patillas en el pecho del director del Centro Informático.
—Lo primero, Pete, tenemos que correr el riesgo, usar lo que queda en las baterías y llevar las lentes a la posición que les corresponde. Necesitamos poder ver esa zona con todo lujo de detalles. En ese valle podría haber trozos de metal tan pequeños que sea imposible apreciarlos si no es así. Segundo, me importa una mierda cómo estemos de combustible. —Volvió a darle con las gafas, más fuerte esta vez—. Tercero, si no hacéis lo que digo y no encontramos ese platillo… —Se quedó callado un momento y bajó el tono de voz—. Podríamos estar condenando a muerte a todos los habitantes de este planeta. Y cuarto —dijo mientras apretaba los dientes—, si es necesario, nos montaremos en coches, aviones y helicópteros e iremos ahí a buscarlo nosotros mismos, y eso será si perdemos el satélite de reconocimiento. —Volvió a ponerse las gafas y bajó donde estaban los operarios.
—¡Poned las lentes al máximo aumento posible! —ordenó Golding con un grito que hizo que la mayoría de los técnicos se sobresaltaran un momento y se pusieran inmediatamente a seguir las instrucciones—. Estableced comunicación con Boris y Natasha en cuanto yo dé la orden. Quiero una imagen nítida y necesito esa energía extra cuando lleguemos al máximo aumento. —Por el rabillo del ojo, Golding vio cómo le temblaba un poco la mano a su j efe, no sabía si se sentía mal por haberse puesto desagradable con su buen amigo o por tener que sacrificar a Boris y Natasha.
—Ampliando al máximo la imagen del sitio cuatro dos ocho tres nueve; altura, mil trescientos metros —anunció el hombre al mando del control de óptica—. Altitud del satélite, uno nueve dos kilómetros.
—Estad atentos para cortar la comunicación cuando os lo diga. Recordad, tendremos unos tres segundos de señal de Boris para operar las lentes antes de que se apague la transmisión. Cuando se termine, tendremos también otros diez segundos más de Natasha, y junto con ellos la imagen que buscamos, así que preparad los infrarrojos y los magnetómetros, y quiero grabación de vídeo y fotos de todo. ¡Os quiero a todos listos, joder!
Niles sabía lo molesto que estaría Pete Golding. Acababa de dar las órdenes que significaban básicamente el final de Boris y Natasha, porque sin combustible ni energía eléctrica, el satélite KH-11 se perdería para siempre en una órbita donde iría descomponiéndose y no habría manera de traerlo de vuelta a menos que fuera a buscarlo una lanzadera con combustible. Pero no se podía hacer otra cosa.
Después de transmitir las repentinas órdenes a Boris y Natasha, la imagen se volvió más nítida y ahora podía distinguirse con claridad el pequeño valle en el que habían centrado todos sus esfuerzos. Los aparatos de infrarrojos y de luz ambiental tan solo mostraban las rocas todavía calientes a causa de los rayos de sol que les habían estado golpeando durante todo el día. Mientras observaban, el magnetómetro volvió a registrar un valor máximo y Niles hizo una mueca al no ver los restos que estaba esperando encontrar.
—La energía se nos acaba en cinco, cuatro, tres, dos…
Pero Pete solo pudo contar hasta ahí. La imagen se cubrió de nieve dos segundos antes de lo esperado. La sala se quedó en silencio, todos los hombres y mujeres allí presentes supieron que acababan de presenciar la muerte del viejo y solvente satélite KH-11. Pete Golding lanzó contra el suelo la carpeta que tenía en la mano y le dio a continuación una rabiosa patada.
En la pantalla principal y en varias de las consolas del Centro Informático se podía ver el momento exacto de la muerte de Boris y Natasha. Después de que la nieve hubiese sustituido a la nítida imagen del valle, la carátula de pérdida de señal apareció en la gran pantalla al mismo tiempo que la comunicación con el satélite se perdía, probablemente para siempre. Pete cogió una silla y se dejó caer sobre ella. Niles se quedó completamente quieto y rezó para que no hubiesen terminado de perder la última esperanza que tenían. Tragó saliva y dejó pasar un rato. Los magnetómetros habían marcado el máximo, pero aquello podía significar que había metal propio del terreno cerca de la superficie o podía deberse a algún mal funcionamiento en un satélite que ya estaba saturado de trabajo.
—¡Caray! Parece que antes de estirar la pata del todo, Boris y Natasha ha marcado un último tanto. ¡Mirad! —gritó aplaudiendo Dave Pope, técnico especialista en mejora óptica. Luego se puso de pie y empezó a dar saltos y a chocarle la mano a la gente que tenía alrededor.
A Niles se le aceleró el pulso mientras consultaba la pantalla a la derecha del monitor principal; el operario se tranquilizó y dio unas cuantas órdenes con el teclado que hicieron que apareciera una imagen muy nítida. Era un plano del pequeño valle, en su interior podían verse restos de la nave. Estaban esparcidos en un área de unos tres kilómetros de ancho. Se trataba de piezas metálicas, deformadas de todas las maneras posibles. Se distinguía el lugar del impacto y el cráter que se había producido, así como la tierra que había removido al desplazarse mientras se hacía pedazos. Todos los hombres y las mujeres del Centro Informático estaban de pie silbando y gritando.
Niles Compton cerró los ojos y se quedó así un instante, contento con los aplausos y los gritos de los demás. De pronto, sintió una mano en el hombro. Niles abrió los ojos y vio la sonriente cara de Pete Golding.
—Tienes unos cojones así de grandes, Niles —dijo Pete, moviendo la cabeza con incredulidad—. Pero, qué carajo, señor director, has acertado de pleno.
Maravilloso Boris y Natasha
, pensó Niles. Lo recargaría de combustible y lo volvería a poner en marcha, aunque fuera la última cosa que hiciera. De no ser por el viejo KH-11, no habrían conseguido nada.
Niles se puso de pie y respiró hondo, intentando recobrar la compostura. Se quitó las gafas y se frotó los ojos.
—Muy bien, Pete, avisa a Alice para que llame al senador Lee. —Niles se quedó callado un momento mientras Pete descolgaba el teléfono—. Da la alerta en el complejo, que sea emitida una señal de Evento y que se pongan en marcha los equipos de reconocimiento. Vamos a seguir el protocolo estrictamente.
Niles vio cómo los técnicos informáticos se ponían a trabajar de inmediato, orgullosos como nunca de formar parte del grupo. Volvió a ponerse las gafas y empezó a caminar hacia la puerta mientras uno por uno, todos los técnicos, regresaban a sus teclados en un pequeño homenaje al hombre que lo había arriesgado todo por seguir un presentimiento más o menos fundado. Niles no dio ninguna respuesta al gesto y simplemente abrió la puerta y se marchó.
Pete hizo las llamadas pertinentes mientras veía marcharse a su agotadísimo jefe. Se quedó pensando si él tendría alguna vez la valentía suficiente como para arriesgar un satélite que costaba 485 millones de dólares. Luego negó con la cabeza, él nunca habría sido capaz de algo así. Pero luego pensó que quizá Niles supiese algo que no le había contado.
Pete miró el lugar del accidente y se preguntó si habría algo vivo a bordo de aquello. Se quedó mirando el agujero que había en medio de aquel lugar sin saber qué podía ser exactamente.
Mientras Niles Compton ordenaba el reajuste de Boris y Natasha, Jack había ido a la cafetería a por un café. Quería reflexionar un poco acerca de lo que habían descubierto sobre Centauro antes de informar a Lee y a Compton. Si Jack estaba en lo cierto, las consecuencias de lo que habían descubierto harían tambalearse las bases del Grupo y del gobierno de los Estados Unidos.
No cabía duda de que Hendrix hijo tenía algo que ver con el francés. Era evidente que los dos estaban metidos en asuntos relacionados con tecnologías de última generación. Y lo mejor de todo, la compañía fundada por los amigos de Hendrix padre poco tiempo después del incidente Roswell había sido el resultado directo de la tecnología estudiada y analizada allí. ¿Era la Corporación Centauro responsable de la desaparición de material en Roswell? Collins no creía demasiado en las coincidencias, pero lo más inquietante era la posibilidad de que una compañía privada en este país se estuviese preparando para la guerra sin el conocimiento ni el respaldo del gobierno de los Estados Unidos. Confiaba en que Centauro no hubiera hecho nada desde 1947 que pudiese haber provocado este segundo ataque.