—Usted descubrió los restos de algo que se estrelló contra su propiedad, ¿es correcto?
—Sí, señor, eso y los tres pequeños tipos verdes que encontré al día siguiente.
Lee se quedó atónito.
—¿Encontró cuerpos? —Se volvió para mirar a Hendrix—. Eso no aparecía en los informes que llegaban a Washington.
Hendrix dio un golpe con el pie en el suelo, fue hasta donde estaba el coronel Blanchard y le dijo algo al oído; este, a continuación, se dirigió hacia una puerta lateral.
Lee chasqueó los dedos y el sargento Johnson sacó un Colt 45 y apuntó directamente al coronel Blanchard. El hombre se paró y levantó ligeramente las manos, como si se sintiera avergonzado y no supiese qué hacer.
—¿Va a disparar a un oficial de la Fuerza Aérea de los Estados Unidos —preguntó Hendrix.
—No lo dude. Ustedes no se lo han pensado mucho antes de amenazar al señor Brazel. —Lee asintió mirando al ranchero—. ¿Qué les hace a ustedes mejores que la gente que han jurado proteger?
Hendrix reaccionó con una tranquilidad que solo la experiencia puede proporcionar. Pero Garrison pudo apreciar que los músculos de las mandíbulas se apretaban de forma casi invisible. Evidentemente, no estaba acostumbrado a que sus órdenes no fueran cumplidas.
—¿Encontró a tres tripulantes entre los restos? —preguntó Lee, con la vista puesta todavía en Hendrix.
—Sí, señor, vi esos chismes chocándose uno contra el otro, o por lo menos eso me pareció ver. Y luego el… aeroplano o lo que fuera que chocó contra el suelo. Al día siguiente vi a esos tres tipos en medio de la chatarra, pero no eran gente como usted o como yo, y uno de los pequeños estaba malherido. Los otros dos estaban más tiesos que un fiambre y parecía que los coyotes ya se habían encargado de ellos.
—¿Quiere decir que presenció algún tipo de colisión entre las naves?
—No fue una colisión, porque la otra cosa se largó luego volando. Fue como un coche que saca a otro de la carretera. Él también quería que mintiese sobre eso —dijo Brazel, señalando con la cabeza hacia Hendrix.
Lee se incorporó y se dirigió a los seis hombres de seguridad que estaban de pie junto a la puerta.
—Arresten al señor Hendrix.
—No sabe lo que está haciendo, Lee. El general LeMay me dio órdenes de…
Lee lo hizo callar.
—¡Curtis LeMay obedece las órdenes del presidente, igual que todos los que estamos aquí! —La voz de Garrison resonó por todo el hangar. Lee se quedó de pie y tendió su fuerte brazo al granjero que tenía al lado—. Señor Brazel, acepte, por favor, las disculpas del Ejército de los Estados Unidos por este comportamiento claramente poco profesional. Este… este episodio no ha sacado a relucir las mejores virtudes de mucha de nuestra gente. Están asustados. —Lee cogió la mano del granjero y la estrechó—. Puede estar tranquilo, señor, nosotros no eliminamos a ciudadanos americanos. —
Aunque algunas veces suceda
, pensó.
Brazel dejó que le estrechara la mano. Todavía seguía sudando.
—Pero me gustaría pedirle un favor personal, si es posible.
Mac Brazel se quedó mirando a Lee sin decir nada.
—No le diga nada de esto a nadie a menos que yo le comunique que puede hacerlo, ¿de acuerdo?
—Muy bien, no diré ni una palabra —aceptó Brazel con una deliberada lentitud que le hizo entender a Lee que aquel hombre cumpliría su palabra. Luego Lee pudo ver que el labio superior de Brazel se curvaba un poco, era la primera vez que distinguía una sonrisa en su cara.
—Señor, en nombre del presidente Truman, le doy las gracias. El señor Elliot lo escoltará hasta casa. —Lee hizo una señal a su meteorólogo, quien se adelantó y estrechó la mano del ganadero—. Tiene algunas preguntas que le gustaría hacerle acerca del tiempo que hacía aquella noche en los alrededores de su rancho. Dele una descripción precisa de las naves, de todo lo que pueda usted recordar.
—Sí, señor, así lo haré. Pero de una cosa estoy seguro, no fue un accidente. Una de esas cosas chocó contra la otra a propósito.
Lee asintió, pensando en la extraña declaración que el hombre acababa de hacer.
—¿Dónde consigo algún medio de transporte, señor? —le preguntó Elliot a Lee.
—Róbelo —dijo Lee—. No creo que el 509 de Bombarderos vaya a echar mucho de menos un jeep durante unas horas.
—Sí, señor —dijo Elliot, haciéndole una señal a Brazel para que lo siguiera. Un teniente del equipo de seguridad de Lee lo detuvo un instante y le dio un Colt 45 automático.
—Por si a alguien que no sea del grupo se le ocurre ir detrás de ustedes, dos jeeps más, con hombres de los nuestros, les servirán de escolta. Si se le acerca alguien que no sea de nuestra gente, no tenga ningún reparo en usar esto. —A continuación, el teniente se giró hacia Lee—. Senador, recomiendo que destaquemos a dos de nuestros hombres con el señor Brazel. —Lo dijo lo suficientemente alto como para asegurarse de ser bien oído por todos.
—Gracias, Elliot, descubra todo lo que pueda acerca de esa colisión que derribó el segundo disco. Señor Brazel, gracias otra vez.
Garrison se quedó mirando y esperó hasta que los dos hombres hubieron salido a la oscuridad de la noche azotada por el viento. Al abrirse la puerta, se escuchó el ruidoso motor de un bombardero B-29.
—El resto de mi equipo ya está dentro. —Lee se volvió hacia el comandante de pelo oscuro que se había mantenido en silencio durante la extraña situación que acababan de vivir—. ¿Comandante Marcel, verdad?
El hombre dio un paso al frente y asintió con la cabeza.
—Sí, señor, su equipo está ya coordinándose con los investigadores de nuestra base.
—Excelente. ¿Era esa su idea, comandante Marcel?
—Sí, señor, confiaba en que apareciera alguien con un poco más de sentido común, así que di órdenes por adelantado para que hubiera una cooperación plena.
Lee se giró hacia donde estaba Hendrix y lo miró en silencio mientras este se encendía otro cigarrillo.
—Por lo que ha pasado con el señor Brazel y con el resto de gente que pueda haber retenida en esta base, se le podría acusar de secuestro y, teniendo en cuenta el aspecto de nuestro invitado, también de agresión. ¿Pensaba ocultar el hecho de que había un superviviente o los indicios de la existencia de otra nave?
Hendrix lanzó la cerilla lejos de sí.
—Le conozco, Lee. A mí también me envían informes. Estuvo con ese viejo dinosaurio, Bill
el Salvaje
Donovan, y con los chicos de la Oficina de Servicios Estratégicos, así que déjeme que le cuente un secreto: las cosas han cambiado.
Lee se quedó mirando a Hendrix como si tuviera delante a un bicho raro.
—Si fue usted uno de los mejores y de los más brillantes, debería saber cómo trabajamos, cómo llevamos a cabo el trabajo —continuó Hendrix, aunque Garrison ya había oído bastante y se alejaba después de darle la espalda—, ¡tenemos una situación única, y no va a llegar usted y cagarla! —dijo gritando—. Algunos miembros de la nueva guardia han acuñado un nuevo concepto que estaría bien que fuera aprendiendo para los años venideros. Se trata de la «violencia controlada», y significa que va a haber que quitarse los guantes y que todo está permitido, igual que hacen nuestros amigos rojos en Rusia.
Lee redujo el paso pero siguió caminando hacia la puerta.
—Y una cosa más, hoy en día el control de la información es fundamental; hay cosas que la gente no debe saber, son demasiado inmaduros para entender el mundo real. A partir de ahora, vamos a jugar como el resto de malos del barrio, no se repetirá Pearl Harbor.
Lee se detuvo y estuvo a punto de volverse para contestar a Hendrix, pero finalmente respiró hondo y siguió caminando. Sabía que este hombre tendría un papel importante en el futuro de la Inteligencia Militar, y que esta no sería la última vez que se vería las caras con él y con cientos de tipos como él.
—El mundo será un lugar irreconocible dentro de diez años, un lugar más frío y sombrío.
Garrison sabía que era posible que Hendrix tuviese razón, pero actualmente lo único que podía hacer era controlar su pequeño rincón de este cambiante mundo. Lee eludió el comentario de Hendrix, movió un poco la cabeza con gesto triste y salió al luminoso hangar a ver el Evento que cambiaría el mundo para siempre.
Desde dentro, el hangar parecía todavía más grande. En las últimas veinticuatro horas habían instalado nuevos equipos eléctricos para añadir más luz aún. Pratt & Whitney, Rolls Royce, y otras marcas de motores de aviones, listos para ser instalados o pendientes de reparación, habían sido desplazados a un lado para que la zona pudiera albergar los restos de una aeronave de una naturaleza muy distinta.
Lee estudió los restos desperdigados en la gran extensión marcada por las manchas de petróleo. Ocupaba un espacio similar al de diez B-29. Los restos de fuselaje tenían el color de aluminio sin pintar, brillante y reluciente. Algunos fragmentos de chatarra tenían colores violetas y rojos brillantes. Unos eran enormes y otros tan pequeños como el confeti. Algunos parecían cajas y otros tenían extraños diseños pentagonales y cuadrangulares.
Mientras Garrison observaba cómo trabajaba su equipo por la zona, se dio cuenta de que había un espacio al fondo del hangar de madera que había sido aislado por lo que parecía eran grandes láminas de plástico. Alrededor de la zona semitransparente estaban mezclados el contingente de policía aérea de la base y el personal de seguridad del Grupo Evento, integrado por miembros del Ejército y la Marina. Gracias a las potentes luces instaladas, Lee pudo contemplar las extrañas y fantasmales siluetas de los hombres que había en el interior.
El director decidió encaminarse hacia allí, cuando Ken Early, el metalúrgico del equipo, se interpuso en su camino.
—Señor, creo que tenemos algo aquí que es preciso que vea inmediatamente. —Ken llevaba en la mano una pieza de un metal extraño para que Lee lo examinara. Era bastante pequeña, del tamaño de un sobre postal. Alrededor de los bordes había lo que parecía una serie puntos y guiones, e intercalados había símbolos circulares atravesados por líneas y pirámides y otros glifos de forma octogonal con círculos más pequeños en su interior.
—¿Han empezado los lingüistas a trabajar en esta forma de escritura? —preguntó Lee.
Early dejó de mirar la pieza de metal para observar a su jefe, luego echó un vistazo al resto de los miembros del equipo que había alrededor. Se había ensuciado la bata de laboratorio de color blanco que llevaba puesta.
—Sí, señor, creo que ya se han puesto con eso. —Se encogió de hombros, las gruesas gafas se deslizaron por su nariz.
De detrás del plástico se escuchó un sonido completamente diferente a lo que habían oído hasta el momento, así que Lee no prestó atención a la respuesta de Early.
—Fíjese —insistió Early a su lado, consciente de los ruidos pero decidido a no hacerles caso.
Sin darse cuenta, Lee había empezado a caminar hacia el fondo del edificio. La voz del metalúrgico fue lo que le había hecho detenerse.
Early tenía la pieza de metal en la mano derecha; despacio, presionó con los dedos hasta quebrarla. El sonido le recordó a Lee el sonido de las galletas al romperse. Luego, ante la atenta mirada del director, Early abrió la mano y el extraño metal recuperó lentamente su antigua forma.
—Que me aspen —dijo Lee en voz baja.
—Es algo completamente diferente a lo que conocemos, es como si cada fibra… —Early dudó un momento y luego corrigió—. Como si su composición y su forma estuvieran programadas para… para… —Pareció perder el hilo por un instante, mientras buscaba el término correcto—. Maldita sea, señor, es capaz de recordar cuál era su forma original, como si la hubieran programado así. Empresas como 3M están trabajando en algunos polímeros que tienen la tendencia a curarse a sí mismos, pero son solo supuestos teóricos, esta tecnología está cincuenta o sesenta años por delante.
—Es impresionante, doctor, pero si es verdad lo que dice, ¿qué le ha pasado al resto del material que hay aquí, por qué no ha recuperado su forma original?
Early se quedó mirando los restos que tenía alrededor con gesto de perplejidad.
—No vamos a descubrirlo todo en un día, Ken. Tenemos que hacer lo que podamos y empezar a documentarlo todo. No sé cuánto tiempo podremos mantener esto en nuestro poder. Los militares son capaces de convencer a los presidentes de cualquier cosa; al final se saldrán con la suya.
—Sí, señor —dijo Early, antes de volver a incorporarse a su equipo de trabajo.
Lee echó a andar hacia el fondo del edificio. Los gritos se habían amortiguado hasta convertirse en gimoteos. Mientras caminaba, podía ver a su gente examinando cada pieza, tomando notas y haciendo fotografías. Excepto unos cuantos que levantaban la vista de vez en cuando para observar la zona precintada, la mayoría estaban muy concentrados en lo que hacían y parecían más propensos a ignorar los impresionantes ruidos que se escuchaban por todo el hangar.
Lee recorrió los últimos metros antes de llegar a la enorme tienda de campaña precintada y se dirigió a los dos guardias de su grupo.
—Que traigan al señor Hendrix —ordenó.
Lee atravesó una de las portezuelas. La tienda tenía un fuerte olor a antiséptico. El comandante Marcel había llegado antes que él, y cuando lo vio se acercó enseguida para conducirlo donde estaba el doctor.
Lee vio cómo Hendrix era acompañado a la zona restringida. A continuación descubrió las tres camillas. Dos estaban cubiertas con sábanas de color blanco que, era evidente, ocultaban algo debajo de ellas. En una de las dos se podía ver el rastro de un líquido oscuro que había empapado la sábana. Un equipo médico, compuesto por doctores de su grupo y personal de la base, rodeaba la tercera camilla. El doctor Peter Leslie, capitán de la Armada de los Estados Unidos, y que había pertenecido al centro médico Walter Reed, estaba al mando. Lee había elegido personalmente al cirujano para que dirigiera los equipos médicos en las misiones sobre el terreno. Lee confiaba en que Leslie pudiera apañárselas. El doctor levantó la vista al ver a Lee y su grupo. Hizo un gesto señalando a una de las enfermeras.
—Estamos intentando mantener esta zona lo más esterilizada posible, por favor, pónganse las mascarillas.
Lee recibió una mascarilla hecha de gasa de manos de la enfermera y se la puso alrededor de la boca.
—Las condiciones que hay aquí son espantosas. El cirujano de la base me ha dicho que le impidieron tratar al superviviente en la clínica de la base.