—Este es el Sistema Automático de Carga de Programa, o SACP. Utiliza los diferentes programas para llevar a cabo búsquedas y cálculos a la velocidad de la luz. —Robbins usó el teclado para que apareciera una de las imágenes pertenecientes a las cintas que los hombres habían traído del club aquella mañana. Se trataba del hombre que Artillero había identificado como Farbeaux.
—Gracias por simplificarlo para que lo podamos entender, doctor —dijo Jack, mirando la imagen—. Intentemos ahorrar tiempo y supongamos que Artillero tenía razón, que el hombre que había en el club era el francés. Eso implica que lo más probable es que él, y quien trabaja para él, le sacaron a Reese toda la información y que saben lo que tenemos entre manos. Lo cual significa que en cualquier momento podemos tener una visita tanto de nuestro amigo el francés, y de la gente para la que trabaja, como de los gilipollas que intentaron matarlo a la salida del club.
Jack observaba cómo pasaban delante de sus ojos más y más carpetas y sistemas
hackeados
. Robbins y los tres oficiales habían mirado en todas las bases de datos y sistemas de redes donde consideraban que podría encontrarse alguna pista que les condujera hasta la gente para la que trabajaba el francés. Por lo visto, todos los fabricantes de ordenadores del mundo tenían prácticamente los mismos componentes, pero algunos de los más sofisticados eran híbridos sustituidos por la Agencia de Seguridad Nacional y la CIA. Estos microchips modificados permitían el acceso a todo sistema del que formaran parte. Eso incluía casi todas las agencias de información de la práctica totalidad de los gobiernos y todos los sistemas en red que utilizaban las universidades de todo el mundo. El Europa accedía a estos «espías» infiltrados y los activaba para que transmitieran la información perteneciente a los programas de seguridad de los ordenadores donde estaban alojados, seleccionando la información que resultara relevante en cada caso y borrando después cualquier rastro del proceso. O sea, que el Europa lograba una vía de acceso con la ayuda de los chips mágicos y una vez había obtenido la información que necesitaba del sistema, tapaba ese agujero sin dejar ningún rastro.
Habían descubierto que Farbeaux había comenzado a trabajar en la Comisión de Antigüedades después de ser dado de baja del Ejército francés. Obviamente, era allí donde había adquirido el gusto por los distintos objetos y artefactos antiguos. El Europa había descubierto algunas cuentas corrientes en las islas Caimán; los depósitos suizos que habían salido a la luz no eran lo suficientemente relevantes para sus inquisitivos ojos. A Robbins se le ocurrió algo que ninguno había pensado.
—Quizá al tipo no le paguen en dinero, quizá le paguen de alguna otra manera —aventuró Robbins, mirando a Jack y a los demás.
—¿Quieres decir con antigüedades o cosas así? —preguntó Everett.
—¿Por qué no? Es la mejor inversión de las últimas décadas, más segura que el dinero y más fácil de vender… o de ocultar —dijo el doctor—. Además, eso explicaría el interés que le despierta nuestro Grupo.
—Muy bien, ¿y eso adónde nos lleva? —preguntó Jack.
—A ninguna parte. Deberíamos habernos dado cuenta ya de que, le paguen como le paguen, no vamos a conseguir llegar a la gente que le recompensa con esos objetos —dijo Ryan.
Jack se quedó allí de pie y se desperezó, luego se dio la vuelta, se acercó hasta la pared de vidrio y echó un vistazo al sistema robótico de carga que alimentaba de programas al Europa.
—Doc —dijo Jack mientras seguía con la vista puesta en el interior de la sala blanca—, ¿puedes volver a mostrar su historial militar para comprobar si ha pasado una temporada en alguna embajada o en algún consulado en Estados Unidos?
—Sí, creo que eso lo tenemos, deja que lo mire. —Robbins tecleó una orden—. Sí, el programa está aún conectado.
—Europa —dijo Jack.
«Sí, comandante Collins.» En la pantalla apareció el texto en azul.
—Carpeta, Farbeaux, Henri, coronel. Asunto: cualquier relación entre sus funciones en el Ejército francés y visitas o misiones en Estados Unidos.
Jack se quedó mirando a los otros, que tenían la vista fija en la pantalla.
La pantalla se quedó en blanco.
—Eso sería demasiado fácil —dijo Everett.
—Quizá, pero vale la pena intentarlo. —Robbins se quedó mirando a Everett—. El comandante ha preguntado por algo que hemos asumido que estaría oculto, pero a veces es muy fácil pasar por alto algo así.
La pantalla volvió a iluminarse.
En letras de color azul apareció el siguiente texto: «Cinco visitas clandestinas, 2002-2005. Descubierto por el FBI a partir del examen de cintas de las aduanas de Estados Unidos. Una misión militar, de febrero a diciembre de 1996».
—¡Será posible! —dijo Carl mientras se apoyaba sobre la mesa y apuntaba todos los datos.
—Asunto: funciones relacionadas con la misión militar llevada a cabo en 1996 —enunció Jack, adelantándose a Robbins.
«Agregado militar, embajada de Francia, Washington D. C., luego enviado al consulado de Francia, Nueva York, estado de Nueva York, septiembre a noviembre de 1996.»
—Asunto: fotografías disponibles del archivo diplomático o público, e informes llevados a cabo por el coronel Farbeaux durante su cometido diplomático en Washington y en Nueva York —especificó Robbins.
De pronto, el sistema robótico de carga se accionó al otro lado del cristal, y los brazos cargaron, en cuestión de pocos segundos, al menos ocho nuevos programas con toda la información aparecida en los periódicos, todos los informes o todas las llamadas telefónicas que el gobierno había intervenido en relación con el francés.
La pantalla se quedó en blanco y casi instantáneamente volvió a aparecer nueva información:
«Todos los informes de la Agencia de Seguridad Nacional han sido clasificados como material sensible y han sido destruidos. Todos los informes de la CIA han sido considerados como material sensible y han sido destruidos.»
—Están ocultando sus propias huellas. ¿Creéis que tenía amigos en alguna parte? —preguntó Robbins, mirando a los militares que tenía alrededor.
Jack siguió mirando la pantalla sin mediar palabra. El sistema de carga introdujo un programa más, luego se detuvo.
En la pantalla empezaron a aparecer varias fotografías. Parecían haber sido extraídas de los periódicos y formar todas parte del mismo acto social. En ellas aparecía Farbeaux, vestido no con ropas militares, sino con un esmoquin, pero él no era el objetivo de la lente del fotógrafo. En casi todas las fotos había un hombre de pelo oscuro, sonriendo a la cámara con gesto bastante arrogante. El francés permanecía siempre a su lado.
«Los derechos de este material pertenecen al
Washington Post
.»
—Pregunta. ¿Tema principal del artículo? —preguntó Jack al Europa.
«Recepción al director ejecutivo del Grupo Génesis y de la Corporación Centauro en agradecimiento por la donación de doscientos millones de dólares concedida a la promoción de las artes en Washington D. C.»
—Pregunta. ¿Nombre del director de la Corporación Centauro? —intervino Robbins.
«Charles Phillip Hendrix II», contestó Europa.
Jack se quedó pensando en la historia que el senador le había contado acerca del accidente de Roswell en 1947.
—Europa, ¿alguna información sobre el Grupo Génesis, y en qué negocios está metida la Corporación Centauro? —preguntó Jack.
«Grupo Génesis: grupo consultor de estrategia militar y tecnología corporativa para la Inteligencia de Estados Unidos, Fuerzas Armadas de Estados Unidos. Corporación Centauro: electrónica y óptica avanzada, divisiones en área aeroespacial, comunicación, genética y óptica. Obligaciones contractuales en la actualidad con la NASA, Lockheed Martin, Boeing, Jet Propulsion Laboratory, Bell Laboratories…»
—Europa, ¿año de fundación de la Corporación Centauro? —preguntó Jack, interrumpiendo la larga respuesta del ordenador.
«Documentos corporativos registrados en Nueva York, estado de Nueva York, el 3 de febrero de 1948.»
—Con contratos con compañías de esa envergadura, ¿cómo es posible que no supiéramos nada acerca de Centauro? Yo nunca había oído hablar de ese tanque de pensamiento llamado Génesis —dijo Robbins levantando bastante la voz.
—No sé por qué… —empezó a decir Jack.
—Europa, ¿hay alguna lista de la junta de dirección de la Corporación Centauro? —preguntó Everett.
El monitor borró todas las respuestas anteriores, y el sistema empezó a reaccionar ante la pregunta a través de archivos de periódicos e informes corporativos.
«No se ha hecho pública ninguna información acerca de la junta de dirección de la Corporación Centauro, solo que está compuesta por dieciséis miembros.»
—Necesitamos tener acceso al ordenador central de Centauro, ¿crees que serás capaz, Doc? —preguntó Jack.
—Creo que sí que podrá —contestó Robbins.
—Date prisa, Doc, todo está pasando demasiado deprisa y nos estamos quedando sin tiempo, necesitamos ponernos al día. Me parece que el senador está en lo cierto, tengo malas vibraciones acerca de todo esto y ahora hemos de enfrentarnos con estos cabrones.
—Europa, acceso a la base de datos de Centauro —ordenó Robbins.
«Accediendo», dijo, y luego la pantalla se quedó en blanco. «Imposible acceder. Sistema de seguridad desconocido por el momento. Ordenador central de Centauro inaccesible.»
—Es increíble —dijo Robbins—. Europa, accede al Grupo Génesis, ya sea al ordenador central o a cualquiera de las terminales.
«Accediendo», dijo Europa, y de pronto la pantalla se encendió.
—Excelente, tienen todo ese sistema de seguridad instalado en su parte corporativa, pero o no se han molestado o directamente les da igual proteger de la misma manera el tanque de pensamiento —dedujo Robbins.
«Encontrados diez discos duros personales.»
—Accede a Hendrix, Charles —pidió Jack.
«Hendrix, Charles. Títulos de programas: Defensa marítima. Defensa aérea. Ofensiva por debajo de la superficie. Híbrido viable de aluminio. Guerra biológica: especies humanas modificadas. Guerra óptica: simulaciones de partículas. Agujero de gusano: Abriendo la puerta, 1947. Plataforma de defensa de la estación espacial. Armadura de compuesto plástico de alu…»
—Alto —interrumpió Jack al tiempo que los otros daban un respingo—. Acceso al programa Agujero de gusano. —Se echó hacia delante y se quedó mirando fijamente a la pantalla—. ¿Sinopsis del estudio?
«Indicios de viajes a través de agujero de gusano, Puerta del hemisferio austral. El estudio indica que toda la actividad ovni se origina a 90 grados sur, 0 grados este. El proyecto Génesis confirma artefacto similar al del incidente de 1947. Las pruebas fotográficas indican el uso por parte del enemigo de los agujeros de gusano como pasillos para el acceso planetario, nombre en clave del proyecto: Cruce de Caminos. Estudio de la Defensa Aérea, operaciones ofensivas de los Estados Unidos contra la fuerza atacante.»
—Dios mío, esos cabrones han descubierto cómo llegan hasta aquí —dijo Jack—. Están desarrollando un plan para atacarlos en ese acceso cuando sean descubiertos.
—¿A qué punto corresponden esas coordenadas? —preguntó Everett—. Me resultan familiares.
—Europa, identifica las coordenadas 90 grados sur, 0 grados este, tal y como están registradas en el informe del proyecto Cruce de Caminos —ordenó Robbins.
«Antártida, Polo Sur.»
—El Polo Sur —repitió Ryan.
—Por eso los dos incidentes provenían del sur e iban siguiendo la misma ruta —dijo Carl, mirando a Jack.
Collins le dio unas palmaditas en la espalda al doctor Robbins.
—Que todo esto sea considerado de alta seguridad, doctor.
—Gracias, Europa, asigna a esta búsqueda el código Uno de seguridad —dijo Robbins en voz alta—, solo estará visible para el director y su equipo asesor. El personal presente tendrá autorización para futuras búsquedas acerca de —Robbins levantó la vista hacia Jack señalándolos a los tres— los archivos relacionados con Génesis y Centauro, ¿queda entendido?
«Nuevo archivo, asignado código Uno. Visible solo: director Compton, asesor G. Lee, asistente especial A. Hamilton; autorización para la investigación: Robbins, Everett, Ryan y Collins.»
—¿Qué hacemos con esta Corporación Centauro? —preguntó Carl.
—Aún no lo sé, tengo que pensar. Conseguidme algunas fotos de esa reunión en Washington, que las amplíen y que mejoren la resolución. Necesito fotos nítidas de Hendrix —dijo Jack, a continuación accionó su tarjeta de seguridad y abandonó la sala blanca.
Dieciséis kilómetros al sur de Chato's Crawl. Arizona
8 de julio, 21.30 horas
El talkhan se quedó sentado sobre la superficie y estudió el desierto que lo rodeaba. Nada se movía. El correteo de los animales había cesado: ahora, o bien permanecían quietos, o bien habían huido antes de que comenzara la matanza. La bestia estaba acumulando alimentos y sus instintos le dictaban que todavía necesitaba más. Cada poro de su piel alienígena percibía el aroma de las proteínas, tanto el de las más cercanas como el de las que estaban más distantes.
Su cola surcó el aire al tiempo que lanzaba contra el suelo su aguijón y golpeó contra la fresca arena del desierto, imprimiendo sobre ella una presión cercana a los setenta mil milibares. Con el enorme aguijón lanzó las ahora húmedas partículas hacia su dilatada tripa; a continuación, repitió el movimiento: arrojó la tierra y la arena empapadas en veneno al aire nocturno y dejó que el fresco suelo rebajara la altísima temperatura de su piel y de su armadura. Los pequeños movimientos que se producían en el interior de su barriga y la cada vez más alta temperatura interior indicaban que el ciclo de puesta estaba a punto de comenzar.
Las crías que ya estaban incubándose en el interior de su hinchado abdomen se desarrollaban a toda velocidad e iban consumiendo los nutrientes casi con la misma presteza con que ella se los iba facilitando. Tal y como habían estudiado los congéneres de Palillo, los nuevos ejemplares, al nacer, tendrían sus facultades mucho más desarrolladas que su progenitora.
La bestia se quedó mirando el oscuro cielo nocturno. Los brillantes y luminosos ojos verdes parpadearon al ver la luna, que refulgía en todo su esplendor. Las mandíbulas se cerraron sobre sí mismas; el animal alzó la cola y se arregló la dentada punta. Chupó algo del veneno que salía del aguijón y utilizó la mortal sustancia para lustrar las treinta puntiagudas partes en las que se dividía su extremidad trasera.