Espejismos (18 page)

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Authors: Alyson Noel

Tags: #Infantil y juvenil, Romántico

BOOK: Espejismos
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—Ya te lo he dicho. En Summerland es posible cualquier cosa. Todas las cosas. Y, puesto que la gente desea cosas diferentes, aquí existe casi todo lo que puedas imaginar.

—Entonces, ¿todo esto ha sido manifestado? —pregunto mientras miro a mi alrededor con asombro. Romy asiente y Rayne sale corriendo hacia delante—. Pero ¿quién ha hecho realidad estas cosas? ¿Son visitantes de un día como yo? ¿Están vivos o muertos? —Paseo la mirada entre las gemelas a sabiendas de que mi pregunta también puede aplicarse a ellas dos, porque, aunque tienen una apariencia exterior normal, hay algo muy extraño en ellas. Algo casi… escalofriante… y atemporal.

Y, cuando mi mirada se posa sobre Romy, Rayne decide dirigirse a mí por primera vez en todo el rato.

—Tú deseaste encontrar los templos, y por eso te ayudamos. Pero no te equivoques, no tenemos ninguna obligación de responder tus preguntas. Hay cosas en Summerland que no son asunto tuyo.

Trago saliva con fuerza y miro a Romy para ver si interviene en la conversación y se disculpa en nombre de su hermana. Sin embargo, ella se limita a conducirnos hacia una nueva calle llena de gente, después a un callejón vacío y luego a una avenida tranquila, donde se detiene frente a un magnífico edificio.

—Dime lo que ves —me pide mientras su hermana y ella me miran con atención.

Contemplo asombrada la espléndida construcción que se eleva ante mí; tengo la boca abierta y los ojos como platos mientras observo sus hermosos y elaborados grabados, su majestuoso tejado inclinado, sus imponentes columnas, sus impresionantes puertas principales… Todas sus enormes y variadas partes, que cambian sin cesar para conjurar imágenes del Partenón, el Taj Mahal, las grandes pirámides de Giza, el templo de Loto… Mi mente se convierte en un torbellino de imágenes mientras el edificio se reestructura y se reforma, hasta que todos los grandes templos y las maravillas del mundo quedan claramente representados en sus fachadas cambiantes.

Lo veo… ¡Lo veo todo!, pienso, incapaz de pronunciar las palabras. La increíble belleza que tengo ante mí me ha dejado sin habla.

Me giro hacia Romy y me pregunto si ve lo que yo. Ella le da un fuerte golpe a Rayne en el brazo al tiempo que exclama:

—¡Te lo dije!

—El templo está construido con la energía, el amor y los conocimientos de todas las cosas buenas. —Sonríe—. Aquellos que puedan ver eso tienen permiso para entrar.

En el instante que escucho sus palabras, corro hacia los fantásticos escalones de mármol, impaciente por cruzar la preciosa fachada y ver lo que hay en el interior. Pero justo cuando llego a las descomunales puertas dobles, me doy la vuelta para preguntar:

—¿Venís conmigo?

Rayne me mira fijamente con los ojos entornados, suspicaz, deseando no haberse molestado conmigo. Romy, sin embargo, sacude la cabeza y responde:

—Encontrarás las respuestas que buscas en el interior. Ahora ya no nos necesitas.

—Pero ¿por dónde debo empezar?

Romy observa de reojo a su hermana e intercambia una mirada cargada de significado con ella. Luego, se gira hacia mí y dice:

—Debes buscar los registros akásicos. Son un registro permanente de todo aquello que ha sido dicho, pensado o hecho… o que será dicho, pensado o hecho jamás. Pero solo los encontrarás si ese es tu destino. Si no… —Se encoge de hombros con la esperanza de poder dejarlo así, pero la expresión de pánico de mis ojos la obliga a continuar—. Si tu destino no es saberlo, entonces no lo sabrás. Tan sencillo como eso.

Me quedo allí de pie mientras pienso que esa respuesta no me reconforta lo más mínimo, y casi me siento aliviada cuando veo que ambas se dan la vuelta para marcharse.

—Ahora debemos irnos, señorita Ever Bloom —me dice. Ha utilizado mi nombre completo, aunque estoy segura de que no se lo he dicho—. Estoy segura de que volveremos a vernos.

Las observo mientras se alejan, pero recuerdo una última pregunta y grito:

—Pero ¿cómo volveré? ¿Cómo regresaré una vez que haya acabado aquí?

La espalda de Rayne se pone rígida y Romy se da la vuelta. Una sonrisa paciente se dibuja en su rostro mientras responde:

—De la misma manera que has llegado. A través del portal, por supuesto.

Capítulo veintiseis

E
n el momento en que me giro hacia el templo, las puertas se abren ante mí. Y, puesto que no son como las puertas automáticas de los supermercados, imagino que eso significa que soy digna de entrar.

Me adentro en un enorme y espacioso vestíbulo lleno de una luz brillante y cálida, un resplandor luminoso que, al igual que en el resto de Summerland, inunda hasta el último recoveco, hasta el último rincón y hasta el último espacio sin proyectar sombras o zonas oscuras, sin emanar de ningún sitio en particular. Luego avanzo por un corredor flanqueado por columnas de mármol blanco esculpidas al estilo de la antigua Grecia; un corredor en el que hay dispuestas unas gigantescas mesas de madera tallada a las que se sientan monjes ataviados con túnicas, sacerdotes, rabinos, chamanes y todo tipo de buscadores espirituales. Todos ellos observan grandes esferas de cristal y tablillas flotantes con la intención de estudiar las imágenes que aparecen en ellas.

Me detengo un instante para decidir si sería grosero interrumpirles y preguntarles si pueden indicarme dónde se encuentran los registros akásicos. Pero hay tanto silencio en la estancia y ellos parecen tan absortos en su trabajo que me resulta imposible molestarles, así que sigo adelante. Dejo atrás una serie de magníficas estatuas esculpidas en el más puro mármol blanco y me adentro en una sala grande y recargada que me recuerda a las grandes catedrales italianas (o, al menos, a las fotografías que he visto de ellas). Tiene el mismo tipo de techos abovedados y vidrieras de colores, y también frescos con imágenes tan maravillosas que habrían hecho llorar al mismísimo Miguel Ángel.

Me quedo en mitad de la sala, atónita, con la cabeza echada hacia atrás para intentar verlo todo. Doy vueltas y más vueltas hasta que me canso y me siento mareada, hasta que comprendo que es imposible contemplarlo todo de una sentada. A sabiendas de que ya he malgastado bastante tiempo, cierro los párpados con fuerza y sigo el consejo de Romy: para obtener algo, debo desearlo primero.

Deseo que me conduzcan hasta las respuestas que busco y, cuando abro los ojos, veo aparecer un largo pasillo ante mí.

La iluminación es más tenue de lo acostumbrado en este lugar, una especie de resplandor incandescente. Y, aunque no tengo ni la menor idea de adonde conduce, empiezo a andar. Sigo la hermosa alfombra persa que parece continuar hasta el infinito y deslizo las manos sobre el muro cubierto de jeroglíficos, acariciando las imágenes con la yema de los dedos mientras las veo en mi mente: toda la historia se revela con un simple contacto, como una especie de braille telepático.

De repente, sin ningún tipo de señal o advertencia, me encuentro en la entrada de otra sofisticada estancia. Aunque esta es sofisticada en un sentido distinto, ya que no tiene grabados ni murales; es sofisticada por su pura y absoluta simplicidad.

Sus muros circulares son lisos y brillantes y, aunque en un principio me han parecido simplemente blancos, cuando los observo con atención me doy cuenta de que no tienen nada de «simple». Se trata de un blanco auténtico, un blanco en el más estricto sentido de la palabra. Un blanco que solo puede obtenerse con la mezcla de «todos» los colores: un espectro completo de pigmentos mezclados para crear el verdadero color de la luz… tal y como aprendí en clase de arte. Del techo cuelgan gigantescos conjuntos de prismas que albergan en su interior cristales de talla impecable, los cuales brillan y reflejan la luz para crear un caleidoscopio multicolor que llena la estancia de espirales irisadas. Aparte de eso, el único objeto que hay en la sala es un solitario banco de mármol que parece extrañamente cálido y confortable, sobre todo porque ese material es conocido por ser cualquier cosa menos eso.

Después de tomar asiento y entrelazar las manos sobre mi regazo, contemplo las paredes y veo que se cierran con suavidad tras de mí, como si el pasillo que me ha conducido hasta aquí no hubiera existido jamás.

Sin embargo, no tengo miedo. A pesar de que no existe ninguna salida visible y de que parece que estoy atrapada en esta extraña habitación circular, me siento segura, en paz, protegida. Como si la estancia me acurrucara, me reconfortara; como si sus paredes redondeadas fueran enormes y fuertes brazos que me encerraran en un abrazo de bienvenida.

Tomo una honda bocanada de aire, impaciente por obtener respuestas a todas mis preguntas, y veo que una enorme pantalla de cristal aparece justo delante de mí, suspendida en lo que antes era un espacio vacío, a la espera de que yo haga el siguiente movimiento.

Ahora que estoy tan cerca de obtener respuestas, mi pregunta ha cambiado de repente.

Así que en lugar de concentrarme en «¿Qué le ha ocurrido a Damen y qué puedo hacer para solucionarlo?», pienso: «Muéstrame todo lo que necesito saber sobre Damen».

Porque creo que esta puede ser mi única oportunidad para descubrir todo lo posible sobre ese elusivo pasado del que él se niega a hablar. Intento convencerme de que no me estoy entrometiendo en su vida, de que solo busco soluciones y de que cualquier información que obtenga servirá para ayudarme a conseguir mi objetivo. Además, si en realidad no soy digna de obtener ese conocimiento, nada me será revelado. Así que ¿qué hay de malo en preguntar?

Tan pronto como el pensamiento queda completado, el cristal empieza a emitir un zumbido. Vibra con energía mientras la pantalla se inunda con un torrente de imágenes tan nítidas como las de un televisor de alta definición.

Aparece un pequeño y desordenado taller de trabajo. Las ventanas están cubiertas con densos y oscuros jirones de algodón y las paredes están iluminadas por una multitud de velas. Damen se encuentra allí. Tiene alrededor de tres años y lleva una sencilla túnica marrón que le llega por debajo de las rodillas. Está sentado junto a una mesa plagada de pequeños frascos burbujeantes, un montón de rocas, latas llenas de polvos de colores, majas y morteros y tarros de tintura. Observa a su padre mientras este introduce su pluma en un pequeño bote de tinta para registrar el trabajo del día con una serie de complicados símbolos. El hombre se detiene de vez en cuando para consultar un libro titulado Corpus hermeticum, de un tal Ficino. Damen lo imita y garabatea su propio pedazo de papel.

Está tan adorable con esas mejillas regordetas de querubín, ese flequillo castaño que llega hasta sus inconfundibles ojos oscuros y esos rizos que le cubren la nuca que no puedo reprimir el impulso de extender los brazos hacia él. Todo parece tan real, tan accesible y tan cercano que tengo la certeza de que puedo experimentar ese mundo con solo tocarlo.

Sin embargo, en cuanto mis dedos se acercan, el cristal se calienta hasta un punto insoportable y me veo obligada a apartar la mano. Mi piel se quema y se llena de ampollas que se curan de inmediato. Me doy cuenta de que se han establecido ciertos límites: puedo observar, pero no interferir.

Las imágenes avanzan hasta el décimo cumpleaños de Damen, un día muy especial caracterizado por los regalos, los dulces y una visita tardía al taller de su padre. Ambos comparten algo más que el cabello oscuro, la piel morena y una hermosa mandíbula cuadrada: el apasionado deseo de perfeccionar un brebaje alquímico que promete no solo transformar el plomo en oro, sino también prolongar la vida durante un tiempo indefinido… La piedra filosofal.

Se sumergen en su trabajo y siguen su rutina habitual: Damen machaca las hierbas con la maja y el mortero antes de añadir con cuidado la cantidad precisa de sales, aceites, líquidos de colores y minerales. Luego le entrega la mezcla a su padre para que este la agregue a los frascos burbujeantes. El hombre hace una pausa antes de cada paso para anunciar lo que piensa hacer y aleccionar a su hijo sobre la tarea que llevan a cabo:

—Buscamos la transmutación. Intentamos conseguir que la enfermedad se convierta en salud, el plomo en oro, la vejez en juventud… y, muy posiblemente, también la inmortalidad. Todo procede de un único elemento básico y, si logramos reducirlo hasta su núcleo fundamental, ¡podremos crear cualquier cosa a partir de él!

Damen lo escucha hechizado; está pendiente de todas y cada una de sus palabras, a pesar de que ha escuchado ese mismo discurso muchas veces con anterioridad. Y, aunque hablan en italiano, un idioma que jamás he estudiado, entiendo todo lo que dicen.

Su padre nombra cada ingrediente antes de añadirlo y luego, tras decidir que ya es suficiente por ese día, se guarda el último. Está convencido de que ese es el componente final, de que esa hierba de aspecto extraño tendrá un efecto aún más mágico si se le añade a un elixir que haya reposado durante tres días.

Tras verter el líquido rojo opalescente en un frasco de cristal más pequeño, Damen lo tapa con mucho cuidado y lo coloca en una alacena secreta. Apenas han terminado de limpiar los últimos restos del desorden que han montado cuando su madre (una belleza de piel cremosa ataviada con un sencillo vestido de muaré y con el cabello rubio recogido bajo una cofia de la que se le escapan unos mechones rizados) les advierte de que el almuerzo está listo. El amor de la mujer es tan sincero, tan claro, que se refleja en la sonrisa que reserva para su marido y en la mirada que le dirige a Damen. Sus entrañables ojos oscuros y los de su hijo son como dos gotas de gua.

Y, justo cuando se preparan para marcharse a casa a almorzar, tres hombres de piel oscura cruzan la puerta. Reducen al padre de Damen y exigen que les entregue el elixir. La madre empuja a su hijo hacia el interior de la alacena para que se esconda, y le advierte de que se quede ahí quieto, que no haga ningún ruido y que no salga hasta que sea seguro.

Damen se acurruca en ese espacio oscuro y húmedo, y lo observa todo a través de un pequeño agujero que hay en la madera. Ve cómo esos hombres destrozan el taller de su padre, el trabajo de toda su vida, en el afán de su búsqueda. Y, aunque su padre les entrega sus notas, eso no basta para salvarlos. El pequeño Damen se echa a temblar mientras contempla indefenso cómo asesinan a sus padres a sangre fría.

Permanezco sentada en el banco de mármol; la cabeza me da vueltas y tengo el estómago hecho un nudo. Siento todo lo que siente Damen, sus turbulentas emociones, su absoluta desesperación… Se me nubla la vista con sus lágrimas y mi respiración, cálida y jadeante, resulta indistinguible de la suya. Ahora somos uno. Estamos unidos por un dolor inimaginable.

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