Espejismos (14 page)

Read Espejismos Online

Authors: Alyson Noel

Tags: #Infantil y juvenil, Romántico

BOOK: Espejismos
6.14Mb size Format: txt, pdf, ePub

Hago un gesto negativo con la cabeza y aparto la mirada, cansada de que me tomen el pelo e impaciente por ponerle fin al juego.

—Bueno, pues siento tener que decírtelo, pero me temo que vas a tener que contarme entre las raras excepciones que no te consideran un encanto. Pero, te lo ruego, haznos un favor a los dos y no te tomes esto como un reto para hacerme cambiar de opinión. ¿Por qué no vuelves a tu mesa y me dejas en paz? ¿Para qué has juntado a todo el mundo si no querías formar parte de la diversión?

Me mira, sonríe y sacude la cabeza mientras se levanta del banco. Sus ojos se clavan en los míos cuando dice:

—Estás para comerte, Ever. En serio. Y, si no estuviera seguro de lo contrario, creería que intentas volverme loco a propósito.

Pongo cara de exasperación y miro hacia otro lado.

—Sin embargo, como no quiero estropear mi bienvenida y sé reconocer cuando alguien me manda a la mierda, creo que simplemente… —Apunta con el pulgar hacia la mesa donde está sentado todo el instituto—. Si cambias de opinión y quieres venir conmigo, estoy seguro de que podré convencerlos de que te dejen un sitio.

Niego con la cabeza y le hago una señal para que se largue. Noto 1 la garganta tan seca que no me salen las palabras; porque, a pesar j las apariencias, sé que no he ganado esta batalla. De hecho, ni siquiera he estado cerca de hacerlo.

—Ah, por cierto… Pensé que querrías recuperar esto —dice mientras deja mis zapatos sobre la mesa, como si esas sandalias de falsa piel de serpiente fueran algo así como una oferta de paz—. Pero no te preocupes, no hace falta que me lo agradezcas. —Se echa a reír y me mira por encima del hombro para decir—: Deberías tratar un poco mejor a esa manzana, le estás dando una verdadera paliza.

La aprieto con más fuerza mientras lo veo acercarse a Haven, deslizar un dedo por su nuca y presionar los labios contra su oreja. Al final, la manzana revienta en mi mano. Su zumo pegajoso ha empezado a deslizarse por mis dedos y por mi muñeca cuando Roman vuelve la mirada y estalla en carcajadas.

Capítulo diecinueve

C
uando llego a clase de arte, voy directa hacia mi taquilla, me pongo el blusón, cojo las cosas y vuelvo de inmediato al aula, en la que he visto a Damen apoyado contra la puerta con una expresión peculiar en la cara. Una expresión que, a pesar de su extrañeza, me llena de esperanza, ya que sus ojos están vacíos, tiene la boca abierta y parece perdido y vacilante, como si necesitara urgentemente mi ayuda.

A sabiendas de que debo aprovechar el momento, me inclino hacia él y le toco con delicadeza el brazo antes de decir:

—¿Damen? —Tengo la voz ronca y temblorosa, como si fuera la primera vez que la uso en todo el día—. Damen, cielo, ¿estás bien? —Lo recorro con la mirada mientras lucho contra el impulso de apretar mis labios contra los suyos.

Él me observa con una pizca de reconocimiento al que pronto se unen el cariño, el anhelo y el amor. Y yo lo miro con los ojos llenos de lágrimas mientras acerco los dedos a su mejilla. Veo que su aura marrón rojiza se desvanece y sé que es mío una vez más…

Y luego:

—Oye, tía, muévete, venga… Estás cerrando el paso.

y sin más dilación, el antiguo Damen desaparece y vuelve el nuevo.

Me aparta de un empujón y su aura resplandece: mi contacto le produce repulsión. Me apoyo contra la pared y me encojo al ver que Roman entra justo detrás y que, «accidentalmente», frota su cuerpo contra el mío.

—Lo siento, encanto. —Sonríe con mirada lasciva.

Cierro los ojos y me aferro a la pared en busca de apoyo. Me da vueltas la cabeza mientras la euforia del aura alegre y brillante de Roman, su energía intensa, efusiva y optimista me recorre de arriba abajo y me llena la mente de imágenes tan vivaces, tan afectuosas y tan inocuas que siento vergüenza: vergüenza por todas mis sospechas y por ser tan poco amable.

Y, sin embargo, hay algo que no encaja. Algo que desentona. La mayoría de las mentes son un torbellino de hechos, palabras apresuradas, remolinos de imágenes y sonidos estridentes que se mezclan para crear una sinfonía de lo más desafinada. Pero Roman tiene una mente ordenada, organizada, en la que un pensamiento sigue al otro con fluidez. Y eso hace que parezca forzado y artificial, como un guión escrito de antemano…

—A juzgar por tu aspecto, encanto, parece que eso te ha gustado tanto como a mí. ¿Seguro que no vas a cambiar de opinión con respecto a la cita?

Su gélido aliento me roza la mejilla; sus labios están tan cerca que temo que intente besarme. Y, justo cuando estoy a punto de empujado, Damen se sitúa a nuestro lado y dice:

—Venga, colega, no fastidies… ¿Qué estás haciendo? No merece 1a pena perder el tiempo con esta lerda.

No merece la pena perder el tiempo con esta lerda. No merece la pena perder el tiempo con esta lerda. No merece la pena perder el tiempo con esta lerda. No merece la pena perder el tiempo con esta lerda. No merece la pena perder el tiempo con esta lerda. No merece la pena perder el tiempo con esta…

—Ever, ¿has crecido?

Levanto la vista y descubro a Sabine a mi lado, pasándome un bol recién enjuagado que debe ir al lavaplatos. Y, solo después de parpadear unas cuantas veces, recuerdo que mi trabajo consiste en ponerlo ahí.

—Perdona, ¿qué has dicho? —le pregunto mientras mis dedos aferran la porcelana llena de jabón para meterla en el lavavajillas. Soy incapaz de pensar en otra cosa que no sea Damen, y las hirientes palabras que repito una y otra vez para torturarme.

—Me da la impresión de que has crecido. De hecho, estoy segura de ello. ¿No son esos vaqueros los que te compré hace poco?

Me miro los pies y me sorprendo al comprobar que se me ven varios centímetros de tobillo. Y eso me resulta aún más extraño cuando recuerdo que esta misma mañana los bajos me arrastraban por el suelo.

—Hum… tal vez —miento, porque ambas sabemos que sí son los mismos vaqueros.

Ella entorna los ojos y sacude la cabeza antes de decir:

—Estaba segura de que serían de tu talla. Según parece estás dando un estirón. —Se encoge de hombros—. Pero solo tienes dieciséis años, así que supongo que no es demasiado tarde.

«Solo dieciséis, sí, pero muy cerca de los diecisiete», pienso para mis adentros. Me muero de ganas de que llegue el día en que cumpla los dieciocho, me gradúe y me vaya a vivir a mi propia casa para poder estar a solas con mis oscuros secretos y permitir que Sabine recupere su vida tranquila y rutinaria. No tengo ni la menor idea de cómo voy a compensarla por toda su generosidad, y ahora, encima, debo añadir un par de pantalones vaqueros carísimos a la lista.

—Yo dejé de crecer a los quince, pero parece que tú vas a ser mucho más alta que yo. —Sonríe antes de pasarme un puñado de cucharas.

Le devuelvo una sonrisa débil mientras me pregunto cuánto más creceré. No quiero convertirme en uno de esos bichos raros gigantes, en una de esas chicas de las portadas de
Esto es increíble
. Crecer más de siete centímetros en un día no es normal… ni de lejos.

No obstante, ahora que Sabine lo menciona, también he notado que me crecen las uñas tan rápido que tengo que cortármelas casi todos los días, y que el flequillo me llega ahora por debajo de la barbilla, aunque solo hace unas semanas que me lo corté. Por no mencionar que el azul de mis ojos parece estar oscureciéndose paulatinamente y que mis dientes incisivos, que estaban torcidos, se han enderezado solos. Y, sin importar lo mal que la trate y lo poco que la limpie, la piel de mi rostro se mantiene tersa, sin manchas ni puntos negros.

¿Y ahora he crecido siete centímetros desde el desayuno?

Es obvio que solo puede deberse a una cosa: el brebaje rojo que he estado bebiendo. Bueno, aunque he sido inmortal durante casi la mitad del año, nada cambió realmente hasta que empecé a beberlo (salvo mi capacidad para curarme al instante). Sin embargo, desde que he comenzado a tomarlo, mis mejores rasgos físicos se han magnificado y realzado de repente, y los más mediocres se han perfeccionado.

Y, aunque una parte de mí se siente entusiasmada ante la perspectiva y siente curiosidad por averiguar en qué más voy a cambiar, otra parte no puede evitar notar que mi cuerpo se está preparando para la inmortalidad justo a tiempo para pasar el resto de la eternidad sola.

—Tal vez sea esa bebida que tomas siempre. —Sabine se echa a reír—. Quizá deba probarla. ¡No me importaría pasar la barrera del metro y sesenta y tres centímetros sin la ayuda de los tacones!

—¡No! —Las palabras salen de mis labios antes de que logre detenerlas, y sé que esa respuesta solo incrementará su curiosidad.

Sabine me mira con el ceño fruncido y el estropajo mojado en la mano.

—Lo que quiero decir es que seguro que no te gusta. De hecho, tengo la certeza de que detestarías esa bebida. En serio, tiene un sabor muy raro. —Asiento con la cabeza e intento componer una expresión despreocupada, ya que no quiero que sepa que lo que ha dicho me ha dejado preocupadísima.

—Bueno, no lo sabré hasta que la pruebe, ¿verdad? —me dice sin apartar la mirada de mis ojos—. De todas formas, ¿de dónde la sacas? No recuerdo haberla visto en los supermercados. Ni siquiera he visto que tenga etiqueta. ¿Cómo se llama?

—Me la trae Damen —respondo. Disfruto del sonido de su nombre en mis labios, aunque eso no ayuda a llenar el vacío que me ha dejado su ausencia.

—Bueno, pues pregúntaselo y tráeme alguna botellita, ¿quieres?

Y en el momento en que lo dice, sé que todo esto no se debe solo a la bebida. Sabine intenta que hable un poco, que le explique por qué Damen no fue a la cena del sábado y por qué no ha venido a casa desde entonces.

Cierro el lavavajillas y me doy la vuelta. Finjo limpiar la encimera, que ya está limpia, y evito mirarla a los ojos cuando digo:

—Bueno, la verdad es que no podré hacerlo. Porque lo cierto es que… nosotros… bueno… nos hemos dado algo así como un respiro. —Mi voz se rompe al final de una manera bochornosa.

Mi tía estira los brazos hacia mí con la intención de abrazarme, de consolarme, de decirme que todo irá bien. Y, aunque estoy de espaldas a ella y no puedo verla, puedo visualizarla en mi cabeza, así que doy un paso a un lado para ponerme fuera de su alcance.

—Ay, Ever, lo siento mucho. No sabía… —me dice. Deja los brazos a los costados, sin saber muy bien qué hacer con ellos ahora que me he apartado.

Hago un gesto afirmativo con la cabeza. Me siento culpable por mostrarme tan fría y distante con ella. Desearía poder explicarle que no puedo arriesgarme a un contacto físico porque no quiero conocer sus secretos. Que eso solo me distraería y me mostraría imágenes que no deseo ver. La verdad es que apenas puedo apañármelas con mis secretos, así que no tengo ningunas ganas de añadir los suyos a la lista.

—Ha sido algo… bastante repentino —le explico, aunque sé que no dejará el asunto hasta que me haya sonsacado algo más—. Ocurrió sin más, y… bueno… en realidad no sé qué más decir…

—Si necesitas hablar, cuenta conmigo.

—La verdad es que todavía no estoy preparada para hablar Todo es demasiado reciente y aún estoy intentando superarlo. Quizá más adelante…

Me encojo de hombros con la esperanza de que, cuando llegue ese «más adelante», Damen y yo estemos juntos de nuevo y todo este asunto haya quedado resuelto.

Capítulo veinte

E
stoy un poco nerviosa cuando llego a casa de Miles, ya que no sé muy bien qué voy a encontrarme. Sin embargo, cuando lo veo fuera esperando en el porche delantero, dejo escapar un pequeño suspiro de alivio al ver que las cosas no están tan mal como había imaginado.

Aparco en el camino de entrada, bajo la ventanilla y grito:

—Venga, Miles, ¡sube!

El aparta la vista de su teléfono móvil, sacude la cabeza y dice:

—Lo siento, creí que te lo había dicho. Iré en el coche de Craig.

Me quedo mirándolo atónita; mi sonrisa se queda congelada mientras repito sus palabras en mi cabeza.

¿Con Craig? ¿El mismo Craig que sale con Honor? ¿El atleta troglodita sexualmente confuso cuyas verdaderas preferencias he descubierto escuchando sus pensamientos? ¿El mismo que vive para reirse de Miles porque eso hace que se sienta «seguro», como si no fuera uno de «ellos»?

¿Ese Craig?

¿Desde cuándo eres amigo de Craig? —le pregunto mirándolo con los ojos entornados.

Miles se levanta de mala gana y se acerca a mí, dejando por un momento los mensajes de texto para decirme:

—Desde que decidí dejar de desperdiciar mi vida, dejar de ser un corto de miras y ampliar horizontes. Quizá tú deberías probar también. Resulta un tío bastante majo cuando lo conoces.

Lo observo mientras sus pulgares se afanan de nuevo y me esfuerzo por encontrar sentido a sus palabras. Me siento como si hubiera aterrizado de pronto en un universo paralelo absurdo en el que las animadoras cotillean con los góticos y los atletas salen con los colgados de teatro. Un lugar tan antinatural que en realidad jamás podría existir.

Pero existe. En un lugar conocido como instituto Bay View.

—¿El mismo Craig que te llamó marica y que te dio una paliza tu primer día de clase?

Miles se encoge de hombros.

—La gente cambia.

A mí me lo vas a decir…

Pero no es cierto.

O al menos no cambia tanto en un solo día, no a menos que tenga una buena razón para hacerlo… a menos que alguien esté manejando y controlando a la gente bajo cuerda, por decirlo de alguna manera. A menos que alguien los manipule contra su voluntad y los obligue a hacer y decir cosas que van completamente en contra de su naturaleza… Y todo sin su permiso, sin que ni siquiera se den cuenta.

—Lo siento, creía que te lo había dicho, pero supongo que he estado muy ocupado. No hace falta que vuelvas a venir a buscarme: ya tengo quien me lleve —me dice, descartando nuestra amistad con un gesto indiferente de los hombros, como si no tuviera más importancia que un viaje en coche hasta el instituto.

Trago saliva para resistir el impulso de agarrarlo por los hombros y exigid que me cuente lo que ha ocurrido, por qué actúa así (por qué todo el mundo actúa de esa manera) y por qué todos han decidido ponerse en mi contra al mismo tiempo.

Pero no lo hago. De algún modo, consigo controlarme. Sobre todo, porque tengo la terrible sospecha de que ya conozco la respuesta. Y si resulta que tengo razón, Miles no tiene la culpa.

Other books

Eyes of the Predator by Glenn Trust
Cocoon by Emily Sue Harvey
David Copperfield by Charles Dickens
Yours Accidentally by Nevatia, Madhur
The Accidental Wife by Simi K. Rao