Espejismos (17 page)

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Authors: Alyson Noel

Tags: #Infantil y juvenil, Romántico

BOOK: Espejismos
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—¿Preparada? —me pregunta Ava al tiempo que clava sus ojos castaños en los míos.

Me encojo de hombros mientras me miro las plantas de los pies, asombrada de que estén tan visibles encima de mis rodillas. Me pregunto qué clase de ritual vamos a realizar a continuación.

—Estupendo. Porque ahora te toca a ti dirigir la sesión. —Suelta una risotada—. Yo nunca he estado allí antes, así que cuento con que tú nos muestres el camino.

Capítulo veinticuatro

N
o creí que sería tan fácil. Pensaba que no conseguiríamos llegar hasta allí. Sin embargo, después de realizar el ritual de cerrar los ojos e imaginar un brillante portal de luz resplandeciente, unimos nuestras manos, lo atravesamos de un salto y aterrizamos juntas sobre esa extraña hierba vibrante.

Ava me mira con los ojos desorbitados y la boca abierta de par en par, incapaz de pronunciar palabra.

Yo me limito a asentir y observo lo que me rodea. Sé muy bien cómo se siente, porque, aunque ya he estado aquí antes, eso no significa que me parezca menos surrealista.

—Oye, Ava —le digo mientras me pongo en pie y me sacudo la parte trasera de los vaqueros, impaciente por ejercer de guía turística y mostrarle lo mágico que puede resultar este lugar—, imagina algo. Cualquier cosa. Un objeto, un animal… incluso a una persona. Cierra los ojos y visualízalo con tanta claridad como puedas, y después…

La observo mientras cierra los ojos. Mi nerviosismo aumenta cundo frunce el ceño y se concentra en el objeto de su elección.

Y cuando los abre de nuevo, se lleva las manos al pecho y mira filamente hacia delante.

—¡Ay! ¡Ay! ¡No puede ser! Pero mira… Es igualito que él, ¡y parece tan real!

Se arrodilla sobre la hierba, da palmadas y no deja de reír de felicidad mientras un hermoso golden retriever salta a sus brazos y cubre sus mejillas con torpes lametones. Ella lo abraza con fuerza contra su pecho mientras murmura su nombre una y otra vez; y es entonces cuando sé que debo advertirle de que en realidad no es su perro.

—Ava, siento tener que decírtelo, pero me temo que él no es… —Sin embargo, antes de que pueda terminar de hablar, el perro se aparta de sus brazos y se desdibuja en un patrón de píxeles vibrantes que pronto desaparece por completo. Y, cuando veo la desolación de su rostro, siento un nudo en el estómago. Me siento culpable por haber iniciado este juego—. Debería habértelo explicado —le digo. Desearía no haber sido tan impulsiva—. Lo siento mucho.

Ella asiente con la cabeza y parpadea para deshacerse de las lágrimas mientras se sacude la hierba de las rodillas.

—No pasa nada. De verdad. Sabía que era demasiado bueno para ser verdad, pero quería verlo de nuevo, disfrutar de este momento… —Se encoge de hombros—. Bueno, no me arrepiento en absoluto, aunque no fuera real. Así que tú tampoco te arrepientas, ¿vale? —Me coge la mano y me la aprieta con fuerza—. Lo he echado muchísimo de menos y volver a verlo, aunque fuera unos segundos, ha sido un extraño y precioso regalo. Un regalo que he recibido gracias a ti.

Asiento y trago saliva con la esperanza de que hable en serio. Y, aunque podríamos pasar las próximas horas manifestando todo aquello que nuestro corazón desee, lo cierto es que mi corazón solo desea una cosa. Además, después de presenciar el encuentro de Ava con su adorada mascota, me da la impresión de que el placer que proporcionan las cosas materiales no merece la pena.

—Así que esto es Summerland… —me dice mientras mira a su alrededor.

—Así es. —Asiento con la cabeza—. Pero lo único que he visto ha sido este prado, ese arroyo y unas cuantas cosas más que no existían hasta que yo las hice aparecer. ¿Ves ese puente de allí a lo lejos, donde se asienta la niebla?

Se da la vuelta y hace un gesto afirmativo al verlo.

—No te acerques allí. Conduce al otro lado. Ese es el puente del que te habló Riley, el que cruzó cuando la convencí de que lo hiciera… después de un poco de persuasión por tu parte.

Ava lo observa atentamente con los ojos entornados.

—Me pregunto qué ocurriría si alguien intentara atravesarlo… —dice—. Ya sabes, sin estar muerto, sin ese tipo de invitación…

Hago un gesto de indiferencia con los hombros, ya que no siento la menor curiosidad por descubrirlo.

—Yo no te lo recomendaría —replico cuando veo la expresión de su mirada y me doy cuenta de que está sopesando sus opciones, preguntándose si debería intentar cruzarlo aunque solo sea para satisfacer su curiosidad—. Es posible que no regreses —añado en un intento por recalcar la seriedad del asunto, ya que ella no parece verla. Aunque supongo que Summerland tiene ese efecto: es un lugar tan hermoso y mágico que te incita a correr riesgos que por lo general no correrías.

Me mira, no del todo convencida; está impaciente por marcharse de aquí y ver más cosas. Así que enlaza su brazo con el mío y me dice:

—¿Por dónde empezamos?

Puesto que ninguna de las dos tiene la menor idea de por dónde empezar… nos limitamos a caminar. Paseamos por el prado de flores danzantes y nos abrimos camino a través del bosque de árboles palpitantes; atravesamos el arroyo irisado lleno de todo tipo de peces y encontramos un sendero que, después de muchas curvas y recodos, nos conduce hasta un largo camino desierto.

Sin embargo, no se trata de un camino de baldosas amarillas ni pavimentado con oro. No es más que una calle normal con asfalto normal, como las que se ven en la ciudad.

Aunque tengo que admitir que es mejor que las calles de mi ciudad, porque esta está limpia y prístina, sin baches ni marcas de frenazos; de hecho, todo parece tan nuevo y resplandeciente que cualquiera diría que nunca ha sido usado, cuando lo cierto es, al menos según Ava, que Summerland es más antiguo que el propio tiempo.

—¿Qué es lo que sabes exactamente sobre esos templos, sobre los Grandes Templos del Conocimiento como los llamaste? —pregunto mientras alzo la vista para contemplar un impresionante edificio de mármol blanco con todo tipo de ángeles y criaturas místicas grabadas en sus columnas. Me pregunto si podría ser el lugar que buscamos. Parece lujoso aunque formal, soberbio sin llegar a ser formidable, tal y como me imaginaba que sería un templo del conocimiento.

Ava se encoge de hombros, como si ya no le interesara lo más mínimo. Lo cual no me hace ninguna gracia.

Parecía muy segura de que la respuesta se encontraba allí; insistió muchísimo en que uniéramos nuestra energía y viajáramos juntas, y sin embargo, ahora que lo hemos hecho, está tan fascinada con el poder de la manifestación instantánea que es incapaz de concentrarse en nada más.

—Solo conocía su existencia —dice mientras extiende las manos por delante y las gira de un lado a otro—. He leído unas cuantas veces sobre ellos en mis estudios.

Y, con todo, ¡lo único que pareces estudiar ahora son esos enormes anillos llenos de joyas que has hecho aparecer en tus dedos!, exclamo para mis adentros. No pronuncio las palabras, pero sé que si ella se molestara en mirar, vería el enfado reflejado en mi cara.

Sin embargo, Ava se limita a sonreír mientras hace aparecer un cargamento de pulseras a juego con sus nuevos anillos. Y, cuando comienza a mirarse los pies en busca de unos zapatos nuevos, sé que ha llegado el momento de ponerle fin.

—¿Qué debemos hacer cuando lleguemos allí? —pregunto, decidida a mantenerla concentrada en la verdadera razón por la que estamos aquí. Yo he cumplido mi parte, así que lo mínimo que puede hacer ella es cumplir la suya y ayudarme a encontrar el camino—. ¿Y qué debemos investigar una vez que lo encontremos? ¿Dolores súbitos de cabeza? ¿Brotes incontrolables de sudoración? Por cierto, ¿crees que nos dejarán entrar?

Me doy la vuelta esperando que me eche la bronca por mi persistente negatividad, por ese pesimismo rampante que se desvanece durante un tiempo pero que nunca desaparece del todo… y descubro que Ava ya no está.

La mujer está completa, inconfundible e irremisiblemente… ¡ausente!

—¡Ava! —grito mientras me giro a uno y otro lado. Entorno los ojos para intentar ver algo más allá del brillo de la niebla, ese resplandor eterno que no emana de ningún lugar específico y que sin embargo parece impregnarlo todo en este lugar—. Ava, ¿dónde estás? —exclamo mientras corro por esa larga calle desierta.

Me detengo para mirar por las ventanas y las puertas, y me pregunto por qué hay tantas tiendas, restaurantes, galerías de arte y salas de exposiciones si no hay nadie que pueda utilizarlas.

—No la encontrarás.

Me giro y veo a una niña pequeña de pelo oscuro detrás de mí. Su cabello liso le llega a los hombros, y sus ojos, casi negros, están enmarcados por un flequillo tan recto que parece cortado con una navaja.

—La gente se pierde aquí. Ocurre todo el tiempo.

—¿Quién…? ¿Quién eres tú? —pregunto. Me fijo en que lleva una blusa blanca recién planchada, una falda de tablas, una chaqueta de punto azul y calcetines hasta las rodillas… la ropa típica de una alumna de una escuela privada. Pero sé que no es una alumna normal y corriente… no, si está aquí.

—Soy Romy —dice sin mover los labios. La voz que he escuchado viene de detrás de mí.

Me giro y veo a la misma chica, que se echa a reír y dice:

—Y ella es Rayne.

Vuelvo a girarme y veo que Rayne sigue detrás de mí, y que Romy camina para reunirse con ella. Hay dos chicas idénticas delante de mí y todo en ellas (su cabello, sus ropas, sus rostros, sus ojos…) es exactamente igual.

Salvo los calcetines. Romy los lleva caídos, mientras que Rayne los lleva subidos hasta las rodillas.

—Bienvenida a Summerland. —Romy sonríe mientras Rayne me recorre con la mirada con expresión suspicaz—. Sentimos lo de tu amiga. —Le da un codazo a su gemela y, al ver que esta no responde, añade—: Y Rayne también lo siente. Lo que pasa es que no quiere admitirlo.

—¿Sabéis dónde puedo encontrarla? —digo, preguntándome de dónde pueden haber salido.

Romy se encoge de hombros.

—Ella no quiere que la encuentren. Así que te hemos encontrado a ti.

—¿De qué estás hablando? ¿De dónde habéis salido? —pregunto. Nunca he visto a nadie en mis anteriores visitas.

—Eso es porque no querías ver a nadie —dice Romy en respuesta al pensamiento que me ronda por la cabeza—. No lo has querido hasta ahora.

La miro con expresión incrédula. La cabeza empieza a darme vueltas al comprender que esa niña puede leerme los pensamientos…

—Los pensamientos son energía. —Hace un gesto despreocupado con los hombros—. Y Summerland no es otra cosa que energía magnificada, intensa y dinámica. Tan intensa que puedes leerla.

Y, en el momento en que lo dice, recuerdo que cuando vine aquí con Damen podíamos comunicarnos telepáticamente. Sin embargo, en aquel momento creía que era cosa de nosotros dos.

—Pero, si eso es cierto, ¿por qué no podía leer la mente de Ava? ¿Y cómo es posible que haya desaparecido así?

Rayne pone los ojos en blanco mientras Romy se inclina hacia delante. A pesar de que parece mucho más joven que yo, su voz es suave y grave, como si le estuviese hablando a un niño pequeño:

—Porque tienes que desear algo para que pueda hacerse realidad. Luego, al ver la expresión atónita de mi rostro, explica—: Dentro de Summerland todo es posible. Todo. Pero debes desearlo primero para que se haga realidad. De otra manera, se queda solo en una posibilidad (una de muchas posibilidades) sin manifestar e incompleta.

La miro mientras intento encontrar sentido a sus palabras.

—El motivo por el que no viste a nadie aquí antes es que no querías hacerlo. Pero ahora mira a tu alrededor y dime lo que ves.

Y, cuando lo hago, veo que tiene razón. Las tiendas y los restaurantes están llenos de gente, están preparando una nueva exposición en la galería de arte y una multitud se agolpa en la escalera de entrada al museo. Y, cuando me concentro en su energía y sus pensamientos, me doy cuenta de lo heterogéneo que es este lugar, en el que todas las nacionalidades y religiones están representadas y coexisten en paz.

«Madre mía…» pienso mientras paseo la mirada por todas partes, intentando fijarme en todo.

Romy asiente.

—Así que en el momento en que deseaste encontrar el camino hasta los templos, nosotras aparecimos para ayudarte. Y Ava desapareció.

—Entonces, ¿he sido yo quien la ha hecho desaparecer? —pregunto. Creo que empiezo a comprender cómo funcionan las cosas aquí.

Romy se echa a reír; Rayne sacude la cabeza, pone los ojos en blanco y me mira como si fuera la persona más dura de entendederas que hubiese conocido en su vida.

—Pues no.

—¿Toda esta gente…? —Señalo a la multitud—. ¿Todos están… muertos? —le hago la pregunta a Romy, ya que me he dado por vencida con Rayne.

Veo que esta última se inclina hacia su hermana y le susurra algo al oído, haciendo que Romy se aparte y diga:

—Mi hermana dice que haces demasiadas preguntas.

Rayne frunce el ceño y le golpea el brazo con el puño, pero Romy se echa a reír.

Mientras las miro a las dos, me fijo en la expresión enfadada de Rayne, en la tendencia de Romy a hablar con acertijos, y me doy cuenta de que, por más interesante que haya sido este momento, estas niñas empiezan a ponerme de los nervios. Tengo cosas que hacer, templos que encontrar, y entretenerme con esta clase de bromas confusas está resultando ser una enorme pérdida de tiempo.

Recuerdo demasiado tarde que pueden leerme los pensamientos cuando Romy asiente y dice:

—Como quieras. Te mostraremos el camino.

Capítulo veinticinco

M
e llevan por una serie de calles. Ambas caminan juntas, con un paso tan rítmico y apresurado que me cuesta seguirlas. Dejamos atrás a comerciantes que venden todo tipo de géneros (desde velas hechas a mano a pequeños juguetes de madera); los clientes hacen fila para recibir esos objetos cuidadosamente envueltos y ofrecen tan solo una palabra amable o una sonrisa a cambio. Pasamos al lado de puestos de frutas, tiendas de caramelos y unas cuantas bou-tiques de moda antes de detenernos en una esquina cuando se cruza en nuestro camino un caballo que tira de un carruaje, seguido de un Rolls-Royce conducido por un chófer.

Estoy a punto de preguntar cómo es posible que todas esas cosas coexistan en un mismo lugar, cómo es posible que los edificios antiguos estén situados junto a los de diseño más moderno y elegante, cuando Romy me mira y dice:

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