Espejismos (13 page)

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Authors: Alyson Noel

Tags: #Infantil y juvenil, Romántico

BOOK: Espejismos
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—Sí. Recibí tus mensajes. Los cincuenta y nueve.

Siento su aliento cálido sobre mi mejilla y mi boca se abre de par en par. Busco sus ojos para encontrar la calidez que siempre me proporciona su mirada y me echo a temblar cuando solo obtengo por respuesta una expresión fría, oscura y vacía; mucho peor que la falta de reconocimiento que atisbé el otro día.

Porque cuando lo mimo a los ojos me queda claro que me reconoce… y que desearía no hacerlo.

—Damen, yo… —Mi voz se rompe mientras un coche pita de~ tras de mí y Miles murmura algo entre dientes.

Y, antes de que tenga lila oportunidad de aclararme la garganta y comenzar de nuevo, Dameen sacude la cabeza y se aleja caminando.

Capítulo diecisiete

—¿T
e encuentras bien? —pregunta Miles, cuyo rostro refleja la angustia y el dolor que mi entumecimiento me impide sentir.

Me encojo de hombros. No estoy bien. ¿Cómo voy a estar bien si ni siquiera estoy segura de qué va mal?

—Damen es un gilipollas —señala secamente.

Me limito a suspirar. Aunque no puedo explicarlo, aunque no logro comprenderlo, sé por instinto que las cosas son mucho más complicadas de lo que parecen.

—No, no lo es —murmuro. Salgo del coche y cierro la puerta con más fuerza de la necesaria.

—Ever, por favor… Venga, siento ser yo quien te lo diga, pero tú has visto lo que yo he visto, ¿verdad?

Empiezo a caminar hacia Haven, que espera junto a la puerta.

—Créeme, lo he visto todo —respondo.

Revivo la escena en mi mente una y otra vez; me fijo en sus ojos distantes, en su energía carente de entusiasmo, en su absoluta falta de interés en mí…

—Entonces, ¿estás de acuerdo en que es un gilipollas? —Miles me mira con atención para asegurarse de que no soy del tipo de chica que permite que un tío la trate de esa manera.

—¿Quién es un gilipollas? —pregunta Haven, que nos mira a uno y a otro.

Miles me pide permiso con la mirada y, al ver mi gesto indiferente, clava la vista en Haven y contesta:

—Damen.

Haven frunce el ceño mientras su mente se llena de preguntas, ero yo tengo mi propio repertorio, cuestiones que probablemente no tengan respuesta. Por ejemplo:

«¿Qué narices ha ocurrido?».

Y:

«¿Desde cuándo Damen tiene aura?».

—Miles puede informarte de todo —le digo antes de alejarme.

Hoy más que nunca desearía ser normal, apoyarme en ellos y llorar sobre sus hombros como una chica normal y corriente. Pero resulta que esta situación es mucho más complicada de lo que sus ojos mortales son capaces de apreciar. Y, aunque todavía no puedo demostrarlo, si quiero obtener respuestas, tengo que ir directa a la fuente.

Cuando llego a clase, en lugar de titubear junto a la puerta como suelo hacer, me sorprendo a mí misma entrando sin más. Y cuando veo a Damen apoyado contra el borde de la mesa de Stacia sonriendo, lomeando y coqueteando con ella, me siento inmersa en un caso grave de
déjà vu
.

Puedes manejar la situación, me digo. Ya lo has hecho antes.

Recuerdo la época, no muy lejana, en la que Damen fingía interesarse en Stacia para poder llegar a mí.

Sin embargo, cuanto más me acerco, más segura estoy de que esto no tiene nada que ver con la última vez. En aquel entonces 10 único que tenía que hacer era mirarlo a los ojos para encontrar un efímero brillo de compasión, un atisbo de arrepentimiento que no podía ocultar.

Ahora no aparta la vista de Stacia mientras ella lleva a cabo el ritual de batir pestañas, sacudir el pelo y presumir de escote… como si yo fuera invisible.

—Hum… perdonad. —Ambos levantan la vista, claramente molestos por mi interrupción—. Damen, ¿podría… hablar contigo un momento? —Me meto las manos en los bolsillos para que no vean cómo me tiemblan. Me esfuerzo por respirar tal y como lo haría una persona normal y relajada: inspirar y espirar, lenta y regularmente, nada de jadeos ni resuellos.

Stacia y él se miran un instante y estallan en carcajadas al mismo tiempo. Y justo cuando Damen está a punto de hablar, llega el señor Robins y exclama:

—¡Todo el mundo a su sitio! ¡Quiero veros a todos en vuestro lugar!

Así pues, señalo nuestras mesas y le digo:

—Después de ti.

Lo sigo y resisto el impulso de agarrarlo del hombro, darle la vuelta y obligarlo a mirarme a los ojos mientras le grito: «¿Por que me has abandonado? ¿Qué te ha ocurrido? ¿Cómo pudiste hacerlo… esa noche precisamente?».

No obstante, sé que esa clase de confrontación directa me perjudicaría. Sé que si quiero llegar a alguna parte tengo que mantener la calma y la tranquilidad.

Dejo la mochila en el suelo y coloco el libro, el cuaderno y el bolígrafo sobre mi mesa. Sonrío como si no fuera otra cosa que una compañera circunstancial que quiere charlar un poco el lunes por la mañana y le digo:

—Bueno, ¿qué has hecho este fin de semana?

Él se encoge de hombros y recorre mi cuerpo con la mirada antes de clavar los ojos en los míos. Y es en ese preciso instante cuando me doy cuenta de los horribles pensamientos que me llegan desde su mente.

«Bueno, tengo que reconocer que mi acosadora al menos está buena», piensa, y frunce el ceño al verme extender la mano para coger el iPod. Quiero dejar de escucharlo, aunque sé que no puedo arriesgarme a perderme algo importante, por mucho que me duela. Además, nunca antes he tenido acceso a la mente de Damen, jamás he sido capaz de escuchar lo que pensaba. Pero ahora que puedo, no sé muy bien si quiero.

Luego tuerce la boca hacia un lado y entorna los ojos mientras Piensa: «Es una lástima que sea una psicópata… Está claro que no merece la pena tirársela».

Esas palabras hirientes son como una puñalada en el pecho. Su beldad me deja tan atónita que olvido que no estaba hablando en alto y le pregunto a voz en grito:

—¿Perdona? ¿Qué es lo que acabas de decir?

Todos mis compañeros se giran y me miran fijamente. Se compadecen de Damen por tener que sentarse a mi lado.

—¿Ocurre algo? —pregunta el señor Robins, que está mirándonos a ambos.

Permanezco sentada, sin habla. Mi corazón se derrumba cuando Damen mira al señor Robins y dice:

—No pasa nada. Esta tía es un bicho raro.

Capítulo dieciocho

L
o seguí. No me avergüenza admitirlo. Tenía que hacerlo. No me había dejado otra opción. Lo cierto es que si Damen insiste en evitarme, no me queda más remedio que vigilarlo.

Así que lo sigo cuando se termina la clase de lengua, y lo espero después de la clase de segunda hora… y también después de las que hay a tercera y a cuarta. Me quedo al fondo y lo observo desde la distancia, deseando haber cambiado todas mis clases como él quería en un principio. No se lo permití porque me parecía demasiado dependiente, demasiado agobiante; y ahora me veo obligada a merodear cerca de su puerta, a escuchar a escondidas sus conversaciones y los pensamientos que rondan su cabeza… Pensamientos que, por más que me horrorice admitirlo, son vanos, narcisistas y superficiales.

Pero ese no es el verdadero Damen. De eso estoy segura. No es que piense que es una manifestación de Damen, porque solo duran unos minutos. Lo que quiero decir es que está claro que le ha ocurrido algo. Algo grave que hace que actúe y se comporte como…, como la mayoría de los chicos del instituto. Porque, aunque nunca tenido acceso a su mente hasta ahora, sé a ciencia cierta que antes no pensaba así. Ni tampoco actuaba así. No, este nuevo Damen es una criatura completamente distinta. Puede que exteriormente resulte igual… pero interiormente no se parece en nada.

Me dirijo a la mesa del comedor mientras me preparo para enfrentarme a cualquier cosa, pero no es hasta que abro la fiambrera y froto la manzana contra mi manga cuando me doy cuenta de que la verdadera razón por la que estoy sola no es que haya llegado temprano.

Se debe a que todos los demás me han abandonado también.

Levanto la vista al escuchar la risa familiar de Damen y lo encuentro rodeado por Stacia, Honor, Craig y el resto de la banda guay. Pero no me habría sorprendido tanto si no fuera porque Miles y Ha-ven también están allí. Y mientras recorro con la mirada la mesa, dejo caer la manzana al suelo y siento que se me seca la boca al ver que ahora todas las mesas están juntas.

Los lobos comen ahora con los corderos.

Lo que significa que la predicción de Roman se ha cumplido.

El sistema de castas de la hora del almuerzo en el instituto Bay View ha sido derrocado.

—Bueno, ¿qué piensas? —pregunta Roman, que se sienta en el banco que hay frente a mí con una sonrisa de oreja a oreja, mostrando su orgullo por llevar razón—. Siento haberme presentado aquí así, pero te he visto admirando mi trabajo y he creído que debía venir a charlar contigo. ¿Te encuentras bien? —pregunta al tiempo que se inclina hacia mí. La expresión preocupada de su rostro parece auténtica, pero, por suerte, no soy tan estúpida como para tragármela.

Le sostengo la mirada, decidida a no apartar la vista mientras pueda. Tengo la impresión de que él es el responsable del comportamiento de Damen, de la deserción de Miles y de Haven, y de que el instituto al completo viva en paz y armonía… pero carezco de pruebas para demostrarlo.

Bueno, este tío es un héroe para todo el mundo, un auténtico Che Guevara, un revolucionario del almuerzo.

Pero para mí es una amenaza.

—Deduzco que llegaste a casa sana y salva, ¿no? —pregunta antes de darle un trago a su refresco sin apartar la vista de mí.

Echo un vistazo a Miles, que le está diciendo algo a Craig que hace que los dos estallen en carcajadas; luego observo a Haven, que le susurra algo al oído a Honor.

Sin embargo, no miro a Damen.

Me niego a ver cómo mira a los ojos a Stacia con la mano puesta encima de su rodilla, cómo bromea con ella y le dedica la mejor de sus sonrisas mientras sus dedos trepan hacia arriba por el muslo…

Ya he visto demasiado en clase de lengua. Además, estoy bastante segura de que solo están jugueteando… un primer paso titubeante hacia las cosas horribles que he visto en la mente de Stacia. Esa visión que me asustó tanto que tiré una sección entera de sujetadores a causa del pánico. No obstante, para cuando logré ponerme en pie y calmarme de nuevo, tuve la certeza de que lo había hecho a propósito; jamás se me ocurrió pensar que fuese una especie de premonición. Y, aunque todavía creo que ella creó esa imagen por despecho y que el hecho de que estén juntos ahora no es más que una mera coincidencia, debo admitir que resulta un poco perturbador ver que Se ha cumplido.

Con todo, aunque me niego a mirar, intento prestar oídos a lo que dicen… con la esperanza de escuchar algo importante, algún intercambio de información vital. Pero justo cuando concentro mi atención e intento sintonizar con ellos, me encuentro con un enorme muro de sonidos: todas las voces y los pensamientos se mezclan, con lo cual me resulta imposible distinguir ninguno en particular.

—Me refiero al viernes por la noche, ya sabes… —continúa Roman, cuyos largos dedos golpean la lata. Al parecer, se niega a abandonar esa línea de interrogatorio a pesar de que yo no estoy dispuesta a participar— cuando te encontré sola. Debo decirte que me sentí fatal por dejarte así allí, Ever; pero después de todo, tú insististe.

Lo miro de reojo. No me interesa seguir su jueguecito, pero pienso que si respondo su pregunta tal vez me deje en paz.

—Llegué bien a casa. Gracias por preocuparte.

Esboza esa sonrisa suya que seguramente haya roto un millón de corazones… pero que a mí solo me provoca escalofríos. Se inclina hacia delante y dice:

—Vaya, mira por dónde… Eso ha sido un sarcasmo, ¿no?

Me encojo de hombros y bajo la vista hasta mi manzana antes del hacerla rodar adelante y atrás por encima de la mesa.

—Me gustaría que me dijeras qué he hecho para que me odies tanto. Estoy seguro de que tiene que haber una solución, una forma de remediar esto.

Aprieto los labios y clavo la mirada en la manzana; la hago rodar de lado, la aprieto con fuerza contra la mesa y noto cómo su piel suave comienza a resquebrajarse.

—Deja que te invite a cenar —dice con sus ojos azules fijos en los míos—. ¿Qué me dices? Una cita en toda regla. Solo nosotros dos. Llevaré a revisar el coche, compraré algo de ropa nueva, haré una reserva en algún lugar elegante… ¡La diversión está garantizada!

Por única respuesta, sacudo la cabeza y pongo los ojos en blanco.

Sin embargo, Roman no se desanima, se niega a rendirse.

—-Venga, Ever… Dame una oportunidad para hacerte cambiar de opinión. Podrás marcharte cuando quieras, te lo prometo. Pondremos incluso una palabra clave. Si en algún momento te parece que las cosas se han apartado demasiado de la zona donde te sientes cómoda, solo tienes que pronunciar la palabra clave y todo acabará; ninguno de nosotros volverá a hablar de ello de nuevo. —Aparta el refresco a un lado y extiende las manos hacia mí. Las puntas de sus dedos están tan cerca que aparto las manos de inmediato—. Vamos, cede un poco, ¿quieres? ¿Cómo puedes rechazar una oferta como esta?

Su voz es profunda y persuasiva; me mira directamente a los ojos, pero yo sigo haciendo rodar la manzana, contemplando cómo la pulpa empieza a librarse de la piel.

—Te prometo que no se parecerá en nada a las citas de mierda que tenías con el gilipollas de Damen. Para empezar, yo jamás dejaría a una chica tan preciosa como tú tirada en un aparcamiento. —Me mira y esboza una sonrisa antes de decir—: Bueno, lo cierto es que dejé a una chica preciosa como tú tirada en un aparcamiento, Pero solo porque me lo pediste. ¿Ves? Ya he demostrado que estoy a tu servicio, dispuesto a obedecer todas tus órdenes.

—¿Qué pasa contigo? —digo al final. Clavo la vista en esos ojos ^es sin acobardarme y sin apartar la mirada. Lo único que quiero e deje en paz y que vuelva a la otra mesa del comedor, en la que todo el mundo es bien recibido menos yo—. ¿Es que tienes que caerle bien a todo el mundo o qué? Y, si es así, ¿no te parece que eso refleja un poquito de inseguridad?

Suelta una carcajada. Y me refiero a una auténtica carcajada… vamos, que se está partiendo de risa. Y cuando por fin se calma, sacude la cabeza y dice:

—Bueno, no a todo el mundo. Aunque debo admitir que por lo general sí caigo bien a la gente. —Se inclina hacia mí y coloca su cara a escasos centímetros de la mía—. ¿Qué quieres que te diga? Soy un tipo simpático. La mayoría de la gente me encuentra encantador.

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