Read Es fácil dejar de fumar, si sabes cómo Online
Authors: Allen Carr
Si un fumador deja de fumar por el Método de la Fuerza de la Voluntad, sigue sintiéndose privado de algo y tiende a convertirse en un quejicoso. Lo único que hace esto es asegurar a los fumadores que tienen razón en seguir fumando.
Si el ex fumador logra dejar de fumar de verdad, simplemente se alegra de no tener que gastar dinero para poder asfixiarse. Pero no lo está haciendo y no tiene que justificarse. No está todo el tiempo diciendo ¡que maravilla es no fumar! Sólo lo dirá si alguien se lo pregunta, cosa que ningún fumador hará, porque sabe que no le gustaría la respuesta. Recuerda que siguen fumando por miedo, y prefieren esconder la cabeza.
El fumador sólo hace esa pregunta cuando se da cuenta de que es hora de dejarlo.
Ayuda al fumador. Quítale sus miedos. Cuéntale lo estupendo que es no tener que asfixiarse todos los días. Lo maravilloso que es levantarse por las mañanas y sentirse sano en plena forma; en lugar de ponerse a toser y carraspear. Lo fantástico que es liberarse de esa esclavitud, poder disfrutar de todas las cosas de la vida liberándose de esas sombras negras.
Mejor todavía: que lea este libro.
Es importante no humillarle, no decirle que está contaminando el ambiente, o que es una persona sucia. Muchos creen que el ex fumador es el peor en este sentido. Creo que hay algo de eso, y quizás sea uno de los resultados del Método de la Fuerza de Voluntad: el ex fumador, aunque se alegra de ser no fumador, está todavía bajo la influencia del lavado de cerebro, porque todavía cree que ha sacrificado algo. Se siente vulnerable, y para defenderse pasa a atacar al fumador. Puede que así se ayude a sí mismo, pero no ayuda al fumador. Lo único que consigue es ponerle a la defensiva, hacerle sentirse más desgraciado todavía, y aumentar su necesidad de fumar. Aunque la razón principal por la cual millones de personas dejan de fumar, es este cambio de actitud por parte de la sociedad, esto no hace más fácil dejarlo, sino mucho más difícil. La mayoría de los fumadores cree dejar de fumar por motivos de salud, pero la auténtica verdad es otra. Evidentemente, el no correr riesgos de enfermedad y muerte es el mayor beneficio tangible del dejar de fumar; pero este enorme peligro siempre ha existido y los fumadores llevan años matándose sin que ello pareciera importarles. La razón principal por la cual los fumadores dejan de fumar es porque la sociedad por fin empieza a tratar el fumar como lo que es: una asquerosa adicción a una droga. El placer de fumar siempre ha sido una mera ilusión, y esta actitud social destruye la ilusión, así que el fumador se queda sin nada.
La prohibición de fumar en el Metro es un ejemplo clásico del dilema del fumador: el fumador o bien adopta la actitud de: «Muy bien, si no puedo fumar en el Metro, me buscaré otro medio de transporte.» Con esta actitud la prohibición sólo sirve para quitarle dinero a la empresa de transportes urbanos. O bien dice: «Estupendo, esto me ayudará a reducir el consumo.» Resultado: en lugar de fumarse dos cigarrillos diarios en el Metro, el fumador se aguanta sin fumar durante una hora. Durante este período de abstinencia obligada, creerá que hace algún tipo de sacrificio, esperará la recompensa final, y su cuerpo estará reclamando la dosis de nicotina, de forma que cuando sale del Metro y puede encender un cigarrillo: ¡qué maravilloso es!
El caso es que esas abstinencias obligadas no suelen reducir el consumo total de cigarrillos, porque el fumador fuma más cuando se le permite. Lo único que se consigue es grabar en la mente del fumador el enorme valor que tienen para él los cigarrillos y cuánto depende de ellos.
Creo que el aspecto más insidioso de esta abstinencia obligada es el efecto que tiene en mujeres embarazadas. Permitimos, en primer lugar, que se bombardee a los jóvenes inocentes con una publicidad masiva hasta que se enganchan. Luego, justo en el momento de más estrés en la vida de una chica, justo en el momento en que más siente la necesidad de fumar, la profesión médica la chantajea por los riesgos que puede suponer para el niño. Muchas no pueden dejar de fumar y se obligan a padecer un complejo de culpabilidad para el resto de su vida. Muchas lo logran y se alegran de hacerlo pensando: «Estupendo, haré esto por el niño, y al cabo de nueve meses estaré curada de todas formas.» Entonces viene el miedo y el dolor del parto, seguido del momento más feliz de su vida: ha llegado sano y salvo un hermoso niño. Es justo en estos momentos cuando se dispara el dispositivo psicológico. Parte del lavado de cerebro sigue allí, y casi antes del momento de cortar el cordón umbilical, la chica ya tiene un cigarrillo en la boca. Se olvida el horrible sabor en la alegría del momento. Desde luego no piensa engancharse otra vez: «Un pitillo sólo. Sólo uno.» Demasiado tarde. Ya se ha enganchado. Ha vuelto la nicotina a entrar en su cuerpo. Empezará de nuevo la vieja ansiedad, y aun suponiendo que no se enganche inmediatamente, lo más seguro es que caiga durante la clásica depresión que sigue al parto.
Resulta curioso ver que aunque los heroinómanos son delincuentes ante la ley, nuestra sociedad ha tomado, con toda la razón, la actitud de: «Vamos a ver qué podemos hacer para ayudar a esta pobre gente.» Deberíamos tomar la misma postura hacia los fumadores. No fuman porque quieran fumar, sino porque creen que no tienen más remedio, y no mueren pronto como los heroinómanos, sino que tienen que aguantar años y años de tormentos físicos y mentales. ¿No decimos que es mejor morir rápidamente que sufrir mucho? No envidies al pobre fumador. Lo que necesita es tu compasión.
Procura que tus amigos o parientes fumadores lean este libro.
Primero hojea el libro tú mismo, e intenta ponerte en el lugar del fumador.
No intentes obligarle a leer el libro, ni pretendas que deje de fumar diciéndole que está arruinando su salud o malgastando su dinero. Todo eso ya lo sabe él mejor que tú. Los fumadores no fuman porque disfruten de ello o porque quieran hacerlo. Es sólo lo que dicen a los demás y a sí mismos y para mantener su propio respeto. Fuman porque se sienten dependientes del tabaco, porque creen que les relaja, que les da coraje y confianza, y porque no pueden disfrutar de la vida sin cigarrillos. Si intentas obligar a un fumador a que lo deje por la fuerza, se siente como un animal acorralado, y necesita fumar aún más. Corres el riesgo de convertirle en fumador secreto, lo cual le convencerá más todavía de que el cigarrillo es lo más valioso del mundo. (Ver capítulo veintiséis.)
Hazle ver la otra cara de la moneda. Procura que tenga oportunidad de hablar con personas que antes fumaban mucho y lo han dejado con éxito. Ya existen millones de esas personas aquí en España. Que te cuenten ellos a tu fumador cómo también creían estar enganchados para toda la vida, y lo hermoso que es todo cuando no fumas.
Una vez que el fumador empiece a creer que puede dejar de fumar, se le empezará a abrir la mente. Entonces puedes comenzar a explicar la ilusión que crea la ansiedad producida por la retirada de la nicotina. Cómo los cigarrillos, en lugar de darle un estímulo, están destruyendo la confianza en sí mismo, haciendo que sea irritable e impidiendo que se relaje.
Ahora debería estar dispuesto a leer este libro él mismo. Esperará encontrar página tras página de estadísticas relacionadas con el cáncer de pulmón, o las enfermedades de corazón; explícale de antemano que el enfoque aquí es completamente diferente, y que el asunto de la salud sólo es una pequeña parte.
Ayúdale durante el periodo de retirada de la droga.
Siempre hay que suponer que el ex fumador sufre, aunque no se le note. No intentes minimizar su sufrimiento diciéndole que es fácil dejar de fumar, eso lo puede hacer él. No dejes de decirle lo orgulloso que estás de él. Asegúrale que tiene mucho mejor aspecto, que huele mejor, que respira mejor. Es importante seguir haciendo esto. Cuando una persona deja de fumar, la euforia del momento y el apoyo moral de su familia o de sus amigos le ayuda enormemente. Pero a estos amigos y familiares se les olvida pronto. No hay que parar de alabarle.
Si el ex fumador no habla del tabaco, puedes pensar que se le ha olvidado, y a lo mejor no quieres recordárselo. Suele ser todo lo contrario, sobre todo con el Método de la Fuerza de Voluntad: el pobre hombre está obsesionado. No temas hablar del tabaco y sigue con las alabanzas. Él ya te dirá si no quiere que hables de fumar.
Haz un esfuerzo para quitarle presiones durante el período de retirada de la droga. Intenta inventar formas de hacerle la vida más interesante y divertida.
Puede ser un período difícil para los no fumadores. Si un miembro de un grupo de personas está inaguantable, suele fastidiar a todos. Si el ex fumador se irrita, ten en cuenta este fenómeno. Si se enfada contigo, no le sigas el juego. Es justo en este momento cuando más necesita tu cariño y tu admiración. Si tú mismo te irritas, procura ocultarlo.
Cuando yo intentaba dejar de fumar con el Método de la Fuerza de la Voluntad, uno de los trucos que empleaba era ponerme tan insufrible que mi mujer o mis amigos me decían: «No puedo soportar verte sufrir tanto. Anda, fúmate un pitillo.» Entonces el fumador se siente justificado. Él no se ha rendido: son los demás los que quieren que fume. Si el ex fumador utiliza este truco, no le digas nunca que vuelva a fumar, dile: «Si es esto lo que hace el tabaco a las personas, menos mal que lo estás dejando y que te vas a liberar de ello. Menos mal que has tenido el valor y la sensatez de dejarlo.»
En mi opinión, el fumar es la mayor vergüenza de la sociedad occidental, peor incluso que las armas nucleares. La base de toda nuestra civilización, el factor que nos ha permitido avanzar tanto, es nuestra capacidad de comunicar nuestros conocimientos y nuestras experiencias, no sólo unos a otros, sino a las generaciones futuras. Incluso los animales de las escalas inferiores tienen que advertir a sus crías de posibles peligros en la vida.
Con las armas nucleares no hay problema mientras no exploten. Los que defienden una política de fuerza nuclear no paran de decir, con aire de suficiencia: «Estas armas mantienen la paz.» Si algún día explotan, resolverán el problema del tabaco y todos los demás problemas; y para los políticos es una satisfacción saber que no habrá nadie para decirles: «Os equivocasteis.» (¿Será por eso por lo que escogen la opción nuclear?)
Sin embargo, a pesar de mi desacuerdo con las armas nucleares, estoy convencido de que estas decisiones se toman con la mejor intención; que los políticos realmente creen que sirven a la humanidad. Sin embargo, con el fumar se conocen perfectamente los hechos reales. Tal vez durante la Segunda Guerra Mundial creyesen de verdad que el tabaco daba valor y confianza, pero hoy desde luego saben que es falso. Mira los anuncios modernos de tabaco. Ya no dicen que te relaja o que te proporciona placer. Sólo hacen hincapié en el tamaño de los cigarrillos y la calidad del tabaco, ¿Por qué nos ha de importar el tamaño o la calidad de un veneno?
La hipocresía es increíble. Como sociedad, nos indignamos con los heroinómanos y con los que esnifan pegamento. En comparación con el tabaco, estos problemas son ridículos. El 60 por 100 de la sociedad es o ha sido adicto a la nicotina, y la mayoría de los fumadores gasta gran cantidad de dinero en cigarrillos. Todos los años se destrozan decenas de miles de vidas por esta adicción. Es, con mucho, la que más mata en la sociedad occidental, y el más interesado en que la cosa continúe es el propio gobierno. El Estado español ingresa anualmente billones de pesetas gracias al sufrimiento de los adictos a la nicotina, y a los imperios del tabaco se les permite gastar más miles de millones de pesetas para anunciar sus porquerías.
Qué listos son dejando que las empresas tabacaleras impriman en el paquete aquella advertencia, o que el gobierno se gaste una miseria en programas de televisión que nos adviertan de los peligros del cáncer, del mal aliento y las trombosis, para luego autojustificarse moralmente diciendo: «Ya os hemos advertido del peligro. Ahora es vuestro problema.» El fumador no puede escoger, como tampoco puede el heroinómano. El fumador no decide conscientemente engancharse: se le tiende una sutil trampa. Si los fumadores pudieran escoger, mañana por la mañana sólo fumarían unos cuantos jóvenes que creen que pueden dejarlo cuando quieran.
¿Por qué esta doble moralidad? ¿Por qué a los heroinómanos se les considera delincuentes ante la ley y al mismo tiempo se les permite inscribirse como adictos, suministrándoles heroína gratis y un tratamiento médico adecuado para ayudarles a dejarlo? Intenta inscribirte como adicto al tabaco. Ni siquiera podrás conseguir cigarrillos a precio de costo. Tienes que pagar el triple de su valor real, y cada vez que el gobierno necesite más dinero te apretará más la tuerca. Como si el fumador no tuviera ya bastantes problemas. Si acudes a un médico, te dirá: «Déjalo, te va a matar», cosa que ya sabes perfectamente (por eso has acudido a él), o te recetará un chicle o parche de nicotina que te puede costar un dineral y contiene la droga que quieres dejar.
Las campañas de terror no ayudan a los fumadores en sus intentos de dejarlo, se lo hacen todavía más difícil. Lo único que se consigue por ese camino es asustar a los fumadores, lo cual aumenta su necesidad de fumar. Ni siquiera se evita que los jóvenes se enganchen. Los jóvenes saben que los cigarrillos matan, pero también saben que no se morirán por fumarse uno. Como el hábito está generalizado, el joven acabará, por presión social o por mera curiosidad, por probar un cigarrillo. Como le sabrá tan asqueroso, lo más probable es que se enganche.
¿Por qué permitimos que continúe esta vergüenza? ¿Por qué no monta el gobierno una campaña de verdad? ¿Por qué no nos dicen a las claras que es una droga y el veneno asesino número uno, que ni te relaja ni te da confianza, sino que te destruye la personalidad y que te puedes enganchar con un sólo cigarrillo?
Me acuerdo de un episodio de
La máquina del tiempo
, de H. G. Wells. El autor describe un incidente en un momento del futuro, cuando un hombre cae a un río. Sus compañeros se quedan tranquilamente en la orilla como si fueran vacas, sin prestar atención a sus gritos de desesperación. Cuando lo leí, lo encontré inhumano y profundamente preocupante. Veo un fenómeno similar en la apatía que muestra nuestra sociedad hacia el problema del tabaco. Permitimos que se televisen deportes promocionados por las empresas tabacaleras en las horas de mayor audiencia. Imagínate la que se armaría si fuese la Mafia la que promocionara el deporte, con la intención de enganchar a jóvenes con la heroína. Y que después del partido, o lo que sea, veamos al presidente del club no cómo fuma un cigarrillo, sino cómo se inyecta heroína.