Es fácil dejar de fumar, si sabes cómo (6 page)

BOOK: Es fácil dejar de fumar, si sabes cómo
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La fuerza más poderosa en este proceso de lavado de cerebro es, irónicamente, el mismo fumador. No es cierto que los fumadores sean personas de poca voluntad y cuerpo endeble, sino personas fuertes para hacer frente al veneno.

Esta es una de las razones por las cuales los fumadores se niegan a aceptar tantísimas estadísticas que demuestran que el tabaco perjudica la salud. Todo el mundo tiene un «tío Pepe» que fumaba dos paquetes diarios, nunca estuvo enfermo en toda su vida, y vivió hasta los ochenta años. Ni siquiera se admite la existencia de los millones de personas cuyas vidas fueron segadas antes de tiempo; ni se admite la posibilidad de que el famoso tío Pepe podría haber vivido diez años más, o estar vivo hoy si no hubiera sido fumador.

Si haces un pequeño estudio entre tus propios amigos y conocidos, verás que los fumadores, normalmente, son personas con mucha voluntad. Incluyen a muchos trabajadores autónomos, ejecutivos de empresa, médicos, abogados, policías, profesores, vendedores, enfermeras, secretarias, amas de casa con niños pequeños, etc. En otras palabras, lo que tienen en común estas personas es que llevan una vida de estrés. Los fumadores creen erróneamente que el tabaco alivia el estrés, y asocian el fumar con personas de carácter dominante; precisamente el tipo de persona que asume muchas responsabilidades y por tanto tiene mucho estrés: así, tendemos a admirar a estas personas copiando su comportamiento. Hay otro grupo de personas que se enganchan con facilidad: los que están en puestos de trabajos monótonos, porque la otra razón principal por la que fuman, es la creencia de que alivian su aburrimiento fumando. Desgraciadamente, esto también es una falsa ilusión.

Este lavado de cerebro llega a unos extremos insospechados. A nuestra sociedad le preocupa mucho la incidencia de fenómenos como esnifar pegamento, la adicción a la heroína, etc. Menos de diez personas mueren al año en este país por esnifar pegamento, y la muerte sólo se lleva al año a unos dos mil heroinómanos.

Mientras tanto, hay una droga, la nicotina, en la cual el 60 por 100 de la población hemos estado en algún momento atrapados, y que cuesta un dineral a la mayoría de los que siguen enganchados a lo largo de su vida. Mucha gente se gasta casi todo su dinero extra en tabaco, y cada año ese hierbajo destroza cientos de miles de vidas. Es la enfermedad número uno en el mundo entero en cuanto a víctimas mortales, muy por encima de los accidentes de carretera, incendios, etc.

¿Por qué nos horrorizan tanto cosas como el esnifar pegamento o el inyectarse heroína, mientras que la droga en la que gastamos buena parte de nuestro dinero, y que nos está matando, se consideraba hasta hace pocos años como un hábito social aceptable? En los últimos años se ha considerado el fumar como un hábito levemente antisocial, que puede o no perjudicar la salud. Pero el tabaco es legal y se vende en paquetes relucientes en todos los bares, quioscos, estancos, restaurantes, pubs y supermercados del país. El gobierno es el que tiene mayor interés financiero en esta industria.

El gobierno obtiene de los fumadores unos setenta y cinco mil millones de pesetas al año y las empresas tabacaleras se gastan más de quinientos mil millones de pesetas anuales en publicidad.

Tienes que empezar a edificar un sistema de defensa contra este lavado de cerebro. Imagina que estás hablando con un vendedor de coches de segunda mano que te quiere vender uno: tú le vas diciendo que sí a todo, pero, dentro de ti, no te crees ni una palabra de lo que dice.

Empieza a mirar esos paquetes tan atractivos con otros ojos, que vean la basura y el veneno que ocultan. No te dejes engañar con los ceniceros de cristal tallado o con los mecheros de oro, o por los millones de personas que se han tragado el anzuelo. Empieza a preguntarte a ti mismo:

¿Por qué lo hago?

¿Es realmente necesario?

POR SUPUESTO QUE NO LO ES.

Para mí, todo lo relacionado con este lavado de cerebro es lo más difícil de explicar. ¿Cómo es que un ser humano inteligente y racional puede volverse tan imbécil cuando se trata de su propia adicción? Me duele tener que confesar que de los miles de fumadores a los que he ayudado en estos años, el más imbécil de todos he sido yo.

Yo no sólo llegué a fumar cien cigarrillos diarios, sino que mi padre también había sido un fumador empedernido. Él era un hombre fuerte, que murió prematuramente a causa del tabaco. Me acuerdo de cuando yo era niño, de cómo tosía y carraspeaba por las mañanas. Veía claramente que no disfrutaba de ello, yo estaba convencido de que estaba dominado por alguna fuerza nefasta. Recuerdo cuando yo decía a mi madre: «
No permitas nunca que yo sea fumador.
»

A los quince años yo era un gran fanático del deporte. Vivía para el deporte, y estaba lleno de valor y de confianza en mí mismo. Si alguien me hubiese dicho entonces que un día llegaría a fumar cien cigarrillos diarios, hubiera apostado todas las ganancias de mi vida a que jamás ocurriría.

Cuando tenía cuarenta años era un auténtico
yonqui
del tabaco, física y mentalmente. Había llegado a una situación en la que era incapaz de hacer las cosas más simples de este mundo, físicas o mentales, sin antes encender un pitillo. La mayoría de los fumadores experimentan ganas de fumar en los momentos de estrés normal de la vida; por ejemplo, una llamada telefónica o en situaciones sociales. Yo ni siquiera podía cambiar el canal de la televisión o cambiar una bombilla sin encender un pitillo primero.

Sabía que me estaba matando; era imposible engañarme; no entiendo cómo no me di cuenta de la equivocación mental en que me encontraba. Saltaba a la vista, desde luego. Lo más absurdo es que la mayoría de los fumadores creen (erróneamente) en algún momento que les gusta fumar. Yo nunca padecí esa ilusión. Fumaba porque creía que me ayudaba a concentrarme, que me tranquilizaba. Ahora que soy no-fumador resulta difícil pensar que aquellas cosas realmente ocurrieran. Es un poco como despertarse tras una pesadilla; y así lo es. La nicotina es una droga y todos tus sentidos están drogados: tu sentido del gusto y el olfato. Lo peor no es cómo te destroza la salud o que te vacíe los bolsillos; lo peor es la forma en que te trastorna mentalmente. Buscas cualquier excusa que parezca razonable para seguir fumando.

Me acuerdo de una época en que me dedique a fumar en pipa, después de un intento fallido de dejar los cigarrillos, creyendo que me haría menos daño y así podría reducir mi consumo total.

Algunos de esos tabacos de pipa son realmente repulsivos. El aroma puede ser agradable, pero al principio son horribles de fumar. Recuerdo que durante unos tres meses me dolía mucho la punta de la lengua. Se forma una especie de sustancia aceitosa marrón al fondo de la cazuela. A veces, sin darte cuenta, la cazuela se te sube por encima de la horizontal, y de repente te encuentras con que te has tragado una buena cantidad de esta porquería. La reacción normal en estas circunstancias es vomitar, estés con quien estés.

Tardé unos tres meses en aprender el manejo de la pipa, pero no entiendo por qué durante todo ese tiempo no me pregunté seriamente por qué me estaba sometiendo a semejante tortura.

Por supuesto, una vez que ha aprendido a manejar la pipa, nadie parece más contento que esos fumadores. La mayoría están convencidos de que fuman porque disfrutan de la pipa. ¿Por qué entonces tuvieron que sufrir tanto para aprender a hacer algo que no echaban de menos antes?

La respuesta a esta pregunta es que una vez estás enganchado a la nicotina, el lavado de cerebro aumenta. El subconsciente sabe que hay que darle de comer al monstruito, y te cierra la mente a todo lo demás. Repito, lo que hace que la gente siga fumando es el miedo; miedo ante esa sensación de vacío e inseguridad que se apodera de ti cuando dejas de recibir tus dosis de nicotina. El hecho de que no te des cuenta de ello no quiere decir que no exista. No tienes por qué comprenderlo, de la misma manera que un gato no tiene por qué comprender dónde están los tubos de agua caliente debajo del suelo; el gato sólo sabe que, cuando se sienta en ciertos sitios, recibe una sensación de calor.

El lavado de cerebro es el principal obstáculo para el que quiera dejar de fumar. Es un lavado de cerebro producido por la sociedad en la que vivimos, reforzado por nuestra propia adicción a la nicotina, y, lo que es peor, aumentado por la influencia de nuestros amigos, compañeros y familiares.

Lo único que nos empuja a fumar en un principio es el hecho de que otros fumen. Sentimos que nos estamos perdiendo algo. Tanto trabajo para engancharnos para luego no encontrar lo que teóricamente estábamos perdiendo. Cada vez que vemos a un fumador, él nos confirma que debe tener algo bueno, que si no fuera así, no fumaríamos. Incluso cuando ha conseguido dejarlo, el ex fumador sigue con esta sensación de privación. Cuando otro fumador enciende un pitillo en una fiesta u otra situación social, se siente seguro, puede fumarse uno solo, y, sin darse cuenta siquiera, se encuentra otra vez enganchado de nuevo.

Este lavado de cerebro es muy poderoso, y tienes que darte cuenta de cuáles son sus efectos. Yo me acuerdo de un programa de radio que fue muy popular en Inglaterra hace muchos años, cuando era jovenzuelo: las historias del detective Paul Temple. En uno de los episodios había unos malvados fabricantes de cigarrillos que mezclaban marihuana con el tabaco, y así conseguían que los fumadores se volvieran adictos a la «hierba», lo cual hacía que aumentaran las ventas de los cigarrillos. Todos quedamos horrorizados ante tal ejemplo de maldad y engaño al público inocente. Pues ahora resulta que muchos de los fumadores que he ayudado confiesan haber probado la «hierba», y ninguno dice que produce adicción. Y aunque hoy estoy bastante convencido de que la marihuana no es adictiva, no me atrevería a tomar ni una sola caladita. ¡Qué irónico que haya acabado como
yonqui
de la droga adictiva número uno! ¡Ojalá Paul Temple me hubiera advertido del cigarrillo mismo! Qué ironía es también que más de cuarenta años después el hombre gaste millones de dólares en buscar un remedio para el cáncer, y muchos millones más en convencer a los jóvenes sanos y fuertes de que deben engancharse a esa porquería de tabaco, y que sea el propio gobierno quien más interés financiero tenga en que las cosas sigan así.

Estamos a punto de eliminar el lavado de cerebro. Al no fumador no se le priva de nada; al fumador sí que se le priva, de toda una vida de:

SALUD

ENERGÍA

DINERO

TRANQUILIDAD

CONFIANZA

VALOR

AMOR PROPIO

FELICIDAD

¿Y qué recibe a cambio de este enorme sacrificio? ¡NADA EN ABSOLUTO!

Sólo tiene la falsa ilusión de intentar recobrar el estado de paz, tranquilidad y confianza en sí mismo que el no-fumador disfruta siempre.

8. Fumas para aliviar la ansiedad producida por la retirada de la nicotina

Como ya he explicado, los fumadores creen que fuman porque les gusta, porque se relajan o porque reciben una especie de estímulo. La realidad es que esto es mera ilusión; lo único que consiguen es aliviar la ansiedad producida por la retirada de la nicotina, el
mono
.

Al principio cuando empezamos a fumar, empleamos el cigarrillo como algo social, que da el toque final a nuestra imagen. Podemos tomarlo o dejarlo. Sin embargo, el efecto en cadena se ha puesto en marcha. El subconsciente empieza a aprender que un cigarrillo fumado a intervalos más o menos regulares tiende a proporcionar una especie de placer.

Cuanto más enganchados estamos, mayor es la necesidad de aliviar el
mono
, y con más fuerza nos esclaviza el cigarrillo; más convencidos estamos de que no es así. Todo ocurre tan lenta y paulatinamente que ni siquiera te das cuenta. No te sientes cada día distinto que el día anterior. La mayoría de los fumadores no se da cuenta de que están enganchados hasta que intentan dejarlo, e incluso entonces hay quien no acepta que lo está. Algunos obcecados mantienen los ojos cerrados toda la vida, intentando convencer a todo el mundo, y a ellos mismos, de que lo hacen porque les gusta.

Este diálogo es representativo de cientos de los que he tenido con fumadores jóvenes:

Yo.—¿Te das cuenta de que la nicotina es una droga, y que sólo fumas porque no puedes dejarlo?

Él.—¡Chorradas! Me gusta. Si no me gustara, lo dejaría.

Yo.—Déjalo durante una semana para demostrar que lo puedes dejar si quieres.

Él.—¿Para qué? Me gusta. Si quisiera dejarlo, lo dejaría.

Yo.—Déjalo sólo durante una semana, para probarte que no estás enganchado.

Él.—¿Cuál es el sentido? Me gusta.

Como ya hemos visto, los fumadores tienden a aliviar los síntomas del
mono
en los momentos de estrés, aburrimiento, concentración, descanso, o una combinación de estos factores. Todo esto se explica con más detalle en los capítulos siguientes.

9. Las situaciones de estrés

Aquí no me refiero sólo a las grandes tragedias de la vida, sino también a los momentos de estrés menor; en las relaciones sociales, al contestar al teléfono, en la vida de un ama de casa con niños pequeños ruidosos, etc.

Vamos a estudiar la llamada telefónica como ejemplo. Para la mayoría de las personas el teléfono es un instrumento que produce muchísimo estrés, sobre todo para el hombre de negocios. Normalmente, la llamada no es de un cliente satisfecho, ni del jefe que quiere felicitarte. Es más frecuente que sea algún tipo de problema que ha surgido o alguien que quiere que se le pague o algo similar.

Cuando suena el teléfono, el fumador instintivamente enciende un cigarrillo, si no está fumando ya. No sabe por qué lo hace, pero sabe que de alguna manera parece ayudarle.

Lo que ha ocurrido en la realidad es lo siguiente: sin ser consciente de ello nuestro fumador estaba ya padeciendo las molestias del
mono
, que es una forma de estrés. Al eliminar en parte el estrés del
mono
antes de coger el teléfono, cree que reduce el estrés total, y el cigarrillo por tanto parece haber disminuido el estrés asociado con la llamada y al recibir el fumador un estímulo.

En este momento ese estímulo no es una ilusión; el fumador sí se sentirá mejor que antes de encender el cigarrillo. Sin embargo, aun mientras fuma el cigarrillo, el fumador está más tenso que si fuera no fumador. Cuanto más dependes de la droga, más te hace sufrir y menos alivio sientes cuando fumas.

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