Enigma. De las pirámides de Egipto al asesinato de Kennedy (3 page)

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Authors: Bruno Cardeñosa Juan Antonio Cebrián

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BOOK: Enigma. De las pirámides de Egipto al asesinato de Kennedy
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Existen numerosas hipótesis sobre el final de este semilegendario reino. Unos piensan que fueron los cartagineses quienes destruyeron Tartessos hasta los cimientos a fin de apropiarse de sus recursos mineros y territoriales. Otros aseguran que lo más fiable nos diría que aquellos primigenios pobladores andaluces evolucionaron y que fueron los turdetanos sus grandes herederos, ya que en época romana estos íberos se confirmaron como los más cultos de su entorno, pues poseían una gramática más compleja que el resto y conservaban viejas tradiciones que ellos mismos databan en seis mil años de antigüedad. Sea como fuere, tras los grandes descubrimientos arqueológicos del siglo XIX como los palacios talasocráticos de Creta a cargo de Evans o la Troya homérica de Schliemann, el hallazgo de Tartessos se alza como uno de los últimos grandes retos para la arqueología del siglo XXI.

¿Llegaron los vikingos a América antes que Colón?

Aunque pueda parecer una broma, Colón fue el último en llegar a América. Efectivamente, su descubrimiento marcó un antes y un después en la Historia. De hecho, supuso el comienzo de la conquista comercial y política de aquellas tierras. Sin embargo, conviene no olvidar que, en los relatos de los primeros visitantes, se hace referencia a indígenas altos y rubios, «de tez más blanca que los propios españoles». Sin lugar a dudas, aquellos personajes no parecían compartir los mismos genes que el resto de habitantes del Nuevo Continente.

A menudo se ha sugerido que pudieran ser descendientes de vikingos. Incluso algunos restos arqueológicos así lo han hecho suponer a los historiadores, que muestran su sorpresa ante edificios como la torre que está localizada en la playa de Newport en Terranova, que ya se encontraba allí antes de la llegada oficial de los europeos. Dicha torre presenta características normandas indiscutibles. Además, existen relatos que notifican ya la existencia de vínculos entre América y las culturas del norte de Europa. Por ejemplo, los textos del alemán Adam von Bremen revelan que los vikingos establecieron rutas comerciales entre sus dominios, Groenlandia y una tierra que se encontraba aún más allá y a la que llamaban «vinlandia». Cuando escribió aquello corría el año 1070 d.C., es decir, que faltaban más de cuatrocientos años para que Colón iniciara su aventura en busca de nuevas tierras.

La historia nos dice que, hacia el final del primer milenio, el vikingo Erik el Rojo fue desterrado a la gélida Groenlandia, adonde llegó tras abandonar Islandia junto a su familia. A tenor de lo inerte de aquella tierra y de que la sangre que corría por sus venas era la de un explorador impenitente, armó sus barcos en busca de nuevos mundos que le ofrecieran perspectivas de futuro. Y aunque él no pudo hacerlo, sí fue capaz de conseguirlo su hijo Leik Erikson, quien llegó a algún punto de América del Norte al que denominó «tierra de la vid», es decir, «vinlandia». Por las descripciones y por los relatos que nos han llegado, aquellos parajes sólo podían encontrarse en algún punto de las costas orientales de América del Norte.

Los veloces drakkars vikingos llegaron a las costas de Norteamérica sobre el año 1000 d.C.

Recientemente, una exposición del respetado Instituto Smithsonian de Washington mostraba las rutas de los primeros viajes de los vikingos a América y diferentes objetos que éstos pudieron haber dejado allí. Sin embargo, no hay pocos estudiosos que apuntan incluso más lejos al suponer que los vikingos se quedaron y ocuparon gran parte del continente, alcanzando incluso el Cono Sur. Ya no sólo se trata de la presencia de hombres blancos y rubios entre los indígenas, sino de infinidad de enclaves de América del Sur en donde se han descubierto símbolos de origen rúnico muy anteriores a Colón.

Un estudioso llamado Jacques de Mahieu publicó en 1979 un libro titulado
El rey vikingo del Paraguay
, en el cual se analiza al pueblo indígena de los guayaki, unos indios blancos cuya escritura utilizaba las runas, que han sido identificadas en 157 puntos diferentes de esta región latinoamericana. Posteriores expediciones a las tierras que fueron de su dominio han dado con más conexiones. Vicente Pistilli, profesor de la Universidad Nacional de Uruguay, efectuó varios viajes al lugar, en donde encontró numerosos indicios de la presencia vikinga en esas tierras. Sin ir más lejos, topó con herramientas de guerra diferentes a las utilizadas por la mayor parte de los indígenas del entorno amazónico, pero inquietantemente similares a las empleadas por los vikingos en sus legendarias batallas.

Además, en el Museo Antropológico de Asunción, Paraguay, se encuentra la talla de un indio guayaki de aspecto europeo. Esos hombres blancos se hacían llamar a sí mismos
ashé
, expresión que nada tiene que ver con las propias de aquellos indígenas, sino con el término vikingo
ashé
, que significa ’fresno’, algo que recuerda mucho a los
aschomani
, es decir, a los
hombres del fresno
, que es como se conocía a los vikingos en las tierras mediterráneas.

Salvo algún nacionalista irracional, nadie admite ya que Colón fue el primero en llegar a América. A fin de cuentas, el aventurero Thor Heyerdahl ya fue capaz de navegar por las aguas del Pacífico a lo largo de siete mil kilómetros empleando una balsa. Con ello vino a demostrar, contrariamente a lo que se creía, que pueblos del pasado pudieron establecer contactos marítimos entre diferentes continentes. Y los vikingos —y otros pueblos como los fenicios, estupendos navegantes de quienes también se sospecha que pudieron llegar a América— contaron con algo más que con simples balsas de madera…

¿Cómo fueron los viajes de Rata y Maui?

A comienzos del siglo XVII la navegación oceánica de altura era ya un hecho. Los grandes navegantes portugueses y españoles habían circunnavegado el globo, descubierto continentes y surcado todos los mares de la Tierra. Sin embargo, seguía existiendo un gran problema: aunque era relativamente sencillo calcular la latitud, no se podía decir lo mismo de la longitud, problema que no pudo ser solventado hasta muy avanzado el siglo XVIII, pero para asombro de arqueólogos, geógrafos, cartógrafos y marinos, una curiosa investigación iniciada hace tan sólo unas décadas está a punto de demostrar algo increíble, la posibilidad de que los navegantes de la Antigüedad Clásica contasen con instrumentos capaces de medir la longitud.

En torno al año 232 a.C. el capitán Rata y el navegante Maui fueron enviados por el rey Ptolomeo III de Egipto hacia el este con la misión de comprobar la veracidad de lo que aseguraba el más grande de todos los sabios de su tiempo, el jefe de los bibliotecarios de la biblioteca de Alejandría, Eratóstenes de Cirene, quien no sólo afirmaba con rotundidad que la Tierra era redonda, algo en lo que estaban de acuerdo la mayoría de los sabios, sino que además tenía un diámetro de cuarenta mil kilómetros —lo que es cierto—. Para realizar el viaje se eligió la ruta oriental por dos razones, la primera porque hacía unos años, en el 280 a.C., un comerciante llamado Hyparco había descubierto una forma de navegar hacia la India desde el mar Rojo aprovechando los vientos monzónicos —aunque no sabía la causa—, lo que permitía un desplazamiento rápido y seguro entre la costa de Egipto y los puestos comerciales griegos en la India. La segunda razón era evitar la peligrosa y poco conocida ruta occidental, en manos de los cartagineses, acérrimos enemigos de los griegos y dueños de las puertas de entrada al Atlántico.

Para iniciar la travesía por mares y tierras ignotas, la expedición fue dotada del material técnico más avanzado que se conocía, que incluía las mejores y más rápidas naves de vela y remo —probablemente trirremes— y algunos instrumentos de navegación entre los que destacaba el
tanawa
, llamado por los portugueses en el siglo XV
torquetum
. Pero la duda persiste: ¿qué era el
tanawa
y para qué servía en realidad? ¿Hasta dónde llegó la expedición greco-egipcia?

La respuesta a estas dos cuestiones ha suscitado un intenso debate intelectual en los diez últimos años. Tras años de investigaciones varios estudiosos del legendario viaje del siglo III a.C. que intentó la circunnavegación de la Tierra han ido uniendo las pistas que se han ido encontrando desde hace más de cien años y que parecen sugerir que la expedición de Maui alcanzó, al menos, la costa occidental de América del Sur, en concreto Chile y, muy probablemente, la isla de Pascua. Investigadores como Marjorie Mazel, Sentiel Rommel, Lindon H. La Rouche o Richard Sanders se han ocupado de reunir todos los pedazos dispersos de información que existían acerca del viaje de Maui, coincidiendo la mayoría en trazar una ruta que tras recorrer la costa de Asia desembocó en el Pacífico desde el norte de Nueva Guinea, gracias a la interpretación realizada en 1970 por el gran epigrafista Barry Fell, que logró traducir una inscripción encontrada en la roca en Sosorra, en la costa de Irian Jaya (Nueva Guinea oriental).

La inscripción traducida por Fell decía:

La Tierra está inclinada. Por lo tanto los signos de la mitad de la eclíptica atienden al sur, la otra mitad crece en el horizonte. Esta es la calculadora de Maui.

Sin embargo, la inscripción no estaba sola. Hacía referencia a un extraño dibujo que aparecía junto a ella y que Fell publicó en 1976 en la obra
America B.C.
, editada por Simón & Shuster, Nueva York.

Durante los años noventa creció la polémica acerca de qué era en realidad el extraño objeto dibujado en las rocas de Nueva Guinea. La idea más aceptada es que se trataba de un
tanawa
, el extraño instrumento de navegación empleado por Maui para intentar demostrar la teoría de Eratóstenes. Casi todos los investigadores habían convenido en que la expedición llevaba casi con toda seguridad tablas elaboradas por los especialistas de la biblioteca de Alejandría con las que podrían saber si la circunferencia de la esfera era idéntica en todas las direcciones, ya que aparentemente Maui estaba realizando un experimento cuando realizó la inscripción. Pero la solución definitiva al enigma la aportó Sanders cuando decidió construir la máquina representada en la roca e intentar solucionar el enigma de su funcionamiento. Las pruebas realizadas con un modelo de
torquetum
realizado en madera demostraron que con la máquina era posible medir el cambio angular en la distancia entre la Luna y la estrella Altair en la constelación del Águila. Este éxito probó que usando este sistema era factible, con las tablas de las que disponía Maui, obtener una razonable estimación de la longitud. El valor del
torquetum
debe de haber sido inmenso porque, una vez que un planeta o la Luna no están sobre el meridiano, todas «las líneas rectas» se hacen curvas, lo que complica los cálculos incluso con una moderna calculadora. Sin embargo, los 23,5 grados de inclinación del
torquetum
permitían leer directamente la longitud y la latitud de un planeta o de la Luna, en relación con el plano de la eclíptica, sin ningún cálculo necesario nuevo.

El trabajo experimental liderado por Sanders abrió el camino a muchos investigadores que trabajaban en el enigma del viaje de Rata y Maui y que han esbozado fascinantes teorías sobre hasta dónde pudieron haber llegado. Ciertamente, alcanzaran o no las costas de América, la expedición demuestra que la navegación oceánica en la Antigüedad no sólo era posible, sino que los antiguos navegantes contaban con instrumentos enormemente sofisticados y que tal vez conocían la Tierra mucho mejor de lo que hoy en día sospechamos. Tal vez pronto un trabajo similar al realizado con la
piedra de Maui
nos permita resolver enigmas parecidos, como el de la máquina de Antikitera.

¿Dónde están las diez tribus perdidas de Israel?

En 1524 un judío llamado David Reubéni se presentó ante el papa Clemente VII y el rey de Portugal para tratar de convencerles de que su hermano era el monarca de una de las tribus perdidas de Israel que se hallaba en Asia. Él era un simple emisario para buscar una alianza con los reinos cristianos y así poder luchar contra los musulmanes. El desdichado pagó cara su iniciativa: fue quemado en la hoguera por la Inquisición.

Fue uno de los muchos que han asegurado tener la verdad de lo que ocurrió con las diez tribus de Israel, de las que no se tiene constancia desde los tiempos bíblicos.

Sabemos que Jacob, nieto del patriarca Abraham, tuvo doce hijos con cuatro mujeres diferentes y que con el tiempo se convirtieron en los líderes de otras tantas tribus que se repartieron por Israel. Diez tribus en el norte (Rubén, Simeón, Levi, Isacar, Zabulón, Dan, Neftalí, Gad, Aser y José) y dos tribus en el sur del territorio (Judá y Benjamín) que formaba el reino de Judá, con Jerusalén como capital. La expansión de este pueblo dio credibilidad a la profecía que Yahvé hizo en su día a Abraham (Génesis 15): que su estirpe sería tan numerosa como las estrellas del firmamento. Pero ni Abraham ni Jacob podían imaginar entonces que, de aquellas doce tribus, diez desaparecerían sin dejar rastro tras la deportación del general asirio Salmanasar V en el año 740 a.C. Salmanasar invadió Israel y se apoderó de la capital samaria (durante el reinado de Oseas), que cayó después de tres años de asedio. Durante el mandato de su sucesor, Sargon II, el antiguo reino septentrional se convirtió en provincia asiría, y según los anales, este monarca deportó a la región del norte del Éufrates a veintisiete mil miembros de la clase alta de Israel.

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