Read Encuentros (El lado B del amor) Online
Authors: Gabriel Rolón
Tags: #Amor, Ensayo, Psicoanálisis
Imaginemos lo difícil que es vivir con alguien así. Con una persona que cree tener siempre la razón, que desvaloriza todo el tiempo a los que opinan diferente y que intenta degradar a los que considera valiosos para que jamás nadie los supere.
Obviamente que nos damos cuenta el grado enorme de inseguridad que presentan estas personas, pero en lugar de manifestarlo con la actitud de pollito mojado, por el contrario, son soberbios, altivos y suelen humillar a los demás con sus comentarios. Aparentan ser muy seguros y autosuficientes, pero hay algo que los delata: esa imposibilidad de reconocer sus equivocaciones ya que, para poder aceptar los errores se requiere de un grado mínimo de equilibrio emocional. Siempre es más fuerte el que se cuestiona que el que proyecta la responsabilidad a alguien externo a él.
Estos sujetos se ven en la obligación de triunfar a cualquier costo y no soportan la frustración cuando no lo consiguen. Confunden la parte por el todo. Es decir que el menor éxito los hace sentir geniales y la menor frustración les deja la sensación de que no sirven para nada.
Pero, por suerte, existe la posibilidad terapéutica de trabajar para resolver estos problemas.
Suele cuestionársele al psicoanálisis la tendencia a buscar permanentemente en la infancia la raíz de los problemas actuales y hay quienes sostienen que es una tontería ir tan atrás en lugar de encarar el aquí y ahora del conflicto, pero como vemos, la infancia es una etapa de vulnerabilidad e indefensión, y de cómo el niño pueda resolver los desafíos que se le presentan, dependerá su posibilidad de ser o no feliz en la vida.
«El realismo en el amor no vale más que en el arte. En el aspecto erótico, la imitación de la naturaleza se convierte en la imitación del animal.»
JOSÉPHIN PÉLADAN
Instintos básicos
Vamos a adentrarnos en una temática compleja y conflictiva, la de la sexualidad, y para hacerlo me gustaría recordar el comienzo de otra película, que aquí su título se tradujo como
Bajos instintos
, pero su traducción original es
Instintos básicos
. Tal vez haya sido una decisión de marketing, o una elección del traductor, no lo sé, pero lo cierto es que no significan lo mismo.
Es muy distinto decir que un instinto sexual es bajo a decir que es básico; porque bajo sugiere algo degradado, en tanto que básico implica que está en la base, en el origen mismo de la sexualidad humana. Entonces eso ya abre otra dimensión para pensar el tema.
Pero vayamos a la película.
En la primera escena, de no más de dos minutos, se ve a una mujer muy hermosa teniendo relaciones sexuales con un hombre. La vemos moverse sobre él, la escuchamos gemir y la escena es ciertamente muy erótica hasta que, en el momento del clímax, ella saca un elemento punzante que estaba escondido debajo del colchón y lo asesina apuñalándolo una y otra vez mientras que, con este acto de agresión final, alcanza la máxima excitación y llega al orgasmo.
Cito esta escena para plantear, desde un comienzo, que la sexualidad no siempre está ligada al amor, que no es algo natural ni sencillo de manejar ni de constituir y que en el sujeto humano, y por eso la elección de un ejemplo tan extremo, muchas veces para que el disfrute sea total, para que el placer se vuelva goce es necesario algo del orden del dolor o, incluso, de la destrucción.
Piensen si no, en las amenazas que se hacen los amantes anunciando lo que se harán uno al otro, o en el comentario de una mujer a sus amigas después de una relación muy intensa: «¿Y… qué tal estuvo?», le preguntan; y ella, para transmitir la potencia erótica de su compañero y la medida de su disfrute les responde: «Mortal… Es un animal… me mató».
Por lo general, se tiene la idea de que la sexualidad busca como resultado la consecución del orgasmo, y que ese momento es una comunión de dos cuerpos que se entrelazan íntimamente conectados. Pues bien, no es así.
En mi novela
Los padecientes
hay una escena erótica que juega el protagonista, Pablo, con una joven de nombre Luciana, y en ella se describe el acto sexual hasta sus últimas consecuencias, físicas y psicológicas, entrando en la mente de lo que ese hombre está sintiendo.
Lo que quise transmitir en esa descripción, y espero haberlo logrado, es que en el instante del orgasmo el sujeto siempre está solo. Que el orgasmo es del
uno
, no es de la pareja, que en ese momento final lo que se espera del otro es que no moleste. El orgasmo es un acto que se disfruta en la más profunda soledad. Algunas personas incluso pueden decirlo: «quedate quieto… no te muevas…, dejame a mí… no me digas nada», u otras frases por el estilo. Es decir que lo que lo que el amante pide en ese momento es que se lo deje solo con su cuerpo, con sus sensaciones, en la posición que más le gusta y con el movimiento rítmico que desea, con sus fantasías incluso, porque allí aparece toda una cuestión que no es de dos sino de uno. Y conocer y respetar ese momento es parte de la construcción de una pareja.
Esto se sabe y suele expresarse de muchas maneras diferentes. Una paciente, hablando de la buena sexualidad que tenían con su pareja, me lo dijo así: «Es genial. Porque nosotros nos conocemos, ya tenemos el ritmo del otro incorporado, y él sabe exactamente cómo me gusta a mí».
Es decir que, a veces, se desarrolla un cierto conocimiento acerca de cómo no molestar al otro en un momento tan intenso y tan íntimo; en qué posición le es más fácil alcanzar el orgasmo, qué lo incentiva o qué le molesta.
Pero a pesar de lo que esta paciente decía, lo cierto es que no hay un saber universal acerca de la sexualidad, porque cada quien encuentra su máximo disfrute en la manera única y particular en la que su mente y su cuerpo lo demandan. Y el mejor de los amantes es aquel que acepta que, en ese instante, no es el protagonista de la historia.
El buen partenaire sexual no es el que tiene todo preparado, todo bajo control y utiliza la misma técnica con todas las personas, porque la sexualidad humana es un territorio de incertidumbres y no de certezas.
Aclaro esto porque hoy abundan los gurúes que se postulan como los poseedores de las respuestas a todas las preguntas posibles, incluso hay quienes hablan como si conocieran el secreto del amor y pudieran enseñar cómo se goza y cómo se hace gozar al otro, cuando de lo único de lo que se trata, como dijimos, es de molestar lo menos posible y tener la sensibilidad para ir descubriendo qué es lo que el otro encuentra placentero.
Recuerdo que una paciente me dijo en una sesión que si en el momento en el que estaba teniendo un orgasmo su pareja no estaba, mejor. Claro que era un chiste, pero ya hablamos acerca del chiste y su relación con el inconsciente. Además, no estaba mal lo que decía. A su manera, lo que reclamaba era el derecho a que se le permitiera experimentar su modo personal de llegar y disfrutar del orgasmo. Si en ese momento el compañero sexual hace algún movimiento inconveniente, ya sea verbal o físico, la magia se interrumpe y algo del disfrute se pierde. Es ese famoso: «estaba allí y se me fue» o, como decía la misma paciente: «Fue un orgasmito, no fue de esos fuertes, de esos que te dejan temblando».
¿Y eso por qué? Porque no pudo quedarse sola en ese momento en el que se funde lo físico con lo psíquico, el placer con el dolor. Por eso no debe sorprender que a muchas personas les sea más sencillo alcanzar el orgasmo cuando se masturban que cuando tienen relaciones sexuales.
El orgasmo femenino y la mentira
Si bien el del orgasmo es un tema difícil de abordar, suele referirse a él como el momento de descarga de una gran tensión que se ha ido acumulando a partir de los juegos preliminares y luego durante el acto sexual propiamente dicho.
Pero para poder pensar sobre esta cuestión, es necesario antes introducir un concepto psicoanalítico que es el de Principio de Placer. Les pido que me acompañen en el desarrollo de esta idea para poder entender mejor el tema del que estamos hablando.
Los analistas, cuando hablamos de placer-displacer, no hacemos referencia a lo que a una persona le gusta o le disgusta, sino a una cuestión de tensión psíquica, porque la psiquis funciona sobre la base de diferentes grados de tensión que pueden aumentar o disminuir.
Ahora bien, hay un límite por encima del cual esa tensión empieza a ser vivida como displacentera y necesitamos, entonces, disminuir ese exceso de tensión porque genera un aumento de la ansiedad. ¿Cómo? De muchas maneras. Pienso en las veces que alguien le dice a un amigo: «llorá que te va a hacer bien, descargate». Allí, en esa invitación a la catarsis, le está proponiendo un modo posible de descarga de la tensión psíquica excesiva.
A ese funcionamiento que hace que la psiquis tienda a mantener constante un nivel de tensión, que nunca será cero, porque no tendríamos deseo de nada, y a disminuir cualquier exceso por registrarlo como displacentero, lo llamamos Principio de Placer.
Sin embargo, en la sexualidad ocurre algo que parece contrariar esto, porque dado este esquema podemos entender que el placer estaría en la descarga de la tensión acumulada y que el fin de la relación sexual es entonces el orgasmo. Pero si esto es así, ¿por qué, entonces, muchos lo alejan, lo posponen en el tiempo lo más que pueden, por qué si el placer está en la disminución de la tensión se disfruta tanto de una tensión extrema que psíquicamente debería ser vivida como displacentera?
Podríamos decir que esto se da, tal vez, porque en la sexualidad se juega un más allá del Principio del Placer, lo cual explicaría por qué el orgasmo tiene algo de doloroso. Basta con ver el descontrol, el pulso que se acelera, los gemidos, los gestos del rostro, para entender que algo de esto hay. De hecho, los niños en sus fantasías imaginan que el acto sexual es algo agresivo. Y no debe de extrañarnos, sobre todo si pensamos en las manifestaciones físicas y verbales que lo acompañan.
Ahora bien, si hablar del orgasmo es hablar también de algo enigmático, en los hombres esto parece zanjarse un poco porque se confunde el orgasmo con la eyaculación. ¿Pero esto es así? Me pregunto cuántas veces alguien eyacula y sin embargo el placer obtenido no ha sido demasiado grande, sino que se trató solamente de una descarga seminal provocada por ciertos estímulos corporales, pero sin la aparición de la sensación fuerte, casi descontrolada que produce el orgasmo, mientras que otras veces esas sensaciones sí aparecen aun en ausencia de eyaculación.
Esto no siempre se entiende, por eso hay veces que luego de una relación maravillosa, pero en la que el hombre no eyaculó, la pareja suele preguntarle: «¿Y, vos, no vas a terminar hoy?»
Y aunque él le jure que está en el cielo y que pasó un momento increíble, puede que ella no se conforme con esto e insista: «Sí, claro. Pero ¿no vas a terminar… no te gustó?»
En esos casos, lo que se exige es una prueba, casi diría una garantía de que el hombre lo ha pasado bien.
Del mismo modo, también algunos hombres, por supuesto hablo de aquellos cuya elección es la heterosexualidad, necesitan constatar que su pareja ha disfrutado del encuentro sexual pero, como ni siquiera tienen esa prueba engañosa de la eyaculación, es que suelen ser más inseguros y les cuesta eludir la pregunta: «¿Y, llegaste? Pero no me mientas, decime la verdad».
Y muchas veces, aunque se le diga la verdad, ésta no alcanza para convencerlo. Por eso, esta idea estereotipada que circula sobre el fingimiento del orgasmo femenino tiene en realidad dos posibles motivos: el primero de ellos es tranquilizar al otro demandante que quiere escuchar que ha estado a la altura de las circunstancias. Como si con los gritos exagerados se le estuviera diciendo: «¿Así está bien? ¿Estás tranquilo? Vos decime cuántas veces lo necesitás y yo te lo doy».
El otro motivo posible, el de la mentira, suele ser que muchas mujeres se avergüenzan de no llegar al orgasmo. Como si hubiera algo que está mal en eso, como si fueran menos mujeres. Entonces el fingimiento viene a cubrir lo que ellas viven como una falencia personal. Pero, tanto en ambos casos, la problemática que se pone en juego es la de la inseguridad, ya sea de uno o del otro.
La respuesta ante la demanda de la comprobación del orgasmo del partenaire sexual aparece entonces como un modo de encontrar tranquilidad ante la ausencia de un saber posible sobre la sexualidad. Y esto se liga a lo que ya expusimos acerca de la falta del instinto en el hombre.
¿Ustedes imaginan a un perro preocupado por saber cómo la pasó la perra? Seguramente, no; porque allí sí, hay un saber sobre el cómo, el cuándo y el porqué del encuentro sexual. En cambio, como en la naturaleza de la sexualidad humana no hay un saber natural, el partenaire intenta averiguar hasta dónde ha llegado a satisfacer al otro, cómo ha estado, qué clase de amante es; en otras palabras, cuál es, sexualmente hablando, su lugar de importancia para el otro.
La satisfacción
Ya hicimos referencia en un capítulo anterior a la diferencia existente entre el Instinto y la Pulsión y dijimos que el instinto sexual permite llegar a la satisfacción total. Por eso, cuando dos perros culminan el acto sexual, a ninguno de los dos se les ocurre cuestionarse por qué lo hicieron, si valió la pena o si están arrepentidos de haberlo hecho, como muchas veces les sucede a algunas personas.
Por el contrario, se dan vuelta y se quedan unos minutos pegados mirando para lados opuestos,
abotonados
es el término común con el que se designa ese momento. Es un comportamiento natural para dar por terminado el acto sexual y garantizar que hasta la última gota de la simiente entre en el cuerpo de la hembra en busca de la procreación. Porque el fin del instinto sexual, recordemos, es la reproducción. Algo que los sujetos humanos solemos evitar, excepto en las contadas ocasiones en las que estemos buscando un embarazo.
Pero, en cambio, ponemos en juego otros mecanismos que pasan por la palabra, por las caricias. El perro no se preocupa por acompañar a la perra hasta su cucha luego del acto sexual, ni se queda haciéndole mimos. Ellos no necesitan de eso, nosotros sí, porque en el hombre las cosas son diferentes, porque la pulsión no es instinto. No hay un saber posible ni mucho menos una satisfacción total al respecto.
Tratar de comunicar algo del orden de la pulsión en un libro que no pretende ser utilizado como material de estudio es muy complicado, porque se trata de un concepto teórico que, como todo concepto proveniente del psicoanálisis, da cuenta de cosas que ocurren en la clínica. Por eso es algo tan difícil de transmitir.